John Verdon - No abras los ojos

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David Gurney se sentía casi invencible… hasta que se topó con el asesino más inteligente con el que jamás había tenido que enfrentarse.
Dave Gurney, el protagonista de la primera novela de John Verdon, Se lo que estás pensando, vuelve para afrontar el caso más difícil de su carrera, una batalla con un adversario implacable que no solo es un inteligente y frío asesino, sino que no tiene reparos en atacar directamente al punto débil de Gurney: su esposa.
Ha pasado un año desde que el exdetective de la Policía de Nueva York consiguió atrapar al asesino de los números y, aunque es su intención retirarse definitivamente junto a su esposa Madeleine, un nuevo caso se le presenta de forma imprevista. Una novia es asesinada de manera brutal durante el banquete de bodas, con cientos de invitados en el jardín, y ese es un reto al que es imposible resistirse.
Todas las pistas apuntan a un misterioso y perturbado jardinero pero nada encaja: ni el móvil, ni la situación del arma homicida y sobre todo, el cruel modus operandi. Dejando de lado lo obvio, Gurney empieza a unir los puntos que le descubrirán una compleja red de negocios siniestros y tramas ocultas.

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– Quizá no deberíamos preguntarnos cómo llevó Héctor el arma homicida de la cabaña al bosque, porque según el vídeo, no lo hizo. Así que tal vez ese es el hecho número uno que hemos de aceptar.

Gurney sintió un pequeño cosquilleo en la nuca.

– ¿Cuál crees que es la pregunta correcta?

– Supón que acabamos de hacerla, ¿cómo pudo llegar el machete al lugar donde lo encontramos?

– Muy bien. Es una versión con menos prejuicios de la pregunta, pero no veo…

– ¿Y cómo llegó la sangre de Jillian a él?

– ¿Qué?

Hardwick hizo una pausa para sonarse la nariz con su habitual entusiasmo. No habló hasta que volvió a guardarse el pañuelo en el bolsillo.

– Estamos suponiendo que es el arma del crimen, porque tiene la sangre de Jillian. ¿Es una suposición segura?

– Ya he recorrido ese camino contigo y no nos ha llevado a ninguna parte.

Hardwick se encogió de hombros, escéptico.

Gurney lo miró.

– ¿De qué otra manera podría haber llegado la sangre a él? Y si el machete no salió de la cabaña, ¿de dónde salió?

– ¿Y cuándo?

– ¿Cuándo?

Hardwick sorbió, sacó otra vez el pañuelo y se sonó la nariz.

– ¿Te fías del vídeo?

– Hablé con la compañía que lo hizo y con la gente del laboratorio del DIC que lo analizó. Los expertos me dicen que el vídeo es preciso.

– Si eso es cierto, el machete no podría haber salido de la cabaña entre el asesinato y el momento en que lo encontraron. Punto. Así que no era el arma del crimen. Punto. Y la maldita sangre tuvo que llegar a él de otra manera.

Gurney podía sentir cómo sus pensamientos se estaban reorganizando. Sabía que Hardwick tenía razón.

– Si el asesino pasó por el problema de poner la sangre en el machete-dijo, medio para sus adentros-, eso crearía un nuevo conjunto de preguntas, no solo cómo y cuándo, sino lo que es más importante: por qué.

¿Por qué el asesino se había molestado en construir un engaño tan complejo? En teoría, el propósito de una acción pasada, si esta funcionaba según lo planeado, podía descifrarse de sus resultados. Así pues, se preguntó Gurney, ¿cuáles fueron exactamente los resultados de que pusieran el machete donde estaba con la sangre de Jillian en él?

Respondió su propia pregunta en voz alta.

– Para empezar, lo encontraron rápida y fácilmente. Y todos concluyeron de inmediato que era el arma homicida. Eso abortó cualquier posterior búsqueda de una posible arma. El rastro de olor que conectaba la cabaña con el machete parecía concluyente y probaba que Flores había escapado por esa ruta. La desaparición de Kiki Muller reforzaba la idea de que Flores había abandonado la zona, se supone que en su compañía.

– ¿Y ahora…?-preguntó Hardwick.

– Y ahora no hay razón para creer nada de ello. De hecho, todo el escenario del crimen adoptado por el DIC parece haber sido manipulado por Flores. -Hizo una pausa, pensando en lo que aquello podía implicar-. ¡Cielo santo!

– ¿Qué pasa?

– La razón por la que Flores asesinó a Kiki y la enterró en su propio patio…

– ¿Para que pareciera que había huido con ella?

– Sí. Y eso hace que el asesinato de Kiki parezca la ejecución más fría y más pragmática imaginable.

Hardwick parecía confundido.

