Camilla Läckberg - Los Gritos Del Pasado

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En plena temporada de verano en la pequeña población costera de Fjällbacka, un niño descubre el cadáver de una turista alemana cruelmente torturada. Muy cerca, la policía encuentra los esqueletos de dos mujeres desaparecidas hace veinte años.
La joven pareja formada por la escritora Erica y el detective Patrik disfrutan de unas merecidas vacaciones. Erica está embarazada de ocho meses y el calor sofocante del verano vuelve especialmente difícil este último mes de gestación. La última cosa que necesitan ambos es un nuevo caso de asesinatos, pero el malhumorado comisario Mellberg incluye rápidamente a Patrik en los acontecimientos. Sorprendentemente todos terminarán descubriendo que todas las víctimas tenían alguna relación con el predicador Ephraim Hult y su particular familia…

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– Lo sé -admitió Laine con dulzura, aunque Gabriel pareció no oírla, concentrado como estaba, con la mirada perdida en el paisaje que se extendía al otro lado de la ventana.

– Yo envidiaba a Johannes porque creía sinceramente en las mentiras de nuestro padre, aquello de que nosotros éramos capaces de curar a la gente. ¿Te imaginas la fuerza que otorgaba tal creencia? Mirarte las manos y vivir sabiendo que eran la herramienta de Dios. Ver a la gente levantarse y caminar, devolver la vista a los ciegos y saber que es uno quien lo ha hecho posible. Yo, en cambio, sólo veía el espectáculo. Veía a mi padre entre bastidores, organizando y dirigiendo, y odiaba cada minuto de la función. Johannes sólo veía los enfermos que tenía delante, él sólo reconocía el canal que lo comunicaba directamente con Dios. ¡Qué dolor debió de sentir cuando se cerró! Y yo no lo apoyé lo más mínimo. Antes al contrario, estaba encantado. Johannes y yo seríamos por fin niños normales, por fin podríamos ser iguales que los demás. Pero nunca fue así. Johannes siguió fascinando a la gente, mientras que yo… -no pudo seguir, pues se le quebró la voz.

– Tú tienes lo mismo que tenía Johannes, Gabriel. Sólo que no te atreves a mostrarlo. Esa es la diferencia entre vosotros dos. Pero créeme, es así.

Por primera vez en todos sus años de convivencia, lo vio llorar. Ni siquiera cuando más enfermo estaba Jacob, se atrevió a ceder a sus sentimientos. Laine le tomó la mano, él se la apretó con fuerza y le dijo:

– No puedo prometerte que llegue a perdonarte, pero sí que voy a intentarlo.

– Lo sé. Créeme, lo sé -aseguró Laine con la mano de Gabriel en su mejilla.

La preocupación de Erica crecía según pasaban las horas. Era como un dolor sordo que se concentraba en la espalda y que la hacía masajearse distraída con los dedos. Llevaba toda la mañana intentando localizar a Anna, tanto en casa como en el móvil, pero no obtuvo respuesta. Consiguió el móvil de Gustav a través del servicio de información telefónica, pero él sólo supo contarle que había llevado a Anna y a los niños a Uddevalla el día anterior y que, desde allí, se fueron en tren a Estocolmo. Deberían haber llegado por la tarde.

A Erica la indignaba que no mostrase la menor preocupación. Simplemente, le ofreció, con la mayor tranquilidad, una serie de explicaciones lógicas como que tal vez estaban cansados y habían desconectado el teléfono, que el móvil no tenía batería o (y aquí se rió) que tal vez Anna no había pagado la factura del teléfono. Ese comentario la hizo estallar, de modo que le colgó sin más. Si no estaba ya bastante preocupada, aquella conversación la inquietó aún más.

Intentó llamar a Patrik para pedirle consejo o, al menos, para que la tranquilizase, pero no contestaba ni en el móvil ni en su número directo. Llamó a la centralita y habló con Annika, que le dijo que estaba fuera y que no sabía cuándo regresaría.

Obsesionada, siguió llamando a Anna. La sensación de peligro latente no la abandonaba. Justo cuando pensaba desistir, alguien respondió en el móvil de su hermana.

– ¿Hola? -dijo una voz infantil. Erica pensó que sería Emma.

– Hola, bonita, soy la tía Erica. ¿Dónde estáis?

– En Eztocolmo -ceceó Emma-. ¿Ha nacido ya el bebé?

Erica sonrió.

– No, todavía no. Oye, Emma, quería hablar con mamá. ¿Me puedes pasar con ella?

