Las dos mujeres se quedaron en silencio un momento. Luego Maria comenzó a explicarle a Ingrid las ayudas que había disponibles, y los procedimientos que tendrían lugar en los días y semanas siguientes. A continuación, se puso en pie para marcharse. Casi había llegado a la puerta cuando se volvió para despedirse de Ingrid Ungerer y repitió sus condolencias.
– ¿Puedo hacerle una última pregunta, Frau Ungerer?
Ingrid asintió débilmente.
– Usted me dijo que sus colegas y clientes le habían puesto un sobrenombre. ¿Cuál era?
Los ojos de Ingrid se llenaron de lágrimas.
– Barbazul. Así llamaban a mi marido… Barbazul.
Lunes, 19 de abril. 15:00 h
Krankenhaus Mariahilf, Heimfeld, Hamburgo
Las enfermeras estaban encantadas. Qué detalle tan amable había sido traerles una enorme caja de deliciosas pastas para que ellas tomaran con el café. Era un pequeño gesto de agradecimiento, les había explicado él, para la Oberschwester y todo su personal, por la maravillosa atención que le habían prodigado a su madre. Qué amable. Qué considerado.
El había estado conversando con el Chefarzt, Herr Doktor Schell, durante casi media hora. El Doktor Schell le había explicado, una vez más, las precauciones esenciales que debía tomar con su madre una vez que ella estuviera viviendo en su casa. El doctor tenía consigo el informe que los servicios de asistencia social le habían suministrado sobre el apartamento que el hijo había acondicionado para compartir con su madre enferma. Según ese informe, la vivienda estaba equipada con todas las comodidades. El doctor felicitó al hijo por el esfuerzo que había hecho para suministrar a su madre la mejor atención posible.
Cuando salió del despacho del Doktor, el hombre miró con una sonrisa al grupo de enfermeras. También en ese momento la enfermera jefe empezó a dudar de que en su vejez alguno de sus desagradecidos hijos se tomara siquiera un cuarto de las molestias que se había tomado aquel hombre por su madre.
El hijo volvió a sentarse junto a la cama de su madre y acercó la silla, recluyéndolos a ambos en su universo confinado, excluyente y venenoso.
– ¿Sabes qué, mutti? El fin de semana estaremos juntos. A solas. ¿No es maravilloso? Lo único por lo que tendré que preocuparme es la ocasional visita de la enfermera del distrito, que vendrá a ver cómo nos va. Pero puedo solucionarlo. No, no será ningún problema cuando la Gemeindeschwester venga a vernos. Ya lo verás, tengo un maravilloso apartamento todo equipado con cosas que jamás utilizaremos; porque casi no estaremos allí, ¿verdad, muttil Sé que tú preferirías estar en tu antigua casa, ¿no es cierto?
La anciana estaba, como siempre, inmóvil, indefensa.
– ¿Sabes lo que encontré el otro día, madre? Tu viejo traje del Speeldeel. ¿Recuerdas lo importante que era para ti? ¿Esos bailes y canciones tradicionales de Alemania? Creo que podremos encontrarle alguna utilidad. -Hizo una pausa-. ¿Quieres que te lea, muttil ¿Quieres que te lea los cuentos de los hermanos Grimm? Lo haré cuando estemos en casa. Todo el tiempo. Como antes. ¿Recuerdas que los únicos libros que permitías en la casa eran la Biblia y los cuentos de hadas de los hermanos Grimm? Dios y Alemania. Eso era todo lo que necesitábamos en nuestra casita… -Volvió a detenerse. Luego su voz pasó a ser un susurro grave y cómplice-. Me hacías tanto daño, mutti. Me lastimabas tanto que hubo veces en que pensé que moriría. Me golpeabas y me decías todo el tiempo que yo no servía para nada. Que era un don nadie. No parabas nunca. Cuando era adolescente, y más tarde adulto, seguías diciéndome que no servía para nada. Que no era digno de que nadie me quisiera. Decías que por eso no podía tener una relación duradera. -El susurro se convirtió en un siseo-. Bueno, estabas equivocada, vieja puta. Creías que estábamos solos cada vez que me molías a palos. Pero no era así. Él siempre estaba allí. Mi Märchenbruder. Invisible. Se mantuvo en silencio durante mucho, mucho tiempo. Hasta que un día lo oí. Lo oí yo, tú no podías. Él me protegía de tus palizas. Me proporcionó palabras para las historias. Él abrió un mundo nuevo para mí. Un mundo maravilloso y deslumbrante. Un mundo sincero. Y entonces, con su ayuda, encontré mi verdadero arte. Hace tres años, ¿lo recuerdas? La chica. La chica que tuviste que ayudarme a enterrar porque estabas aterrorizada del escándalo, de la desgracia de tener a un hijo en la cárcel. Creíste que podrías controlarme. Pero él era más fuerte… él es más fuerte de lo que tú podrías imaginar.
