Torbjörn Ylitalo y Lars-Gunnar Vinsa entraron sin esperar a que Magnus les abriera y fueron directos a la cocina.
Lars-Gunnar miró a su alrededor y de pronto Magnus vio también el aspecto de su cocina.
– Está un poco… He estado muy ocupado -se excusó.
La pila rebosaba de fregaza mohosa y viejos cartones vacíos de leche. Detrás de la puerta había dos bolsas de papel llenas de latas, por el suelo se veía ropa que había tirado antes de meterse en la ducha y que debería haber llevado al lavadero, y la mesa estaba repleta de propaganda, correo, periódicos viejos y un plato con restos de leche ácida, seca y agrietada. En la encimera, al lado del microondas, había un motor de barco desmontado que algún día iba a arreglar.
Magnus les ofreció café, pero ninguno de los dos quería. Ni siquiera una cerveza. Magnus cogió una Pilsner, la quinta de la tarde.
Torbjörn fue directo al grano.
– ¿Qué le andas diciendo a la policía? -le preguntó.
– ¿A qué coño te refieres?
Torbjörn Ylitalo entornó los ojos y Lars-Gunnar cambió a una actitud mucho más agresiva.
– No te hagas el tonto, tío -le advirtió Tornbjörn-. Que me habría gustado pegarle un tiro a la cura esa.
– Bah, ¡chorradas! La poli esa es una bocazas, tiene…
No pudo decir más. Lars-Gunnar había dado un paso al frente y le soltó una bofetada que, bueno, era como el sopapo de un oso.
– ¡Estás muy jodido si crees que nos puedes mentir en la cara!
Magnus parpadeó y se llevó la mano a la mejilla ardiente.
– Qué cojones… -gimoteó.
– He dado la cara por ti -dijo Lars-Gunnar-. Eres un puto perdedor, siempre me lo has parecido, pero por no hacerle el feo a tu padre te metimos en el equipo. Y dejamos que te quedaras a pesar de tus gilipolleces.
Un atisbo de desafío brilló en los ojos de Magnus.
– ¿Qué pasa? ¿Acaso tú eres mejor persona? ¿Eres más bueno que yo o qué?
Ahora fue Torbjörn el que le dio un empujón en el pecho. Magnus se balanceó hacia atrás y se dio un golpe en el muslo contra la encimera.
– ¡Calla y escucha, chaval!
– He tenido mucha paciencia contigo -continuó Lars-Gunnar-, cuando saliste con tus amigos a disparar a las señales de tráfico para probar la escopeta nueva y aquella puta pelea en el puesto de caza hace dos años. No sabes beber y aun así bebes y acabas haciendo las sandeces más gordas que se te pasan por la cabeza.
– ¿Qué pelea? Joder, si fue el primo de Jimmy que…
Torbjörn le volvió a dar otro empujón en el pecho. A Magnus se le cayó la botella de cerveza, que se quedó derramando líquido por el suelo.
Lars-Gunnar se quitó el sudor de la frente con la mano. Le caían las gotas por los ojos y las mejillas.
– Y los putos gatos…
– Sí, tiene cojones -asintió Torbjörn.
Magnus soltó una especie de risita tonta de borracho.
– Joder, si no eran más que unos gatos…
Lars-Gunnar le golpeó la cara con el puño cerrado, justo por encima de la nariz. Magnus sintió como si se le abriera toda la cara. La sangre caliente le empezó a correr por la boca.
– ¡Vamos! -rugió Lars-Gunnar-. ¡Aquí, aquí!
Se señalaba la barbilla.
– ¡Venga! ¡Aquí! Ahora tienes la oportunidad de pelearte con un hombre de verdad. Cobarde maltratador de mierda. Eres una vergüenza. ¡Venga!
Puso los brazos como si fueran ganchos y animaba a Magnus al ataque mientras le enseñaba el mentón como anzuelo.
Magnus se tapaba la nariz ensangrentada con la mano derecha. La sangre le corría por dentro del puño de la camisa. Con la izquierda hacía gestos al aire en señal evasiva.
