Elmore Leonard - Pronto

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Un buen día, los apostadores empezarían a preguntarse ¿Qué se habrá hecho de Harry Arno?, y se darían cuenta de que no sabían nada de él.
"Desaparecería, empezaría una nueva vida. Basta de presión. Basta de trabajar para gente a la que no respetaba. Una copita de vez en cuando. Tal vez incluso un cigarrillo al atardecer, contemplando la puesta de sol en la bahía. Joyce estaría con él. Bueno, a lo mejor. Como si no hubiera bastantes mujeres en el lugar al que se dirijía. Tal vez sería mejor que partiera él primero y se instalara. Luego, si le apetecía, ya la llamaría. Estaba esperando. Tenía dos pasaportes con nombres distintos por si acaso. Todo estaba claro; ningún problema.
Hasta aquella tarde en que Buck Torres le dijo que estaba metido en un buen follón".

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– Ya está bien, quedaos ahí -les dijo Raylan cuando se hallaban a unos veinticinco metros de distancia.

Vio que Nicky miraba al gordo, que continuó avanzando, así que Nicky hizo lo mismo hasta que Raylan levantó la mano izquierda y señaló al muchacho.

– Tú serás el primero -le advirtió y Nicky se detuvo. El gordo le imitó.

– ¿Le obedeces a él o a mí? -preguntó Fabrizio.

Era una pregunta difícil. Raylan vio que el muchacho no sabía qué hacer, a pesar de sus brazos y hombros enormes y de llevar una pistola.

El gordo movió el arma en dirección a Nicky diciéndole, «Vamos», y caminó otra vez hacia Raylan, adoptando una expresión de sinceridad mientras decía:

– Queremos hablar contigo, tío. Acercarnos un poco, nada más, para que yo no tenga que gritar tanto.

– Puedo oírte muy bien.

– Oye, no pasa nada. Tampoco me quiero acercar mucho. Sólo un poco, ¿vale?

«Quiere tenerme dentro de su campo de tiro -pensó Raylan-, si es que sabe cuál es. El tipo no se acojona, esto hay que reconocerlo.» Raylan levantó la mano izquierda, esta vez en dirección al gordo. Después la bajó.

– Yo no me acercaría más. Si quieres hablar, adelante, habla.

– Tranquilo, no te preocupes -replicó el gordo, sin hacer caso de la advertencia.

– Si das un paso más -dijo Raylan-, disparo. Es mi última palabra.

Esta vez el gordo se detuvo y sonrió, moviendo la cabeza, a unos veinte metros de distancia.

– Escucha, quiero decirte una cosa, ¿vale? Algo que debes saber. -Dio un paso. Comenzó a dar otro.

Raylan disparó. Le apuntó con el 38 Mag, disparó una vez y le metió una bala en las tripas. Raylan miró a Nicky, que estaba a su izquierda con la pistola a la altura de la cintura. Apuntó una vez más al gordo, que con una mano sobre la barriga miraba hacia abajo como si no creyera que tuviera allí un agujero. Luego volvió a mirar a Raylan diciendo algo en italiano con tono de sorpresa. Cuando el tipo levantó la pistola y estiró el brazo, Raylan volvió a disparar, esta vez más alto, en el pecho, y la bala lo tumbó.

El eco del disparo se apagó.

Raylan volvió la cabeza.

Nicky le miraba, sosteniendo la pistola con las dos manos en una postura rígida, como la que enseñaba Raylan (no del todo, pues la posición de los pies no era correcta) y al estilo de las películas. Parecía congelado, como un muñeco de plástico, un soldadito. En la casa de Raylan en Brunswick había soldaditos de plástico por todas partes.

– Úsala o tírala -dijo Raylan. Esperó y vio que el muchacho no quería tomar una decisión, necesitaba que le dijeran qué debía hacer. Así que Raylan le ordenó que tirara el arma.

– Adelante, hazlo. -Después se acercó y apartó de un puntapié el arma del gordo-. Ahora quiero que recojas a tu compañero, puedes hacerlo, ¿no? Eres levantador de pesas, ¿no es así? Piensa en tu amigo como un saco de patatas, porque no era otra cosa. No me quiso escuchar, ¿vale? Así que recógelo y mételo en el coche. Llévalo a donde os alojéis y pregúntale al señor Zip qué quiere hacer con él. ¿No se te olvidará?

Raylan cenó en el hotel, subió a la habitación y llamó a Buck Torres. Torres le dijo que esperaba noticias de un poli amigo suyo en Roma que se había puesto en contacto con la policía de Rapallo.

– ¿Le ha dicho que es urgente?

– Llámeme mañana -contestó Torres.

– Me voy del hotel dentro de diez minutos -dijo Raylan-. Si todo va bien, le volveré a llamar desde la villa de Harry.

