Craig Russell - Cuento de muerte

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El hallazgo del cadáver de una joven con una nota entre sus dedos que dice "He estado bajo tierra y ya es hora de que vuelva a casa", enfrenta al jefe de la brigada de homicidios de Hamburgo, Jan Fabel, con los designios de una mente oscura y enferma. Cuatro días después, dos cuerpos más aparecen en medio de un bosque, con unas notras entre sus manos que dicen "Hansel" y "Gretel", escritas con la misma letra roja, pequeña y obsesiva. Es evidente que los crímenes hacen referencia a los cuentos folclóricos recopilados doscientos años atrás por los hermanos Grimm. Pero los asesinatos de este cruel asesino en serie no son ningún cuento de hadas…
Finalista del premio Golden Dagger, el más prestigioso del mundo en la categoría de novela criminal

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– ¿El síndrome XYY? -preguntó Fabel.

– Siempre me he metido en problemas por culpa de eso. Si alguien me hace enfadar, me vuelvo loco, como una puñetera cabra. No hay nada que pueda hacer al respecto.

– ¿Eso fue lo que ocurrió con Hanna Grünn? -preguntó Anna-. ¿Ella y Markus Schiller le hicieron perder la chaveta? -Antes de que Olsen pudiera responder, Anna sacó unas fotografías de un sobre de evidencias forenses de la SpuSi. Puso una serie de cuatro en la mesa delante de Olsen, como si estuviera repartiendo cartas. En ellas se veían los cuerpos de Hanna Grünn y de Markus Schiller. Juntos y separados. Fabel observó el rostro de Olsen mientras Anna desplegaba las imágenes. Lanzó un grito ahogado y Fabel notó que las enormes manos esposadas comenzaban a temblar.

– Oh, mierda -exclamó Olsen con una voz a punto de quebrarse-. Oh, mierda. Lo siento. Oh, Dios, lo siento. -Los ojos se le llenaron de lágrimas.

– ¿Hay algo que quiera decirnos, Peter? -El tono de Fabel era calmado, casi reconfortante-. ¿Por qué lo hizo?

Olsen sacudió la cabeza con violencia. Una lágrima escapó de uno de sus ojos y surcó la mejilla vendada. Ver llorar a Olsen era perturbador, una escena demasiado incongruente con su inmenso tamaño y sus rasgos duros.

– Yo no lo hice. Yo no hice eso.

Anna desplegó dos imágenes más. Eran comparaciones forenses de la huella de una bota y la marca de un neumático.

– Tus botas. Tu moto. Estuviste allí. Sí que lo hiciste. No podías perdonar a Hanna, ¿verdad? Ella quería ascender en el mundo, así que reemplazó al enorme mecánico grasiento por una cartera abultada. Y tú no pudiste soportarlo, ¿verdad?

– Me puse muy celoso. La amaba, pero ella sólo estaba usándome.

Anna se inclinó hacia delante, entusiasmada.

– Debiste de seguirla durante semanas. Viste cómo follaban en el elegante coche de aquel tipo. Tú te escondías en las sombras, en los árboles. Observando y planeando y fantaseando sobre cómo les darías su merecido. ¿Tengo razón?

Olsen encorvó sus inmensos hombros. Asintió con un movimiento de la cabeza, sin decir palabra. Anna no perdió el ritmo.

– Entonces lo hiciste tú. Les diste su merecido, eso puedo entenderlo. Hablo en serio, Peter. Pero ¿por qué los otros? ¿Por qué la chica en la playa? ¿La modelo? ¿Por qué el vendedor?

Olsen se secó los ojos con la base de la mano. Por su rostro cruzó una expresión más dura, más resuelta.

– No sé de qué habla. Yo no maté a nadie. Todo lo que dice sobre Hanna y ese capullo de Schiller es cierto. Quería asustarlos. Darles una paliza. Pero eso era todo.

– Pero te dejaste llevar, ¿verdad? -dijo Anna-. Has admitido que no puedes controlar tu temperamento. Tu intención era asustarlos, pero terminaste matándolos. ¿No es así como ocurrió?

«No -pensó Fabel-. No fue así.» Los asesinatos no mostraban ira o falta de control, sino premeditación. Dirigió una mirada a Anna, y ella, captando la señal, se echó hacia atrás en su asiento, a regañadientes.

– Si no los ha matado usted, o ni siquiera ha tenido la oportunidad de darles una paliza -preguntó Fabel-, ¿entonces, exactamente, por qué lo siente?

Olsen parecía absorto en la imagen de Hanna Grünn, con la garganta abierta de un tajo. Cuando consiguió apartar la mirada y la dirigió a Fabel, había dolor y súplica en sus ojos.

– Yo lo vi. Le vi. Le vi y no hice nada por impedírselo.

Fabel sintió un cosquilleo en la piel de la nuca.

– ¿Qué vio, Peter? ¿De quién está hablando?