– Si era tan pragmático, ¿por qué un método tan espantoso?

– Quizás es otro ejemplo de la motivación doble del asesino: ventaja práctica más patología galopante.

– Más talento para crear mentiras para que la gente las extienda por el vecindario.

– ¿Qué clase de mentiras?

Hardwick estaba obviamente excitado.

– Piénsalo. Todo este caso está lleno de historias jugosas desde el principio. ¿Recuerdas la vecina mayor, Miriam, Marina, cómo se llama, la del airedale?

– Marian Eliot.

– Exacto, Marian Eliot, con todas sus historias sobre Héctor: la estrella de la historia de Cenicienta, la estrella de la historia de Frankenstein. Y si lees las transcripciones de las entrevistas a los vecinos, ves a Héctor como el amante latino, y a Héctor como el marica celoso. Incluso tú has añadido la tuya: la historia de Héctor como el vengador de entuertos pasados.

– ¿Qué estás diciendo?

– No estoy diciendo nada, estoy preguntando.

– ¿Preguntando qué?

– ¿De dónde coño salen todas estas historias? Son historias fascinantes, pero…

– Pero ¿qué?

– Pero ninguna de ellas se basa en una prueba sólida.

Hardwick se quedó en silencio, pero Gurney notó que el hombre tenía más que decir.

– ¿Y…?-lo instó.

Hardwick negó con la cabeza, como si no quisiera decir nada más, pero habló de todos modos.

– Pensaba que mi primera mujer era una santa. -Se sumió en un silencio distante durante un largo minuto o dos, mirando el paisaje que pasaban, los campos húmedos y las granjas viejas-. Nos contamos historias a nosotros mismos. Pasamos por alto las pruebas reales. Ese es el problema. Así es como funciona nuestra mente. Las historias nos encantan. Necesitamos creerlas. ¿Y sabes qué? La necesidad de creerlas puede ser nuestra perdición.

73

La puerta del Cielo

U na vez que pasaron la salida de Higgles Road, el GPS de Gurney indicó que llegarían a Mapleshade al cabo de otros catorce minutos. Habían elegido el conservador Outback verde de Gurney, que parecía más apropiado que el GTO rojo de Hardwick, con su ruidoso tubo de escape y su aspecto de coche trucado. El calabobos se había convertido en una lluvia más intensa. Gurney aceleró la velocidad del limpiaparabrisas. Semanas antes, una de las escobillas había empezado a chirriar. Necesitaba cambiarla.

– ¿Cómo imaginas a este tipo al que hemos estado llamando Héctor Flores?-preguntó Hardwick.

– ¿Te refieres a su cara?

– Todo él. ¿Cómo te lo imaginas?

– Me lo imagino de pie desnudo en una posición de yoga en el pabellón del jardín de Scott Ashton.

– ¿Te das cuenta?-dijo Hardwick-. ¿Has leído eso en los resúmenes de las entrevistas? Pero ahora te lo estás imaginando tan vívidamente como si lo estuvieras viendo.

Gurney se encogió de hombros.

– Hacemos eso todo el tiempo. Nuestras mentes no solo conectan los puntos, sino que crean nuevos puntos donde no los había. Como has dicho, Jack, tendemos a amar las historias, la coherencia. -Al cabo de un momento se le ocurrió una idea que en apariencia no estaba relacionada-. ¿La sangre aún estaba húmeda?

Hardwick pestañeó.

– ¿Qué sangre?

– La sangre del machete. La sangre que hace un minuto me has dicho que no podía proceder directamente de la escena del crimen, porque el machete no era el arma del crimen.

– Por supuesto que estaba húmeda. O sea… parecía húmeda. Déjame pensar un segundo. La parte que vi parecía húmeda, pero tenía tierra y hojas pegadas.

– ¡Dios!-exclamó Gurney-. Esa podría ser la razón…

– ¿La razón de qué?

– La razón por la que Flores lo enterró a medias. Enterró el filo. Bajo una capa de hojas y tierra húmeda.

– ¿Para que la sangre no se secara?

– O para que no se oxidara de manera notablemente diferente de la sangre que había en torno al cadáver de la cabaña. La cuestión es que si la sangre del machete parecía estar en un estado más avanzado de oxidación que la del vestido de novia de Jillian, eso es algo en lo que tú o los técnicos os habríais fijado. Si la sangre del machete era más vieja que la sangre en torno a la víctima…

– Habríamos sabido que no era el arma del crimen.

– Exactamente. Pero el suelo húmedo en la hoja habría reducido el secado de la sangre, y habría oscurecido cualquier oxidación observable por una diferencia de color respecto a la sangre hallada en la cabaña.

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