Fabel dejó el libro sobre la mesa. Recordó lo que le había dicho Heinz Schnauber sobre el embarazo secreto y el aborto de Laura von Klostertadt. Si el asesino estaba siguiendo o bien versiones auténticas, originales, de los cuentos de hadas, o bien el libro de Weiss, entonces eso la hacía todavía más «adecuada» como víctima. Pero había sido un secreto celosamente guardado: si el asesino lo sabía, entonces tenía que tener algún conocimiento íntimo de la familia Von Klostertadt. O podía haber sido el padre. Fabel siguió leyendo.
Por el bien de la fidelidad a la fábula, me vi obligado, por lo tanto, a violar a mi Rapunzel, pero sólo cuando estuvo dormida. Ella me miró con ojos suplicantes, lo que la despojaba de buena parte de su atractivo. Cuando le quité la mordaza comenzó a rogar por su vida. Me pareció interesante que una mujer de su alcurnia no intentara rogar por su virtud, e incluso percibí que la hubiera entregado de buen grado si con eso aseguraba su supervivencia. Le hice beber más láudano y su rostro recuperó la tranquilidad y la belleza. Una vez que la despojé de la ropa me sentí embriagado por la belleza de su cuerpo y he de admitir que me satisfice en su carne varias veces mientras dormía. Luego, con suavidad, le coloqué un cojín de seda sobre la cara. No se debatió amargamente por su vida y su alma la abandonó.
Una vez más, Fabel se apartó del libro, en esta ocasión para buscar el informe de la autopsia de Von Klostertadt: lejos de presentar alguna señal de traumatismo sexual, había indicios de que Laura podría haberse mantenido célibe en los últimos tiempos. Volvió a Die Märchenstrasse.
La noche siguiente regresé al parque y dejé a mi Rapunzel bajo la torre ornamental del centro. La luna brillaba con fuerza, iluminando su hermosura. Le cepillé el resplandeciente cabello, que refulgía como oro blanco a la luz de la luna. La dejé allí, a mi Rapunzel, para que la encontraran y recordaran los viejos cuentos.
Yo había considerado que mi recreación era completa y había quedado muy satisfecho con ella. Cuál no sería mi sorpresa y mi alegría cuando, unos días más tarde, se supo que Frau X se había convertido en el centro de rumores e hipótesis sobre su papel en la muerte de su hijastra. Tales eran las sospechas -aunque ninguna se confirmara oficialmente- que no sólo su posición social entre la elite de Lübeck quedó completamente destruida, sino que incluso la gente de la calle la abucheaba cuando la veía pasar. Una prueba concluyente no sólo de que el prejuicio de los campesinos pervive en el denominado mundo civilizado, sino de la verdad esencial de aquellos antiguos relatos.
Fabel cerró el libro, apoyando la mano sobre la cubierta como si esperara que le revelara más cosas por osmosis. Se trasladó en su mente más allá de la sobrecubierta ilustrada, del producto comercial editorial que descansaba bajo su mano, hasta el momento de la creación. Imaginó la mole amenazadora de Weiss encorvado sobre su ordenador portátil, el resplandor de aquellos ojos demasiado oscuros en ese estudio suyo que absorbía toda luz. Recordó la escultura del lobo/hombre lobo, probablemente tallada por el hermano loco de Weiss, atrapada en su muda furia mientras Weiss cometía sus asesinatos en serie en la página.
Fabel se puso de pie, cogió su cazadora jaeger y apagó la luz de su escritorio. Hamburgo resplandecía al otro lado de la ventana de su despacho. Allí fuera un millón y medio de almas dormían, mientras otros exploraban la noche. Pronto. Tuvo la certeza de que el próximo asesinato tendría lugar muy pronto.
Lunes, 19 de abril. 11:00 h
Altes Land, sudoeste de Hamburgo
F abel esperó.
