John Verdon - No abras los ojos

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David Gurney se sentía casi invencible… hasta que se topó con el asesino más inteligente con el que jamás había tenido que enfrentarse.
Dave Gurney, el protagonista de la primera novela de John Verdon, Se lo que estás pensando, vuelve para afrontar el caso más difícil de su carrera, una batalla con un adversario implacable que no solo es un inteligente y frío asesino, sino que no tiene reparos en atacar directamente al punto débil de Gurney: su esposa.
Ha pasado un año desde que el exdetective de la Policía de Nueva York consiguió atrapar al asesino de los números y, aunque es su intención retirarse definitivamente junto a su esposa Madeleine, un nuevo caso se le presenta de forma imprevista. Una novia es asesinada de manera brutal durante el banquete de bodas, con cientos de invitados en el jardín, y ese es un reto al que es imposible resistirse.
Todas las pistas apuntan a un misterioso y perturbado jardinero pero nada encaja: ni el móvil, ni la situación del arma homicida y sobre todo, el cruel modus operandi. Dejando de lado lo obvio, Gurney empieza a unir los puntos que le descubrirán una compleja red de negocios siniestros y tramas ocultas.

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– Así pues-soltó Rodriguez, resumiendo el acertijo central con la máxima sencillez posible-, según Dave Gurney, podemos estar absolutamente seguros de dos cosas. Primero, Héctor Flores tenía que pasar por delante del árbol. Segundo, no pudo pasar.

– Una situación muy interesante-dijo Gurney, sintiendo él mismo lo excitante de la contradicción.

– Podría ser un buen momento para hacer una pequeña pausa para comer-intervino el capitán, que parecía estar sintiendo más frustración que otra cosa.

52

El factor Flores

L a comida no fue una reunión de gente ni nada parecido, lo cual ya le iba bien a Gurney, pues estaba tan lejos de ser un animal social como podía estarlo un hombre casado. En lugar de ir hacia la cafetería, todos se dispersaron durante la media hora de pausa para comunicarse con las BlackBerry y los portátiles.

No obstante, Gurney podría haberlo pasado mejor con treinta minutos de camaradería masculina que sentado solo en un banco congelado en el exterior de la fortaleza de la Policía del estado, absorbiendo el último mensaje que había encontrado en su teléfono, evidentemente una respuesta a su «Quiero saber más».

Decía: «Es un hombre muy interesante, debería haber sabido que mis hijas lo adorarían. Fue fantástico que viniera a la ciudad, la próxima vez ellas irán a verle. ¿Cuándo? ¿Quién sabe? Ellas quieren que sea una sorpresa».

Se quedó mirando aquellas palabras, pese a que eran un bofetón que llevaba su mente otra vez a las sonrisas desconcertantes de esas mujeres jóvenes, de nuevo al pálido Montrachet levantado en un brindis, de regreso al amenazante muro negro de su amnesia.

Fantaseó con la idea de enviarle un mensaje que comenzara: «Querido Saul…», pero decidió mantener en secreto que sabía quién era, al menos por el momento. No sabía qué valor podría tener esa carta y no quería mostrarla antes de comprender el juego. Además, aferrarse a ella le daba, de una manera minúscula, una sensación de poder. Como llevar un cortaplumas en un barrio peligroso.

Cuando entró en la sala de conferencias estaba desesperado por volver a centrarse en el caso Perry. Kline, Rodriguez y Wigg ya estaban sentados. Anderson se estaba acercando a la mesa, plenamente concentrado en una taza de café tan llena que hacía que caminar se convirtiera en todo un reto. Blatt se encontraba junto a la cafetera, inclinándola para sacar el último chorrito negro. Hardwick no había vuelto.

Rodriguez miró su reloj.

– Es la hora. Algunos ya estamos, otros no, pero es su problema. Es hora de un informe sobre las entrevistas. Bill, es tu turno.

Anderson dejó el café en la mesa con la concentración de alguien que trata de desactivar una bomba.

– Bien-dijo. Se sentó, abrió una carpeta y empezó a examinar y reordenar el contenido-. Vale, aquí estamos. Empezamos con una lista de todas las graduadas de los veinte años en que Mapleshade ha estado operativo y luego la redujimos a una relación de graduadas de los últimos cinco años. Fue en ese momento cuando pasaron de centrarse en una población general de adolescentes con problemas de conducta a ocuparse de chicas adolescentes que habían cometido abusos sexuales.

– ¿Condenadas por esos delitos?-preguntó Kline.