Emma obvió la pregunta. Ahora que había tenido la increíble suerte de cogerle el móvil a su madre y, además, contestar a una llamada, no tenía la menor intención de renunciar a él así sin más.

– ¿Sabes qué, tía? -preguntó la pequeña.

– No, querida -admitió Erica-, pero puedes contármelo luego; me gustaría mucho hablar con tu mamá ahora -aseguró empezando a perder la paciencia.

– Pero ¿sabes qué? -insistió Emma.

– No, ¿qué? -se rindió Erica.

– ¡Nos hemos mudado!

– Sí, ya lo sé, hace ya unos meses.

– ¡No, hoy mismo! -resonó triunfante la voz de Emma.

– ¿Hoy? -repitió Erica confusa.

– Sí, nos hemos mudado otra vez con papá -confesó Emma.

Erica sintió que todo daba vueltas a su alrededor. Antes de recobrarse y ser capaz de añadir nada más, volvió a oír la voz de Emma:

– Adiós, tía. Me voy a jugar.

Lo único que oyó después fue la señal de que se había cortado la comunicación.

Con el corazón encogido, Erica colgó el auricular.

Patrik golpeó con decisión la puerta de Västergården. Marita lo recibió.

– Hola, Marita. Tenemos una orden de registro.

– Pero ¡si ya habéis estado aquí! -exclamó con sorpresa.

– Hemos recabado nueva información. Traigo un equipo, pero les he pedido que esperen para que puedas llevarte a los niños. No es necesario que vean a un montón de policías y se pongan nerviosos.

Marita asintió sin más protestas. La preocupación por Jacob le había robado toda la energía y ni siquiera tenía fuerzas para objetar nada. Se dio la vuelta con la intención de ir a buscar a los niños, pero Patrik la retuvo con otra pregunta:

– ¿Sabes si hay algún otro edificio en vuestro terreno, aparte de los que se ven por aquí?

Marita negó con un gesto, antes de explicarle:

– No, los únicos que hay son la casa, el cobertizo, el trastero y la casita de juegos. Eso es todo.

Patrik asintió y la dejó partir.

Un cuarto de hora más tarde, la casa ya estaba vacía y podían empezar a buscar. En la sala de estar, Patrik les dio a sus colegas una serie de breves instrucciones.

– Ya hemos estado aquí antes y no encontramos nada. En esta ocasión, procederemos a un registro más exhaustivo. Buscad por todas partes. Si tenéis que retirar listones del suelo o de las paredes, hacedlo. Si tenéis que cambiar de sitio un mueble, adelante. ¿Entendido?

Todos asintieron, conscientes de lo decisivo de su intervención y llenos de energía. Antes de acudir a la finca, Patrik les había ofrecido un breve resumen del desarrollo del caso y cada uno de ellos deseaba ponerse manos a la obra.

Después de una hora sin resultados, parecía que se hubiese producido una catástrofe natural, todo estaba manga por hombro y fuera de su lugar. Pero no hallaron nada que les permitiese avanzar. Patrik estaba ayudando en la sala de estar cuando Gösta y Ernst cruzaron la puerta y observaron atónitos el desastre.

– ¿Qué demonios estáis haciendo? -preguntó Ernst.

Patrik no se molestó en responder.

– ¿Fue bien la cosa con Kennedy?

– Sí, desde luego, confesó sin rodeos y ya está entre rejas. ¡Demonio de muchacho!

Patrik asintió estresado.

– ¿Qué ha pasado aquí? Parece que seamos los únicos que lo ignoramos. Annika no quiso adelantarnos nada, sólo nos dijo que viniéramos a Västergården, que tú nos informarías.

– Ahora no tengo tiempo de contároslo -aseguró Patrik impaciente-. Mientras tanto, tendréis que conformaros con esto: todo parece indicar que es Jacob quien tiene a Jenny Möller y tenemos que encontrar alguna pista que nos diga dónde la tiene.

– Pero, en tal caso, no fue él quien asesinó a la chica alemana -dedujo Gösta-. Según los análisis de sangre… -comenzó, dejando traslucir su desconcierto.

Patrik le respondió, visiblemente irritado:

– Que sí, hombre, probablemente fue él quien mató a Tanja.

– Entonces, ¿quién mató a las otras chicas? En aquella época, él no era más que un niño…

– No, a ellas no las mató él. ¡Pero te digo que ya os lo explicaré después! ¡Ahora, echad una mano!

– ¿Y qué se supone que debemos buscar? -quiso saber Ernst.

– La orden de registro está en la mesa de la cocina. En ella podéis leer una descripción detallada de lo que nos interesa -aclaró Patrik, antes de volver a concentrarse en la estantería.

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