Craig Russell - Cuento de muerte

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El hallazgo del cadáver de una joven con una nota entre sus dedos que dice "He estado bajo tierra y ya es hora de que vuelva a casa", enfrenta al jefe de la brigada de homicidios de Hamburgo, Jan Fabel, con los designios de una mente oscura y enferma. Cuatro días después, dos cuerpos más aparecen en medio de un bosque, con unas notras entre sus manos que dicen "Hansel" y "Gretel", escritas con la misma letra roja, pequeña y obsesiva. Es evidente que los crímenes hacen referencia a los cuentos folclóricos recopilados doscientos años atrás por los hermanos Grimm. Pero los asesinatos de este cruel asesino en serie no son ningún cuento de hadas…
Finalista del premio Golden Dagger, el más prestigioso del mundo en la categoría de novela criminal

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– ¡Olsen! -gritó.

Silencio.

– ¡Olsen! ¡Ríndete! ¡Ahora!

Sintió un intenso dolor cuando algo saltó delante de su cara y le golpeó las muñecas. Su pistola salió volando de sus manos y ella se retorció de dolor, agarrándose la muñeca derecha con la mano izquierda. Giró y vio a Olsen a su derecha, con una barra de hierro levantada sobre la cabeza como un inmenso verdugo medieval blandiendo un hacha, listo para hacerla caer sobre su cuello. Quedó paralizada. Durante una fracción de segundo se transportó a otro lugar, con otra persona, que tenía un gran cuchillo en lugar de una barra de hierro. Se vio inundada por un sentimiento superior a cualquier temor que hubiera sentido jamás. La atravesó como una electricidad fría, congelándola en su posición agachada. Olsen soltó un grito profundo y animal cuando movió la barra, y de pronto el miedo de Maria se convirtió en otra cosa. Se arrojó hacia adelante como un nadador zambulléndose y rodó en el mugriento suelo de la fábrica. La furia de Olsen y la brutalidad del golpe que había intentado le hicieron perder el equilibrio. Maria se incorporó y pateó a Olsen en un costado de la cabeza.

– ¡Hijo de puta! -gritó. Olsen trató de ponerse de pie. Maria, agarrándose la muñeca lastimada, saltó hacia arriba y hacia delante, clavándole la suela de su bota en el cuello. La cabeza de Olsen hizo un fuerte movimiento y se golpeó contra el suelo de cemento. Gimió y sus movimientos se hicieron más lentos. Maria buscó su arma en el suelo, la encontró y le quitó el seguro con la mano sana. La apuntó a la cabeza de Olsen justo cuando él rodaba para ponerse boca arriba. El puso las manos encima de la cabeza.

Maria se examinó la muñeca. Estaba amoratada pero no rota y el dolor ya comenzaba a disminuir. Miró a Olsen desde encima del cañón de la pistola y siseó:

– ¡Grandullón! ¡Qué miedo que me das, grandullón XYY! ¿Así que te gusta golpear a las mujeres, hijo de puta? -Volvió a patearlo con la bota a un costado de la cabeza. Anna Wolff ya estaba corriendo por la planta de la fábrica hacia ellos.

– ¿Estás bien, Maria?

– Estoy bien. -Maria no apartó los ojos de Olsen. Su voz era tensa-. ¿Te gusta asustar a las mujeres? ¿Es eso? ¿Te gusta hacerles daño? -Le clavó a Olsen el taco en la mejilla, que se abrió. De la herida comenzó a salir sangre en grandes cantidades.

– ¡Maria! -Anna llegó a su lado y apuntó su Sig-Sauer a la cara ensangrentada de Olsen. Miró a Maria-. Maria… Lo hemos cogido. Lo tenemos. Está bien. Ya puedes apartarte-. Henk Hermann también estaba allí, y Maria oyó que Fabel y los demás corrían hacia ellos. Hermann se agachó junto a Olsen, lo hizo ponerse de espaldas, le torció los brazos detrás y le puso las esposas.

– ¿Estás bien? -Fabel puso suavemente su brazo sobre los hombros de Maria y la alejó de Olsen.

Maria le dedicó una sonrisa ancha y cálida.

– Sí, chef. Estoy bien. Estoy muy bien.

Fabel le apretó un poco el hombro.

– Buen trabajo, Maria. De verdad, buen trabajo. -Cuando Henk Hermann giró a Olsen y lo puso boca arriba, Fabel vio el feo corte que tenía en la cara.

– Se cayó, chef -dijo Maria, tratando de borrar la sonrisa de su rostro. En ese instante, Werner y el resto del escuadrón MEK llegaron allí. Werner contempló la cara golpeada de Olsen y se tocó el vendaje que llevaba en su cabeza. Se volvió hacia Maria y sonrió.