– No. Todo intervenciones privadas a través de familiares, terapeutas, doctores. La población de Mapleshade está formada, sobre todo, por chicas psicópatas a las que sus familias tratan de mantener alejadas de los tribunales de menores, o simplemente quieren sacarlas de la ciudad, de la casa, antes de que las descubran haciendo lo que han estado haciendo. Los padres las envían a Mapleshade, pagan por su educación y esperan que Ashton solucione el problema.

– ¿Y lo hace?

– Es difícil de saber. Las familias no hablan de eso, así que lo único que nos queda es una comprobación de los nombres de las graduadas en la base de datos de delitos sexuales para ver si alguna ha tenido problemas con la justicia desde que son adultas y han salido de Mapleshade. Hasta el momento no hemos conseguido gran cosa. Un par de las clases de graduadas de hace cuatro y cinco años, ninguna de los últimos tres años. Es difícil saber qué significa eso.

Kline se encogió de hombros.

– Puede significar que Ashton sabe lo que está haciendo o solo refleja que los abusos cometidos por mujeres, en gran medida, no se denuncian a la policía y tienden a no llevarse a juicio.

– ¿En qué gran medida?-preguntó Blatt.

– ¿Disculpe?

– ¿En qué gran medida cree que pasan sin denunciarse y sin llevarse a juicio?

Kline se recostó en su silla, mirando enfadado a lo que obviamente consideraba una distracción. Su tono era severo, académico, impaciente.

– Los mejores datos sugieren que más o menos el veinte por ciento de las mujeres y el diez por ciento de los hombres sufrieron abusos sexuales en la infancia, y que el perpetrador era una mujer en alrededor de un diez por ciento del total de casos. El resumen es que estamos hablando de millones de casos de abuso sexual y de cientos de miles de casos en los que el perpetrador era una mujer. Pero sabe tan bien como yo que siempre hay un doble rasero, una reticencia de las familias a denunciar a madres, hermanas y canguros a la Policía, una reticencia de las fuerzas policiales a tomarse en serio las acusaciones de abuso contra mujeres jóvenes, una reticencia de los tribunales a condenarlas. La sociedad no parece dispuesta a aceptar la realidad de las depredadoras sexuales de la misma manera en que aceptamos la realidad de los hombres depredadores. Pero algunos estudios apuntan que muchos de los hombres condenados por violación sufrieron abusos sexuales por parte de mujeres cuando eran niños. -Kline negó con la cabeza y dudó-. Dios, podría contarles historias de este mismo condado, casos que llegan al Tribunal de Familia a través de los Servicios Sociales. Ya conocen ese material: madres masturbando a sus propios hijos, vendiendo vídeos porno de ellos teniendo sexo entre sí. ¡Dios! Y lo que finalmente entra en el sistema judicial es solo una pequeña muestra de lo que está pasando. Pero ya me he explicado. Basta, ¿no? Deberíamos volver a centrarnos.

Blatt se encogió de hombros.

Rodriguez asintió para manifestar su acuerdo.

– Vale, Bill, pasemos al informe de llamadas telefónicas.

Anderson revolvió otra vez entre sus papeles, que ahora estaban esparcidos en una zona más amplia de la mesa.

– Las direcciones, los números de teléfono y el resto de la información de contacto que usamos eran las más recientes del archivo. El número de graduadas en el periodo de los últimos cinco años es de ciento cincuenta y dos. El promedio es de treinta por año. De las ciento cincuenta y dos, creemos que tenemos información válida de ciento veintiséis. Se hicieron llamadas iniciales a las ciento veintiséis. De esas llamadas, sesenta resultaron en contacto inmediato, con la exalumna en persona o con un familiar. De las sesenta y seis restantes a las que dejamos mensajes, doce nos han llamado antes de las nueve cuarenta y cinco de esta mañana.

– Eso suma setenta y dos contactos directos-dijo Kline con rapidez-. ¿Cuál es el resumen?

– Es difícil de decir. -Anderson sonó como si todo en su vida fuera complicado.

– Dios mío, teniente…

– Lo que quiero decir es que los resultados son diversos.

– Cogió otra hoja de papel de su pila-. De los setenta y dos, hablamos directamente con la exalumna en veintiún casos. No hay problema ahí, ¿no? O sea, que si hablamos con ellas no están desaparecidas.

– ¿Qué pasa con las otras cincuenta y una?

– En treinta y cinco casos, la persona con la que hablamos (padre, cónyuge, hermano, compañera de piso, pareja) afirmó que conocía la localización de la exalumna y que estaban en contacto con ella.

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