La vio coger su vaso y acercarse al bar, esbelta en sus vaqueros y su suéter negro. Una Lucy distinta. ¿Pero en qué? Había algo en sus ojos. O faltaba algo en sus ojos.
– ¿Cómo está tu bebida?
– Ya he tomado bastante -dijo Jack-. Gracias.
Ella se sirvió jerez.
– ¿Te has fijado en las fotografías de carnaval de la entrada? Es mi madre.
– Parece increíblemente joven para ser tu madre.
– Las máscaras no cambian tanto. -Lucy se volvió con su jerez en la mano-. Esas fotos son de hace unos treinta años. Mamá fue la Reina de Como y no lo ha superado. Se arregla y sale para que la vean. Mi padre gana dinero y se rodea de posesiones. Tiene prisionero a un roble de quinientos mil dólares. En otro tiempo poseyó a mi madre.
La nueva Lucy estaba apoyada en el mueble bar, en una posición que resaltaba sus caderas, enfundadas en los vaqueros. Podía preguntarle cómo los había comprado…
– Ven, siéntate y dime qué te pasa.
Ella lo hizo sin prisa. Se sentó en el borde del sofá, bebió un poco de su jerez y dejó el vaso en la mesilla antes de acomodarse. Estaba cerca, pero desviaba la mirada. No importaba, así podía contemplar su perfil, la nariz y las largas pestañas, aquel labio inferior que le gustaría morder, y seguir preguntándose si alguna vez se había acostado con un hombre… No llevaba los labios pintados, aquella noche no llevaba nada de maquillaje.
– No me gusta tu amigo Roy.
– ¿Es eso lo que te preocupa?
– No, tanto da. Pero me extraña que pueda ser amigo tuyo.
– No sé… Supongo que no es una persona muy agradable. -Jack se interrumpió. ¡Agradable!-. Parece salido de la edad de piedra. Es difícil de tratar, es de mente estrecha, tiene un carácter fatal… No sé, ahora que lo dices…
– Cuando hablas de él, parece como si estuvieras orgulloso de él.
– No, creo que más que nada es fascinación. ¿Sabes?, él es como es. Tampoco nos vemos tanto.
– Pero te gusta.
– Yo no diría tanto como que me gusta. Lo acepto. ¿No es eso lo que hay que hacer?
Ella se volvió para mirarle.
– No pretendo excusarle -dijo Jack-. Y tampoco le critico. No me atrevería.
– Pero confías en él -dijo Lucy.
– Si Roy dice que va a hacer algo -dijo Jack al cabo de un rato-, puedes apostar todo tu dinero a que lo hará. Es el tipo de persona que conviene tener como amigo. Tanto si te gusta como si no.
– Porque hay tipos de la misma calaña en el otro bando. No hay ninguna diferencia, ¿verdad?
Jack posó la mano sobre su brazo y apretó hasta sentir la carne y el hueso bajo la suave lana. Dijo:
– Soy un ex presidiario, ya lo sabes. Roy es un ex presidiario que había sido policía. Es un tipo vulgar y miserable, pero me mantuvo intacto durante tres años. Cullen es un individuo que solía robar bancos. ¿Y tú qué eres? En este preciso momento, ¿qué eres?
Ella le estaba mirando y no apartó los ojos, pero tampoco contestó.
– ¿Has cambiado ya de piel?
Sin apresurarse, se acercó, cerró los ojos al besarla y ella le retuvo, moviendo la boca para acoplarla a la suya. Vio sus ojos entre las pestañas oscuras; los vio abrirse y vio sus labios ligeramente separados.
– Ya no eres una monja.
– No. -Volvió a besarla del mismo modo, suavemente, con ternura.
– Te has convertido en otra cosa.
– Una nueva identidad -dijo ella.
Y pareció que casi sonreía, sin dejar de mirarle. Luego le tocó, posó su mano en su pierna para levantarse. Dijo:
– Quiero enseñarte una cosa.
Y salió de la habitación.
Era distinta… o tal vez volvía a ser la de antes. Porque en aquel momento, al pensarlo, le recordaba más a la que él veía como hermana Lucy, la del domingo en el coche fúnebre, la que le contaba lo de Nicaragua, metiéndose a fondo para que él pudiera sentirlo. O la de aquella otra noche, cuando se dio cuenta de que ella le estaba atrapando y le gustó -incluso le encantó-, y dijo: «Te preguntas si yo podría ayudarte.» Y ella le había mirado con aquellos ojos tranquilos y había contestado: «Se me había ocurrido.» Volvía a ser la misma Lucy. Metida a fondo en algo, sintiéndolo. Pero no lograba que él también lo sintiera. En esa ocasión, no.
