– ¿Estás nervioso, Jack? No puede oírme. ¿Ya la has seguido a su habitación, para enseñarle lo que se ha perdido?… Ni hablar, ¿eh? Si la deseas, no me meteré. No es mi tipo.
– Gracias, Roy -dijo Jack.
Se levantó y se dirigió al bar. Lucy estaba a unos seis metros, apoyada contra la pared, con sus vaqueros y un suéter negro, fumando un cigarrillo, diciendo pocas palabras al teléfono, de perfil contra los verdes plátanos. Jack contempló cómo se pasaba la mano por su cabellera corta y oscura.
Roy esperó a que volviese con su bebida.
– He hablado con los de Homicidios, les he dicho que había oído algo. Tienen una víctima que recibió un disparo en la espina dorsal y otro en la nuca mientras treinta y siete personas comían sin enterarse de nada. Pero te he conseguido algo. -Sacó una libreta del bolsillo interior de su chaqueta de pana y siguió hablando mientras pasaba las páginas-. Alvin Cromwell.
Jack cogió un cigarrillo de Lucy, el primero de la tarde. Alvin Cromwell era el nombre que había copiado en la habitación del coronel. El número de teléfono con el prefijo de Misisipí.
– Aquí está. Ropa y artículos deportivos Cromwell. Gulfport. Dime, ¿por qué iría un nicaragüense a Gulfport a comprarse ropa?
– ¿Por qué iría cualquiera?
– Eso es. Yo te he conseguido el nombre; ahora ve tú y descubre quién es.
– A lo mejor Alvin vende armas.
– Podría ser.
Jack se volvió al aparecer Lucy. La vio coger el jerez y tomar un buen trago.
– Era mi padre. Anoche cenó con el coronel.
Tomó otro trago y se sentó en el borde del sofá, dejando el vaso sobre la mesilla.
Jack la miró. Compuesta, encerrada en sí misma, inalcanzable.
– ¿Qué ha pasado? -preguntó.
– Nada, de momento. Se trata de lo que podría pasar. Mi padre dice que si pudiera impedir el cobro de su cheque, probablemente lo haría. Cree que es muy posible que el coronel se largue con todo el dinero. Y luego ha dicho que, esto es bueno, «por supuesto, me seguiría desgravando». Dice que aunque sólo sea un presentimiento, les va a decir a todos sus amigos que aún no han contribuido que se lo piensen dos veces. Dice que es sólo una intuición… Pero mi padre se hizo rico siguiendo sus intuiciones.
– ¿Te ha llamado por eso?
– Quería decirme que probablemente tengo razón y que no tendría que haberle dado ni un centavo. Pero luego se cubre diciendo que el coronel lleva unas buenas credenciales, una carta del presidente y la legitimación del fondo. Dice que tienen una cuenta en Hibernia.
– En Hibernia y Whitney -dijo Cullen-. Por el momento, cuatro cuentas distintas.
– Nena, ¿cuánto le dio tu padre a ese tipo? -preguntó Roy.
– Sesenta y cinco mil.
– ¡Joder! -dijo Roy-, a mí me cuesta dos años de trabajo ganar eso.
«O incluso tres», pensó Jack, mientras Lucy seguía:
– El coronel empieza sugiriendo un mínimo de cien mil. Luego, si tiene que rebajarlo, les cuenta lo de la mujer de Austin, que dio sesenta y cinco mil y le pusieron su nombre a un helicóptero. Lady Ellen. Claro, un gran petrolero de Louisiana tiene que igualar eso, por lo menos.
– Es como jugar al Blackjack con una mujer -dijo Jack-. Tendremos que pensar en eso. Pero, si es verdad, podría ser incluso mejor. Ese tipo, Bertie, si fuera honrado, podría hacer que la CIA, o incluso los militares, le llevaran la pasta. Pero si se va a fugar con ella, eso ya es otra cosa. Está solo. O, hasta donde sabemos, sólo con Bertie y los otros dos tipos. -Pensó un momento-. Eso explicaría incluso por qué se trajo al de Florida, ¿cómo se llama? Crispín Antonio Reyna. ¿Entendéis por dónde voy? El tipo estuvo metido en líos de droga, tiene un expediente… -Miró a Roy-. ¿Cómo era? ¿Falsificación de cheques?
