– ¡Venga ya!
– Cuando un tío se pone a decir tonterías y a balbucear delante de una mujer…
– Nicky -dijo Kate con una sonrisa-, cállate.
El apartamento de San Remo parecía más grande y más vacío que nunca, como una tumba o un museo de arte. Pero Kate no podía soportar ver las obras y objetos que Richard y ella habían coleccionado; cada uno de ellos le traía un recuerdo.
Fue del cuarto de estar al salón y de ahí a la biblioteca, hojeó unos cuantos libros de arte, pensó en escribir otro libro, cosa que de momento parecía imposible, y finalmente entró en el dormitorio y miró de reojo la fotografía de Richard junto al billetero sobre la cómoda. Era un recordatorio constante de su fracaso en la investigación, y tal vez del fracaso de Richard también. Pero ¿cómo saberlo?
El billetero estaba frío, sólo era un objeto y no un talismán, no conjuraba al hombre ni a su espíritu. Kate lo dejó de nuevo en la cómoda, volvió al cuarto de estar y se sentó en una blanda butaca de piel para hacer unas llamadas. Primero telefoneó a la madre de Richard, que seguía insistiendo en que fuera a verla a Florida. Kate le prometió que iría cuando Nola diera a luz y que a lo mejor iban los tres juntos. Luego a Blair, que quería organizar una comida con las chicas, pero Kate declinó la invitación con una excusa y prometió que se apuntaría la semana siguiente, aunque Blair se quejó de que siempre era «la semana siguiente».
Luego se quedó mirando las estanterías, llenas de los libros que a Richard le gustaban, novelas policíacas de cualquier tipo, novelas de misterio, y no se le escapó la ironía. Pero no podía quedarse quieta. Fue a su estudio, se sentó, se quedó mirando un cuaderno en blanco y por fin tomó un lápiz y comenzó a escribir asociaciones libres, haciendo una lista de lo que sabía o lo que creía saber de la muerte de Richard.
El cuadro que se encontró junto al cuerpo de Richard era de Leonardo Martini.
Martini trabajaba para Angelo Baldoni.
Baldoni encargó la tela a Martini.
El laboratorio ha confirmado que el pelo encontrado en la camisa de Martini era de Baldoni. Es probable que Baldoni matara a Martini.
Se detuvo con aire reflexivo y al cabo de un momento se puso de nuevo a escribir, dejándose llevar por sus pensamientos.
Según Grange, el FBI tiene un expediente sobre Baldoni, su historial como asesino a sueldo.
Baldoni es el primer sospechoso de la muerte de Richard.
Las palabras parecían palpitar en el papel.
Kate no se arrepentía de haberle matado. Respiró hondo y prosiguió:
Baldoni: sobrino de Giulio Lombardi.
Lombardi: conocido capo del crimen organizado.
Pero Lombardi había desaparecido sin dejar rastro. Ni la policía ni el FBI conocían su paradero.
¿Qué más? Miró por la ventana los árboles de Central Park. Comenzaban a surgir los colores del otoño y los verdes se tornaban marrones y naranjas. Se acordó de los cuadros del asesino del Bronx, expuestos en el estudio de Boyd Werther, y de la idea de la exposición, que entonces le pareció buena, pero ahora nada tenía sentido. El asesino daltónico. Otro misterio. Terminado pero sin resolver. Se tocó la barbilla con el lápiz y escribió:
Andrew Stokes: defendió a Lombardi y siguió viéndole después del juicio.
Lombardi: tío de Baldoni.
¿Conocía Stokes a Baldoni?
Stokes: ¿Baldoni?
Stokes asesinado en casa de Lamar Black.
Rosita Martínez identificó a Stokes como el cliente habitual de Suzie White.
Suzie White fue asesinada por el asesino daltónico.
Andy Stokes, Lamar Black, Suzie White, Angelo Baldoni. ¿Cuál es la relación?
Pensó en hablar de nuevo con Noreen Stokes, pero se acordó de cómo le había gritado en el hospital y supo que era imposible.
Releyó las notas. Muchos de los personajes estaban muertos. ¿Quién quedaba que pudiera contarle algo que no supiera? ¿Quién, aparte de Noreen Stokes?
Se quedó mirando la pared y luego echó un vistazo al reloj. El reloj. Baume et Mercier. Baume, el detective privado. Claro.
