Juan Bolea - La mariposa de obsidiana

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La mariposa de obsidiana: краткое содержание, описание и аннотация

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En su primer día de vigilancia, la guardia jurado del Palacio Caballería, donde se viene celebrando una exposición dedicada a sacrificios humanos, es atrozmente asesinada. El crimen es perpetrado de noche, en la soledad del museo, y responde a la escenografía de los antiguos sacrificios aztecas. Para llevarlo a cabo, el criminal ha podido utilizar uno de los antiguos cuchillos de obsidiana que se mostraban en la exposición. Con la misma arma, arrancó la piel a su víctima, abandonando el cadáver sobre la piedra del sacrificio, en una macabra reproducción de los ritos que históricamente tuvieron lugar en las pirámides aztecas. A partir de ahí, la policía atribuirá el salvaje asesinato a un criminal perseguido por la comisión de otros homicidios recientes, algunos de los cuales se llevaron a cabo igualmente con bárbaras mutilaciones. Sin embargo, la subinspectora Martina de Santo apuntará pronto en otra dirección, eligiendo una línea de investigación que la conducirá por derroteros muy distintos.

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Martina aceptó. Raisiac se levantó para llenarle el vaso. La subinspectora echó la cabeza atrás y volvió a liquidarlo de un trago.

– ¿Esos mismos cuchillos de obsidiana se usaron antiguamente para llevar a cabo sacrificios humanos?

– Es más que posible -evaluó Raisiac-. Hasta ahora, por lo que a arqueología comparada se refiere, han abundado las interpretaciones idílicas que defendían un primitivismo edulcorado, pero muchos especialistas pensamos que los mayas no eran ajenos a esa práctica. Stephens, a quien sigo considerando una fuente capital, dejó escrito que en la Pirámide de El Adivino, en Uxmal, se habían llevado a cabo sacrificios de hombres, mujeres y niños. La Pirámide de El Adivino, o de El Mago, pudo ser el gran «teocali», el mayor de los templos de los ídolos a los que el pueblo de Uxmal tributaba culto, y en el que se celebraban sus más santos y misteriosos ritos. También en los templos del Petén se llevaron a cabo ceremonias similares.

– ¿Incluida la acrópolis donde descubrieron los cuatro cuchillos?

– Incluida.

– ¿A qué ceremonias está haciendo mención? ¿A la ofrenda de corazones a los dioses solares?

– Una de ellas, sí. Quizá, la principal.

– Esta mañana, en la escena del crimen, usted describió el rito azteca y…

– Lo hice porque usted me lo pidió, subinspectora.

– No lo he olvidado, profesor. Dijo usted que los cautivos, desnudos, eran conducidos hasta la cima del templo. Un sumo sacerdote les rasgaba el pecho, les arrancaba el corazón y lo ofrendaba al sol. ¿Desollaban los cuerpos, a continuación?

Raisiac entornó los ojos, pero la sombra de desconfianza que los había hecho entrecerrarse no se desvaneció de su mirada. Se pasó las manos por el pelo, probó un sorbito de tequila y lo paladeó.

– ¿Por qué me lanza ese anzuelo, subinspectora?

Martina le clavó una mirada frontal.

– Creo que usted conoce la respuesta.

Raisiac no discurrió más allá de cinco segundos.

– ¿Acaso porque el cadáver de la vigilante nocturna apareció desollado?

El rostro sin forma, sanguinolento, de Sonia Barca, se asomó a la memoria de Martina. Volvió a ver sus enrojecidas encías, las mandíbulas desencajadas en un alarido de horror.

– Se ensañaron con ella. Además de quitarle la vida, el cuchillo robado sirvió para desollar a la víctima.

Raisiac se puso en pie.

– ¿El asesino se llevó la piel?

– Sí.

– ¿Mutiló el cadáver?

– No.

– ¿Dejó en el cuerpo algún signo, un tatuaje, un jeroglífico?

– No.

– ¿Puedo hacerle una pregunta hasta cierto punto entrometida, subinspectora?

– Hágala.

– ¿Su hipótesis de trabajo parte de una supuesta conexión entre este crimen con las tradiciones sacrificiales precolombinas?

– Simplemente aspiro a atar cabos, profesor. Le recuerdo que no ha respondido a mi pregunta anterior sobre los desollamientos en los altares mayas.

