Juan Bolea - La mariposa de obsidiana

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En su primer día de vigilancia, la guardia jurado del Palacio Caballería, donde se viene celebrando una exposición dedicada a sacrificios humanos, es atrozmente asesinada. El crimen es perpetrado de noche, en la soledad del museo, y responde a la escenografía de los antiguos sacrificios aztecas. Para llevarlo a cabo, el criminal ha podido utilizar uno de los antiguos cuchillos de obsidiana que se mostraban en la exposición. Con la misma arma, arrancó la piel a su víctima, abandonando el cadáver sobre la piedra del sacrificio, en una macabra reproducción de los ritos que históricamente tuvieron lugar en las pirámides aztecas. A partir de ahí, la policía atribuirá el salvaje asesinato a un criminal perseguido por la comisión de otros homicidios recientes, algunos de los cuales se llevaron a cabo igualmente con bárbaras mutilaciones. Sin embargo, la subinspectora Martina de Santo apuntará pronto en otra dirección, eligiendo una línea de investigación que la conducirá por derroteros muy distintos.

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Capítulo 29

El arqueólogo volvió a sentarse. Había palidecido.

– ¿Me está acusando de algo? ¿Acaso sospecha de mí?

– Cumplo con mi obligación -repuso Martina-. Conteste a mi pregunta: ¿qué hizo en la noche de ayer?

La espalda de Raisiac se deslizó hacia el apoyabrazos. Sus uñas rascaron el pelo de cebra de la tapicería del tresillo. Martina observó que tenía hecha la manicura, y que sus largos y pálidos dedos no se correspondían con las rudas manos de un arqueólogo consagrado a excavar acrópolis perdidas en mitad de la selva.

El catedrático repuso:

– No hice nada especial. En todo caso, las mismas o parecidas cosas que suelo hacer cualquier otra noche.

– Le ruego que sea más explícito.

– Acostumbro a escribir un rato después de cenar, hasta que me vence el sueño. Luego me acuesto, aunque todavía leo un rato en la cama. Duermo hasta las ocho o las nueve de la mañana. Profundamente -sonrió-, porque tengo la conciencia tranquila.

– Ya me ha dicho que es un hombre tradicional. ¿Dónde estaba usted anoche, a la una de la madrugada?

– Aquí. Tumbado en aquella cama del fondo, en la falsa habitación que hace las veces de dormitorio.

– ¿Solo?

– Naturalmente.

– ¿A lo largo de la tarde, o de las primeras horas de la noche, hubo alguien con usted?

– Mi colega, la doctora Cristina Insausti.

– ¿Por qué motivo le acompañaba?

– Me ayudó a pasar a máquina la monografía de encargo a la que le he hecho referencia.

– ¿La doctora Insausti se quedó a cenar con usted?

– Sí.

– ¿A qué hora se marchó?

– A eso de medianoche.

– ¿Puede ser más concreto?

– Sobre las doce y cuarto, diría yo.

– ¿Cenaron ustedes dos solos?

– Como tantas otras veces. La doctora es una excelente cocinera. Fue ella quien preparó la cena. Unos deliciosos espagueti con salsa boloñesa. Hay una cocina americana a la derecha del dormitorio, pero anoche cenamos en mi área de trabajo, informalmente. Abrimos una botella de lambrusco, tomamos café y conversamos acerca de la publicación de su próximo libro.

– ¿De qué trata?

– Será un compendio de su tesis sobre torturas y sacrificios humanos.

– ¿Es experta en ese campo?

– La doctora Insausti sabe mucho más que yo sobre la historia de la ignominia de nuestra especie. No dudo, subinspectora, que podrá ayudarla a esclarecer cualquier dificultad con que se tropiece en la investigación del caso, si es que el crimen del Palacio Cavallería tiene relación con algún tipo de ofrenda ritual.

– ¿Qué le hace pensar eso, profesor?

Aliviado porque el interrogatorio se alejaba de su persona, Néstor Raisiac expuso su tesis:

– Por lo que usted me ha contado, el criminal utilizó una escenografía precisa. Empleó un arma de carácter sagrado y procedió a manejarla conforme a la tradición de los sumos sacerdotes aztecas. Espero no inmiscuirme en su terreno si le expreso que ningún aspecto de esa pauta pudo obedecer al azar.

– En la policía solemos eliminar la casualidad como argumento probatorio -bromeó Martina.

Pero su gesto era tan gélido que únicamente comunicó al arqueólogo otra señal de peligro. En todo ese rato, Martina no se había movido un milímetro del lugar donde permanecía de pie, a dos pasos del tresillo de piel de cebra sobre el que el propietario del loft se había vuelto a sentar.

