Elmore Leonard - Pronto

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Un buen día, los apostadores empezarían a preguntarse ¿Qué se habrá hecho de Harry Arno?, y se darían cuenta de que no sabían nada de él.
"Desaparecería, empezaría una nueva vida. Basta de presión. Basta de trabajar para gente a la que no respetaba. Una copita de vez en cuando. Tal vez incluso un cigarrillo al atardecer, contemplando la puesta de sol en la bahía. Joyce estaría con él. Bueno, a lo mejor. Como si no hubiera bastantes mujeres en el lugar al que se dirijía. Tal vez sería mejor que partiera él primero y se instalara. Luego, si le apetecía, ya la llamaría. Estaba esperando. Tenía dos pasaportes con nombres distintos por si acaso. Todo estaba claro; ningún problema.
Hasta aquella tarde en que Buck Torres le dijo que estaba metido en un buen follón".

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– ¿Dónde está Avis? -preguntó Nicky-. Habrá ido a la agencia.

– Está un poco más arriba, detrás de nosotros -dijo Fabrizio, conduciendo el coche a paso de tortuga junto a la acera y buscando con la mirada a un lado y al otro de la calle. Detuvo el coche-. Tendrás que bajarte y buscarlo. Encuéntralo. Esta vez rodearé dos manzanas y volveré a buscarte.

– Me lo quiero cargar -afirmó Nicky.

– Sí, vale -asintió Fabrizio, impaciente-. Ya me lo has dicho. ¿Ahora quieres bajarte?

Nicky se apeó en la acera y el Fiat se alejó; todavía no había encaminado la situación ni decidido qué haría cuando encontrara a Raylan. Seguía empuñando la pistola y se apresuró a metérsela en el pantalón y a abrocharse la chaqueta. Echó a andar. Pasó ante varios escaparates, restaurantes, una heladería y llegó a una calle llamada Vía Boccoleri, que más parecía un callejón: era angosta y oscura y sus portales albergaban unas tiendecitas. Nicky se desabrochó la chaqueta mientras avanzaba. Un poco más adelante había una calle transversal, otro callejón. Se volvió cuando una moto apareció por detrás y le adelantó con un rugido agudo. Ayer, mientras iban en el Mercedes, Benno se dedicaba a seguir a las motos para arrinconarlas; las empujaba contra los coches aparcados, las cunetas, las obligaba a subirse a las aceras. No a todas las motos, sólo a las que le cabreaban. A las conducidas por listillos que se acercaban demasiado al coche, o le hacían un corte de manga al pasar junto al Mercedes que avanzaba a paso de tortuga buscando el Lancia gris. Habían traído más gente de Milán y los tenían vigilando el aeropuerto, la estación de trenes, y las carreteras que llevaban a la autopista; habían sobornado a los empleados de las gasolineras para que les avisaran si veían el Lancia. Benno dijo que con un día más lo encontrarían. El jodido Benno, se aburría de dar vueltas con el coche, así que se divertía con las motos: Nicky sonrió al recordar cómo las empujaba y se reía al ver que los motoristas perdían el control. Nicky se volvió otra vez al oír que una moto se acercaba por la Vía della Libertà. Esperó. La moto pasó de largo ante la boca del callejón y Nicky se dispuso a reanudar la marcha, pero se detuvo en seco y dio un respingo. El federal estaba a unos tres metros delante de él, llevaba ese traje oscuro que dejaba entrever un chaleco, los pulgares metidos en el cinturón y el sombrero ladeado.

– Nicky, ¿me buscabas?

Raylan vio que Nicky se palpaba con una mano la americana a la altura de la cintura, pero éste, después de vacilar, mudó de propósito y empezó a toquetearse la uña del pulgar de la otra mano.

– ¿Y bien? -dijo Raylan.

Nicky siguió sin responder. Entrecerró los párpados, quizá consciente de lo que se jugaba, pero Raylan no se fiaba: entrecerrar los ojos tampoco era tan difícil. Dijo:

– Ayer tampoco quisiste hablar conmigo. Dijiste que no me metiera en esto. Así que ahora me pregunto por qué me buscas. Te vi pasar en el coche y regresar. Te vi bajar del coche con la pistola en la mano… Por lo tanto supongo que ahora te preguntas si podrás volver a sacarla antes de que saque la mía. ¿Me equivoco? -Era esa clase de pregunta que nadie contesta, de modo que Raylan añadió-: Nos encontramos en ese tipo de situaciones que se dan en la vida real. Como en un concurso, a ver quién desenfunda primero. -Raylan meneó la cabeza-. Si quieres matarme, Nicky, por la razón que sea, ¿te molestaría acercarte y decírmela? ¿O esperas a pillarme desprevenido? -Raylan hizo una pausa-. No dices nada. ¿Qué pasa?

