Craig Russell - Cuento de muerte

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El hallazgo del cadáver de una joven con una nota entre sus dedos que dice "He estado bajo tierra y ya es hora de que vuelva a casa", enfrenta al jefe de la brigada de homicidios de Hamburgo, Jan Fabel, con los designios de una mente oscura y enferma. Cuatro días después, dos cuerpos más aparecen en medio de un bosque, con unas notras entre sus manos que dicen "Hansel" y "Gretel", escritas con la misma letra roja, pequeña y obsesiva. Es evidente que los crímenes hacen referencia a los cuentos folclóricos recopilados doscientos años atrás por los hermanos Grimm. Pero los asesinatos de este cruel asesino en serie no son ningún cuento de hadas…
Finalista del premio Golden Dagger, el más prestigioso del mundo en la categoría de novela criminal

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– ¿No fuiste a comprobar si Hanna seguía viva? -preguntó Anna.

Olsen negó con la cabeza.

– Tenía demasiado miedo. De todas maneras, sabía que estaba muerta. Esperé hasta que el hombre de negro desapareció en el bosque con el cuerpo de Schiller. Luego me arrastré hasta donde había escondido mi moto. La empujé por el sendero durante unos cien metros, más o menos. No quería que él me oyera cuando encendiera el motor. Luego salí de allí lo más rápido que pude. No sabía qué hacer. Estaba seguro de que ninguno de ustedes me creería, de modo que decidí seguir adelante como si nada hubiera ocurrido. Dios sabrá por qué, pero me pareció que ésa era la mejor manera de mantenerme al margen. Pero en el camino de regreso paré en una estación de servicio de la Autobahn y llamé a la policía. Pensé que existía la posibilidad de que pudieran atraparlo mientras él seguía allí, puesto que se movía como si no tuviera ninguna prisa. Pensé que si lo atrapaban, yo quedaría libre de sospecha.

Anna metió una cinta en la grabadora y presionó el botón. Era la grabación de la llamada recibida por la Polizeieinsatzzentrale. La voz al otro lado de la línea estaba deformada por la impresión, pero pertenecía claramente a Olsen. Allí informaba a la policía de dónde se encontraban los cuerpos.

– ¿Confirmas que es tu voz? -preguntó.

Olsen asintió. Miró a Fabel con expresión de súplica.

– Yo no lo hice. Juro que no lo hice. Lo que les he dicho es la verdad. Pero estoy seguro de que no me creen.

– Quizá sí le creo -dijo Fabel-. Pero tiene más preguntas que responder, y nosotros aún tenemos otros cargos contra usted. -Miró al ratonil abogado de Olsen, quien hizo un gesto con la cabeza-. La Kriminalkommissarin Wolff te preguntará sobre los otros asesinatos; dónde te encontrabas en el momento en que se hicieron, qué sabes de las víctimas. -Fabel se puso de pie y se inclinó hacia la mesa de interrogatorios-. Sigue metido en serios problemas, Herr Olsen. Por ahora usted es la única persona que podemos identificar del escenario del crimen, y tiene un motivo. Le aconsejo que responda completa y sinceramente a todas las preguntas de Frau Wolff.

Cuando Fabel salía, Anna dijo «permítame un momento…» al abogado de Olsen y siguió a Fabel al pasillo.

– ¿ Le crees? -preguntó cuando estuvieron a solas.

– Sí. Le creo. Siempre he tenido la sensación de que hay algo en Olsen que no encaja. Estos asesinatos no son crímenes pasionales. Alguien los está planeando cuidadosamente, haciendo realidad sus horrendas fantasías psicópatas.

– ¿ De verdad crees que Olsen le tendría miedo a otro hombre? Venció a Werner, que no es ningún pelele.

– Es cierto. Pero me parece que Olsen tiene más que temer de Maria que de Werner. -Había un dejo de desaprobación en la sonrisa de Fabel-. Espero que ella no esté tomando lecciones de ti, Anna.

Anna miró a Fabel con expresión confusa, como si no hubiera entendido. Eso le daba, debajo del pelo corto y puntiagudo y de todo el maquillaje, una inocencia de colegiala. Fabel ya la había amonestado dos veces por su agresivo comportamiento.

– En cualquier caso -continuó ella- no estoy segura de que la historia de Olsen sobre ese tipo inmenso y espeluznante baste para creer en su inocencia. Sólo tenemos su palabra.