Estaba empezando a tener esa sensación, casi como de borrachera, que experimentaba cuando dormía muy poco. Le habría venido bien no tener que conducir tan temprano desde Norddeich hasta Hamburgo. Susanne había decidido quedarse con Gabi y su madre, aprovechando al máximo los dos días que le quedaban hasta el miércoles, cuando regresaría por tren.
El asesino estaba ocupando todos sus recursos. Ya tenían tantos homicidios paralelos, tantas evidencias forenses para procesar y entrevistas que realizar que Fabel había delegado en Maria el control total de la investigación del caso de Ungerer. No era una decisión con la que se sintiera cómodo. Valoraba a Maria por encima de todos los otros miembros de su equipo, tal vez incluso por encima de Werner. Era una mujer de una inteligencia sorprendente que tenía, por un lado, un enfoque metódico, con un buen ojo para los detalles, y por el otro podía actuar con gran velocidad. Pero aún no estaba convencido de que estuviera lista. Físicamente, lo estaba. Incluso le habían dado un certificado de alta psicológica. Oficialmente. Pero Fabel veía algo en los ojos de Maria que antes no había visto. No podía especificar qué era, pero le preocupaba.
Por el momento, sin embargo, por desgracia no tenía alternativa que asignar el caso de Ungerer a Maria. Sentía que estaba haciendo muchas concesiones: había hecho que Anna se reincorporase a la actividad, incluso a pesar de que ella ya no podía ocultar las muecas de dolor si algo le rozaba el muslo lastimado; había puesto a Hermann a trabajar a tiempo completo en la Mordkommission, a pesar de que él no había hecho un adiestramiento completo como KriPo; y había tenido que incorporar a dos miembros del SoKo, el departamento de delitos sexuales, para apuntalar su equipo.
Fabel siguió esperando. Había dos cosas que podía haber previsto en su trayecto hasta la Altes Land: la primera era que los Von Klostertadt no eran de la clase de gente que abría su propia puerta; la segunda era que lo harían esperar. La última vez que había estado en esa casa, la crudeza de la muerte de Laura le había asegurado una audiencia inmediata. Esta vez, el mayordomo con un traje azul de ejecutivo que abrió la puerta lo hizo pasar a un vestíbulo en el que ya llevaba veinte minutos sentado. Su límite era media hora. Luego iría a buscarlos.
Margarethe von Klostertadt salió de la sala en la que Fabel había estado durante su última visita. Cerró la puerta al entrar; estaba claro que la entrevista tendría lugar en el vestíbulo. El se puso de pie y le estrechó la mano. Ella le dedicó una sonrisa de cortesía y le pidió disculpas por haberlo hecho esperar; tanto la sonrisa como la disculpa carecían de sinceridad. Frau Von Klostertadt llevaba un traje azul oscuro que enfatizaba su estrecha cintura. Los caros zapatos de tacón, color crema, le tensaban las pantorrillas, y una vez más Fabel tuvo que apartar de su mente la idea de que la encontraba muy atractiva sexualmente. Ella indicó con un gesto que se volviera a sentar y luego se sentó a su lado.
– ¿Qué puedo hacer por usted, Herr Kriminalhauptkommissar?
– Frau Von Klostertadt, he de ser franco con usted. Hay elementos de esta investigación que nos hacen creer que la muerte de su hija puede haber sido obra de un asesino en serie. Un psicópata. Alguien que ve las cosas desde una perspectiva distorsionada y perversa. Parte de esa perspectiva consiste en que algunos detalles de la vida de sus víctimas, cuestiones que a nosotros pueden parecemos remotas o insignificantes, adquieren un sentido especial.
Margarethe von Klostertadt enarcó una de sus perfectas cejas en un gesto de interrogación, pero Fabel no pudo detectar más que una cortesía paciente en sus ojos helados. Hizo una pausa mínima antes de continuar.
– Tengo que preguntarle sobre el embarazo y el posterior aborto de su hija, Frau Von Klostertadt.
La cortesía paciente desapareció de los ojos celestes, reemplazada por una tormenta ártica que empezó a formarse en lo profundo de ellos pero que, por el momento, no estalló.
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