– Utilización de fondos fraudulentos -le dijo Roy-. Pasó nueve años a la sombra. Luego lo pescaron pasando narcóticos de Florida a aquí, pero en esa ocasión no pudieron encerrarlo.
– Y el tipo que mató a Boylan, Franklin de Dios, que no parecía en absoluto ser de Dios, te lo digo yo, cuando salió de ese lavabo. Lo detuvieron en Miami por triple homicidio.
– Era el principal sospechoso, pero no lo juzgaron -dijo Roy-. De manera que tenemos un traficante y un pistolero.
– ¿Lo veis? -dijo Jack-. ¿Adónde podría ir a parar el dinero con socios de esa calaña? Directamente a Miami, por aire o por tierra, como sea. Si lo examinas así -hablaba para Lucy-, la intuición de tu padre tiene mucho sentido.
– Será mejor que compruebe si Alvin Cromwell tiene antecedentes -dijo Roy.
– O si tiene un avión -contestó Jack-. O un barco.
Lucy le estaba mirando.
– ¿Sabes quién es?
– Alvin tiene un almacén de ropa de hombre en Gulfport. Me pasaré por allí cuando lo hayas controlado -le dijo a Roy.
– Jack, también tendrás que volver a entrar en la habitación del coronel -dijo Cullen.
– ¿Para qué?
– ¿Por qué tiene el dinero en cuatro sucursales distintas? Eso me da que pensar. Bueno, una ventaja de tenerlo en cuentas pequeñas es que lo puedes sacar más deprisa. Además de lo que decías tú. Por si tiene que largarse corriendo. Lo que tienes que averiguar, Jack, es si lo está moviendo, si tiene los comprobantes.
– ¿Qué más da si lo está moviendo de Hibernia a Whitney?
No le gustaba la idea de volver a entrar allí.
– Eres tú quien ha hablado de Miami -dijo Cullen-. ¿Qué pasa si no meten la pasta en una caja, sino que la transfieren directamente allí, de banco a banco?
– No lo harán, si van a usar el dinero ilegalmente.
– Jack, esos tipos, los que están metidos en el negocio de la droga, manejan los bancos. Tienes que ir y echar un vistazo. Y también a la lista, a ver cuántos están ya señalados. Si el padre de Lucy les dice a sus amigos que no suelten la pasta, a lo mejor se queda en lo que haya reunido hasta ahora y no consigue más.
– Mañana -dijo Jack.
La idea no le gustaba ni una pizca.
– Lo que no entiendo -dijo Cullen- es que estemos aquí sentados trazando un plan… Es la primera vez que lo he hecho sin que nadie haga la gran pregunta, la más importante de todas.
– ¿La de cuánto será el botín?
– Hombre, por fin. -Cullen le sonrió-. De momento, te diré que tal como van las cosas ese individuo nunca conseguirá los cinco millones.
– Nunca esperé que los consiguiera -dijo Roy.
– Ni siquiera se acercará -dijo Cullen-. Hasta el momento sólo tiene dos millones doscientos.
Hubo un instante de silencio hasta que Roy dijo:
– ¿Y qué hay de malo en eso?
– Nada -dijo Jack. Y miró a Lucy. Ella no dijo nada.
Metió la mano bajo la pantalla de la lámpara para apagarla, pero entonces se detuvo y miró a Jack, que estaba en el sofá.
– Será mejor que espere a que vuelvan.
– Si quieres irte arriba, yo les abriré.
Roy y Cullen habían ido a buscar algo de comer, Cullen tenía verdadera obsesión por las gambas hervidas, después de veintisiete años de pescado congelado. Encontrarían algo abierto en el Magazine, y al volver controlarían la calle, darían un paseo por los alrededores. Había sido idea de Roy. Dijo que sería mejor que se quedasen los tres. Había que vigilar si los nicaragüenses y el indio negro serpenteaban por allí durante la noche.
– No sabrás dónde dormir.
– Puedo tumbarme aquí mismo, se está bien.
– Hay siete dormitorios arriba, sin contar las habitaciones del servicio -dijo Lucy-. A mi madre ni se le ocurre mudarse. Tiene una mujer para la limpieza que viene cada día, y un jardinero dos veces por semana. Le pregunté a Dolores qué hacía todo el día. Me dijo: «Principalmente, cuidar de la casa.» Le pregunté qué hacía mi madre y me contestó: «Se arregla para salir.»
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