Joe Hill - Cuernos

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¿QUÉ PASARÍA SI UNA MAÑANA DESPUÉS DE UNA BORRACHERA HORRIBLE, TE DESPERTARAS CON UNOS INCIPIENTES CUERNOS EN LA CABEZA?
La vida de Ig Perrish es un verdadero infierno desde que su novia Merrin fuera asesinada un año atrás, en un episodio que si bien le fue ajeno tendió sobre él un manto de sospechas que nunca pudo sacudirse.
Una mañana, después de una fuerte borrachera, se encuentra con unos cuernos creciendo en su frente. Con el pasar de las horas descubrirá que tienen un extraño efecto en la gente: les hace contarle sus más oscuros deseos y secretos. Así, Ig se entera de que todo el pueblo, incluso sus padres, creen que él fue quien mató a Merrin. Tras el desconcierto de los primeros momentos, Ig aprenderá a sacar ventaja de ser el mismísimo diablo…
Joe Hill, príncipe del terror y autor prodigio de la exitosa novela El traje del muerto, vuelve a ponernos los pelos de punta con esta extravagante, original e imaginativa historia, en la que todo es, aparentemente, extraño e inexplicable.

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Mantuvo la puerta entreabierta con ayuda del cuchillo. Unos años atrás sus padres habían convertido el dormitorio en un cuarto de invitados dejándolo tan impersonal como una habitación de hotel para ejecutivos. Su hermano dormía de espaldas con una mano sobre los ojos. Profirió un murmullo de asco y chasqueó los labios. Ig paseó la mirada por la mesilla de noche y vio una caja de Benadril. Él tenía asma, pero su hermano era alérgico a todo: a las abejas, a los cacahuetes, al polen, al pelo de gato, a New Hampshire y al anonimato. El murmurar y el mascullar se debían a la medicación contra la alergia, que le sumergía en un sueño curiosamente inquieto. Canturreaba pensativo, como si estuviera llegando a conclusiones serías pero importantes.

Caminó con sigilo hasta la cama y se sentó en la mesilla de noche sosteniendo el cuchillo. Sin asomo de furia ni irritación, consideró la posibilidad de hundirlo en el pecho de Terry. Podía imaginarlo con claridad. Primero le sujetaría contra la cama con una rodilla, buscaría un lugar entre dos costillas y clavaría el cuchillo con las dos manos mientras su hermano luchaba por recuperar la consciencia.

No iba a matar a Terry. No podía. Ni siquiera estaba seguro de ser capaz de matar a Lee mientras dormía.

– Keith Richards -dijo Terry con voz clara, e Ig se sorprendió tanto que se puso en pie de un salto-. Estaría genial.

Ig observó a su hermano esperando que retirara la mano de los ojos y se sentara, parpadeando adormilado, pero no estaba despierto, sólo hablaba en sueños. Hablaba de Hollywood, de su puto trabajo, de cómo se codeaba con estrellas de rock, de las audiencias, de modelos espectaculares. Vera estaba en el hospital, Ig había desaparecido y Terry soñaba con los buenos tiempos en la tierra de Hothouse. Por un momento el odio le impidió respirar y sus pulmones lucharon por llenarse de oxígeno. Sin duda Terry tenía un billete de vuelta a la Costa Oeste para el día siguiente; odiaba Villa Paleto y nunca se quedaba allí más tiempo del estrictamente necesario, incluso antes de la muerte de Merrin. No veía razón alguna para dejarle regresar con todos los dedos de la mano. Terry estaba tan grogui que podría cogerle la mano derecha, la que usaba para tocar la trompeta, y cortarle todos los dedos de un solo golpe antes de que se despertara. Si él había perdido a su gran amor, Terry podría pasarse sin el suyo. Que aprendiera a tocar el puto silbato.

– Te odio, egoísta hijo de puta -susurró mientras cogía la muñeca de su hermano y se la retiraba de los ojos, y en ese momento…

* * *

Terry se despierta de pronto y mira a su alrededor adormilado; no sabe dónde está. En un coche que no reconoce en una carretera que no reconoce, llueve con tal fuerza que los limpiaparabrisas no dan abasto, el mundo nocturno está más allá de un borrón de árboles azotados por la tormenta y un cielo negro en ebullición. Se frota la cara con una mano tratando de aclarar sus pensamientos y mira hacia arriba, de algún modo esperando ver a su hermano pequeño sentado junto a él, pero en lugar de ello ve a Lee Tourneau, conduciendo hacia las tinieblas.

Empieza a recordar el resto de la noche; los hechos empieza a encajar lentamente sin seguir un orden particular, como las piezas en una partida de tetris. Tiene algo en la mano izquierda. No es un porro ni cualquier canuto de marihuana, sino un grueso puro de hierba del valle de Tennessee del tamaño de su dedo pulgar. Esta noche ha estado en dos bares y en una fogata en la orilla del río bajo el puente Old Fair Road dando vueltas con Lee. Ha fumado y bebido demasiado y sabe que se arrepentirá por la mañana, que es cuando tiene que llevar a Ig al aeropuerto, porque su hermanito tiene que coger un vuelo a la vieja Inglaterra, Dios salve a la reina. Sólo faltan cuatro horas para que sea por la mañana y no se encuentra en estado de conducir; cuando cierra los ojos tiene la sensación de que el Cadillac de Lee se escora hacia la izquierda como un bloque de mantequilla fundiéndose en una sartén inclinada. Esta sensación de mareo le hace salir de su sopor.

