– ¡Para ya! -chilló Erica-. Si sigues así, no podré excitarme contigo nunca más… -Patrik respondió arrojándose sobre ella y, con un alarido animal, empezó a hacerle cosquillas por todas partes.
– ¡Retira eso! ¡Retira eso ahora mismo!
– Sí, sí, bueno, lo retiro, ¡pero para ya! -gritó Erica, que tenía muchísimas cosquillas.
– ¡Mamá! ¡Papá! -se oyó llamar con entusiasmo desde la puerta. Maja palmoteaba encantada de presenciar aquel espectáculo. El alboroto en el dormitorio de sus padres le estaba resultando tan interesante que acudió a investigar.
– Ven aquí, que papá te haga cosquillas a ti también -dijo Patrik subiéndola a la cama. Un segundo después, madre e hija chillaban entre risas. Al cabo de un rato, los tres descansaban agotados en la cama remoloneando hasta que Erica se levantó de un salto.
– Se acabó, hay que darse prisa. Yo visto a Maja mientras tú te adecentas.
Veinte minutos después, Erica conducía hacia el edificio municipal de servicios sociales, que alojaba tanto la biblioteca como la farmacia. Sentía cierta curiosidad. Era la primera vez que veía a Karin, aunque, naturalmente, había oído hablar bastante de ella. Pero, en honor a la verdad, Patrik había sido bastante discreto con el tema de su primer matrimonio.
Aparcó el coche, ayudó a Patrik a sacar el cochecito del maletero y fueron juntos a saludar a Karin. Respiró hondo y le estrechó la mano.
– Hola, soy Erica -se presentó-. Hablamos ayer por teléfono.
– ¡Cómo me alegro de conocerte! -exclamó Karin. Erica notó, no sin cierta sorpresa, que la mujer que tenía delante le caía bien. Vio con el rabillo del ojo que Patrik se balanceaba incómodo de un lado a otro, y no pudo evitar ceder a la flaqueza de disfrutar un poco de la situación. Sinceramente, era de lo más divertida.
Escrutó curiosa a la ex mujer de Patrik y constató enseguida que Karin estaba más delgada que ella, era un poco más baja y tenía el cabello oscuro recogido en una sencilla cola de caballo. No iba maquillada, era de facciones bonitas, pero tenía aspecto de estar… algo cansada. Por la vida de ama de casa con niños pequeños, pensó Erica diciéndose que tampoco ella habría superado una inspección minuciosa antes de conseguir que Maja durmiese bien por las noches.
Charlaron unos minutos, hasta que Erica se despidió y se encaminó a la biblioteca. En cierto modo, fue un alivio ver por fin la cara de la mujer que había constituido una parte importante de la vida de Patrik durante ocho años. Ni siquiera la había visto en fotografía. Dadas las circunstancias en las que se separaron y comprensiblemente, Patrik no quiso conservar ningún documento gráfico de su vida en común.
En la biblioteca el ambiente era tan apacible como de costumbre. Había pasado allí muchas horas: las bibliotecas tenían algo que le infundía una sensación de infinita satisfacción.
– ¡Hola, Christian!
El bibliotecario levantó la vista y le respondió con una amplia sonrisa, antes de saludarla:
– ¡Hola, Erica! Qué alegría verte por aquí. ¿Qué puedo hacer por ti? -Su acento de sonaba, como de costumbre, de lo más agradable. Erica se preguntaba a menudo por qué la gente de Småland no tenía más que abrir la boca para resultar simpática. Pero, en el caso de Christian, la primera impresión era perfectamente válida. Siempre se comportaba de un modo amable y solícito, y, además, era muy bueno en su trabajo. Había ayudado a Erica en un sinfín de ocasiones a obtener, como por arte de magia, información que dudaba mucho haber podido localizar sin su colaboración.
– ¿Se trata del mismo caso cuyos datos buscabas la última vez? -preguntó mirándola esperanzado, ^as cuestiones de Erica siempre eran bienvenidas, ya que constituían una interrupción muy grata de su, por lo demás, monótono quehacer, consistente en buscar información sobre peces, barcos de vela y la fauna de la región de Bohuslän.
– No, hoy no -negó sentándose en la silla que había ante el mostrador de información tras el cual atendía Christian-. Hoy se trata de recabar información sobre personas de Fjällbacka. Personas y sucesos.
