José Somoza - Clara y la penumbra

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En los circuitos internacionales del arte está en auge la llamada pintura hiperdramática, que consiste en la utilización de modelos humanos como lienzos. El asesinato de Annek, una chica de catorce años que trabajaba como cuadro en la obra "Desfloración", en Viena, pone en guardia a la policía y al Ministerio de Interior autriaco, que son presionados por la poderosa Fundación van Tysch para que no hagan público el crimen, ya que la noticia desencadenaría el pánico entre sus modelos y la desconfianza entre los compradores de pintura hiperdramática. Y mientras tanto, Clara Reyes, que trabaja como lienzo en una galería de Madrid, recibe la visita de dos hombres extranjeros que le proponen participar en una obra de carácter "duro y arriesgado"; el reto empieza en el mismo momento de la oferta, ya que la modelo debe ser esculpida también psicológicamente. De esta forma, Clara entra en una espiral de miedo y fascinación, que envuelve también al lector y lo enfrenta a un debate crucial sobre el valor del arte y el de la propia vida humana.

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– Perfectamente. Tenemos las señales en pantalla ahora mismo.

– ¿De todas?

Nikki habló con paciencia maternal.

– De todas, Lothar. No te preocupes más por Danielle. Está guardada en una furgoneta blindada y…

– ¿Puedes decirme los cuadros que han sido evacuados?

– Naturalmente. -Nikki hizo pequeñas pausas tras cada uno de los títulos, y Bosch pensó que los leía en la pantalla-. Betsab é , La ni ñ a en la ventana, La novia jud í a, Titus y Susana sorprendida por los ancianos.

– ¿Sólo esos cinco?

– Sólo. Los demás estaban a punto de salir cuando la evacuación se suspendió.

– ¿Las señales de los cinco vehículos aparecen correctamente en pantalla ahora mismo?

– Respuesta afirmativa. ¿Sucede algo, Lothar?

Bosch titubeaba con el auricular en la mano.

– ¿Hay alguien más con los cuadros aparte del personal de' emergencia?

– Los vigilantes del aparcamiento. Y un equipo de Seguridad se dirige hacia allí. Llegarán en seguida.

Bosch podía creer eso. El hotel elegido para albergar a los cuadros era el Van Gogh, muy próximo al Barrio de los Museos. Se podía ir caminando desde el Museumplein.

– Martine me hace una seña -informó Nikki en ese momento-. Continuamos recibiendo las cinco señales, Lothar. Todo marcha bien, te lo aseguro. Están en el aparcamiento, esperando instrucciones.

¿Qué más le quedaba por preguntar? Sospechaba que el temor de la señorita Wood era infundado.

Rezaba para que, esta vez, Wood estuviera equivocada.

21.17 h

La sombra del conductor se agachó junto a Danielle. La oscuridad en aquella zona de la furgoneta era aún mayor y Danielle apenas logró entrever unos bonitos ojos azules y una rígida sonrisa.

– ¿Te encuentras bien? -preguntó el hombre en nítido holandés.

– Sí.

– Menudo susto, ¿no?

Danielle asintió. El hombre, en cuclillas junto a su asiento, la miraba sonriente.

– ¿Qué estamos esperando? -preguntó Danielle.

– Órdenes -dijo el hombre.

Ella no sabía por qué, pero aquella oscuridad y aquel silencio la atemorizaban un poco. Afortunadamente, el hombre parecía tranquilizador, con su amable sonrisa.

21.18 h

De repente a Bosch se le ocurrió otra pregunta.

– Nikki, ¿qué cuadro fue el primero en ser evacuado? ¿Lo sabemos?

Nikki se lo dijo.

– En menos de un minuto estaba en la furgoneta -añadió, risueña-. Todo un récord. El agente de evacuación se movió muy rápido… ¿Lothar…? ¿Sigues ahí…?

Un silencio.

Un silencio muy largo. Nikki pensó que la comunicación se había cortado. Entonces oyó de nuevo a Bosch.

– Nikki, escúchame con atención. Comunícate con Alfred y Thea… También con Gert Warfell. Se trata de una emergencia… No me hagas preguntas, por favor… Quiero que un equipo de Seguridad acordone el hotel en menos de diez minutos… Prioridad absoluta…

Cuando colgó, miró a su alrededor, aturdido. Un altavoz había empezado a distribuir frases de calma. El jefe de bomberos se dirigía al público para anunciar que lo sucedido no se debía a un desperfecto del Túnel y que no era de temer que volviera a ocurrir. La policía también pedía calma. Ésa era la petición general. Todo el mundo, en todas partes, intentaba calmarse. La gente alrededor de Bosch comenzaba a sonreír de nuevo. La tragedia se deslizaba suavemente hacia la anécdota.