– ¡Excelente!

49

Martes, 10 de abril. 18:00 h

POLIZEIPRÄSIDIUM, HAMBURGO

Había algunas cosas del trabajo policial que eran previsibles. Que Olsen se negara a declarar hasta que pudiera llamar a su abogado era una de ellas. Primero lo trasladaron al hospital para curarle la herida que tenía en la cara. Fabel le preguntó si deseaba formular alguna queja por las heridas que se había hecho en el transcurso de su arresto.

Olsen se rio amargamente.

– Como la dama ha dicho, me caí.

Lo que no era tan previsible era que, después de una reunión de veinte minutos con su cliente, el abogado de Olsen declarara que éste quería cooperar totalmente con la policía y que podía proporcionarles una información de extrema importancia.

Antes de realizar la entrevista, Fabel reunió a su equipo principal. Anna Wolff, con el pelo peinado en punta y los labios pintados, estaba vestida con su habitual chaqueta de cuero y sus téjanos, pero era evidente que la herida de su pierna seguía molestándola. Werner estaba sentado a su escritorio, con los moretones todavía visibles alrededor del vendaje blanco de su cabeza. Maria estaba apoyada en su escritorio, con su habitual pose de elegante compostura, pero su traje pantalón gris tenía raspones y desgarros y la muñeca y la mano izquierda estaban cubiertas con las vendas que le habían puesto en el hospital.

– ¿Qué ocurre, chef? -preguntó Anna.

Fabel sonrió.

– Necesito que uno de vosotros me acompañe a la entrevista de Olsen… Trataba de decidir quién tiene menos probabilidades de caerse de la silla y romper algo.

– Lo haré yo -dijo Maria.

– Dadas las circunstancias, Maria, creo que Olsen se mostrará más comunicativo con alguien con quien no haya tenido una relación tan… física.

– Eso me excluye a mí también -dijo Werner amargamente.

– ¿Anna? -Fabel hizo un gesto en dirección de la Kommissarin Wolff.

– Con mucho gusto…

Olsen estaba sentado con expresión hosca al otro lado de la mesa, frente a Anna y Fabel. Su abogado era un Anwalt designado por el Estado, un hombre pequeño con aspecto de roedor que, por alguna extraña razón, había elegido ponerse un insípido traje gris que enfatizaba la falta de color de su rostro. Era de baja estatura y, al lado de la mole de Olsen, parecía pertenecer a otra especie. Olsen tenía la cara hinchada y llena de moretones. Le habían puesto puntos y una venda en el corte que tenía en la mejilla, y la piel alrededor estaba inflada como un globo. El hombre que parecía un ratón habló primero.

– Herr Kriminalhauptkommissar, he tenido la oportunidad de hablar con Herr Olsen extensamente y en profundidad sobre la cuestión por la que ustedes quieren interrogarlo. Permítame ir al grano. Mi cliente es inocente del homicidio de Laura von Klostertadt, o, para el caso, de cualquier otro asesinato. Admite haberse dado a la fuga cuando tenía que suministrar a la policía una información fundamental para esta investigación pero, como ya dejaremos en claro, tenía buenas razones para temer que no creyeran en su testimonio. Más aún, admite haber atacado al Kriminaloberkommissar Meyer y a la Kriminaloberkommissarin Klee durante el ejercicio de su deber, pero desearíamos pedir un poco de clemencia, consi derando que Herr Olsen no desea formular ninguna queja respecto del llamémosle entusiasmo de Frau Klee en el momento del arresto.

– ¿Eso es todo? -resopló Anna-. Tres policías han sido heridos tratando de atrapar al Increíble Hulk, tenemos clarísimas pruebas forenses que lo ubican en el escenario del doble homicidio, así como experiencia personal de su temperamento psicópata… ¿Y usted seriamente espera que negociemos porque él se hizo un raspón cuando estaba resistiéndose violentamente al arresto?

El abogado de Olsen no respondió, pero miró a Fabel con expresión de súplica.

– De acuerdo -dijo Fabel-. Veamos qué tiene que decirnos, Herr Olsen.

El Anwalt asintió. Olsen se inclinó hacia delante y apoyó los codos sobre la mesa de interrogatorios. Hizo un gesto abierto con las manos, que seguían esposadas. Fabel notó lo inmensas y poderosas que eran. Como las de Weiss. Pero también le recordaron a alguien a quien, en ese momento, no podía ubicar.

– Correcto. Primero, yo no maté a nadie. -Olsen se volvió hacia Anna Wolff-. Y no puedo hacer nada respecto a mi temperamento. Es una afección clínica. Tengo una especie de trastorno genético que a veces me hace perder la chaveta. Mucho.

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