– ¿Personas? ¿Sucesos? ¿No podrías ser algo más concreta? -le dijo con un guiño.
– Lo intentaré. -Erica le soltó la retahíla de nombres-, Britta Johansson, Frans Ringholm, Axel Frankel, Elsy Falck, no, perdona, Elsy Moström y… -dudó un instante, pero añadió enseguida-: Erik Frankel.
Christian hizo un gesto de asombro.
– ¿No es ese el hombre al que hallaron asesinado?
– Pues sí -respondió Erica parcamente.
– ¿Y Elsy? ¿Es tu…?
– Mi madre, sí. Necesito algo de información sobre la vida de estas personas en torno a los años de la Segunda Guerra Mundial. ¿Sabes qué te digo? Mejor limita la selección a los años de la guerra.
– O sea entre 1939 y 1945.
Erica asintió y observó esperanzada mientras Christian tecleaba los datos solicitados en su ordenador.
– Por cierto, ¿cómo van las cosas con ese proyecto tuyo?
Una sombra cubrió el semblante del bibliotecario. Pero el hombre se repuso enseguida y respondió:
– Pues bien, gracias, estoy a mitad de camino. Y, en gran medida, a ti y a tus sugerencias debo el haber llegado tan lejos.
– Anda, hombre, si no fue nada -repuso Erica minimizando el elogio un tanto avergonzada-. No tienes más que decírmelo, si necesitas más consejos sobre escritura, o si quieres que luego le eche un vistazo al manuscrito. A propósito, ¿tienes ya título?
– La sirena -contestó Christian sin mirarla de frente-. Se llamará La sirena.
– ¡Qué buen nombre! ¿De dónde…? -comenzó Erica. Pero Christian la interrumpió bruscamente. Ella lo miró sorprendida, no era propio de él. Se preguntaba si le habría dicho algo que hubiese podido molestarlo, pero no se le ocurría qué podía ser.
– Aquí hay unos cuantos artículos que creo que pueden interesarte -dijo Christian-, ¿Quieres que los imprima?
– Sí, por favor -respondió Erica aún intrigada. Sin embargo, unos minutos más tarde, cuando Christian volvió de la impresora con un puñado de copias para ella, era otra vez la amabilidad personificada.
– Aquí tienes con qué entretenerte. Y si necesitas otra cosa, dímelo.
Erica le dio las gracias y salió de la biblioteca. Tuvo suerte. La cafetería que había enfrente acababa de abrir y, antes de sentarse a leer, pidió un café. Pero la lectura resultó tan interesante que se le enfrió sin haberlo probado.
– Bien, ¿qué tenemos por el momento? -Mellberg estiró las piernas con una mueca de dolor. ¿Por qué durarían tanto las malditas agujetas? A ese paso, no habría terminado de recuperarse cuando ya tendría encima el momento de machacarse de nuevo el cuerpo en la próxima clase de salsa del viernes. Aunque, curiosamente, la idea no le resultaba tan aterradora. Había algo en la combinación de aquella música fascinante, la proximidad del cuerpo de Rita y el hecho de que, al final de la clase de la semana anterior, los pies empezaran a pillar el ritmo. No, no pensaba rendirse a la primera de cambio. Si había alguien con el potencial necesario para convertirse en el rey de la salsa de Tanumshede, ese era él.
– Perdona, ¿qué decías? -Mellberg se sobresaltó. Se había perdido por completo la respuesta de Paula, absorto como estaba soñando despierto al son de ritmos latinos.
– Sí, decía que hemos conseguido determinar el intervalo de tiempo en el que debieron de asesinar a Erik Frankel -dijo Gösta-. El 15 de junio estuvo en casa de su… novia, o como queramos llamarla a su edad. Cortó con ella y, al parecer, estaba claramente bebido, lo que, según la mujer, no sucedía jamás.
– Y después, el 17 de junio, estuvo allí la mujer de la limpieza, pero no pudo entrar -continuó Martin-, Eso no quiere decir que ya estuviera muerto, pero podemos tomarlo como un claro indicio de ello. Según nos dijo la asistenta, nunca le había ocurrido. Si los hermanos no estaban en casa, le dejaban una llave.
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