Alzo la vista, dubitativo… y me doy cuenta en ese momento de que estamos en plena calle. Con un gesto de la barbilla señalo el hueco que protege la entrada del edificio del chico. Examinamos rápidamente la calle en ambas direcciones y regresamos al edificio. Una vez ahí, añado:
– Ya está bien de jugar a Sherlock Holmes, Charlie. Por lo que sabemos, la compañía telefónica no ha actualizado su base de datos desde la muerte de Duckworth.
– Quizá -reconoce Charlie, colocándose al abrigo de la entrada-. Aunque también es posible que se haya escondido en Florida, y esté esperando que vayamos a hacerle una visita. -Antes de que pueda rebatir su argumento, señala con el dedo la hoja con la dirección de Duckworth que tengo en las manos-. Como tú mismo dijiste: hasta que no hayamos hablado con él, no estaremos seguros.
– No lo sé… ¿por qué no averiguamos primero si hay un certificado de defunción?
– Ollie, ayer el banco dijo que este tío sólo tenía tres millones de dólares. ¿Realmente sigues creyendo en las informaciones oficiales?
Me apoyo en la pared para sopesar la situación detenidamente.
– No tienes que analizarlo todo siempre, hermanito. Déjate guiar por tus instintos.
No es tan mala la idea. Incluso viniendo de Charlie.
– ¿Realmente crees que deberíamos ir a Miami?
– Es difícil decirlo -contesta-. ¿Cuánto tiempo crees que podemos seguir escondidos en la iglesia?
Me quedo en silencio mientras observo a un guipo de personas que bajan del autobús en una parada cercana.
– Venga, Ollie, incluso los padres saben cuándo sus hijos tienen razón. A menos que seamos capaces de demostrar lo que sucedió en realidad, Gallo y DeSanctis son los dueños de la realidad. Y de nosotros. Nosotros robamos el dinero… nosotros matamos a Shep… y seremos nosotros los que pagaremos por ello.
Nuevamente mi respuesta es el silencio.
– ¿Estás seguro de que no estamos cazando fantasmas? -pregunto por fin.
– ¿Y qué hay de malo en ello?
– Charlie…
– De acuerdo, aunque fuese así, tiene que ser mejor que seguir escondidos aquí.
Asiento ante ese comentario. Cuando entré a trabajar en el banco, Lapidus me dijo que jamás debía discutir con los hechos. Sin decir nada más, me separo de la pared y me vuelvo hacia mi hermano pequeño.
– Sabes que estarán vigilando los aeropuertos…
– No empieces a comerte el coco -dice Charlie-. Ya he pensado en algo para solucionar ese detalle.
– ¿Preparada para ir de dos en dos? -susurró Joey junto al cuello de su camisa mientras paseaba por Avenue U. Ahora, rodeada de un montón de gente que regresaba a casa después del trabajo, ya no necesitaba la correa roja para el perro invisible. Porque ahora era una más de la multitud.
– Nunca aprenderás, ¿verdad? -preguntó Noreen.
– No hasta que nos cojan -dijo Joey, dobló la esquina hacia Berdford Avenue y aceleró el paso-. Además, si te invitan a entrar no es allanamiento de morada. -Un poco más adelante se alzaba el edificio de seis pisos que Charlie y su madre llamaban hogar.
– ¿Algún portero a la vista? -preguntó Noreen.
– No en este vecindario -contestó Joey.
Estaba buscando alguna excusa que fuese convincente. No le resultaría difícil. Siempre que la madre ignorase aún lo sucedido, cualquier vieja historia daría resultado. «Hola, soy una agente inmobiliaria… Hola, soy una amiga de Charlie del trabajo… Hola, estoy aquí para colarme en su apartamento y, con un poco de suerte, colocar uno de esos transmisores tan creativos en un enchufe.» Joey reía de su propia broma mientras continuaba examinando la calle. Dos críos patinaban en una de las aceras. Había un sedán azul marino aparcado en zona prohibida. Y en la entrada del edificio, un hombre de pecho amplio mantenía la puerta abierta para que saliera una mujer corpulenta. Joey reconoció a Gallo al instante.
