Craig Russell - Cuento de muerte

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El hallazgo del cadáver de una joven con una nota entre sus dedos que dice "He estado bajo tierra y ya es hora de que vuelva a casa", enfrenta al jefe de la brigada de homicidios de Hamburgo, Jan Fabel, con los designios de una mente oscura y enferma. Cuatro días después, dos cuerpos más aparecen en medio de un bosque, con unas notras entre sus manos que dicen "Hansel" y "Gretel", escritas con la misma letra roja, pequeña y obsesiva. Es evidente que los crímenes hacen referencia a los cuentos folclóricos recopilados doscientos años atrás por los hermanos Grimm. Pero los asesinatos de este cruel asesino en serie no son ningún cuento de hadas…
Finalista del premio Golden Dagger, el más prestigioso del mundo en la categoría de novela criminal

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– No creo que este psicópata se ponga a hilar fino sobre la cuestión patriótica. -Fabel no tenía tiempo para otro sermón de Weiss-. Sólo quiero saber si le parece que hay algo significativo en el hecho de que mencionara el nombre de Viehmann.

Hubo un breve silencio al otro lado de la línea. Fabel imaginó al corpulento autor en su estudio, con toda esa madera oscura absorbiendo la luz.

– No, creo que no. Sus víctimas han sido de ambos sexos, ¿verdad?

– Sí. Al parecer como asesino está a favor de la igualdad de oportunidades.

– El único significado que le encuentro a la mención de Dorothea Viehmann es que los Grimm realmente la veían casi como una fuente única de antigua sabiduría. Y parecían pensar que las mujeres eran las verdaderas guardianas de la tradición oral alemana. Si el asesino se centrara en las mujeres, en especial en ancianas, entonces tal vez podría haber alguna conexión. -Una vez más, se produjo un breve silencio al otro lado de la línea-. Hay una cosa de la carta que me inquieta. Que me inquieta verdaderamente. Es la forma en que está firmada.

– ¿Qué?… «Dein Märchenbruder»?

– Sí… -Fabel percibió la incomodidad en la voz de Weiss-. «Tu hermano de los cuentos de hadas.» Como usted probablemente sepa, Jakob murió cuatro años antes que Wilhelm. Éste recitó una apasionada elegía en el funeral, donde decía que Jakob era su Märchenbruder… Su hermano de los cuentos de hadas. Mierda, Fabel, este maníaco piensa que él y yo estamos juntos en esto.

Fabel respiró profundo. Había existido una sociedad en todos estos asesinatos. Y Weiss había sido el otro socio. Salvo que éste no lo sabía.

– Sí, Herr Weiss, me parece que él cree eso. -Fabel hizo una pausa-. Piense en su teoría de volver realidad la ficción. En eso de permitirle a la gente que «viva» en sus relatos.

– Sí, ¿qué pasa con eso?

– Bueno, al parecer él lo ha metido a usted en el suyo.

50

Miércoles, 21 de abril, 9:45 h

InstItut für Rechtsmedizin, Eppendorf, Hamburgo

F abel odiaba el depósito de cadáveres.

Detestaba estar presente en las autopsias. No era tanto la natural repulsión física por la sangre y las vísceras, aunque eso también lo afectaba, revolviéndole una zona entre el pecho y el estómago y produciéndole náuseas; era más lo inexplicable de que un ser humano, el centro de un universo propio, vasto y complejo, de pronto se convirtiera en una determinada cantidad de carne. Era lo inanimado de los muertos, la repentina, total e irrevocable destrucción de la personalidad, lo que odiaba tener que afrontar. En cada caso de homicidio, Fabel trataba de mantener algo de la víctima vivo en su cabeza, como si él o ella todavía estuvieran con vida pero en una habitación lejana. Las veía como personas que habían sido injustamente maltratadas y él intentaba repararlo, como si se tratara de una deuda con los vivos. Incluso cuando visitaba los escenarios de los crímenes, o examinaba fotografías de las heridas fatales, esa sensación de que estaba tratando con una persona no disminuía. Pero, para Fabel, ver los contenidos del estómago de alguien vertidos como una sopa en una bandeja para luego pesarlos transformaba a esa persona en un cadáver.

