– Sí.
– Y cuando ejecutaron la orden, ¿qué encontraron?
– A Melanie Strum en dos piezas. Envuelta en papel de aluminio. En el fondo del congelador. Debajo de cuarenta kilos de pechugas de pollo. Y de una buena cantidad de brécol congelado.
Hardwick lanzó una risa ronca de las suyas, más sonora que la de Blatt.
Kline parecía desconcertado.
– ¿Qué hacía el ladrón abriendo paquetes de aluminio en el fondo de un congelador?
– Contó que siempre es el primer sitio en el que mira. Según él, la gente cree que es el último lugar donde miraría un ladrón, así que ponen allí sus cosas de valor. Dijo: «Si quieres encontrar diamantes, mira en el congelador». Comentó que le hacía gracia que tanta gente pensara que había tenido una idea brillante, que pensaran que iban a engañarle, que eran más listos que él. Se rio con eso.
– ¿Así que fue al congelador, empezó a desenvolver el cuerpo y…?
– En realidad-le interrumpió Becker -, empezó a desenvolver la cabeza.
Las diversas exclamaciones guturales de horror en torno a la habitación fueron seguidas por un silencio.
– ¿Siguen ahí, caballeros?-La voz de Becker sonaba divertida.
– Aquí estamos-dijo Rodriguez.
Se produjo otro silencio.
– Caballeros, ¿tienen más preguntas o esto más o menos cierra el caso de sus personas desaparecidas?
– Una pregunta-intervino Gurney-. ¿Cómo hicieron la identificación?
– Teníamos una coincidencia parcial en la sección de delitos sexuales de la base de datos del NCIC.
– ¿Un familiar directo?
– Sí. Resultó ser el padre biológico de Melanie adicto a la heroína, Damian Clark. Había sido condenado por violación, agresión sexual con agravante, abuso sexual de una menor y otros varios delitos desagradables hace unos diez años. Localizamos a la madre, que se había divorciado del marido violador y se había casado con un hombre llamado Roger Strum. Ella vino e identificó el cadáver. También tomamos una muestra de ADN suya y obtuvimos una confirmación del parentesco de primer grado, como en el caso del padre biológico. Así que no hay ninguna duda sobre la identidad de la chica asesinada. ¿Alguna pregunta más?
– ¿Tiene alguna duda sobre la identidad del asesino?-preguntó Gurney.
– No muchas. Hay algo turbio en el señor Ballston.
– Los Strum parecían bastante ofendidos por su libertad bajo fianza.
– No tanto como yo.
– ¿Logró convencer al juez de que no hay riesgo de fuga?
– Lo que logró fue presentar una garantía de fianza de diez millones de dólares y acceder a lo que equivale a un arresto domiciliario. Ha de permanecer dentro de los límites del condado de Palm Beach.
– No parece satisfecho con eso.
– ¿Satisfecho? ¿He mencionado que el forense concluyó que, antes de ser decapitada, Melanie Strum había sido violada al menos veinte veces y que tenía cortes de una cuchilla afilada en prácticamente todos los centímetros de su cuerpo? ¿Estoy satisfecho de que el hombre que hizo esto esté sentado al lado de su piscina de un millón de dólares con sus gafas de diseño de quinientos dólares mientras el bufete de abogados más caro del estado de Florida y el equipo más elegante de relaciones públicas de Nueva York hacen todo lo posible para presentarlo como la víctima inocente de un departamento de Policía incompetente y corrupto? ¿Me está preguntando si estoy satisfecho con eso?
– ¿Así que nos quedaríamos cortos si dijéramos que no está cooperando con la investigación?
– Sí, señor. Desde luego. Eso sería quedarse muy cortos. Los abogados del señor Ballston han dejado claro que su cliente no dirá ni una palabra a nadie de la Policía sobre el falso caso fabricado contra él.
– Antes de que decidiera no decir nada, ¿ofreció alguna explicación de la presencia de una mujer asesinada en su congelador?
– Solo que habían hecho trabajos frecuentes en su casa, que había tenido muchos empleados domésticos y Dios sabe cuánta gente podría haber tenido acceso a su sótano, por no mencionar al mismo ladrón.
