Elmore Leonard - Pronto

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Un buen día, los apostadores empezarían a preguntarse ¿Qué se habrá hecho de Harry Arno?, y se darían cuenta de que no sabían nada de él.
"Desaparecería, empezaría una nueva vida. Basta de presión. Basta de trabajar para gente a la que no respetaba. Una copita de vez en cuando. Tal vez incluso un cigarrillo al atardecer, contemplando la puesta de sol en la bahía. Joyce estaría con él. Bueno, a lo mejor. Como si no hubiera bastantes mujeres en el lugar al que se dirijía. Tal vez sería mejor que partiera él primero y se instalara. Luego, si le apetecía, ya la llamaría. Estaba esperando. Tenía dos pasaportes con nombres distintos por si acaso. Todo estaba claro; ningún problema.
Hasta aquella tarde en que Buck Torres le dijo que estaba metido en un buen follón".

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Esa actividad le produjo una sensación extraña: tocar sus ropas, la ropa interior, los sostenes. Lo dobló y lo colocó todo lo mejor posible en las maletas de náilon; ninguna de esas prendas le recordaban a las de Winona, todas eran de una talla más pequeña. Descubrió que era imposible tocar las cosas de una mujer, incluso los pantalones, jerseys y vaqueros sin pensar en ella y preguntarse cómo sería en realidad. También había camisetas estampadas con escenas de Florida. Estaba seguro de que ella, dondequiera que estuviese, echaba de menos sus prendas. Recordó a Joyce sentada en el café, con los hombros encorvados en el chaquetón marinero. Había demostrado coraje al venir aquí para unirse al tipo que se había saltado la fianza. Se preguntó si ella amaba a Harry o si simplemente estaba acostumbrada a él. En el cuarto de baño recogió unos rulos para el pelo y todo tipo de potingues de belleza que metió en una pequeña bolsa de plástico. Después lo guardó todo dentro del neceser. Deseaba poder decirle a Joyce, una vez que encontrara a Harry (esto era lo primero): «¡Ah!, le he traído sus cosas», así Joyce sabría que había pensado en ella mientras ocurría todo esto. ¿Le parecería bien?

Raylan dejó la llave en recepción. No le importó pagar la cuenta de Joyce con su propia tarjeta de crédito. Ella insistiría en devolverle el dinero y él le diría que no se preocupara. O alguna cosa parecida. Otra escena que podía repetir en su imaginación esperando que ocurriera.

Le vieron salir del Astoria con las maletas en las manos y una bolsa colgada del hombro.

– Ahora mismo sería un buen momento, ¿no te parece? -comentó Fabrizio.

En Bay Ridge, Brooklyn, recordaban a Fabrizio como el «asesino de señoras». De las cinco personas que había matado durante su gira por Estados Unidos, cuatro eran mujeres. A una la mató sentada en el coche con su marido, que era el objetivo, y a las otras tres en una tintorería cuando la bomba atravesó el escaparate y explotó.

Nicky cogió la manilla de la puerta.

Observaron a Raylan dejar los bultos en la acera, abrir el maletero del Fiat, y comenzar a meter en él las maletas.

– Todavía es un buen momento -señaló Fabrizio.

Nicky abrió la puerta del Fiat rojo y se disponía a sacar una pierna en el momento en que Raylan cerraba la puerta del Fiat azul y se volvía para mirar la calle. Nicky vaciló y Fabrizio le ayudó a salir del apuro.

– El vaquero debe de saber dónde están porque ha venido a recoger las maletas… Quizá deberías esperar. No lo mates todavía. -Fabrizio comenzaba a divertirse con este stronzo norteamericano. Aguardó.

– Vale. Le seguiremos -dijo Nicky.

15

Raylan observó que el Zip frecuentaba el Vesuvio’s: había estado allí ayer y hoy otra vez. Dos de sus hombres estaban comiendo mientras el Zip tomaba un café. No había tanta gente como el domingo, así que era fácil vigilarle. Lo mismo estaba haciendo el Zip: mirar hacia donde él estaba.

Martes, 1 de diciembre, algunos de los locales para turistas en la Vía Veneto, como la heladería, ya estaban cerrados hasta la próxima temporada. Aquí a la gente le encantaban los helados, así que había más heladerías abiertas. Eso era algo que podía mencionar a los suyos.

Así lo hizo, sentado en el Gran Caffé con un plato de pasta a la boloñesa y un café largo, escribiendo postales a sus dos hijos en Brunswick, Ricky y Randy.