Se recostó en la silla y examinó el cuerpo de la anciana, de la cabeza a los pies. Cuando habló, su voz ya no era un susurro, sino un sonido plano, frío, amenazador.
– Tú serás mi obra maestra, madre. La culminación de mi arte. Será por ti, más que por cualquier otra cosa que haya hecho, por lo que seré recordado.
Martes, 20 de abril. Mediodía
POLIZEIPRÄSIDIUM, HAMBURGO
El vendaje al costado de la cabeza de Werner era pequeño y la cara se le había deshinchado, pero todavía tenía moretones en torno al área de la herida. Fabel le había permitido reincorporarse con la condición de que permaneciera en la Mordkommission y ayudara con el procesamiento y la clasificación de las evidencias reunidas por el equipo en activo. Y además, sólo si limitaba sus horas de trabajo. El enfoque metódico de Werner era ideal para filtrar la desquiciada correspondencia y mensajes de correo electrónico que habían generado las teorías de Weiss. Hasta ese momento, Hans Rodger y Petra Maas habían dedicado casi todo su tiempo a sortear toda esa basura. Y, debido a su naturaleza, esas cartas habían arrojado como resultado una gran cantidad de chiflados que había que descartar y estaban atrasándose con las entrevistas.
La verdad era que Fabel estaba tan contento de ver a Werner de regreso en el equipo como lo estuvo con la vuelta de Anna. Por otra parte, se sentía irresponsable por haber permitido que dos agentes heridos se reincorporaran a la actividad prematuramente. Fabel decidió compensárselo consiguiendo una licencia adicional con derecho a sueldo para Werner y Anna después de que terminara el caso.
Repasó con Werner el tablero de la investigación. Examinar el progreso, o la falta de progreso del caso hasta el momento era una experiencia frustrante. Fabel se había visto obligado a sacar partido de la atención de los medios generada por el asesinato de Laura von Klostertadt. La fotografía de Olsen aparecía en todos los noticiarios y en los periódicos como la persona a la que la Polizei de Hamburgo quería contactar en relación con los homicidios. También había enviado a Anna y a Henk Hermann a entrevistar a Leo Kranz, el fotógrafo que diez años antes había tenido una relación con Laura von Klostertadt. Pero Kranz estaba cubriendo la ocupación angloamericana de Irak. Su oficina había podido confirmar que él se encontraba en Oriente Medio durante el lapso en el que se habían cometido los asesinatos. Fabel, a instancias de Werner, repasó su encuentro con Weiss, además de explicarle que Fendrich permanecía en la periferia de la investigación.
– Lo que más me inquieta respecto de Fendrich -dijo Fabel- i es que su madre murió hace seis meses. En su perfil psicológico del homicida, Susanne suponía que el lapso de tiempo entre el primer asesinato y el segundo podría indicar que el homicida tenía alguna clase de restricción, ejercida por una figura dominante, una esposa o una madre, que luego podría haber muerto.
– No lo sé, Jan. -Werner cogió una silla de un escritorio cercano, la puso delante del tablero y se dejó caer en ella. Su rostro parecía gris, fatigado. Por primera vez, Fabel cobró conciencia de que Werner estaba envejeciendo-. A Fendrich ya se lo ha investigado por lo menos dos veces. No encaja. Pero no me gusta cómo suena este tipo, Weiss. ¿Crees que nos hemos topado con otro sumo sacerdote y su acólito? ¿Con Weiss moviendo los hilos mientras Olsen comete los asesinatos? Ya hemos pasado por algo así, después de todo.
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