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Camilla Läckberg: Los Gritos Del Pasado

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Camilla Läckberg Los Gritos Del Pasado

Los Gritos Del Pasado: краткое содержание, описание и аннотация

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En plena temporada de verano en la pequeña población costera de Fjällbacka, un niño descubre el cadáver de una turista alemana cruelmente torturada. Muy cerca, la policía encuentra los esqueletos de dos mujeres desaparecidas hace veinte años. La joven pareja formada por la escritora Erica y el detective Patrik disfrutan de unas merecidas vacaciones. Erica está embarazada de ocho meses y el calor sofocante del verano vuelve especialmente difícil este último mes de gestación. La última cosa que necesitan ambos es un nuevo caso de asesinatos, pero el malhumorado comisario Mellberg incluye rápidamente a Patrik en los acontecimientos. Sorprendentemente todos terminarán descubriendo que todas las víctimas tenían alguna relación con el predicador Ephraim Hult y su particular familia…

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La boca de Mellberg seguía moviéndose sin parar frente a él.

– En realidad, no veo por qué no podrían concedernos un aumento en las prestaciones, que podrían contemplar ya en el próximo presupuesto, teniendo en cuenta el buen nombre que hemos adquirido…

Bla, bla, bla, pensaba Patrik. Palabras que salían de su boca a borbotones, llenas de vacío y de sin sentido. Dinero, fama y más subvenciones y elogios de los superiores: formas absurdas de medir el éxito. Sintió un impulso de coger la taza de café hirviendo y derramarlo sobre el nido de pelo de Mellberg, sólo para que se callase.

– Y, desde luego, tu participación hay que destacarla -observó Mellberg-. De hecho, le dije al jefe de policía que tú fuiste un fantástico apoyo en la investigación, pero no me lo recuerdes cuando llegue el momento de negociar una subida de sueldo -bromeó Mellberg entre carcajadas y guiñándole un ojo a Patrik-. Lo único que me preocupa es lo que atañe a la muerte de Johannes Hult. ¿Seguís sin saber quién lo asesinó?

Patrik negó con la cabeza. Hablaron de ello con Jacob, pero él parecía saber tanto como los demás. Su asesinato seguía archivado entre los casos sin resolver, y así permanecería, al parecer.

– Ya sería la guinda que pudierais encajar esa pieza también. Nunca está de más el cum laude junto al sobresaliente, ¿no crees? -opinó Mellberg satisfecho, antes de adoptar de nuevo un gesto grave-. Y ni que decir tiene que he tomado nota de vuestras críticas a la actuación de Ernst, pero, considerando los muchos años que lleva en el Cuerpo, creo que debemos mostrarnos generosos y correr un tupido velo, principalmente si consideramos que al final todo salió bien.

Patrik recordó la sensación del dedo temblándole sobre el gatillo, con Martin y Jacob como diana, y la mano en la que sostenía la taza de café empezó a temblarle del mismo modo. Como imbuida de voluntad propia, su mano empezó a alzar la taza y a conducirla, muy despacio, hacia la coronilla revestida de Mellberg. Unos golpecitos en la puerta la detuvieron a medio camino. Era Annika.

– Patrik, te llaman por teléfono.

– ¿No ves que estamos ocupados? -farfulló Mellberg.

– Es que creo que le interesa responder -declaró la recepcionista, al tiempo que dedicaba a Patrik una mirada elocuente.

Él la miró inquisitivo, pero ella se negó a adelantarle nada. Una vez en la recepción, señaló el auricular, que estaba sobre el escritorio, y salió al pasillo en un alarde de discreción.

– ¿Por qué demonios tienes el móvil apagado?

Patrik miró el aparato, que llevaba en una funda colgada de la cintura, y recordó que estaba descargado y muerto.

– Está sin batería, ¿por qué? -preguntó, sin comprender por qué Erica se enfadaba tanto por algo así. Siempre podía ponerse en contacto con él a través de la centralita.

– ¡Porque ya ha empezado! Y no contestabas en el fijo ni tampoco en el móvil y entonces…

Él la interrumpió desconcertado.

– ¿Empezado? ¿Qué es lo que ha empezado?

– El parto, despistado… Tengo dolores y he roto aguas. Tienes que venir a buscarme, hemos de salir cuanto antes.

– Pero si no tenía que ocurrir hasta dentro de tres semanas… -aún estaba aturdido por la noticia.

– Ya, pero es evidente que el bebé no lo sabe ¡y ha decidido venir ahora! -le gritó, antes de colgar de golpe.

Patrik se quedó paralizado con el auricular en la mano. Una ridícula sonrisa empezó a asomar a sus labios. Su hijo estaba en camino, un hijo suyo y de Erica.

