– Voy a sacar el tema del arriendo de la asociación de cazadores de Poikkijärvi en el consejo parroquial. El arriendo vence esta Navidad. Si se lo arrendamos a alguien que pueda pagar…
Stefan Wikström no da crédito a lo que está oyendo.
– Así que la cosa va por ahí -dice y se extraña de lo tranquilo que suena-. ¡Me estás amenazando! Si voto a favor de que la asociación siga con el arriendo, les contarás lo de Kristin. Eso es caer bajo, Mildred. Ahora sí que estás sacando tu verdadero yo.
Siente que la boca adopta vida propia en su cara. Se retuerce en una mueca casi de lágrimas.
Mientras Kristin descanse un poco ya se sentirá equilibrada otra vez, pero si esto de las cartas sale a la luz… Stefan sabe que no lo podría soportar. Ya la oye acusando a la gente de hablar a sus espaldas. Así sólo conseguirá ponerse a la gente en contra y dentro de poco tendrá guerra en diferentes frentes al mismo tiempo y terminará por sucumbir.
– No -dice Mildred-. No te estoy a amenazando. No diré nada, pase lo que pase. Lo único que quiero es que tú…
– ¿Que te esté agradecido?
– … me complacieras en una única cosa -dice cansada.
– ¿Que fuera en contra de mi propia conciencia?
Es ahora cuando Mildred se enciende y muestra su yo más interior.
– ¡Venga, vamos! Como si se tratara de eso. Una cuestión de conciencia.
Sven-Erik Stålnacke repitió la pregunta que le había hecho:
– ¿Le estabas agradecido? Teniendo en cuenta que no erais muy buenos amigos, fue muy generoso por su parte no explicarle a nadie lo de las cartas.
– Sí -terminó por responder Stefan al cabo de un momento.
Sven-Erik asintió con un sonido gutural y Anna-Maria se separó de la puerta.
– Una cosa más -dijo Sven-Erik-. El libro de cuentas de la fundación para la loba, ¿lo tenéis aquí en el local de la congregación?
Los iris de Stefan Wisktröm se movieron intranquilos por el blanco de los ojos como peces de acuario en un cuenco.
– ¿Cómo?
– El libro de cuentas de la fundación, ¿está aquí?
– Sí.
– Nos gustaría verlo.
– ¿No necesitáis una especie de permiso del juez?
Anna-Maria y Sven-Erik intercambiaron una mirada y Sven-Erik se levantó.
– Disculpadme -dijo-. Necesito ir al baño, ¿por dónde…?
– A la izquierda, cruzas la puerta de la secretaría y la primera a la izquierda otra vez.
Sven-Erik desapareció en un segundo.
Anna-Maria sacó la copia del dibujo del cuerpo de Mildred ahorcado.
– Alguien le mandó esto a Mildred Nilsson, ¿lo habías visto antes?
Stefan Wikström cogió la hoja sin que le temblara la mano.
– No -afirmó.
Le devolvió el dibujo a la inspectora.
– ¿Tú no has recibido nada por el estilo?
– No.
– Y no tienes ni idea de quién se lo pudo haber enviado. ¿Nunca te dijo que lo había recibido?
– Mildred y yo no nos contábamos confidencias.
– Quizá podrías hacerme una lista de personas que se te ocurran con las que Mildred hablaba. Me refiero a gente de aquí de la parroquia o del local de la congregación.
Anna-Maria Mella lo miraba mientras iba apuntando nombres. Cruzaba los dedos para que Sven-Erik hiciera lo que tenía que hacer allí fuera lo más rápido posible.
– ¿Tienes hijos? -le preguntó.
– Sí, tres chicos.
– ¿Cuántos años tiene el mayor?
– Quince.
– ¿Qué aspecto tiene? ¿Se parece a ti?
De pronto la voz de Stefan Wikström se volvió un tanto lenta.
– Eso es muy difícil de decir. No se sabe qué cara tiene, debajo de todo ese pelo teñido y el maquillaje. Está en una… fase.
Levantó la mirada y sonrió. Anna-Maria comprendió que esa sonrisa de padre, esa pausa discursiva y la palabra «fase» eran recursos que usaba de manera rutinaria siempre que hablaba de su hijo.
