Francisco Ledesma - El pecado o algo parecido
Здесь есть возможность читать онлайн «Francisco Ledesma - El pecado o algo parecido» весь текст электронной книги совершенно бесплатно (целиком полную версию без сокращений). В некоторых случаях можно слушать аудио, скачать через торрент в формате fb2 и присутствует краткое содержание. Жанр: Триллер, на испанском языке. Описание произведения, (предисловие) а так же отзывы посетителей доступны на портале библиотеки ЛибКат.
- Название:El pecado o algo parecido
- Автор:
- Жанр:
- Год:неизвестен
- ISBN:нет данных
- Рейтинг книги:4 / 5. Голосов: 1
-
Избранное:Добавить в избранное
- Отзывы:
-
Ваша оценка:
- 80
- 1
- 2
- 3
- 4
- 5
El pecado o algo parecido: краткое содержание, описание и аннотация
Предлагаем к чтению аннотацию, описание, краткое содержание или предисловие (зависит от того, что написал сам автор книги «El pecado o algo parecido»). Если вы не нашли необходимую информацию о книге — напишите в комментариях, мы постараемся отыскать её.
Sinopsis: Méndez lamentó la crueldad de su destino. Había venido a Madrid para no trabajar nada, y se encontraba con que tenía que averiguar qué había detrás del repugnante crimen cometido con el culo ignorado de una mujer ignorada en un lugar ignorado.
El pecado o algo parecido — читать онлайн бесплатно полную книгу (весь текст) целиком
Ниже представлен текст книги, разбитый по страницам. Система сохранения места последней прочитанной страницы, позволяет с удобством читать онлайн бесплатно книгу «El pecado o algo parecido», без необходимости каждый раз заново искать на чём Вы остановились. Поставьте закладку, и сможете в любой момент перейти на страницу, на которой закончили чтение.
Интервал:
Закладка:
– Una escultura muy original. Y muy extraña. ¿Qué significa?
– ¿Eso? ¡Y yo qué sé!
– Puede no valer nada y puede valer mucho -dijo Méndez-. No lo sé. Lo que es seguro es que usted no le tiene mucho aprecio.
– ¿Cómo se lo voy a tener? Le he dicho doscientas veces al señor Mayor que la tire, pero él siempre contesta que, por lo mucho que le costó, vale la pena conservarla. Y eso que no se la cobraron.
– Si no se la cobraron, ¿cómo le costó cara?
La secretaria hizo un gesto de asco.
– Porque a su hija, la infanta Carol, además de darle por los estudios, le dio por el arte. Menudas facturazas de su maestro de escultura, créame. Ni que fuera Rodin.
Y si al menos le hubiera enseñado la técnica clásica, la que sirve para algo y luego te permite, al menos, emplearte en una ebanistería. No. Lo que le enseñó fue eso que llaman la posmodernidad, el arte espontáneo, el arte del siglo XXII. Vamos, la escultura hecha con herramientas de supermercado, con herramientas de bricolaje. ¿Sabe por qué queda tan rara esa cabeza? Pues porque le nena la modeló con un aparato doméstico, con una máquina de barrenar. Con uno de esos cacharros que enchufas, les pones una broca, le das al gatillito y, hala, á hacer agujeros. Vaya mierda consiguió la infanta
Carol, ya lo ve. Pero parece que ella estaba la mar de orgullosa: según su madre, es una maestra del taladro, una campeona que no falla, una tía que agarra el cacharrito, le da caña y te corta en el aire los huevos de una mosca.
17 UNA CUESTIÓN DE VIAJES
Cualquiera que se haya molestado en mover las piernas y subir hasta lo más alto de la calle Poeta Cabanyes, en el Poblé Sec, conoce la zona. Pero no es fácil que mucha gente la conozca, porque al final de todo hay una escalera, y por la escalera no se puede subir en coche. Es, de todos modos, lugar muy fotográfico. Hasta apareció en una película sobre la muerte del president Companys, como calle donde se reunían unos viejos luchadores dispuestos a subir a lo alto de la montaña, cargarse el castillo de Montjuïc y salvarle. La lástima -pensaba Méndez- es que ya no quedan viejos luchadores, la gente no se acuerda de quién era el president Companys ni sabe dónde para Poeta Cabanyes.
El sí que subió a lo más alto de la escalera. Desde allí, la calle bajaba hasta el Paralelo, navegando entre pastelerías con nena gordita, bisuterías con dueña emancipada, panaderías republicanas y barberías donde ya en los años veinte se afeitaba el alcalde de barrio. Se deslizaba entre recuerdos como el de Joan Manuel Serrat, y entre olvidos como el de Antonio Sabrás, honrado médico de pobres que salvó a todos los desahuciados del barrio, y quién sabe si permitió que la madre de Joan Manuel Serrat viviera. Se detenía en bares donde aún quedaba una copa en que bebió el último vecino fusilado. Al atardecer, la calle se dejaba mirar desde los balcones por poetas que, no habiendo podido cantar una tarde de lujuria, dedicaban su vida a cantar una tarde de hambre.
Méndez aún recordaba la montaña llena de huertecitos al final mismo de la escalera, con caminos que serpenteaban sobre el campo de fútbol del Poblé Sec y zonas de barracas conflictivas, como las de Can Valero, donde la Superioridad le enviaba a hacer razzias y en las que obtuvo notables éxitos, como el de aquella vez que detuvo a varios ladrones que entre todos sumaban un botín de cien pesetas.