– Me inclino por creerle. Él sintió miedo en el Naturpark; temió por su vida. Nuestro asesino está obsesionado con Los cuentos de hadas de los hermanos Grimm… Bueno, eso es lo que hizo sentir miedo a Olsen: no un hombre, no un grandullón peleón con quien podía emprenderla a golpes. Olsen estaba solo, en la oscuridad, en el bosque, y vio algo que salía de la oscuridad del bosque que no parecía del todo humano. Eso fue lo que lo asustó: el coco, el ogro, el hombre lobo. Me ha costado entender por qué Olsen estaba paralizado de miedo, pero la verdad es que ahí fuera él no era ese matón inmenso que está ahora sentado en la sala de interrogatorios: era un niñito con una pesadilla después de oír una historia de miedo. Eso es lo que busca nuestro asesino. Por eso tiene éxito: convierte a sus víctimas en niños asustados. -Fabel hizo una pausa. Señaló con la cabeza la puerta cerrada de la sala de interrogatorios-. De todas maneras, no tardaremos en descubrir si está diciendo la verdad, Anna. Mientras tanto, mira a ver qué más puedes sonsacarle.

Anna regresó a la sala y Fabel se dirigió hacia el despacho de la Mordkommission. Algo le inquietaba. Una idea que estaba en el fondo de su cabeza, en un rincón mal iluminado, fuera de su alcance.

Se sentó en su despacho. Se quedó quieto y en silencio, mirando por la ventana hacia el parque Winterhuder. Hamburgo se extendía a lo ancho a través del horizonte. Fabel trató de despejar la mente de detalles, de las miles de palabras oídas y leídas sobre este caso, de los tableros de investigación y de las fotografías de los Tatort, los escenarios del crimen. Observó el sedoso cielo celeste y blanquecino que se cernía sobre la ciudad. En algún lugar, lo sabía, había una verdad fundamental, esperando ser revelada. Algo simple. Algo puro y cristalino y definido, con bordes claros y precisos.

Cuentos de hadas. Todo tenía que ver con cuentos de hadas y con dos hermanos que los habían recopilado. Dos hermanos que reunían materiales de investigación filológica y que buscaban «la voz verdadera y original de los pueblos germanófonos». Los impulsaba su amor por el idioma alemán y el ferviente deseo de mantener vivas las tradiciones orales. Pero, más que eso, eran patriotas, nacionalistas. Emprendieron sus investigaciones en una época en que Alemania era una idea, no una nación; cuando los caciques napoleónicos intentaban extirpar las culturas locales o regionales.

Pero los Grimm habían cambiado de rumbo. Cuando se publicó la primera serie de cuentos, no fueron los académicos alemanes quienes respondieron con un entusiasmo abrumador comprando grandes cantidades de ejemplares, sino la gente común. Justamente la gente cuya voz habían intentado registrar los hermanos. Y, más que nada, los niños. Jakob, el que buscaba la verdad filosófica, había accedido a los deseos de Wilhelm y había adaptado los cuentos para la segunda edición, haciéndolos más asépticos y en ocasiones adornándolos hasta que duplicaron su extensión. Hans Dumm, que podía embarazar a las mujeres sólo con mirarlas, desapareció. La preñada pero ingenua Rapunzel ya no preguntaba por qué su ropa ya no le iba bien. Dornröschen, o la Bella Durmiente, ya no era violada mientras yacía en su sueño encantado sin que nadie pudiera despertarla. Y la dulce Blancanieves, convertida en reina al final de la historia original, ya no ordenaría que a su malvada madrastra le pusieran zapatos de hierro al rojo vivo y la hicieran bailar hasta la muerte.

La verdad. Los hermanos Grimm habían buscado la verdadera voz del pueblo alemán y habían creado sus propias ficciones. ¿Y era, finalmente, una voz alemana auténtica? Como Weiss había señalado, había ecos de relatos franceses, italianos, escandinavos, eslavos y otros en las historias y fábulas compiladas por los Grimm. ¿Qué era lo que el asesino buscaba? ¿La verdad? ¿Hacer verdad la ficción, como el ficticio Jakob Grimm de Weiss?

Fabel se puso de pie, se acercó a la ventana y observó las nubes. No lograba comprenderlo. El asesino no estaba sólo tratando de hablarle, estaba gritándole a la cara. Y Fabel no podía oírlo.

Dieron un golpe en la puerta y Werner entró con una carpeta en la mano. Fabel se dio cuenta de que llevaba un par de guantes forenses de látex. Miró la carpeta con gesto de interrogación.

– Además del material que Weiss te ha dado, he estado revisando sacos llenos de correspondencia que llegaron a la editorial. Estas cartas se remontan a casi un año atrás y yo he llegado a más o menos seis meses atrás. Me he cruzado con unos cuantos chiflados con los que me gustaría charlar -dijo Werner. Abrió la carpeta y, con cuidado, cogió el borde de una hoja con la mano enguantada entre el índice y el pulgar-. Entonces he encontrado esto… -Sacó la carta de una sola hoja de la carpeta, sosteniéndola por una esquina.

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