Huntington continuó siendo el principal enemigo de Bierce. Crocker murió en 1888, Stanford en 1893 y Collis P. Huntington se hizo con el control de la Compañía de Ferrocarril del Pacífico Sur. Ya en 1884 había logrado extender por todo el territorio del país las líneas que él controlaba. Su enemistad con Leland Stanford, que durante años se había mantenido latente, explotó durante las elecciones al senado de 1885, cuando Stanford traicionó al amigo de Huntington y leal aliado del Ferrocarril Aaron A. Sargent para hacerse con el apoyo republicano. En 1887 Stanford se la jugó de nuevo a Huntington, cerrando un trato con George Hearst y el jefe Chris Buckley de San Francisco para apoyar la futura candidatura de Hearst, en pago al apoyo democrático en un segundo mandato en el senado de los Estados Unidos.
– Yo no olvido a aquellos que me han engañado -dijo Huntington.
Su oportunidad para devolvérsela a Stanford le llegó cuando Stanford se excedió con la financiación del centro conmemorativo de su hijo, la Universidad Leland Stanford Junior. Huntington evitó que el ex gobernador retirase fondos del Ferrocarril para sanear sus cuentas personales. El Ferrocarril por aquel entonces estaba siendo investigado por el gobierno, y Stanford habría sido procesado si no llega a ser por las oportunas decisiones del juez Stephan Field de la Corte Suprema del estado, el cual era conocido por no dejar tirado nunca a un amigo millonario.
Huntington iba a tener otra oportunidad de asestar un último golpe a su antiguo socio. Cuando Stanford murió, sus herederos se vieron inmersos en varias demandas; la más importante de ellas fue la presentada por el gobierno federal reclamando propiedades que saldaran la deuda de 57 millones de dólares que el Ferrocarril había acumulado con el estado. Asimismo, parecía que la Universidad de Stanford también tendría que cerrar sus puertas. «¡Que cierren el circo!», gruñó Huntington, y dejó que los herederos de Stanford pelearan la batalla de los Cuatro Grandes, la cual él mismo, cuando le llegó la hora, también tuvo que afrontar.
Gracias a los heroicos esfuerzos de la señora Stanford, la universidad pudo seguir abierta. Un juez amigo le permitió que contratara a profesorado y administrativos como sirvientes personales. Los caballos de carreras fueron vendidos, los sirvientes y jardineros de la mansión de la señora Stanford despedidos y su carruaje vendido. La universidad continuó abierta a pesar de la maldad de Huntington.
A medida que envejeció, el viejo magnate se fue convirtiendo en un blanco fácil de caricaturistas; con su cráneo pelado en forma de cúpula doble y que cubría con un gorro de rabino. Los ilustradores normalmente lo retrataban a él y a sus líneas de ferrocarril como un pulpo.
El electorado había comenzado a adoptar una visión distinta del capitalismo de laissez-faire, y la escala de tarifas del Ferrocarril, universalmente considerada como arbitraria y discriminatoria, fue culpada por un amplio sector de la población por la depresión de los años noventa. Además, se acababa el plazo del periodo de fianza del gobierno y Huntington se aprestó para luchar contra el pago. Contrató a representantes en Washington y en las capitales del estado, cuya labor consistía en «explicar» a los legisladores lo que era «correcto». Recurrió al privilegio americano de apoyar candidaturas de funcionarios cuyas opiniones coincidieran con la suya. Se realizaron pagos cuando fueron necesarios, pero no lo consideraba como un soborno. Un soborno era la compra consciente de ventaja personal, de lo cual él mismo había acusado a Stanford.
Cuando escribí un artículo conmemorativo sobre Bierce en el Chronicle, tuve la satisfacción de describir su triunfo final sobre Huntington y el Ferrocarril, un triunfo que se venía gestando desde mucho tiempo atrás:
William Randolph Hearst envi ó a Bierce a Washington. Quer í a que colaborara con los peri ó dicos de Hearst en la lucha contra el proyecto de ley para la financiaci ó n de los Ferrocarriles. Esta ley habr í a sido el mayor regalo de la historia al Ferrocarril del Pac í fico Sur. La deuda de setenta y cinco millones de d ó lares al gobierno de los Estados Unidos iba a ser pospuesta en forma de bonos al dos por ciento a un plazo de ochenta a ñ os. En efecto, se trataba de un verdadero regalo para la Southern Pacific. Huntington hab í a logrado comprar a suficientes senadores, especialmente a los de los estados del oeste del pa í s, para asegurarse la aprobaci ó n de la ley.
Bierce entr ó en acci ó n inmediatamente en el San Francisco Examiner y el Morning Journal de Nueva York, con el estilo beligerante que hab í a perfeccionado; atacaba al Ferrocarril y a Collis P. Huntington, y elogiaba al senador John T. Morgan, presidente del comit é del senado que hab í a citado a Huntington para testificar y hab í a avergonzado al presidente del Ferrocarril con implacables preguntas.
Bierce escribi ó : « Huntington ha sido capaz de sacar la mano del bolsillo del contribuyente el tiempo suficiente para alzarla sobre la Biblia. En Sacramento los hombres con bolsas de dinero del Ferrocarril se ven con tanta frecuencia como mensajeros del senado, pero en lugar de enviar a grupos de presi ó n a Washington para lograr su principal objetivo, comprar el senado de los Estados Unidos, Huntington ha hecho las maletas llen á ndolas de verdes y ha venido para encargarse de los asuntos é l mismo » .
Al encontrar problemas con el comit é , Huntington aport ó cartas testimoniales de californianos prominentes que enumeraban los beneficios que aport ó el Ferrocarril al estado y la extraordinaria conducta é tica de sus propietarios. Bierce persigui ó a los autores de estos testimonios, al igual que persigui ó antes a Aaron Jennings. Los incluy ó en el « Libro Negro de Bierce » , donde sus nombres ser í an publicitados hasta que se retractaran. Y eso hicieron. Las revelaciones del senado, la arrogancia e ignorancia que Huntington mostr ó ante las audiencias del comit é y las arponadas de Bierce eran tan escandalosas que todos excepto dos de los testimonios fueron retirados. La corriente de opini ó n en el senado vir ó de sentido en contra del Ferrocarril del Pac í fico Sur.
Huntington se encontr ó con Bierce en las escaleras del capitolio.
– ¿ Cu á nto vales? - gru ñó derrotado, y a continuaci ó n pronunci ó su recurrente dicho, mostr á ndose bastante m á s c í nico que lo que jam á s pudo ser Bierce - . ¡ Todo hombre tiene un precio!
– Setenta y cinco millones de d ó lares - dijo Bierce triunfal - . ¡ Pagaderos al gobierno de los Estados Unidos!
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[1] Bitter: amargo, agrio, implacable, amargado. (N. de la T.)
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