Pero dentro de Bosch el horror proseguía.

Intuía que la señorita Wood tenía razón una vez más.

Nikki acababa de decirle que el cuadro que había sido evacuado en primer lugar era Susana sorprendida por los ancianos. Y Wood, momentos antes, le había dicho: «Es Susana sorprendida por los ancianos. É se es el cuadro que ha elegido esta vez, Lothar».

21.19 h

Después de llevarlos al Viejo Atelier e introducirlos en una de las cabinas de ensayo del primer sótano, el conductor había mostrado su permiso. Era una tarjeta color turquesa. Aquel permiso, decía, le facultaba para realizar los retoques precisos en el cuadro. Clara no fue la única sorprendida: observó que los Ancianos también miraban al conductor con extrañeza. ¿Significaba eso que era pintor?, preguntó el Primer Anciano, Leo Krupka (así se había presentado a Clara momentos antes), el lienzo que ella había visto en el aeropuerto de Schiphol. El conductor dijo que no era pintor, sólo uno de los encargados de mantener el cuadro en perfecto estado. ¿Y no era eso tarea de Conservación? (pregunta de Frank Rodino, el Segundo Anciano, alto y corpulento). Sí, pero también de Arte. Arte realizaba un «mantenimiento» con todas sus grandes obras, aunque no se preocupaba por la salud de las figuras sino por sus propias prioridades. El conductor tenía órdenes de evacuar el cuadro y guardarlo, en efecto, pero no sin antes ajustar su tensión. Una obra como aquélla no podía, sencillamente, empaquetarse y enviarse a casa.

El joven había sido muy eficaz. Casi coincidiendo con el inicio de aquel temblor que había sacudido las paredes del Túnel, se había acercado a ellos y había pronunciado en inglés la palabra «evacuación». Los condujo hacia el exterior y los guardó en la furgoneta con notable rapidez. Apenas se detuvo para entregarle un albornoz a Clara, que iba desnuda, con el óleo tensando su piel. Los Ancianos ni siquiera se habían despojado de los ropajes del cuadro. Luego, cuando cambiaron de furgoneta en el aparcamiento del hotel, les explicó que el Túnel había estado a punto de caerse y que sus órdenes eran evacuar el cuadro y llevarlo al Viejo Atelier. Hablaba un inglés culto y fluido teñido de un acento que Clara no lograba identificar. Era guapo, aunque quizá muy delgado, y lo más llamativo de su aspecto seguían siendo aquellos ojos en un azul muy tenue.

En la cabina de ensayo donde se encontraban había una mesa con un maletín y una bolsa de hule que parecían pertenecer al conductor. También estaban las cajas de etiquetas de las tres figuras. El conductor repartió las etiquetas y pidió que se las colocaran. Rodino, con su enorme corpulencia, tuvo dificultades para encorvarse y buscar su tobillo. Luego los hizo sentarse en sillas, como buenos alumnos, y él se quedó de pie junto a la mesa.

Les dijo que se llamaba Matt. Trabajaba en la Fundación haciendo un poco de todo.

– Justo lo que voy a hacer ahora. Un poco de todo.

Matt procuraba que las figuras lo comprendiesen. Continuamente buscaba en las miradas de Krupka y Clara -que no eran angloparlantes nativos- algún indicio de confusión, entonces repetía la frase, o si surgía alguna palabra oscura, hacía gestos, o la cambiaba por otra. Eso los obligaba a estar atentos, pese al cansancio que sentían. Se había quitado el chaleco verde con las palabras «Equipo de Evacuación», y se había quedado en camisa y pantalón. Ambos eran blancos. También el rostro. Todo Matt era un cúmulo de blancura.

– ¿Qué vamos a hacer? -indagó Krupka.

– Os lo explico ahora.

Se dio la vuelta y abrió el maletín. Sacó algo. Eran unos papeles.

– Esto es una parte importante en el mantenimiento de tensión del cuadro, pero no me preguntéis por qué. Ya tenéis experiencia suficiente para saber que vuestra obligación consiste en acatar los deseos del artista, aunque parezcan absurdos.

Estaba repartiendo los papeles. Empezó por Krupka, siguió con Rodino y pasó a Clara. Sus ojos eran muy expresivos, enterrados en una máscara de piel tersa.

El papel contenía un pequeño texto en inglés. Se trataba de unas palabras que a Clara se le antojaron incomprensibles, una especie de divagación filosófica sobre el arte. Cada uno de ellos -explicó Matt- leería por turno mientras él grababa sus voces. Era importante leer bien, en voz alta y nítida. Si fuera necesario, la grabación se repetiría.

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