Se sienta y se obliga a concentrarse en lo que hay a su alrededor. Parece que van por una carretera zigzagueante que rodea el pueblo, trazando un semicírculo por la periferia de Gideon, pero eso no tiene ningún sentido. Allí no hay nada excepto la vieja fundición y El Abismo, y no hay razón alguna para ir a ninguno de los dos sitios. Cuando dejaron el río, Terry supuso que Lee le llevaría a casa y se alegraba de ello. Pensar en su cama, con sábanas limpias y su mullido edredón, le había hecho casi estremecerse de placer. Lo mejor de ir a casa era despertarse en su dormitorio de siempre -en su antigua cama, al olor del café haciéndose en la cocina y con el sol entrando entre las cortinas- y saber que tenía todo el día por delante. En cuanto al resto de Gideon, se alegra de haberlo dejado atrás.

La velada de hoy es el ejemplo perfecto de lo que no se ha perdido al marcharse. Se ha pasado la noche alrededor de una fogata sin sentirse en absoluto parte de lo que ocurría, como si observara la escena desde detrás de un cristal: las camionetas aparcadas en la orilla, los amigos borrachos forcejeando en el bajío mientras sus chicas les animaban a gritos y el cretino de Judas Coyne pinchando como dj, un tío cuya idea de la complejidad musical es una canción tocada a cuatro cuerdas en lugar de tres. Gente de pueblo. Cuando empezó a tronar y cayeron las primeras gotas gruesas y calientes, Terry dio gracias al cielo. No entiende cómo su padre ha podido vivir allí veinte años, él apenas puede soportar setenta y dos horas seguidas en este lugar.

Su principal recurso para aguantar la situación lo lleva escondido en la mano izquierda, y aunque sabe que ya ha superado sus límites, una parte de él está deseando encenderlo y dar otra calada. Y lo haría si la persona sentada a su lado no fuera Lee Tourneau. No es que Lee fuera a quejarse o a castigarle con algo más que una de sus miradas desagradables, pero es que Lee es ayudante del congresista que encabeza la Liga Antidroga, un defensor ardiente de los valores familiares supercristianos, y sería una putada que le pillaran metido en un coche apestando a marihuana.

Lee se había pasado alrededor de las seis y media para despedirse de Ig. Después se quedó jugando al póquer con Ig, Terry y Derrick Perrish. Ig ganó todas las manos y les sacó cuatrocientos dólares. «Toma -había dicho Terry tirando un puñado de billetes de veinte a la cara de su hermano pequeño-. Cuando Merrin y tú estéis disfrutando de vuestra botella de champán postcoital pensad en nosotros, que la hemos pagado». Ig se había reído. Parecía encantado consigo mismo pero también azorado. Se había levantado y había besado a su padre y después también a Terry en uno de los lados de la cabeza, un gesto inesperado que había pillado a éste por sorpresa. «Aparta la lengua de mi oreja», había dicho. Ig se había reído de nuevo y después se había marchado.

«¿Qué piensas hacer el resto de la tarde?», había preguntado Lee después de la marcha de Ig. Terry le había contestado: «No sé… Pensaba ver Padre de familia, si la ponen. ¿Y tú? ¿Tienes algún plan en el pueblo?». Dos horas después estaban en la orilla del río y un amigo del instituto cuyo nombre Terry no lograba recordar exactamente estaba pasándole un porro.

Habían salido teóricamente a tomar unas copas y saludar a las viejas amistades, pero allí en el río, de espaldas a la hoguera, Lee le contó a Terry que al congresista le encantaba su programa de televisión y que quería conocerle. Terry se lo tomó bien, hizo un gesto cortés con la botella de cerveza a Lee y dijo que no había ningún problema, que organizarían un encuentro cualquier día. Había contado con que Lee intentara algo por el estilo y no le molestaba. Al fin y al cabo Lee tiene un trabajo que hacer, igual que él. Y Lee trabaja para que las personas vivan mejor. Terry está al tanto de su colaboración con el proyecto Un hábitat para la humanidad, sabe que Lee dedica tiempo todos los veranos a trabajar con los chicos de ciudad pobres y desamparados del Camp Galilee, con Ig a su lado. Tantos años conviviendo con Lee le hacen sentir a Terry algo culpable. Nunca había sentido la necesidad de salvar al mundo. La única cosa que Terry había querido era encontrar a alguien que le pagara por divertirse tocando la trompeta. Bueno, eso y tal vez una chica a la que le guste divertirse, no una modelo de Los Ángeles de esas que no pueden vivir sin su teléfono móvil o su coche. Una chica real, divertida y a la que además le vaya la marcha. De la Costa Este, que vista vaqueros baratos y a la que le guste la música de Foreigner. El trabajo ya lo tiene, así que está a medio camino de la felicidad.

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