Craig Russell - Cuento de muerte

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El hallazgo del cadáver de una joven con una nota entre sus dedos que dice "He estado bajo tierra y ya es hora de que vuelva a casa", enfrenta al jefe de la brigada de homicidios de Hamburgo, Jan Fabel, con los designios de una mente oscura y enferma. Cuatro días después, dos cuerpos más aparecen en medio de un bosque, con unas notras entre sus manos que dicen "Hansel" y "Gretel", escritas con la misma letra roja, pequeña y obsesiva. Es evidente que los crímenes hacen referencia a los cuentos folclóricos recopilados doscientos años atrás por los hermanos Grimm. Pero los asesinatos de este cruel asesino en serie no son ningún cuento de hadas…
Finalista del premio Golden Dagger, el más prestigioso del mundo en la categoría de novela criminal

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Fabel la miró. Fijamente. La carta que Werner tenía en la mano estaba escrita con una letra minúscula y con tinta roja, en una hoja de papel amarillo.

Holger Brauner había confirmado que el papel era exactamente el mismo de las tiritas, todas cortadas de una sola hoja, que se habían hallado en las manos de cada víctima. El doctor también había afirmado que su primera corazonada era correcta y que el papel era de una marca genérica y masiva que se vendía en supermercados, tiendas de productos consumibles para oficinas y tiendas de informática de todo el país. Era imposible rastrear dónde y cuándo se había comprado. La letra también coincidía, y se esperaba que el análisis químico de la tinta no arrojara ninguna sorpresa. Lo que más excitó a Fabel del hallazgo de Werner era que se trataba de una carta. La carta de un fan. No era un elemento dejado en el escenario de un homicidio. Y eso podría significar que el asesino no habría tenido tanto cuidado en eliminar huellas forenses. Pero se equivocaba. Brauner había confirmado que no había rastros de ADN ni huellas digitales en la carta ni cualquier otro elemento que pudieran rastrear hasta su autor.

Cuando le escribió a Weiss, sabía que iba a matar. Y también sabía que la policía terminaría por encontrar esa carta.

Brauner había hecho cuatro copias de una fotografía de la carta, ampliada dos veces y medio respecto al tamaño original. Una de esas ampliaciones estaba clavada en el tablero de incidentes.

Lieber Herr Weiss:

Deseaba ponerme en contacto con usted sólo para decirle lo encantado que estoy con su libro más reciente, Die Märchens trasse. Tenía muchísimas ganas de leerlo, y no he quedado defraudado. Creo que ésta es una de las mayores y más profundas obras de la literatura alemana moderna.

Al leer su libro, se me hizo muy claro que usted habla con la auténtica voz de Jakob Grimm, así como Jakob quería hablar con la auténtica voz de Alemania: nuestras historias, nuestras vidas y nuestros temores; nuestro bien y nuestro mal. ¿ Sabía usted que W. H. Auden, el poeta británico, escribió, en una época en que su país estaba librando un combate mortal con el nuestro, que los Cuentos de hadas de los hermanos Grimm representaban, junto con la Biblia, los cimientos de la cultura occidental? Así de grande es su poder, Herr Weiss. Así de grande es el poder de la verdadera y cristalina voz de nuestro pueblo. Yo he oído esa voz muchísimas veces. Sé que usted lo entiende; sé que usted también la oye.

Usted ha hablado en muchas ocasiones sobre cómo la gente puede pasar a ser parte de un relato. ¿Cree también que los relatos pueden convertirse en personas? ¿O que todos somos un relato?

A mi manera, también yo soy un creador de cuentos. No, me estoy arrogando un papel que no me corresponde: en realidad yo registro cuentos. Los despliego para que otros los lean y comprendan su verdad. Somos hermanos, usted y yo. Somos Jakob y Wilhelm. Pero mientras usted, como Wilhelm, edita, adorna y hace más compleja la sencillez de estos cuentos para atraer a su público; yo, como Jakob, busco presentarlos en su verdad cruda y brillante. Imagínese a Jakob, escondido en el exterior de la casa en el bosque de Dorothea Viehmann, escuchando los cuentos que ella sólo les contaba a los niños. Imagine esa maravilla: cuentos centenarios, mágicos, transmitidos de generación en generación. Yo he experimentado algo similar. Eso es lo que exhibiré ante mi público, eso es lo que ese público contemplará con admiración y temor.

Con amor de un hermano a otro,

Dein Märchenbruder

Fabel releyó la carta. No decía nada. Ni siquiera habría despertado la sospecha de Weiss ni la de sus editores. Sonaba como un aficionado chiflado hablando de sus propios escritos, no como un asesino explicando sus planes de recrear los cuentos de hadas de los Grimm con cadáveres reales.

