John Verdon - No abras los ojos

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David Gurney se sentía casi invencible… hasta que se topó con el asesino más inteligente con el que jamás había tenido que enfrentarse.
Dave Gurney, el protagonista de la primera novela de John Verdon, Se lo que estás pensando, vuelve para afrontar el caso más difícil de su carrera, una batalla con un adversario implacable que no solo es un inteligente y frío asesino, sino que no tiene reparos en atacar directamente al punto débil de Gurney: su esposa.
Ha pasado un año desde que el exdetective de la Policía de Nueva York consiguió atrapar al asesino de los números y, aunque es su intención retirarse definitivamente junto a su esposa Madeleine, un nuevo caso se le presenta de forma imprevista. Una novia es asesinada de manera brutal durante el banquete de bodas, con cientos de invitados en el jardín, y ese es un reto al que es imposible resistirse.
Todas las pistas apuntan a un misterioso y perturbado jardinero pero nada encaja: ni el móvil, ni la situación del arma homicida y sobre todo, el cruel modus operandi. Dejando de lado lo obvio, Gurney empieza a unir los puntos que le descubrirán una compleja red de negocios siniestros y tramas ocultas.

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Era Robin Wigg. Empezó, como de costumbre, sin ningún preámbulo.

– Tengo los resultados preliminares de los test de laboratorio de las botas que encontraron en la residencia de Liston. El capitán Rodriguez me ha autorizado a discutirlos con usted, porque se han realizado a petición suya. ¿Es un buen momento?

– Desde luego. ¿Qué ha encontrado?

– Mucho de lo que cabría esperar y algo inesperado. ¿Empiezo con eso?-Había algo en el tono de contralto de Wigg, calmado y profesional, que a Gurney siempre le había gustado. Fuera cual fuese el contenido de las palabras, el tono decía que el orden podía imperar sobre el caos.

– Por favor. Las soluciones suelen estar en las sorpresas.

– Sí, eso es cierto. La sorpresa es la presencia en las botas de una feromona en particular: metil p-hidroxibenzoato. ¿Sabe usted algo de esto?

– Me salté química en el instituto, así que será mejor que empiece por el principio.

– En realidad es muy sencillo. Las feromonas son secreciones glandulares que sirven para transmitir información de un animal a otro. Feromonas específicas segregadas por un animal en concreto pueden atraer, advertir, calmar o excitar a otro. El metil p-hidroxibenzoato es una potente feromona que atrae a los perros y se ha identificado en altas concentraciones en ambas botas.

– ¿Y su efecto sería…?

– Cualquier perro, pero sobre todo uno rastreador, seguiría con facilidad y ansiedad un rastro creado por una persona que llevara esas botas.

– ¿Cómo podría alguien tener acceso a ese material?

– Algunas feromonas caninas se comercializan para uso en refugios de animales y regímenes de modificación de conducta. Podrían haberlas adquirido de ese modo, o tal vez por un contacto directo con una perra en celo.

– Interesante. ¿Hay alguna manera accidental que se le ocurra para que una sustancia química así pueda acabar en las botas de alguien?

– ¿En las cantidades en que se ha encontrado? A menos que haya una explosión en un centro de envasado de feromonas, no.

– Muy interesante. Gracias, sargento. Voy a ponerle a Jack Hardwick al teléfono. Le agradecería que le repitiera lo que me ha contado a mí, por si acaso tiene preguntas que yo no pueda responder.

Hardwick tenía una pregunta.

– Cuando te refieres a una feromona segregada por una perra en celo, te refieres a un olor sexual de hembra que ningún perro macho puede pasar por alto, ¿no?

Escuchó su breve respuesta, colgó y le devolvió el teléfono a Gurney con aspecto excitado.

– Cielo santo. El irresistible olor de una perra en celo. ¿Qué opinas de eso, Sherlock?

– Es obvio que Flores quería estar absolutamente seguro de que el perro de la brigada canina seguiría esa senda como una flecha. Puede que incluso hiciera una búsqueda por Internet y descubriera que todos los perros de la Policía del estado eran machos.

– Lo cual obviamente significa que quería que encontrásemos el machete.

– No hay duda al respecto-dijo Gurney-. Y quería que lo encontráramos deprisa. En ambos casos.

– Entonces, ¿qué sucede? Les corta la cabeza, se pone unas botas preparadas, se escabulle en el bosque, deja el machete, después vuelve a la escena del crimen, se quita las botas… y luego ¿qué?