– Intento descifrar de qué coño habla.

– Lo sabes perfectamente pero no quieres soltar prenda -dijo Raylan, viendo que las manos de Nicky no se habían movido de su cintura y que el muchacho no había abandonado su propósito-, estás esperando una oportunidad. Te diré una cosa. Disparar contra una persona no es lo mismo que disparar en el campo de tiro. Incluso si tienes una puntería infalible, no significa que puedas mirar a un hombre a los ojos y ser capaz de apretar el gatillo. Lo sé de primera mano, compañero, porque soy maestro de armas en la academia de entrenamiento.

La forma en que Nicky le miraba despertaba en Raylan una gran curiosidad. Suponía que Nicky estaba confuso y que no sabía qué hacer. Este se rascó la barbilla y metió las manos en los bolsillos de los vaqueros. Raylan vio la culata azul acero de la pistola que sobresalía de sus pantalones: al parecer esta vez no la iba a sacar. Raylan alzó la barbilla y movió la cabeza para indicarle la calle.

– Tu coche está allí. -Esperó a que Nicky le volviera la espalda y se alejara antes de decirle-: Ha sido un placer hablar contigo.

El Fiat estaba aparcado ahora en Vía della Libertà, al otro lado de la calle, delante del local de Avis.

– Intento entenderlo -dijo Fabrizio-. ¿No le dijiste nada?

– ¿Qué debía decirle?

– ¿Sabías que llevaba un arma?

– Claro que sí.

– ¿Se la viste?

– Se la vi ayer.

– Pero no sabes si hoy la llevaba.

– La llevaba porque es un agente federal y todos van armados. El hijo de puta sabe que me lo cargaré si tengo la oportunidad.

– ¿No la tuviste antes?

– ¿Qué quieres decir?

– Cuando hablabas con él. ¿No fue ésa la oportunidad que querías?

– Me estaba esperando.

– ¿Tú crees?

– Él sabía que yo tenía un arma, la vio y me lo dijo. Así que supe que él también tenía una. No me hubiera detenido de no haberla tenido. Me esperaba, confiando en que yo sacaría la pistola.

– ¿Sí? -dijo Fabrizio. Iba a preguntarle por qué no la había sacado pero vio el cambio de expresión de Nicky y ya fue demasiado tarde.

– Allí está -dijo Nicky, y se recostó en el asiento, menos nervioso que antes.

Fabrizio miró a través de la Vía della Libertà y vio que el vaquero hablaba con el empleado de Avis, que le entregó las llaves y una carpeta, y después se subía a un Fiat azul aparcado en la esquina. Fabrizio esperó a que Nicky le ordenara seguir al federal.

– Vale, síguele.

Fabrizio hizo girar el coche en redondo y se mantuvo detrás del Fiat azul hasta casi el paseo marítimo, pasando por Vía della Libertà hasta la Vía Gramsci. El Fiat se desvió dos veces a la derecha y se dirigió al patio del hotel Astoria, donde se detuvo frente a la entrada. Desde la calle vieron a Raylan salir del coche y entrar en el edificio. Fabrizio esperó que Nicky lo dijera.

– Éste no es su hotel.

– Es el de la mujer.

– ¿Qué está haciendo él aquí?

– No lo sé -contestó Fabrizio-. Pero quizás ha sido una suerte que no le mataras.

Raylan tenía la llave de la habitación de Joyce, pues la había cogido de su bolso, que ella se había dejado en la mesa del café y que ahora estaba en su habitación del hotel.

Abrió la puerta y entró sabiendo que quizá ya habían registrado la habitación; no se equivocó: las ropas estaban esparcidas, las maletas abiertas sobre la cama, vacías. Sin duda buscaban algo que llevara una dirección o un número de teléfono de Rapallo, tal vez el nombre de un hotel, porque nadie creía que Joyce ignoraba el paradero de Harry.

Raylan dio por hecho que no habían encontrado nada importante, porque si no aquel muchacho, puro músculo y sin cerebro, no estaría fuera esperándole. Abrió las persianas y observó desde el segundo piso, por encima del magnolio, el Fiat rojo estacionado en la calle. El magnolio le sorprendió. Más allá del coche rojo estaban las palmeras, y el paseo a lo largo de la playa: una vista mucho mejor que la que se divisaba desde su habitación en el Liguria. Guardaría las cosas de la mujer junto con las suyas hasta que arreglara este asunto. Lo que significaba que tendría que hacerle las maletas.

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