Ahora la calle se había aburguesado, varias casas estaban siendo restauradas y hasta había un par de bares famosos donde iban a hacer el aperitivo los capitalistas amantes del progreso. También existía, al pie de la montaña, una pensión familiar, muy modesta, para representantes de empresas desaparecidas y familiares de vecinos que venían a Barcelona para un entierro.
En esa pensión tan modesta, por absurdo que pareciese, se había hospedado Carol. Aunque quizá no fuera tan absurdo si, como había adivinado la secretaria, pretendía demostrar a su padre que aún le faltaba dinero para vivir. La pensión tenía un comedorcito con un trinchante y un florero, un recibidor con un retrato de Pablo Iglesias, un perchero con un gorro de ducha y dos únicas habitaciones para huéspedes, con balconcitos que daban a la calle y a su historia.
– Sí, aquí se hospedó una chica llamada Carol Mayor -dijo la dueña-, una chica monilla, pero que, la verdad, cuando vino aquí no tenía buena cara. Buenas paellas, le dije, buenas paellas le convienen a usted, como las que hacen en La Oliveta, las Siete Puertas y Casa Remigio, que es de toda confianza. Pero las chicas de hoy no son como las de antes: quieren que les quepa bien una talla dos veces inferior y que la ropa les quede resultona aunque sea en la caja de muertos. A las chicas de hoy, créame, les han de hacer una transfusión cada vez que les viene la regla. Ni se comió una paella, ni se bebió una copa de coñac Fundador, ni se trajo ningún hombre a la habitación ni le dio ningún gusto al cuerpo.
– Debía de pasar una mala época -opinó Méndez-, un tiempo coñón, de esos en que pierdes el apetito. Pero yo he visto en las fotografías que es una chica con las cosas puestas en su sitio. Claro que foto de mayor sólo he visto una, y eso engaña. Descríbamela.
La dueña de la pensión le describió una mujer como la que él había visto fotografiada en casa de Lola, aunque al parecer bastante más delgaducha.
– ¿No recibió a nadie mientras estuvo aquí? -preguntó Méndez.
– A nadie, aunque la verdad es que sólo venía a dormir. Le pregunté si tenía parientes en Barcelona, y me contestó que su madre. Entonces le pregunté también por qué no vivía con ella.
– ¿Y qué le contestó?
– Nada. Imaginé que estaban enfadadas la una con la otra.
Méndez pensó que aquello también era lógico. Lola no querría que, a través de la vivienda o las llamadas telefónicas, Carol descubriese lo que hasta entonces había sido su vida.
La dueña le estaba mirando fijamente.
– Bueno, en resumen, ¿a qué ha venido usted? ¿Qué más quiere saber?
– Nada. Sólo asegurarme de que la chica había estado aquí. Pura rutina.
Pero no era pura rutina. Al salir, Méndez lo pensó. Le era imposible olvidar el arte que la infanta Carol tenía con el taladro, le era imposible olvidar el agujero terrible, profundo, sádico, sabio que con un taladro habían hecho en un ano, el ano del David chorizo. Justo el que había amenazado a la infanta Carol y había dicho que, después de leer al marqués de Sade y a Pierre Loüys, estaba dispuesto a hacer toda clase de guarrerías con ella.
Méndez pensó también que aquello no le importaba nada; no era su trabajo. Pero la verdad es que le importaba. Méndez aún sentía como algo propio las historias de las calles, aún se fijaba en detalles que a la policía no le importan (como el miedo en los ojos de un niño o la amargura en los labios de una mujer), aún sabía ver en los portales las caras de los muertos y recordar los objetos nuevos que rompían la simetría del aire. Toda aquella historia (quizá a falta de otras historias más concretas, como por ejemplo la santa ira de una esposa) le obsesionaba. Buscó refugio en las mesas del viejo café Chicago, lugar de empleadillos y de copas pagadas a principio de mes, pero el café Chicago no existía; en su lugar perduraba una caja de ahorros donde en lugar de servirte un anís Machaquito te servían una libreta al dos por ciento.
Pocas mesas quedaban ya en el Paralelo, donde antaño pudieron sentarse todos los culos de Europa. Sólo una sillita aquí, una mesita allá. Méndez halló acomodo -que no paz- en los restos de una cervecería cuyas jarras, no demasiado limpias, conservaron durante años las marcas de un pintalabios de vedette y ahora conservaban con amor las babas de un jubilado. El Paralelo se estaba muriendo a trozos, a palmos cuadrados, a horas: alguien tenía que salir de la tumba e inventarlo otra vez. Porque Méndez sabía que las calles siempre tienen que ser inventadas. Volvió la cabeza.
Читать дальшеИнтервал:
Закладка:
Похожие книги на «El pecado o algo parecido»
Представляем Вашему вниманию похожие книги на «El pecado o algo parecido» списком для выбора. Мы отобрали схожую по названию и смыслу литературу в надежде предоставить читателям больше вариантов отыскать новые, интересные, ещё непрочитанные произведения.
Обсуждение, отзывы о книге «El pecado o algo parecido» и просто собственные мнения читателей. Оставьте ваши комментарии, напишите, что Вы думаете о произведении, его смысле или главных героях. Укажите что конкретно понравилось, а что нет, и почему Вы так считаете.