– En el caso de Savannah, solo se aleja caminando o en coche, o como sea-dijo Gurney-. La situación de Jillian es la imposible.

– ¿Por el problema del vídeo?

– Eso además de la cuestión de adónde podía haber ido después de volver a la cabaña.

– Además de la cuestión más básica. ¿Por qué molestarse en volver?

Gurney sonrió.

– Ese es el único elemento que creo que entiendo. Vuelve para dejar las botas a plena vista para que el perro esté excitado y vaya directamente al arma homicida.

– Lo cual nos lleva otra vez al gran porqué.

– También nos lleva una vez más al machete en sí. Escucha lo que te digo, Jack, descubre cómo llegó al lugar donde lo encontramos sin que nadie apareciera en el vídeo y todo lo demás encajará.

– ¿De verdad crees eso?

– ¿Tú no?

Hardwick se encogió de hombros.

– Algunas personas dicen: «Sigue el dinero». A ti, por otra parte, te gustan lo que llamas las discrepancias. Así que dices: «Sigue la pieza que no tiene sentido».

– ¿Y tú qué dices?

– Yo digo: «Sigue lo que no deja de salir una y otra vez». En este caso lo que no deja de salir una y otra vez es el sexo. De hecho, hasta donde alcanzo a ver, todo en este caso de locos, de una manera o de otra, tiene que ver con el sexo. Edward Vallory. Tirana Zog. Jordan Ballston. Saul Steck. Toda la empresa criminal de Skard. La especialidad psiquiátrica de Scott Ashton. Las posibles fotografías que te tienen acojonado. Incluso el puto rastro que llevó hasta el machete resulta que está relacionado con el sexo: la abrumadora potencia sexual de una perra en celo. ¿Sabes lo que pienso, campeón? Creo que va siendo hora de que tú y yo visitemos el epicentro de este terremoto sexual: Mapleshade.

71

Por todas las razones que he escrito

E staba descontento con los detalles de la solución final, por su brusco desvío de la elegante sencillez de una cuchilla afilada, una cuchilla cuidadosamente discriminadora. Pero no veía ningún camino más despejado hacia el destino último. Estaba consternado por la imprecisión de todo ello, por el abandono de las finas distinciones que eran su punto fuerte, pero había llegado a verlo como inevitable. Las bajas colaterales solo serían un mal necesario. Se consoló en la medida de lo posible recordándose que su acción planeada era la definición misma-la esencia misma-de una guerra justa. Lo que iba a hacer era innegablemente necesario, y si una acción era necesaria, entonces sus consecuencias inevitables estaban justificadas. Las muertes de niñas inocentes podían considerarse lamentables. Pero ¿quién decía que eran inocentes? En realidad, nadie era inocente en Mapleshade. Uno podía argumentar que ni siquiera eran niñas. Puede que no fueran legalmente adultas, pero tampoco eran niñas. No en el sentido normal del término .

Así que había llegado el día; el acontecimiento era inminente; la oportunidad perdida no se volvería a presentar. Disciplina y objetividad debían ser sus consignas. No había tiempo para estremecerse. Debía aferrarse a la realidad .

Edward Vallory había visto esa realidad con claridad meridiana .

El héroe de El jardinero español no se estremeció .

Ahora era su turno de asestar el golpe final a las zorras y embusteras, el cuerpo del demonio .

«Tiene un cuerpo bonito», una frase reveladora. Pensando en la pregunta que plantea. ¿Un cuerpo de qué ?

Voz de la serpiente. Boca que se desliza. Sudor en los labios .

Sobre las cabezas de estas serpientes, descargaré mi espada de fuego y nadie se escabullirá .

En el cieno de sus corazones clavaré mi estaca de fuego y ninguno continuará latiendo .

Así se hará, a la descendencia enferma de Eva se le dará muerte y se pondrá fin a sus abominaciones .

Por todas las razones que he escrito .

72

Una capa más

– ¿Qué hay de esa cosa zen que siempre decías? Eso de que el problema no surge con las respuestas equivocadas, sino que lo hace con las preguntas equivocadas.

Gurney y Hardwick se dirigían por las estribaciones de los Catskills septentrionales hacia Tambury. Hardwick llevaba un rato en silencio. Sin embargo, ahora había algo en su tono que implicaba que tenía algo más que decir.

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