– ¿Y dónde ha estado Maja mientras tú «intervenías un poco en el trabajo»? -preguntó Erica destilando hielo en la voz.
Patrik se retorcía preguntándose si no tendría la gran suerte de que saltara la alarma de incendios, por ejemplo. Pero no, era evidente que no. Respiró hondo y se lanzó al abismo.
– Annika se quedó cuidándola un rato. En la comisaría. -No se explicaba cómo podía sonar tan mal ahora que lo expresaba con palabras y en voz alta, cuando antes ni se había planteado que no fuese lo ideal.
– O sea, que Annika se quedó cuidando de nuestra hija en la comisaría mientras tú salías a trabajar un par de horas, ¿lo he entendido bien?
– Esto… sí… bueno… -balbució Patrik buscando febrilmente algún modo de utilizar la situación a su favor-. Maja se lo ha pasado estupendamente. Al parecer, ha comido muy bien y luego Annika se la llevó a dar un breve paseo hasta que se durmió en el cochecito.
– Estoy convencida de que Annika ha hecho un excelente trabajo como canguro. No se trata de eso. Lo que me indigna es que tú y yo habíamos acordado que tú cuidarías de Maja mientras yo me concentraba en el trabajo. Y no digo que tengas que pasar con ella todos y cada uno de los minutos del día hasta el mes de enero, seguramente tendremos que recurrir a alguna canguro. Pero a mí me parece que es algo pronto para que se la dejes a la secretaria de la comisaría y te largues a trabajar después de tan sólo una semana de baja paternal, ¿no crees?
Patrik sopesó un instante si no sería aquella una pregunta retórica, pero, puesto que parecía estar esperando una respuesta, comprendió que no era el caso.
– Pues… ahora que lo dices… bueno, sí, claro que no ha sido muy buena idea… Pero es que ni siquiera habían comprobado si Erik tenía pareja o se veía con alguien, me entraron tantas ganas de hacer algo que… Bueno, ha sido una tontería por mi parte -reconoció rematando así su perorata incoherente. Acto seguido, se pasó la mano por el pelo, que quedó tan desgreñado como sus razones.
– A partir de este momento, nada de trabajo. Te lo prometo. Sólo la pequeña y yo. Es un pacto -aseguró levantando los dos pulgares en un intento por parecer tan digno de confianza como fuese posible. Erica parecía tener más cosas que decirle, pero luego dejó escapar un hondo suspiro y se levantó de la silla.
– Bien, cariño, tú no pareces haber sufrido lo más mínimo. ¿Le decimos a papá que está perdonado y bajamos a hacer la comida? -Maja asintió vehemente-. Papá nos preparará espaguetis a la carbonara, para compensar -añadió Erica bajando los peldaños con Maja en la cadera. Maja volvió a asentir con más entusiasmo aún: los espaguetis a la carbonara de papá eran uno de sus platos favoritos.
– ¿Y, entonces, qué habéis averiguado? -preguntó Erica unos minutos más tarde, cuando, sentada a la mesa de la cocina, observaba cómo Patrik freía el beicon y ponía a cocer los espaguetis. Maja se había instalado delante del televisor y del programa infantil Bolibompa, lo que les permitía un respiro de conversación adulta.
– Lo más probable es que muriera entre el 15 y el 17 de junio -declaró removiendo el contenido de la sartén-, ¡Ay, joder! -Parte de la mantequilla derretida le salpicó y le quemó el brazo-. Mierda, cómo duele. Suerte que no se pone uno a freír beicon desnudo.
– ¿Sabes qué, querido? Yo también opino que es una suerte que no te pongas a freír el beicon desnudo… -Erica le guiñó un ojo y él se le acercó y la besó en la boca.
– O sea, que vuelvo a ser «querido», ¿no? ¿Vuelvo a tener puntos de sobra?
Erica fingió reflexionar.
– Bueno, tanto como de sobra no diría yo, pero vuelves a estar a cero. Aunque, si la carbonara te sale buena de verdad, volverás a estar por encima…
– Y tú, ¿qué tal te ha ido hoy? -se interesó Patrik volviendo a los fogones para continuar con la cena. Con mucho cuidado, fue retirando de la sartén las tiras de beicon y poniéndolas sobre una hoja de papel de cocina para que escurrieran. El truco de una buena carbonara era que el beicon estuviese crujiente de verdad: no existía nada más asqueroso que el beicon blandengue.