– Yo no los maté. No fui yo. No espero que me crean. Por eso me di a la fuga. Ni siquiera sé nada de los otros asesinatos. Pero sí, yo estaba allí cuando mataron a Hanna y a Schiller. Yo lo vi todo. Lo vi y no hice nada.

– ¿Por qué, Peter? ¿Quería que murieran?

– No, por Dios, no. -Clavó sus ojos en los de Fabel-. Estaba asustado. Estaba aterrorizado. No me podía mover. Sabía que si él se daba cuenta luego vendría por mí.

Fabel miró a Olsen. Esas manos enormes. El bulto de sus hombros. Era difícil imaginar que algo o alguien pudiera asustarlo. Pero Fabel se dio cuenta de que había sentido miedo. Que había temido por su vida. Y estaba reviviendo ese temor allí mismo, delante de ellos.

– ¿Quién fue, Peter? ¿Quién los mató?

– No lo sé. Un tipo grande. Grande como yo, o más. -Volvió a mirar a Anna Wolff-. Usted tenía razón. Todo lo que ha dicho es cierto. Los observé. Estaba esperando para darles un susto de muerte y una buena paliza a Schiller. Pero no pensaba matar a nadie. No sé, tal vez si perdía la chaveta podría haber matado a Schiller. Pero jamás a Hanna. No importa lo que me hizo. De todas maneras, tenía un plan mejor. Pensaba contárselo a la mujer de Schiller. Ella se habría encargado de él como se debía y Hanna se habría dado cuenta de lo serio que era él respecto de abandonar a su esposa. Quería que Hanna se sintiera usada. Quería que se sintiera como ella me hacía sentir a mí.

– De acuerdo, Peter. Cuéntenos cómo ocurrió.

– Me escondí en el bosque y los esperé. Ella se presentó primero, y luego llegó él. Pero antes de que pudiera hacer nada vi a otra persona que salía del bosque. Al principio no creí que fuera un hombre. Aquel cabrón era enorme. Todo vestido de negro, con una especie de careta. Como la careta de una fiesta de críos. Alguna clase de animal… un oso, o un zorro. Tal vez un lobo. Le quedaba pequeña. Muy pequeña para su cara. Y estaba toda estirada, y deformada, lo que lo hacía más terrorífico todavía. Incluso la forma en que se movía era terrorífica. Parecía una sombra. Caminó hasta el coche, ya estaban los dos en el coche de Schiller, y golpeó a la ventanilla. Schiller la abrió. Yo no oía muy bien, pero me parece que Schiller se enfadó y comenzó a gritar. Evidentemente no le gustó que lo interrumpieran. Entonces vio al grandullón, con la máscara y todo. No pude entender lo que Schiller decía, pero sonaba asustado. El hombre de negro se quedó de pie y escuchó. No dijo nada. Entonces ocurrió. Yo no podía creer lo que veía. El brazo de aquel hombretón se elevó por encima de su cabeza y vi que el brillo de la luna se reflejaba en algo. Como un cuchillo enorme. Luego bajó por la ventanilla abierta del coche. Oí que Hanna gritaba pero no pude hacer nada. Tenía miedo. Me cagaba de miedo. Yo puedo enfrentarme prácticamente a cualquiera, pero sabía que si aquel tipo se daba cuenta de que yo estaba allí, también me mataría. -Se interrumpió, mientras las lágrimas volvían a llenarle los ojos-. Actuaba con mucha calma. Incluso con lentitud. Era… ¿cuál es la palabra? Metódico. Era metódico. Como si tuviera todo el tiempo del mundo. Dio la vuelta al coche, con total tranquilidad, abrió la puerta y sacó a Hanna a rastras. Ella gritaba. Pobre Hanna. Yo no hice nada. Estaba clavado al suelo. Tiene que entender, Herr Fabel, sabía que moriría. No quería morir.

Fabel asintió, como si entendiera. Olsen no le temía a ningún hombre, pero había algo más que humano, o menos que humano, en la figura que estaba describiendo.

– La tenía agarrada por la garganta. -El labio inferior de Olsen temblaba mientras él hablaba-. Con una mano. Ella lloraba y le rogaba y le suplicaba que no la lastimara. Que no la matara. Él sólo se rio. Una risa horrible. Fría y seca. Luego dijo: «Ahora voy a matarte»; así, sencillamente. «Ahora voy a matarte»; tranquilo, no como si estuviera enfadado con ella o la odiara o algo así. La presionó contra el capó, casi con suavidad. Luego le pasó el cuchillo por la garganta. Muy lentamente. Con deliberación. Con cuidado. Después de aquello se quedó allí un rato, mirando los cuerpos, como si no tuviera ninguna prisa, como si no tuviera miedo de que pasara alguien por allí. Se quedó de pie, mirándolos. Luego se movió un poco hacia un lado y volvió a mirarlos. Después, arrastró el cuerpo de Schiller hacia el bosque.

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