El despacho de Investigaciones Baume estaba en uno de esos típicos edificios anodinos de Manhattan. El pasillo de la octava planta era muy largo, iluminado con una luz cruda, con puertas a ambos lados, paredes grises que habían sido blancas en otros tiempos, una gastada alfombra marrón.
– ¿Ha pedido hora? -preguntó la recepcionista, una mujer de mediana edad y con el pelo anaranjado.
– No, lo siento -contestó Kate-, pero si el señor Baume pudiera concederme unos minutos…
La secretaria alzó un papel de su mesa.
– Tiene que rellenar esto.
Era una sola página. NOMBRE. DIRECCIÓN. TELÉFONO. FECHA. OBJETO DE LA VISITA. FORMA DE PAGO.
– Sólo quiero hablar con él.
– El señor Baume, mi marido -explicó la secretaria, con una sonrisa algo amarga-, cobra por hora. Ciento veinticinco dólares más gastos. La primera consulta es gratis. Eugene, es decir, el señor Baume, no le cobrará si no acepta el caso.
– ¿Lleva mucho tiempo trabajando con su marido? -preguntó Kate, sonriendo mientras rellenaba el formulario.
– Desde siempre -contestó la mujer moviendo una mano-. Por lo que he visto en este trabajo, más vale no andar muy lejos de tu marido. ¿Sabes lo que quiero decir, guapa? -Se llevó la mano a los labios-. ¡Ay, lo siento! No habrás venido por tu marido, ¿verdad?
– ¿Cómo dice?
– Maridos. Mujeres. Es la especialidad de Eugene. Se dedica a vigilarlos.
Kate intentó no pensar en la palabra «marido».
– No, ése no es mi problema. Yo vengo por… la señora Stokes. Noreen Stokes.
– El nombre me suena, pero tendría que consultar los archivos.
Kate estaba a punto de pedirle que lo hiciera cuando se abrió la puerta del despacho.
Eugene Baume era un hombre bajo y calvo, de mandíbula saliente y párpados caídos que le daban aspecto de tortuga.
– Antes trabajaba para una de las grandes agencias de investigación, con muchos socios y esas cosas -comentó mientras Kate se sentaba frente a su mesa-, pero prefiero trabajar solo.
– ¿Cuánto tiempo hace que dejó la policía?
Baume casi sonrió.
– ¿Tanto se me nota?
– Un poco. Yo trabajaba en Astoria, en personas desaparecidas y homicidios. Ahora llevo diez años jubilada. -Kate también sonrió-. No sé, tiene usted algo que le delata como policía.
– Dieciocho años en el cuerpo, supongo. Necesitaba un cambio de aires. -Baume le dio un discreto repaso-. Parece que a usted le ha ido muy bien.
– No me puedo quejar.
– ¿Es amiga de la señora Stokes?
– ¿Se acuerda de ella?
– Yo me acuerdo de todos mis clientes.
– Bueno, a mí me gustaría saber de su marido.
Baume se incorporó, adelantando más el mentón.
– Nunca hablo de mis casos.
– Claro, y me parece muy bien. -Kate puso sobre la mesa su placa provisional de policía.
– Creía que se había retirado.
– Y yo también. Es una historia muy larga.
– Los asuntos de mis clientes son confidenciales y usted lo sabe. A menos que tenga una orden judicial.
– Sinceramente, señor Baume, esto es más personal que oficial. -Intentó sonreír-. Sólo son unas preguntas, entre usted y yo.
– ¿Qué es esto? -repuso Baume entornando los ojos-. ¿Un nuevo truco de la policía?
– No, no, en absoluto. Ya le he dicho que es personal.
– Lo siento, pero sin una orden no tengo nada que decir.
Baume le abrió la puerta.
– Franny, la consulta es gratis.
Mierda. No había llevado muy bien la entrevista, pero es que estaba impaciente, harta de no averiguar nada. Miró a un lado y otro de la ajetreada Broadway Avenue como si la solución estuviera allí, oculta entre el tráfico. No podía conseguir una orden judicial. Ya no formaba parte del equipo, ni siquiera de manera provisional. Y tanto Brown como Tapell consideraban cerrado el caso de Richard. En cuestión de semanas sería otro caso olvidado.
Читать дальше