José Somoza - Clara y la penumbra

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En los circuitos internacionales del arte está en auge la llamada pintura hiperdramática, que consiste en la utilización de modelos humanos como lienzos. El asesinato de Annek, una chica de catorce años que trabajaba como cuadro en la obra "Desfloración", en Viena, pone en guardia a la policía y al Ministerio de Interior autriaco, que son presionados por la poderosa Fundación van Tysch para que no hagan público el crimen, ya que la noticia desencadenaría el pánico entre sus modelos y la desconfianza entre los compradores de pintura hiperdramática. Y mientras tanto, Clara Reyes, que trabaja como lienzo en una galería de Madrid, recibe la visita de dos hombres extranjeros que le proponen participar en una obra de carácter "duro y arriesgado"; el reto empieza en el mismo momento de la oferta, ya que la modelo debe ser esculpida también psicológicamente. De esta forma, Clara entra en una espiral de miedo y fascinación, que envuelve también al lector y lo enfrenta a un debate crucial sobre el valor del arte y el de la propia vida humana.

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La respuesta de Nikki fue inmediata, como si hubiese esperado aquella pregunta desde el principio. Bosch agradeció una vez más su cuantiosa eficacia.

– A salvo, en la furgoneta de evacuación, no te preocupes. Todo está controlado. Lo que ocurre es que La ni ñ a en la ventana es un cuadro de una sola figura colocada libremente, como el Titus o la Betsab é , y por ello el equipo de Van Hoore la ha evacuado antes que otras pinturas más complicadas.

Bosch entendió perfectamente la explicación, y por un instante el alivio que sintió le impidió hablar. Entonces se dio cuenta de algo.

– Pero la mayor parte de los cuadros siguen aquí. Incluso están saliendo otra vez de las furgonetas. No lo entiendo.

– La evacuación se ha suspendido hace cinco minutos, Lothar.

– ¿Qué? ¡Eso es absurdo…! El terremoto puede repetirse en cualquier momento… Y quizá los toldos no aguanten otra vez la…

Nikki lo interrumpió.

– No ha sido un terremoto. Tampoco un defecto en la construcción de los toldos, como pensábamos hace un momento. Hoffmann acaba de llamarnos. Se trata de un asunto de Arte que todos ignorábamos, incluyendo Conservación y la mayoría del propio personal de Arte… Algo relacionado con el cuadro de Cristo, que, al parecer, era una acci ó n interactiva con efectos especiales y nadie lo sabía.

– ¡Pero el Túnel se tambaleó de arriba abajo, Nikki! ¡Estaba a punto de caerse!

– Sí, aquí en la roulotte lo notamos porque los monitores vibraron, pero, por lo visto, no se hubiera ca í do jam á s. Era un truco. Al menos, eso asegura Hoffmann. Afirma que todo estaba bajo control, que los cuadros no han sufrido desperfectos, y que no comprende muy bien por qué se ha desatado esta oleada de pánico. Insiste en que el movimiento del Túnel no fue tan violento y que resultaba obvio que se trataba de un detalle artístico porque comenzaba justo después de que el Cristo «expiraba» en la cruz lanzando un grito…

Bosch recordó en ese momento que todo había comenzado con un grito.

– En fin -dijo Nikki-, aquí no hemos entendido nada, claro, pero se trata de arte moderno y no hay que intentar entenderlo, ¿no…? Ah, y al Maestro y a Stein no hay quien los localice. Y Benoit está que se sube por las paredes…

Pese al doble alivio que sentía al saber que Danielle se encontraba a salvo y que la aparente catástrofe había sido menos grave de lo que imaginaba, algo semejante a la irritación empezaba a dominar a Bosch. Miró a su alrededor contemplando, bajo la creciente oscuridad de la tarde, las luces parpadeantes y el tumulto de policías más allá de las vallas. Oyó el lamento de las sirenas de ambulancias. Percibió la confusión que se adivinaba en el rostro de los cuadros, conservadores, agentes de Seguridad, técnicos y visitantes; el desconcierto y el miedo reflejado en los ojos de la gente con la que había compartido aquellos minutos angustiosos. ¿Un truco de Arte? ¿Un detalle art í stico? ¿Y los cuadros no hab í an sufrido desperfectos? «Pero ¿y el público, Hoffmann? ¿Te olvidas del público?» ¡Posiblemente había gente malherida…! No podía comprenderlo.

– ¿Lothar?

– Sí, Nikki, dime -respondió Bosch, aún indignado.

