– Pues lo único que se me ocurre es el viejo búnker. Está a un buen trecho de la casa, bosque adentro. Johan y yo solíamos jugar allí de niños.
– ¿Y Jacob lo conocía? -preguntó Patrik.
– Sí, cometimos el error de enseñárselo en una ocasión, pero fue enseguida a chivarse a mi padre, que se presentó al rato con él y nos prohibió que volviésemos a usarlo. Nos dijo que era peligroso y ahí se nos terminó la diversión. Jacob siempre ha sabido ser honrado, para quedar bien -remató Robert, irritado al recordar la decepción que se llevaron de niños a causa de aquel suceso. Patrik se dijo que «honrado» no sería el adjetivo con el que podría describirse a Jacob en lo sucesivo.
Una vez que Robert le explicó cómo llegar, le dio las gracias y colgó.
– Martin, creo que ya sé dónde están. Nos reunimos todos en el jardín.
Cinco minutos después se habían congregado a pleno sol ocho policías muy serios, cuatro de Tanumshede y cuatro de Uddevalla.
– Tenemos motivos para creer que Jacob Hult se encuentra bosque adentro, a un trecho de aquí, en un viejo búnker. Seguramente tiene consigo a Jenny Möller, y no sabemos si está viva o muerta, de ahí que debamos actuar como si estuviese viva y, por tanto, conducirnos con la mayor cautela. Nos acercaremos despacio al lugar y lo rodearemos en silencio -advirtió Patrik, al tiempo que subrayaba el aviso posando la mirada en cada uno de ellos, aunque se detuvo algo más al llegar a Ernst-. Tendremos las armas preparadas, pero nadie la usará hasta que yo no dé una orden expresa. ¿Está claro?
Todos asintieron.
– La ambulancia de Uddevalla ya está en camino, pero no activará las sirenas ni las luces de emergencia, sino que se detendrá justo a la entrada de Västergården. El sonido se propaga a gran distancia en el bosque, y no nos interesa que oiga nada ni que sepa que estamos maquinando algo. En cuanto tengamos la situación controlada, llamaremos al personal sanitario.
– ¿No crees que sería mejor llevar a algún enfermero con nosotros hasta el escondite? -preguntó uno de los policías de Uddevalla-. Cuando la encontremos, puede que necesite asistencia urgente.
Patrik asintió.
– Tienes razón, pero no podemos esperarlos. En estos momentos, lo más importante es localizarla y, para entonces, esperemos que haya llegado la ambulancia. Bien, pues adelante.
Robert le había descrito el camino y por qué parte del bosque, que se extendía detrás de la casa, tenían que subir hasta encontrar, a unos cien metros, un sendero que conducía hasta el búnker. El sendero era prácticamente invisible si no se conocía su existencia y, de hecho, Patrik estuvo a punto de dejarlo atrás. Paso a paso fueron avanzando hacia su objetivo y, después de algo así como un kilómetro, creyó divisar algo entre las hojas de los árboles. Sin decir una palabra, se dio la vuelta y llamó a los hombres que lo seguían a pocos metros. Haciendo el menor ruido posible, rodearon el búnker, aunque no pudieron evitar que las hojas secas crujiesen bajo sus pies. Patrik hacía un mohín a cada sonido que oía, aunque con la esperanza de que los gruesos muros del búnker aislasen el habitáculo del ruido exterior, de modo que Jacob no los oyese.
Sacó la pistola y vio por el rabillo del ojo que Martin hacía otro tanto. Se acercaron de puntillas hasta la puerta y tantearon el picaporte. Estaba cerrada con llave. ¡Mierda! ¿Qué podían hacer? No habían llevado consigo herramientas para forzar una puerta, de modo que su única posibilidad consistía en convencer a Jacob para que saliese por voluntad propia. Presa de la mayor angustia, Patrik dio unos golpecitos en la puerta y se apartó rápidamente.
– Jacob, sabemos que estás ahí. Deberías salir.
No obtuvo respuesta, así que lo intentó de nuevo.
– Jacob, sabemos que no era tu intención hacerles daño a las chicas. Tú sólo hacías lo mismo que Johannes. Pero sal, por favor, para que podamos hablar de ello.