– Pues, no sé por dónde empezar… -dijo Erica exhalando un suspiro. En primer lugar, le refirió el motivo de la visita de Anna y le habló de los problemas que llevaba aparejados la condición de madrastra de una adolescente. Luego se armó de valor y le contó su visita a casa de Britta. Patrik dejó la sartén y se la quedó mirando perplejo.
– ¿Fuiste a su casa para interrogarla? ¿Y resultó que la buena mujer tiene Alzheimer? No me extraña que su marido se pusiera furioso contigo, yo habría reaccionado igual.
– Sí, ya, muchas gracias, Anna me dijo lo mismo, así que ya he recibido bastantes recriminaciones por hoy, gracias, gracias. -Erica se ensombreció-. Debo decir que, cuando fui a verla, no lo sabía.
– ¿Y qué te dijo? -quiso saber Patrik mientras echaba los espaguetis en el agua hirviendo.
– Sabrás que esa cantidad bastaría para un regimiento, ¿verdad? -observó Erica al ver cómo caían en la cacerola casi dos tercios del paquete.
– ¿Quién está cocinando, tú o yo? -preguntó Patrik haciéndole un gesto de advertencia con la rasera-. Bueno, cuéntame, ¿qué te dijo?
– Pues, para empezar, parece que mi madre y ella se veían mucho de jóvenes. Resulta que formaban una pandilla bastante unida, ellas dos, Erik Frankel y un tal Frans.
– ¿Frans Ringholm? -preguntó Patrik muy interesado sin dejar de remover los espaguetis.
– Sí, creo que se llama así. Frans Ringholm. ¿Por qué? ¿Lo conoces? -Erica lo observaba llena de curiosidad, pero Patrik se encogió de hombros y negó con un gesto.
– ¿Te dijo algo más? ¿Tenía algún contacto con Erik o con Frans en la actualidad? O con Axel, claro.
– No lo creo -respondió Erica-, No parecía que ninguno de ellos hubiese mantenido el contacto con los demás, pero puede que me equivoque. -Enarcó una ceja y adoptó una expresión reflexiva, como si estuviese repasando mentalmente la conversación.
– Hubo algo… -añadió Erica despacio. Patrik dejó de remover y se concentró en escucharla con atención.
– Es que dijo algo… En fin, dijo algo sobre «viejos huesos» de Erik. Y algo así como que debían descansar en paz. Y que Erik había dicho… Bueno, nada, porque luego se perdió en la bruma y ya no pude averiguar nada más. A esas alturas estaba bastante perturbada, así que no sé cuánta importancia debo concederle a sus palabras. Seguro que no eran más que sinsentidos.
– Yo no estaría tan seguro -opinó Patrik pensativo-. No estaría tan seguro. Es la segunda vez que oigo hoy la expresión «viejos huesos» en relación con Erik. Viejos huesos… ¿Qué demonios significará?
Y mientras Patrik reflexionaba, el agua de la pasta se salió de la cacerola.
Frans se había preparado a conciencia para la reunión. El consejo de administración se reunía una vez al mes, y eran muchos los puntos del orden del día. Pronto habría elecciones, y tenían por delante uno de los mayores retos que se les presentaban.
– ¿Ya estamos todos? -Miró en torno a la mesa y contó en silencio a los otros cinco miembros del consejo. Todos eran hombres. La balanza de la igualdad aún no había alcanzado las organizaciones neonazis. Seguramente tampoco llegara a hacerlo nunca.
Bertolf Svensson les había cedido el local de Uddevalla: ahora se hallaban en el sótano del bloque de su propiedad. Por lo general, se usaba como local de reuniones de la comunidad y para las celebraciones de los vecinos, y aún se apreciaban las consecuencias de la fiesta organizada por alguno de ellos. Además, tenían acceso a una oficina en el mismo edificio, pero se trataba de una sala demasiado pequeña para asambleas de grupo.
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