– ¿Quién es Dorothea Viehmann? -Werner estaba de pie junto a Fabel, mirando la imagen ampliada de la carta.

– Era una anciana que encontraron los hermanos Grimm… O, más precisamente, Jakob -respondió Fabel-. Vivía en las afueras de Kassel. Era una narradora famosa pero se negó a contarle ninguno de sus cuentos a Jakob Grimm; entonces éste se ocultó fuera de la ventana para espiarla mientras ella contaba los cuentos a los niños de la aldea.

Werner puso cara de que estaba impresionado. Fabel se volvió hacia él y sonrió.

– He estado instruyéndome.

A esas alturas el resto del equipo ya se había reunido y había un murmullo de voces cuando se acercaron a la nueva evidencia. Fabel les pidió que le prestaran atención.

– Esto no nos dice nada que no sepamos. La única información adicional que podremos obtener serán los indicios psicológicos que Frau Doktor Eckhardt pueda deducir de su contenido. -Susanne no regresaría de Norddeich hasta el día siguiente, pero Fabel ya había hecho que le enviaran una copia al Institut für Rechtsmedizin, y planeaba llamarla más tarde a casa de su madre para leerle el texto y ver cuál era su reacción inicial.

Henk Hermann levantó la mano, como si estuviera en el colegio. Fabel sonrió y Hermann, tímidamente, la retiró.

– Ha firmado como «Märchenbruder» -señaló-. ¿Qué significa eso, Hermano de los cuentos de hadas?

– Es evidente que siente una conexión muy fuerte con Weiss. Pero tal vez haya algún otro significado. Y conozco a la persona ideal para llamar y preguntárselo.

– La persona ideal -dijo Werner- sería el propio asesino.

– Y ésa -dijo Fabel en tono sombrío-, tal vez sea justamente la persona a la que voy a preguntárselo.

Weiss cogió el teléfono al segundo tono. Fabel supuso que estaría en su estudio, trabajando. Le explicó que habían descubierto una carta dirigida a él y enviada a la editorial, que claramente era obra del asesino. Weiss no recordaba haberla visto y escuchó en silencio mientras Fabel le leía el contenido.

– ¿Y usted está convencido de que habla sobre esos asesinatos? -preguntó Weiss cuando Fabel terminó.

– Sí. Es la misma persona, sin duda. ¿Hay algo en lo que dice que le resulte significativo? ¿La mención de Dorothea Viehmann, por ejemplo?

– ¡Dorothea Viehmann! -dijo Weiss en tono cínico-. La fuente de la sabiduría folklórica alemana a cuyos pies se inclinó Jakob Grimm. Y, obviamente, también su insensato psicópata.

– ¿Y no debería?

– ¿Qué nos pasa a nosotros los alemanes? Estamos constantemente buscando una identidad, tratando de averiguar quiénes somos, y en todos los casos siempre terminamos con la respuesta equivocada. Los Grimm veneraban a Viehmann y tomaban sus versiones de los cuentos de hadas alemanes como si fueran las sagradas escrituras… casi literalmente. Pero Viehmann era su apellido de casada. Su apellido de soltera era Pierson. Francesa. Los padres de Dorothea Viehmann fueron expulsados de Francia porque eran protestantes, hugonotes. Ella sostenía que había oído los relatos que narraba a viajeros que pasaban por Kassel. La verdad es que muchas de las historias que les transmitió a los Grimm eran de origen francés, de los años de su infancia. Eran las mismas que Charles Perrault recopiló en Francia un siglo antes, o más. Y ella no era la única. Había una misteriosa Marie a quien se adjudica haber transmitido «Blancanieves», «Caperucita Roja» y «La Bella Durmiente». El hijo de Wilhelm aseguraba que era una antigua sirvienta de la familia. Resultó ser una adinerada dama de la alta sociedad llamada Marie Hassenpflug, también de familia francesa, que había aprendido los cuentos de sus niñeras francesas. -Weiss se echó a reír-. De modo que la pregunta es, Herr Fabel: ¿ La Bella Durmiente es Dornröschen o la belle au bois dormant? ¿Y Caperucita Roja es Rotkäppchen o le petit chaperon rouge? Como ya le he dicho, estamos buscando continuamente la verdad de nuestra identidad y siempre nos equivocamos. Y por lo general terminamos recurriendo a observadores extranjeros para que definan quiénes somos.

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