«Tal vez seas tú el que está distinto -pensó-. El que está cambiando. Y ella es la misma chica que se fue de casa para cuidar a los leprosos.»
Decidió que podía tomarse otro vodka, uno más, y estar así preparado para lo que fuese. Pero entonces la oyó detrás de él, se volvió, y la vio bajo la luz de la lámpara, sosteniendo algo en la mano, apoyado en la pierna. Se agachó casi delante de él, mirándole, y dejó un revólver plateado encima de la mesita de café.
– Ya formo parte de esto -dijo.
Él guardó silencio, mirando el arma. Tenía que ser de su padre. Un treinta y ocho con cañón de dos pulgadas. Se preguntó si estaría cargada. Miró a Lucy.
Ella le miraba.
– Aprendí algo de Jerry Boylan -dijo ella-. O algo suyo se me pegó. No fue algo que dijera, sino el hombre en sí, lo que era y la forma en que murió.
– ¿Te caía bien?
– Sí, me caía bien.
– ¿Te fiabas de él?
– No, pero eso forma parte de lo que digo. ¿Para qué iba a querer ayudarnos? Tenía su propia causa, eso es lo que aprendí de él. Hay que tomar partido, Jack. No puede uno quedarse fuera y entrar cuando le convenga. Hay que comprometerse. Tú y yo hablamos de lo que éramos, ¿te acuerdas? En el restaurante. Mientras asesinaban a Jerry Boylan por lo que era.
– ¿Quieres saber por qué murió? -dijo Jack-. Porque no miró hacia atrás. Eso es lo que tenía Jerry Boylan, que era despistado.
– Pero estaba allí porque creía en algo. Y no era sólo por el dinero.
– ¿Qué nos dijo? Que si no hiciera eso, estaría recogiendo basura. Y si yo no estuviera aquí estaría recogiendo cadáveres. Tú estarías dándoles medicinas a los leprosos y Roy estaría preparando bebidas para los turistas. Pero, si no estamos en esto por el botín, ¿entonces qué somos? ¿Tú cómo nos ves?
– No nos hacen falta etiquetas, Jack, ni siglas, como a los del IRA. -Se sentó, con las piernas dobladas, mirándole-. O los del FDN, los contras. Basta con decir que estamos en contra de eso, de lo que ellos defienden.
– Y llevar un arma. -Jack miró el revólver.
– Hay una gran diferencia entre simplemente llevar un arma y participar en una causa política contrarrevolucionaria, y no son sólo palabras, son hechos. -Hizo una pausa y prosiguió-: ¿Dónde ha quedado lo de hacer algo por la humanidad? Lo dijiste tú mismo, ¿te acuerdas? De eso se trata.
– En cualquier caso, suena bien.
– Es cierto.
– Pero ¿matarías por eso, Lucy?
Little One salió de la cocina del hotel hacia la sala trasera, donde Jack estaba hablando por el teléfono público. Little One decía que era un primo, que se estaban aprovechando de su buen carácter. Jack alzó la palma de la mano mientras decía al teléfono:
– Te agradecería que vinieras rápidamente.
– ¿Que me lo agradecerías? No estás hablando de una simple copa, ¿verdad?
– Después podemos cenar, si no lo has hecho ya.
– ¿Después de qué? ¡Me llamas a las… ¿qué hora es?… casi las ocho y media, y me preguntas si ya he cenado!
– ¿Has cenado o no?
– No tengo hambre. He comido mucho.
– Te iba a llamar antes, pero he tenido que ir a Gulfport.
– Un tipo me ha llevado al Arnaud -explicó Helene-, para entrevistarme para un trabajo. Cuando estábamos tomando el café ha empezado a contarme lo importante que era la compatibilidad, y que podíamos parar en el Royal Sonesta después de comer para continuar la entrevista en una atmósfera relajada. Lo cual significaba que si me acostaba con él conseguía un despacho con cortinas, alfombra y un microprocesador. He dicho: «¡Guau, un microprocesador, lo que siempre había deseado!»
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