17

Benno y los otros que estaban en el apartamento bajaron para observar el cadáver de Fabrizio sentado en el asiento delantero del coche, con la cabeza contra la ventanilla. Se agacharon para mirarle los ojos y le preguntaron a Nicky por qué no se los había cerrado.

– Si lo queréis hacer, adelante -contestó él.

Pero nadie lo hizo. Se agruparon con las manos en los bolsillos. Refrescaba a medida que se ponía el sol. Benno preguntó qué había pasado. Nicky le contó la versión que había preparado y Benno dijo que no molestarían a Tommy; estaba en su habitación con una mujer, relajándose.

Nicky se quedó a esperar junto al coche. No sabía qué más podía hacer.

A los veintiún años le condenaron a dos años en el correccional de La Tuna en Tejas por posesión de un arma relacionada con un asunto de drogas. Eso ocurrió mientras trataba de ascender de categoría en la pandilla de Atlantic City; rondaba por el club y hacía de pistolero para alguien si se lo pedían. Un tipo que conoció en La Tuna estaba con la banda de Jimmy Cap en Miami Beach. Nicky le buscó después de cumplir la sentencia y así fue como conoció a Jimmy Cap y entró a trabajar para él: recogía los pagos de los chinos, le encendía los puros, le buscaba chicas, y en general hacía de lameculos. Hasta aquella vez: Jimmy Cap estaba sentado en el asiento trasero de su Cadillac, Nicky delante con el conductor, mientras cargaban combustible gratis en una gasolinera. Jimmy dijo:

– El cabrón que es dueño de esto lleva dos semanas de atraso en los pagos. -Le preguntó a Nicky-: ¿Qué harías tú para cobrarle?

Nicky dijo:

– ¿Se refiere al empleado de la gasolinera?

Cubano. Jimmy dijo que no, que el cubano trabajaba para el dueño de la gasolinera. Nicky salió del coche, le quitó la manguera al cubano, y le roció con super sin plomo. A Jimmy le gustó, se le iluminaron los ojos cuando Nicky sacó el Bic, el que usaba para encenderle los puros, y lo sostuvo listo para pegarle fuego al cubano. Jimmy preguntó:

– ¿Lo harás?

Nicky replicó:

– ¿Quiere que lo haga? -Añadió-: No se lo puedo hacer al dueño. ¿Cómo va a pagarle si está muerto? Pero si quemamos a este tipo, el que le debe el dinero verá lo que puede pasarle. ¿Quiere que lo queme o no?

Jimmy Cap vaciló, después sacudió la cabeza y le dijo a Nicky:

– Esta vez no. -Cerró la ventanilla de cristal ahumado y se acabó la función.

Más tarde, Nicky se preguntó si hubiera sido capaz de quemar al tipo si Jimmy se lo hubiera ordenado. La respuesta fue sí, sin pensárselo más. Cuando tenías una oportunidad de ascender, no podías dejarla escapar.

Lo que ocurrió fue que se convirtió en el guardaespaldas de Jimmy, en el tipo duro de Atlantic City, sin haber pegado nunca una paliza, quemado o disparado a alguien. Sólo tenía que mirar de una cierta manera y andar por ahí sacando pecho.

Funcionaba con todos excepto con el Zip.

Después de aquella vez en la gasolinera, el Zip le dijo:

– ¿Ibas a quemar a aquel tipo? Allí entre los surtidores y el coche, con toda aquella gente, con los vapores de la gasolina en el aire, ¿ibas a encender el mechero? -Nicky no contestó-. La gente que había, el coche y los ocupantes -añadió el Zip- habrían volado por los aires.

– A Jimmy le gustó la idea -protestó Nicky.

– Entonces tendrías que haberlo hecho -afirmó el Zip.

Nicky siempre había deseado matar a alguien, ver cómo era eso. Todavía lo deseaba, y quería matar a ese vaquero capullo. Pero no tenía que haber hablado de ello, porque eso les dio al Zip y a los italianos auténticos un motivo para pincharle. Ahora el Zip se lo haría pasar mal como siempre, haciéndole un montón de preguntas. ¿Dónde estaba él cuando mataron a Fabrizio? Y cosas así.

La historia de Nicky era que el vaquero les sorprendió; dijo que quería hablar y disparó contra Fabrizio cuando éste salió del coche, después le ordenó a Nicky que se llevara el cadáver para que todos vieran los dos agujeros de bala. Como una advertencia, un ejemplo de lo que podía pasar si iban detrás del vaquero. Nicky se lo contó a Benno y luego al Zip, de pie en la acera, cuando éste bajó con su fulana, una mujer que a Nicky le pareció una lavandera. La mujer se fue calle abajo, luciendo su chaqueta de piel amarilla raída y zapatos blancos. El Zip les ordenó que se deshicieran de Fabrizio y se llevó a Nicky a un restaurante a la vuelta de la esquina.

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