De pronto la sonrisa de Stefan Wikström se desvaneció.
– ¿Por qué me preguntas por Benjamin?
Anna-Maria le cogió la lista de las manos.
– Gracias por la ayuda -le dijo antes de salir.
Sven-Erik Stålnacke salió del despacho de Stefan Wikström y se metió directo en la secretaría, donde trabajaban tres mujeres. Una de ellas estaba regando las flores de las ventanas y las otras dos estaban sentadas delante de sus ordenadores. Sven-Erik se acercó a una de ellas y se presentó. La mujer era más o menos de su edad, no llegaba a los sesenta. Le brillaba la punta de la nariz y tenía ojos bondadosos.
– Nos gustaría echar un vistazo al libro de cuentas de la fundación esa para la loba -dijo.
– Vale.
La mujer se fue hasta una estantería y volvió con una carpeta que estaba prácticamente vacía. Sven-Erik miró pensativo las pocas hojas que había dentro. Normalmente, a un registro de cuentas le corresponde un montón de papeles, recibos, columnas y facturas.
– ¿Esto es todo? -le preguntó incrédulo a la mujer.
– Sí. Apenas hay transacciones, son casi todo ingresos.
– ¿Me lo prestas un rato?
Ella sonrió.
– Quédatelo, sólo son copias impresas. Lo puedo imprimir todo de nuevo desde el ordenador.
– Oye -le dijo Sven-Erik bajando la voz-. Necesito preguntarte algo, ¿podemos…?
Hizo un gesto hacia la escalera.
La mujer lo acompañó.
– Hay un recibo de gastos de formación -dijo Sven-Erik-. Una cantidad bastante considerable…
– Sí -respondió la mujer-. Ya sé a cuál te refieres.
Se quedó pensando unos segundos, como si estuviera cogiendo carrerilla.
– Aquello no estuvo bien -dijo al final-. Mildred se enfadó muchísimo. Stefan y su familia se fueron de vacaciones a Estados Unidos a finales de mayo. Con dinero de la fundación.
– ¿Cómo pudo hacerlo?
– Él, Mildred y Bertil eran administradores de la fundación indistintamente. Así que no había problema. Supongo que pensó que nadie se daría cuenta, o igual lo hizo para provocarla, vete a saber.
– ¿Qué pasó?
La mujer se lo quedó mirando unos segundos.
– Nada -le respondió-. Supongo que hicieron un punto y aparte. Mildred dijo que Stefan había ido a visitar el parque de Yellowstone porque estaban llevando a cabo un proyecto con lobos, así que, bueno, por lo que yo sé no hubo bronca.
Sven-Erik le dio las gracias y mientras la mujer volvía a su puesto delante del ordenador, él se preguntaba si debía volver al despacho de Stefan para preguntarle sobre el viaje. Pero, bien mirado, no había prisa, ya hablarían de ello al día siguiente. Instintivamente sentía que necesitaba sopesar las cosas un poco y hasta entonces no había motivo para ir asustando a la gente.
– Ni se inmutó -le dijo Anna-Maria a Sven-Erik en el coche-. Cuando le enseñé el dibujo a Stefan Wikström se quedó como si nada. O no tiene ningún tipo de sentimientos o estaba procurando ocultarlos al cien por cien. Ya sabes de qué va, estás tan preocupado en aparentar que estás relajado que te olvidas incluso de que debes reaccionar de vez en cuando.
Sven-Erik asintió.
– Por lo menos se debería haber interesado un poco -continuó Anna-Maria-. Como mínimo mirarlo un poco. Yo habría reaccionado así. Me habría afectado si se hubiese tratado de alguien que me importaba. Y aunque no la conociera o no me gustara esa persona, habría sentido cierto cosquilleo. Me habría quedado mirando el dibujo un rato.
«Lo cierto es que no me ha respondido a lo último -pensó después-. Cuando le he preguntado si tenía idea de quién se lo podría haber enviado. Lo único que ha dicho es que Mildred y él no se hacían confidencias.»
Stefan Wikström se dirigió hacia la secretaría con una ligera sensación de mareo en el cuerpo. Debería irse a casa y cenar algo.
Читать дальше