Kline miró a su alrededor en la sala, con las palmas levantadas en un ademán inquisitivo, pero nadie tenía nada que añadir.
– Muy bien-dijo-. Detective Becker, quiero darle las gracias por su ayuda. Y por su sinceridad. Y buena suerte con su caso.
Hubo una pausa. Luego volvió a oírse el acento sureño.
– Solo me preguntaba si saben algo sobre este caso allí arriba que pueda ser útil para el que tenemos aquí.
Kline y Rodriguez se miraron el uno al otro. Gurney observó cómo los engranajes giraban mientras sopesaban los riesgos y las recompensas potenciales. El capitán finalmente se encogió de hombros, cediendo la decisión al fiscal.
– Bueno-dijo Kline, haciendo que sonara más dudoso de lo que en realidad estaba-, estamos contemplando la posibilidad de que haya más de una persona desaparecida.
– Vaya…
Hubo un silencio, que sugirió que Becker o bien se estaba tomando tiempo para absorber la información o bien se estaba preguntando por qué no se había mencionado antes. Cuando habló de nuevo, su voz había perdido la suavidad.
– ¿De cuántas personas estamos hablando exactamente?
Historias desagradables
E n el largo camino a casa, Gurney se sintió obsesionado con la situación en Palm Beach, por la imagen de Jordan Ballston junto a su piscina, por el deseo de llegar al hombre y al fondo de ese extraño caso.
Pero llegar hasta aquel tipo no sería fácil. Ballston, que se había aislado tras un enorme muro de abogados y portavoces, a buen seguro que no iba a sentarse a hablar amigablemente del cadáver en su sótano.
Al salir del pueblecito de Musgrave, Gurney aparcó en una tienda Stewart’s abierta las veinticuatro horas para comprar café. Eran casi las tres de la tarde y estaba al borde de un síndrome de abstinencia de cafeína.
Cuando volvía a su coche con una taza humeante de medio litro, sonó su teléfono.
Era Hardwick, para comentar la jugada.
– Entonces, ¿qué opinas, Davey? ¿Una partida nueva?
– La misma partida, otro ángulo de cámara.
– ¿Ves algo que no hubieras visto antes?
– Una oportunidad. Aunque no sé cómo llegar a ella.
– ¿Ballston? ¿Crees que va a decirte algo? ¡Buena suerte!
– Es la única llave que tenemos, Jack. Tenemos que conseguir que entre en la cerradura.
– ¿Crees que está de alguna manera detrás de todo esto?
– Todavía no sé lo suficiente para creer nada. No se me ocurre ninguna manera en que pudiera haber matado a Jillian Perry. Pero te lo repito, es la única llave que tenemos. Tiene un nombre real, un negocio real y un trasfondo personal, y sienta el culo en una dirección real. En comparación con él, Héctor Flores es un fantasma.
– Muy bien, campeón, avísanos cuando ese cerebro genial tuyo descubra cómo girar esa llave. Pero no te llamaba por eso. Ha surgido más material de Karmala y sus propietarios.
– Kline me dijo que descubriste que no era una empresa de ropa.
Hardwick se aclaró la garganta.
– La punta del consabido iceberg. O más bien la punta de un manicomio. Todavía no sabemos a ciencia cierta en qué negocio está metido Karmala, pero tengo algunos datos de los Skard. Definitivamente no es gente con la que se pueda jugar.
– Espera un momento, Jack. -Gurney abrió su taza y dio un largo sorbo-. Vale, cuéntame.
– Estamos recibiendo información a pedacitos. Antes de que llegaran a Estados Unidos y se internacionalizaran, los Skard originalmente operaban desde Cerdeña, que forma parte de Italia. Italia tiene tres cuerpos policiales separados, cada uno con sus propios registros, además del material local; y luego está la Interpol, que tiene acceso a parte de ello, pero no a todo. Además, estoy recibiendo material que no está en ningún archivo (viejos rumores, cosas que se dicen, lo que sea) de un tipo de la Interpol al que le he hecho algunos favores. Así que lo que tengo son fragmentos desconectados. Algunos son únicos; otros, repetidos; algunos de ellos, contradictorios. Algunos son fiables y otros no, pero no hay forma de saber cuál es cuál.
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