– De modo que -prosiguió la subinspectora-, a la hora en que se cometió el crimen, entre la una y las dos de la pasada madrugada, usted estaba aquí, en su casa. Solo, tal vez dormido, y sin nadie a su lado que pueda atestiguarlo.

– ¿No estará sugiriendo…?

– ¿He sugerido algo?

– No, pero…

– ¿Adonde se dirigió la doctora Insausti cuando, según usted, abandonó esta vivienda a eso de las doce y cuarto de la noche?

– A su apartamento, imagino.

– ¿Dónde vive?

– En la plaza del Carmen.

– ¿Cerca del Palacio Cavallería?

– Enfrente.

– ¿Tiene constancia de que se encaminara directamente hacia allí?

– Estoy seguro de ello -repuso el arqueólogo, con fatiga.

– ¿La doctora Insausti se fue caminando, o había venido en coche?

– Pidió un taxi. Yo mismo lo llamé por teléfono.

Martina estaba tomando notas en su libreta.

– ¿Está completamente seguro de que la doctora Insausti volvió a su casa, sin detenerse antes en ningún otro lugar?

– No puedo saberlo. Tendrá que preguntarle a ella.

– Lo haré. Pero la doctora Insausti y usted no dejaron de verse por mucho tiempo, porque esta mañana ambos se presentaron juntos en el palacio.

– Nos citamos a desayunar. Vimos el revuelo que se había organizado y entramos en la sala de exposiciones poco después de que lo hicieran ustedes.

Martina apagó el cigarrillo en el occipital del cráneo-cenicero y miró al arqueólogo con una expresión donde, de manera levísima, parecía asomar la curiosidad femenina.

– ¿Cristina Insausti es su amante, profesor?

Un coqueto apunte frivolizó el rostro clásico de Néstor Raisiac.

– En el fondo, me halaga que lo piense. No puede resultarme ofensivo que una mujer joven y atractiva como usted atribuya una cierta capacidad de seducción a un veterano como yo. Pero no, subinspectora. Cristina Insausti era mi mejor alumna, y hoy es una buena amiga. También, la novia de mi hijo David.

– Entiendo. ¿Cuántos años tiene su hijo?

– Veinticinco.

– Es más joven que ella.

– Unos pocos años, sí.

– ¿Su hijo David también se dedica a la arqueología?

– No.

– ¿En qué trabaja?

– David abandonó sus estudios. Ocasionalmente, se emplea en actividades eventuales.

– ¿Tiene usted más hijos?

– No. Mi mujer falleció hace diez años. Parte de los problemas que he sufrido con David derivan de ahí.

– ¿Qué clase de problemas, profesor?

Raisiac se puso en pie y paseó nerviosamente con las manos detrás de la espalda. Las desanudó y acarició el tronco de una enorme yuca que crecía sobre un macetón grande como medio barril.

– Mi hijo ha tenido dificultades con las drogas -admitió, débilmente-. Ahora está limpio, pero hemos pasado épocas muy duras.

– ¿Hemos?

– Cristina y yo, sí.

La subinspectora se dirigió a una mesa auxiliar donde, entre otros materiales arqueológicos, reposaba un tambor de piel y cuero.

– Le agradezco su sinceridad, profesor. Hace rato que me estaba fijando en esta pieza.

El arqueólogo tornó a sentarse.

– ¿Me está concediendo un respiro?

– Digamos que sí, pero nunca se fíe de un policía. ¿Inca?

– Volvió a acertar.

Martina hizo tamborilear los dedos en la gastada y tensa superficie del tambor.

– ¿De qué animal es la piel? ¿De cerdo?

– Por una vez erró, subinspectora. Se trata de piel humana.

En un reflejo inconsciente, Martina encogió los dedos.

– Los incas lo llamaban rutaninya -explicó Raisiac-, o tambor hecho con «piel de gente». La que se utilizó para confeccionar ese instrumento correspondía al abdomen de un hombre. El tambor se tocaba con las propias manos del cautivo con cuyos despojos, curtidos con sebo, se había fabricado la caja.

– Impresionante -dijo Martina, dejando la pieza en su lugar-. ¿Cómo ha llegado hasta usted este tambor, y de qué manera se ha conservado?

– La doctora Insausti me ha confiado el estudio de algunas piezas incaicas que recientemente aparecieron en una tumba sellada. Entre ellas, ese tambor.

– ¿La doctora Insausti ha excavado en Perú?

– Asesora al gobierno peruano en materia de yacimientos.

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