Aquella parte de Georgia del Sur tenía un clima muy parecido al de Rapallo. Ya lo había comentado en una postal. Les había escrito que los espaguetis de aquí no eran como los que preparaba su madre con tomate caliente, y que aquí ponían todo tipo de cosas encima de los espaguetis. Hasta pulpo, de verdad. Les había dicho que aquí a la gente le gustaba comer en las terrazas aunque hiciera fresco.

¿Qué más?

Les contaría que ayer había alquilado un coche, un Fiat azul, y que salía a recorrer la zona. Que quizás hoy subiría a las montañas, realmente parecidas a las colinas del este de Tennesse, en las Smokies, pero con otras clases de árboles, no con tantos pinos como en casa.

El Zip se levantó.

Les hablaría de los olivos en las laderas con las redes debajo. Eso ahorraba el trabajo de caminar un kilómetro para recoger las aceitunas del suelo.

El Zip venía hacia él. Solo.

Les contaría algo de la película de Doris Day que habían pasado anoche en la tele. Doris pilotaba un avión por primera vez después de que el piloto sufriera un ataque, y aterrizaba el avión recibiendo instrucciones desde la torre. En italiano. Doris contestando en italiano.

El Zip había llegado a su mesa.

– Sé que no le has encontrado -dijo-. Después de todo el trabajo que te has tomado para venir aquí.

– Tú tampoco, ¿no es así? -respondió Raylan. Cogió un trozo de pan y rebañó el plato.

El Zip, mirándole, tragó saliva. Sacó un fajo de billetes, los estiró y alisó, y los puso sobre la mesa. Era una pila de dinero.

Raylan la miró y bebió un trago de café.

– ¿Cuánto hay?

– Treinta millones de liras. Cógelas, son tuyas.

– ¿Cuánto es en dólares?

– Veinticinco mil.

– ¿Crees que ése es mi precio?

– Esto es algo entre nosotros -dijo el Zip-, nadie más. Así que por qué no las coges, ¿eh? Vete a Roma y tírate a una tía, emborráchate, pásatelo en grande, gástatelo todo y regresa a casa. ¿Te parece bien?

– ¿Y si no? -preguntó Raylan.

– Nada de y si no. Cógelo, vamos, gástatelo.

– Sólo que en algún otro lugar, ¿no? -dijo Raylan-. Entiendo lo que dices, pero no me voy a ninguna parte. Así que, ¿en qué situación te pone eso? Es lo que quiero decir con «¿Y si no?».

– Caray, podrías desaparecer -contestó el Zip-. ¿No le tienes miedo a Nicky? Vale, lo puede hacer algún otro.

– ¿Acaso ese otro eres tú?

– Pienso que podrías considerarme metido en ese negocio -dijo el Zip, asintiendo, como si lo meditase.

– Resulta difícil imaginarte vestido con un mono, como aquel paleto que enviaste a matar a Harry. Me han dicho que encontraron la escopeta que utilizó aquella noche y que alguien se llevó. En cuanto confirmen que era suya, retirarán los cargos contra Harry. ¿Acaso el hecho de que Harry matara a tu hombre en defensa propia te preocupa?

– Para comenzar, no era mi hombre -afirmó el Zip-. Incluso si lo era, eso es algo entre Harry y yo, y nadie más. Lo mismo que este dinero es entre tú y yo. ¿Qué me dices? No puedes hacerlo todo tú solo. Cógelo, disfruta un poco.

– Dime por qué quieres atrapar a Harry -preguntó Raylan después de una pausa.

– No es asunto tuyo.

– A ti no te estafó.

– ¿Cómo sabes que no lo hizo?

– Porque lo pones como ejemplo -le dijo Raylan.

El Zip se encogió de hombros.

– Sólo que él no hizo nada -afirmó Raylan.

– Quiero hablar con él -replicó el Zip-. Averiguar si quiere regresar conmigo. Es lo mismo que haces tú. ¿No dices que estás aquí por cuenta propia? No tienes ningún documento legal, nada con lo que pedir ayuda de la policía. De acuerdo, pero te metes en mi camino; así que te ofrezco algo para que te apartes. ¿Qué te parece?

– Ya hablé con la policía. No tardarán en preguntarte en qué andas metido. Puedes estar seguro de que te vigilarán.

– ¿Tú crees? -El Zip esbozó una sonrisa, como diciéndole que no sabía de lo que hablaba-. Vale, si lo prefieres así… -Dio media vuelta y se alejó entre las mesas.

Raylan cogió la postal y la miró: una vista del viejo castillo en el borde de la bahía. Le dio la vuelta y escribió:

Hola, chicos. ¿Recordáis el castillo que vimos en Disneylandia? Éste es el aspecto que tiene uno de verdad. La gente vivió allí hasta que se aburrieron de mojarse cada vez que salían, entonces alquilaron un apartamento en la ciudad.

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