– Lothar, antes de que se me olvide: nos ha llamado ¡a señorita Wood por lo menos cien veces. Quiere saber, y cito textualmente, «dónde diablos te metes y por qué no respondes al teléfono»… Aquí hemos procurado explicarle lo sucedido, pero ya sabes cómo es la jefa cuando se enfada. Empezó a maldecirnos a todos. Le daba igual que el mundo se hubiera hundido y que tú te encontraras debajo, quería hablar contigo, sólo contigo, nada más que contigo. Urgentemente. Ahora mismo. ¿Sabes su número?

– Sí, creo que sí.

– Si aprietas el botón de llamadas perdidas, saldrá ella con toda seguridad. Que te sea leve.

– Gracias, Nikki.

Mientras marcaba el número de Wood, Bosch consultó la hora: 21.12. Un repentino golpe de brisa con olor a óleo agitó los faldones de su chaqueta y bañó su espalda sudorosa, haciéndolo sentirse mejor. Observó que los técnicos de Arte estaban trasladando a los cuadros fuera de la plazoleta. Sin duda pensaban reunidos en las roulottes. Casi todos los cuadros llevaban albornoces. Las alas del Ángel brillaban entre la multitud.

Se preguntó qué sería eso tan importante que Wood tenía que decirle.

Se llevó el teléfono al oído y esperó.

21.12 h

Danielle Bosch se encontraba en el interior de la furgoneta a oscuras. El vehículo se había detenido en algún sitio pero ella no sabía por qué. Supuso que quizás el conductor esperaba la llegada de alguien. Lo cierto era que el tipo no hablaba con ella, no le explicaba nada. Se limitaba a permanecer sentado en silencio tras el volante, en la oscuridad, una silueta apenas recortada por el débil resplandor del parabrisas. Danielle, en su asiento, asegurada con cuatro cinturones, respiraba tranquila intentando mantener la calma. Aún seguía vestida con el largo camisón blanco de La ni ñ a en la ventana y pintada con las cuatro espesas capas de óleo que exigía su figura. Cuando sintió el terremoto pensó que alguna de las capas se habría desprendido de su piel, pero ahora comprobaba que no era cierto. Se había puesto a recordar a sus padres. Una vez pasado el susto, tenía ganas de hablar con ellos y también con su tío Lothar para decirles que se encontraba bien. En realidad, no le había ocurrido nada: instantes después de que el Túnel hubo empezado a temblar, aquel señor tan amable se había acercado a ella y la había guiado hacia el exterior iluminando el camino con una linterna. Luego, tras asegurarla al asiento de la parte trasera de la furgoneta, había salido de Museumplein. Danielle ignoraba qué camino habían tomado. Ahora, tras aparcar en la oscuridad, el conductor esperaba.

De repente su silueta se movió, se puso en pie y miró hacia donde ella estaba. La niña lo contempló un poco inquieta. Era un hombre alto y, al parecer, muy fuerte. Entonces se acercó.

A la escasa luz que aún persistía en el interior del vehículo, Danielle pudo comprobar que el hombre sonreía.

21.15 h

Inmediatamente después de hablar con Wood, Lothar Bosch se puso en contacto con Nikki a través del micro. Sus manos temblaban.

«Es imposible. April se equivoca esta vez.»Nikki se mostró tan sorprendida como él ante su primera pregunta.

– ¿Los cuadros evacuados? Por Dios, Lothar, están perfectamente. Un poco asustados, supongo, pero sin desperfectos. Los han trasladado al hotel, pero no están recogidos. Continúan dentro de las furgonetas estacionadas en el aparcamiento del hotel.

Se trataba de una medida adicional de seguridad. Los cuadros sólo podían ser guardados en las habitaciones por el personal correspondiente. La única responsabilidad del equipo de evacuación consistía en alejarlos de un posible peligro.

– Así pues, ¿se encuentran en el aparcamiento del hotel? -insistió Bosch.

– Exacto. Se discutió en la última reunión, ¿recuerdas? Decidimos descartar el traslado inmediato al Viejo Atelier porque Alfred dijo que el Atelier estaría vacío y cerrado esta noche y no queríamos añadir personal de guardia…

Bosch lo recordaba. Hubiera colgado en ese momento, pero las órdenes de Wood eran tajantes: tenía que asegurarse.

– ¿Están todos los cuadros en el aparcamiento ahora mismo?

– Todos. ¿Qué es lo que temes?

– ¿Los localizadores de las furgonetas funcionan?

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