Möller estaba en plena forma. Cuando Fabel entró en la sala de análisis post mortem, el patólogo lo contempló con su estudiada expresión desdeñosa. Todavía llevaba puesto su mono azul para autopsias y la bata desechable de color gris claro tenía manchas de sangre. La mesa de acero inoxidable para las autopsias estaba vacía y Möller, con una actitud casi indiferente, estaba limpiándola con una manguera que tenía adosada una cabeza de aspersión. Pero había algo en el aire. Fabel había descubierto mucho tiempo antes que los muertos no acosan con su espíritu, sino con sus olores. Estaba claro que Möller apenas acababa de poner fin a su viaje a través de la masa y la materia de lo que una vez había sido un ser humano llamado Bernd Ungerer.

– Interesante -dijo el patólogo, observando cómo el agua formaba remolinos rosados empujando los restos de sangre hacia el desagüe-. Muy interesante, éste.

– ¿En qué sentido? -preguntó Fabel.

– Los ojos fueron arrancados después de la muerte. La causa del deceso fue una sola puñalada en el pecho. Un estilo muy clásico, a decir verdad: debajo del esternón, en un ángulo ascendente, y directo al corazón. El caballero en cuestión giró el cuchillo casi cuarenta y cinco grados en el sentido de las agujas del reloj. Eso destruyó el corazón y la víctima debió de morir en cuestión de segundos. Al menos no sufrió mucho y no supo que le quitaron los ojos. Lo que, por cierto, se hizo manualmente. No hay señales de que se utilizara ningún instrumento. -Möller cerró la manguera y se apoyó en el borde de la mesa-. No había heridas defensivas. Ninguna. Ni moretones, ni cortes en las manos o antebrazos, como tampoco señales de traumatismos. Nada que indique que se produjo alguna clase de lucha antes de la muerte.

– Lo que significa que la víctima fue tomada totalmente por sorpresa, o que conocía al asesino, o ambas cosas.

Möller volvió a enderezarse.

– Ése es su campo, Herr Hauptkommissar. Yo informo de los hechos, usted extrae las conclusiones. Pero hay unas cuantas cosas más en este caballero que tal vez le resulten interesantes.

– ¿ Sí? -Fabel sonrió pacientemente, resistiéndose a la tentación de decirle a

Möller que fuera al grano de una vez.

– Para empezar, Herr Ungerer había encanecido prematuramente y se teñía el pelo para oscurecerlo; a diferencia de nuestro querido ex canciller, desde luego. Pero es lo que he encontrado debajo del cuero cabelludo lo que más me interesa. El asesino no tronchó la vida de Herr Ungerer. Simplemente se adelantó unos meses a la parca.

– ¿Ungerer estaba enfermo?

– Terminal. Pero es muy posible que no lo supiera. Tenía un gran glioma en el cerebro. Un tumor. Su tamaño sugiere que venía creciendo desde hacía bastante tiempo y su ubicación me hace pensar que los síntomas podrían haber llevado a confusión.

– ¿Puede decirme si estaba sometido a algún tratamiento?

– No, por lo que puedo ver. No hay ninguna evidencia de tratamiento anticancerígeno en el sistema, ni tampoco de cortisona, que suele prescribirse en estos casos para aliviar la inflamación del tejido cerebral. Lo más importante es que no hay señales de intervención quirúrgica, y ésa es la primera línea de defensa contra esta clase de tumores. Necesito hacer una histología completa del glioma, pero a mí me parece que es un astrocitoma: un tumor primario. Y debido a que era un tumor primario, no habría nada en ninguna otra parte del cuerpo que pudiera indicarle a su médico que había algún problema. En la mayoría de los casos los tumores cerebrales suelen presentarse como elementos secundarios de un cáncer en otra parte del cuerpo, pero no éste. Y, he aquí una idea bastante inquietante: él tenía la edad perfecta. Los hombres de mediana edad son los que tienen más probabilidades de desarrollar estos tumores primarios que son muy agresivos y de primer nivel.

– Pero seguramente tuvo algún síntoma, ¿no? ¿Dolores de cabeza?

– Es probable, pero no necesariamente. Los tumores cerebrales no tienen dónde ir. Esa es la única parte del cuerpo que está totalmente encerrada en hueso, de modo que cuando el tumor crece, también lo hace la presión dentro del cráneo y sobre el tejido cerebral sano. Puede provocar severos dolores de cabeza, que empeoran cuando uno se acuesta, pero no siempre. De todas maneras, como ya la he dicho, la posición del tumor de Herr Ungerer, a pesar de que crecía a un ritmo razonablemente rápido, era tal que el daño provocado aparecía gradualmente. Y eso significa que los síntomas pueden haber sido más sutiles.

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