– No puedo creerlo…
– ¿Qué? -preguntó Noreen.
– Adivina quién está aquí -se quejó Joey, bajando la cabeza, pero sin darse la vuelta. Retrocedió lentamente hacia la tienda de libros de segunda mano que había en la esquina, se ocultó en el portal y asomó ligeramente la cabeza para no perder de vista a la pareja que salía del edificio.
– ¿Quién es? -suplicó Noreen al otro lado de la línea-. ¿Qué está pasando?
Calle arriba, Gallo abrió la puerta del lado del acompañante y esperó a que la señora Caruso se sentara. Ella apretó el bolso contra su pecho, completamente conmocionada. Sin prestarle atención, Gallo cerró la puerta con fuerza en sus narices.
– Qué caballero -musitó Joey.
Pero cuando Gallo pasó por delante del coche para ocupar el asiento del conductor, miró calle arriba, como si estuviese buscando a alguien. Alguien que no estaba allí. Pero que lo estaría pronto…
– Mierda -añadió Joey, advirtiendo la expresión arrogante en el rostro del agente del servicio secreto.
– ¿Puedes decirme por favor qué está pasando? -exigió Noreen.
Gallo puso en marcha el coche y se alejó velozmente hacia la esquina. Joey salió del portal de la tienda de libros de segunda mano y corrió hacia el viejo edificio.
– Tienen a todo un equipo de camino -alertó Joey a Noreen.
– ¿Ya mismo?
– Eso es lo que estoy tratando de averiguar… en los próximos minutos…
– ¿Ya la han puesto bajo vigilancia? ¿Cómo han conseguido las órdenes tan pronto?
– No tengo ni idea -dijo Joey mientras abría la puerta principal del edificio. Cuando una mujer mayor apareció caminando desde el vestíbulo, Joey alcanzó la puerta interior, entró y corrió hacia el ascensor.
En el otro lado de la línea se produjo una breve pausa.
– Por favor, dime que no estás corriendo hacia el edificio…
– No estoy corriendo hacia el edificio -dijo Joey; pulsaba el botón de llamada del ascensor como si estuviese mandando un mensaje en Morse.
– Maldita sea, Joey, esto es estúpido.
– No, lo que es estúpido es tratar de hacer esto después de que los tíos del Servicio tengan controlado este lugar.
– Entonces deberías dejarlo.
– Noreen, ¿recuerdas lo que te dije acerca de la fuerza de los lazos familiares? No me importa lo duros que puedan ser esos chicos, aunque estén huyendo de la justicia, finalmente la sienten. Y en este caso… cuando uno de ellos paga las facturas de su madre y el otro sigue viviendo con ella… Cuando los vínculos son tan fuertes, es como si llevasen un imán en el pecho. Es posible que sólo llamen durante dos segundos, pero cuando eso suceda, tengo intención de oír lo que dicen. Y rastrear la llamada.
Noreen se quedó en silencio nuevamente. Durante medio segundo.
– Sólo dime qué necesitas que yo…
Joey entró en el ascensor y la línea quedó muerta. Eso es lo que sucede con los móviles y los edificios antiguos. Comprobó el vestíbulo una vez más, pero no había nada que ver. Cuando las puertas se cerraron, Joey estaba sola.
– ¿Estás seguro de que es una buena idea? -pregunto, sin dejar de vigilar los alrededores mientras Charlie marca el número en la cabina telefónica del Hotel Excelsior. Tal vez no sea el mejor hotel de la ciudad, pero es el más próximo y el que tiene la mejor selección de guías telefónicas.
– Oliver, ¿de qué otra manera piensas subir a un avión? -me contesta mientras apoya el auricular en la oreja-. Si utilizamos nuestros verdaderos documentos es que somos unos idiotas; si utilizamos nuestras tarjetas de crédito, nos seguirán la pista.
– Entonces quizá sería mejor mirar otros medios de transporte.
– ¿Por ejemplo? ¿Alquilar un coche y conducir hasta Miami? También necesitas una tarjeta de crédito y un documento…
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