Él mismo juzgó patética su intervención y pensó que tal vez debería haber seguido un curso de trato con secuestradores o, al menos, debería haber ido acompañado de un psicólogo. Sin embargo, a falta de nada mejor, tendría que arreglárselas con las ideas que se le ocurriesen sobre cómo convencer a un psicópata para que saliese de un búnker.
Ante su sorpresa, un segundo después se oyó un clic en la cerradura. La puerta se abrió despacio. Martin y Patrik, que estaban a ambos lados de ella, intercambiaron una mirada. Los dos tenían las armas preparadas y el cuerpo en tensión. Jacob salió por la puerta con Jenny en brazos. No cabía la menor duda de que estaba muerta y Patrik prácticamente sintió la decepción y el dolor que inundaban los corazones de los policías, que ya se habían acercado y apuntaban a Jacob con sus armas.
Pero Jacob ignoró su presencia y, en cambio, dirigió la vista al cielo y habló en voz alta y clara:
– No lo entiendo. Yo soy un elegido. Se supone que tenías que protegerme -parecía tan desconcertado como si el mundo acabara de ponerse del revés ante su vista-. ¿Para qué me salvaste ayer si hoy ya no pensabas darme tu amparo?
Patrik y Martin volvieron a mirarse. Era evidente que Jacob estaba ido, pero eso lo hacía aún más peligroso. No había modo alguno de calcular cuál sería su próxima reacción. Los policías le apuntaban con sus armas.
– Deja a la chica en el suelo -le ordenó Patrik.
Jacob seguía mirando al cielo y hablando con su Dios invisible.
– Sé que me habrías permitido adquirir el don, pero necesito más tiempo. ¿Por qué me das la espalda ahora?
– ¡Deja a la chica y levanta las manos! -le dijo Patrik en tono más severo. Jacob seguía sin reaccionar, con la chica en brazos, pero no parecía llevar encima ningún arma. Patrik consideró la posibilidad de abordarlo y salir así de aquel punto muerto. No había razón alguna para temer que la chica resultase herida… Ya era demasiado tarde.
No acababa de pensarlo cuando alguien de elevada estatura se abalanzó por la izquierda, a su espalda. Lo había pillado tan por sorpresa que el dedo le tembló en el gatillo y estuvo a punto de dispararle una bala a Jacob o a Martin. Entonces vio con horror cómo el corpachón de Ernst atravesaba el aire hasta alcanzar a Jacob, que cayó al suelo de golpe. También Jenny cayó de sus brazos, desplomándose con sordo y desagradable sonido, como un saco de harina arrojado en la tierra.
Con expresión victoriosa, Ernst neutralizó a Jacob sujetándole las manos a la espalda. Jacob no opuso resistencia, pero aún mantenía la misma expresión de sorpresa.
– Eso es, ya está -dijo Ernst mirando a su alrededor para recibir los vítores del pueblo. Pero todos estaban perplejos y, al ver la sombría expresión del rostro de Patrik, comprendió que, una vez más, se había precipitado al actuar.
Patrik seguía temblando, aterrado al pensar lo cerca que había estado de dispararle a Martin, y tuvo que contenerse para no rodear con sus manos el cuello de Ernst y ahogarlo allí mismo muy despacio. Ya tomaría medidas más tarde. Ahora, lo más importante era encargarse de Jacob.
Gösta sacó un par de esposas y se las puso a Jacob. Martin y él le ayudaron a levantarse. Acto seguido, esperaron instrucciones de Patrik, que se dirigió a dos de los policías de Uddevalla.
– Llevadlo a Västergården. Yo no tardaré en llegar. Explicadle al personal de la ambulancia dónde estamos y decidles que traigan una camilla.
Empezaron a alejarse con Jacob, cuando Patrik los retuvo:
– Aunque…, no, esperad, sólo quiero mirarlo una vez a los ojos. Quiero ver bien los ojos de una persona capaz de hacer algo así -dijo señalando con la cabeza el cuerpo sin vida de Jenny
Jacob lo miró sin arrepentimiento, pero con la misma expresión aturdida. Encarando a Patrik, le preguntó:
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