Con las piernas temblorosas, echó a correr en dirección al coche, cuya puerta intentó abrir un par de veces tirando de la manivela. Alguien le dio unos toquecitos en el hombro. A su espalda estaba Annika, con las llaves del coche en la mano.

– Creo que irá mejor si lo abres primero.

Patrik le arrebató las llaves y, tras un breve gesto de despedida, pisó a fondo el acelerador y puso rumbo a Fjällbacka. Annika se quedó observando las marcas negras de los neumáticos que dejó en el asfalto y, muerta de risa, volvió a su puesto en la recepción.

Capítulo 12

Agosto de 1979

Ephraim estaba preocupado. Gabriel seguía empecinado en afirmar que era Johannes al que había visto con la chica desaparecida. Él se negaba a creerlo, pero, al mismo tiempo, sabía que Gabriel sería el último en mentir. Para él, la verdad y el orden eran más importantes que su propio hermano y, por esa razón, le costaba tanto dejar de pensar en ello. Él se aferraba sencillamente a la idea de que Gabriel se había equivocado de persona, que la luz del atardecer le había jugado una mala pasada a sus ojos y que las sombras lo habían engañado o algo así. Él mismo admitía que sonaba rebuscado, pero también conocía a Johannes, ese hijo suyo siempre alegre e irresponsable para el que todo era un juego en la vida, y no creía que él fuese capaz de quitarle la vida a nadie.

Apoyado en su bastón, se encaminó hacia Västergården. En realidad, no necesitaba apoyarse en ningún bastón pues, a su propio juicio, su condición física era tan buena como la de un veinteañero, pero pensaba que usar bastón le daba un aspecto elegante. El bastón y el sombrero le otorgaban una apariencia digna de un hacendado, así que los usaba tan a menudo como podía.

Le dolía que Gabriel aumentase la distancia entre ellos año tras año. Sabía que Gabriel creía que él favorecía a Johannes y, en honor a la verdad, tal vez fuese cierto; pero es que Johannes era mucho más fácil de tratar. Su encanto y su carácter abierto inspiraban benevolencia, lo que permitía que Ephraim se sintiese como un patriarca, en el sentido estricto de la palabra. Johannes era alguien a quien podía reprender duramente, alguien que lo hacía sentirse necesario, si no por otro motivo, para clavarle un poco los pies al suelo con tantas mujeres como siempre corrían tras él. Con Gabriel, la cosa era distinta. Siempre miraba a Ephraim con desprecio y este respondía tratándolo con una especie de fría superioridad. Él sabía que el fallo era suyo, en gran medida. Mientras que Johannes saltaba de alegría cada vez que él oficiaba un servicio en el que los chicos podían ser útiles, Gabriel se encogía y deseaba desaparecer. Ephraim lo sabía y asumió la responsabilidad, pero lo hacía por el bien de ambos. Cuando Ragnhild murió, sólo contaban con su verborrea y su encanto para poder comer y vestirse. Fue una afortunada coincidencia que él resultase tener un talento tal y que la desquiciada viuda Dybling le dejase en herencia su finca y su fortuna. Así que Gabriel debería haber considerado más el resultado, en lugar de amargarlo siempre con sus reproches sobre su «terrible» infancia. En efecto, en honor a la verdad, de no ser por su genial idea de utilizar a los niños en sus oficios religiosos, hoy no tendrían todo aquello. Nadie podía resistirse a aquellos dos niños encantadores que, gracias a la providencia divina, tenían la facultad de curar a enfermos y tullidos. Junto con el carisma y el don de la palabra que él mismo poseía, eran invencibles. Sabía que seguía siendo una leyenda en el mundo de las iglesias libres, algo que lo divertía indeciblemente. Le encantaba además el hecho de que la gente lo llamase con el apelativo, cariñoso o no, tanto daba, de «El predicador».

Sin embargo, le sorprendió comprobar la desesperación con que Johannes acogía la noticia de que había perdido el don al crecer. Para Ephraim fue un modo sencillo de terminar con el engaño y para Gabriel supuso un gran alivio. Johannes, sin embargo, lo lamentó profundamente. Ephraim siempre pensó contarles que todo era un invento suyo y que la gente a la que «curaban» era gente sana por completo a la que él pagaba para que participasen en el espectáculo. A medida que pasaban los años, no obstante, empezó a dudar. Johannes podía ser tan frágil… De ahí la preocupación de Ephraim por todo el asunto de la policía y el interrogatorio al que sometieron a Johannes. Su hijo era más débil de lo que parecía y él no estaba seguro de hasta qué punto le afectaría todo aquello. Por eso se le había ocurrido darse un paseo hasta Västergården para tener una charla con su hijo, para tantear cómo se lo estaba tomando.

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