– Tiene razón -dijo Raisiac; parecía excitado y concentrado a la vez, y caminaba al hablar, trazando círculos alrededor de la subinspectora-. Entre los mayas no hay constancia de ello, pero yo en absoluto descartaría que dicha penitencia, el desollamiento, no se aplicase a determinados delitos, como la delación o la traición. La civilización maya sigue atesorando numerosos misterios. Ni siquiera sabemos por qué razón, hacia el año mil de nuestra era, aquellos emporios, los fastuosos centros ceremoniales, las acrópolis y templos, los palacios y juegos de pelota de Tikal, Uxmal, Caracol o Chichen Itzá fueron abandonados. La selva engulló esos magnos edificios, sepultando las respuestas que pudieran explicar su abandono bajo una capa de vegetación y abriendo las puertas a un torrente de especulaciones. ¿Otro tequila, subinspectora?

Martina asintió. Raisiac volvió a servirle, pero esta vez la subinspectora no bebió, limitándose a dejar el vaso junto al cenicero en forma de cráneo donde humeaba una colilla suya.

– El cadáver de la vigilante apareció cerca de una estatua del dios Xipe Totec -le recordó Martina -. ¿Quiere hablarme de esa talla?

– Corresponde a la segunda mitad del siglo XV, a la época de esplendor azteca. Fue elaborada en terracota. Debió de estar policromada, pues todavía se pueden apreciar restos de pintura roja y azul, a base de pigmentos y arcillas. Xipe Totec es una deidad netamente azteca, si bien su nacimiento mítico hay que rastrearlo en Teotihuacán, cuna de los principales dioses mesoamericanos. Huitzilipochtli, Kukulkán, el propio Xipe. El Señor de los Desollados acompañó a los aztecas a lo largo de su prolongada migración desde el lago Aztlán, en busca de la tierra prometida que acabarían encontrando en Tenochtitlán. En su éxodo, los aztecas portaban los símbolos del culto a sus dioses primigenios: plumas preciosas, espejos de pirita, flores sagradas, banderas de papel y, sí, cuchillos de obsidiana… Los españoles se tropezarían con un reino de prodigios.

– Y de crueldad.

– ¿Para qué negarlo? Los aztecas elevaron el sacrificio humano a piedra angular de su religión y de su poder terrenal. En la plaza mayor de Tenochtitlán llegaron a sacrificarse, en una sola jornada, veinte mil prisioneros. Los exhaustos sacerdotes debían descansar entre una y otra matanza. Como un viscoso río, la sangre humana bañaría las pirámides, las calles, los patios. Además, Xipe Totec exigía sacrificios en el mes cuarto, dedicado a la primavera, al sol y a la regeneración de las semillas.

El tono de Raisiac había ido haciéndose didáctico. Parecía estar dictando una de sus clases.

– ¿El altar ceremonial de la exposición es auténtico? -preguntó Martina.

– Ya lo creo.

– ¿Sobre esa piedra fueron sacrificados seres humanos?

– Sin ninguna duda.

Martina hizo una pausa, como para facilitar que esa imagen tomara peso.

– Regresemos al cuchillo, profesor. Al arma del crimen, como usted ha adivinado. Al técpatl, según he leído en la biblioteca de mi padre. ¿Qué significa exactamente ese vocablo?

El arqueólogo enarcó las cejas. A diferencia de su blanco cabello, todavía eran negras.

– ¿Conoce la voz nahuatle?

Martina asintió. Sorprendido, Raisiac la ascendió a otro nivel, pero mantuvo su tono académico:

– En las fuentes indígenas, los cuchillos reciben varios nombres. Técpatl , como usted muy bien acaba de pronunciar, pero también nemoctena, u hoja de dos filos. E itzpapalotl , o mariposa de obsidiana, acaso su denominación más mistérica, inspirada en el vuelo del alma arrebatada por las heridas de guerra. El técpatl figura entre los veinte signos del calendario adivinatorio azteca, y simboliza la muerte, el frío, el firmamento oscuro de la noche que dará paso al sol y al espíritu de los guerreros muertos, convertidos en estrellas de la mañana por el filo del cuchillo, por la mariposa de obsidiana.

– ¿Hasta cuándo se utilizó la mariposa de obsidiana como arma mística?

– En razón de su carácter sacro y de su valor religioso, el técpatl seguiría empleándose después de la Conquista, a lo largo de los siglos XV y XVI, pese a que, para entonces, los aztecas, vía Oaxaca, tenían abundante cobre a su disposición y podían haber sustituido la obsidiana y el sílex por aleaciones de metal. Pero no lo hicieron. Continuaron eviscerando seres humanos con el técpatl, sacrificándolos por arrancamiento del corazón.

Martina agradeció esas explicaciones con un movimiento de cabeza. Como si fuera a despedirse, apuró su tercer tequila y apagó el cigarrillo. Pero, de pronto, a bocajarro, y con una sonrisa alentadora, preguntó a su anfitrión:

– ¿Qué hizo usted durante la pasada noche, profesor Raisiac?

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