De pronto Lars-Gunnar se apoyó en la mesa de la cocina y se inclinó pesado sobre ella.
– Me voy fuera -le dijo a Torbjörn Ylitalo-. Antes de provocar una desgracia.
Al llegar cerca de la puerta se volvió hacia atrás.
– Puedes denunciarme si quieres -dijo-. Me da igual. Es justo lo que me espero de ti.
– Pero no lo harás -le advirtió Torbjörn cuando Lars-Gunnar hubo salido-. Y a partir de ahora manten la boca cerrada, ni una palabra sobre mí, ni sobre el equipo de caza, ¿te queda claro?
Magnus asintió con la cabeza.
– Si me entero de que has abierto otra vez el pico, me encargaré personalmente de que te arrepientas. ¿Te enteras?
Magnus asintió de nuevo. Mantenía la cara erguida para que dejara de sangrarle la nariz y en esa postura le bajaba por la garganta dejándole un sabor a hierro.
– El arriendo de caza se renueva a fin de año -siguió Torbjörn-. Si hay más peleas o estupideces…, quién sabe. No hay nada seguro en este mundo. Tienes tu sitio en el equipo, pero tendrás que comportarte.
Se quedaron callados unos segundos.
– Hala, procura ponerte un poco de hielo -dijo al final Torbjörn.
Después salió él también.
Lars-Gunnar estaba en el porche con las manos en la cabeza.
– Larguémonos -le dijo Torbjörn Ylitalo.
– Joder -dijo Lars-Gunnar Vinsa-. Mi padre pegaba a mi madre, ¿sabes? Me pongo como loco… Tendría que habérmelo cargado… A mi padre, quiero decir. ¿Sabes? Cuando terminé la academia de policía y me vine aquí otra vez intenté convencerla para que se divorciara de él, pero en los sesenta estabas obligado a hablar primero con el cura, y aquel cabrón la convenció para que se quedara con el viejo.
Torbjörn Ylitalo miró hacia el tupido prado que colindaba con el jardín de Magnus Lindmark.
– Vámonos -dijo.
Lars-Gunnar Vinsa se puso en pie con esfuerzo.
Pensaba en aquel cura, en su cabeza calva reluciente y en su cuello que parecía un montón de salchichas enroscadas. Joder. Su madre llevaba puesto el abrigo de vestir y tenía el bolso en el regazo. Lars-Gunnar estaba a su lado haciéndole compañía. El cura tenía todo el tiempo una media sonrisa, como si se tratara de una maldita broma. «Pobre vieja», le había dicho el cura, aunque ella acababa de cumplir los cincuenta e iba a vivir treinta años más. «¿No es mejor que se reconcilie con su marido?» Después de la visita su madre estuvo muy callada. «Ya está hecho», le dijo Lars-Gunnar, «ya has hablado con el cura, así que ya te puedes divorciar». Pero su madre negó con la cabeza. «Es más fácil ahora que tú y tus hermanos os habéis ido de casa», le respondió. «¿Cómo se las iba a arreglar él solo?»
Magnus Lindmark vio desaparecer a los dos hombres por la carretera. Abrió el congelador y rebuscó hasta encontrar una bolsa con carne picada, se tumbó en el sofá del comedor con otra cerveza y con la bolsa de carne sobre la nariz y encendió el televisor. Estaban dando un documental sobre enanos. Pobres desgraciados.
Rebecka Martinsson le compra un envase de comida a Mimmi. Va de camino a Kurravaara, donde quizá acabe pasando la noche. Con Nalle no le ha resultado desagradable ir allí y ahora quiere probarlo sola. Sabe perfectamente las sensaciones que tendrá cuando se tome la sauna y se bañe en el río. El agua fría y las piedras afiladas bajo los pies, la respiración acelerada de los primeros segundos, las rápidas brazadas hacia lo hondo y la inexplicable sensación de fundirse con todas sus edades anteriores. Se ha bañado en ese río y ha nadado en él con seis años, diez, trece, hasta que cambió de ciudad. Son las mismas grandes piedras, la misma orilla, el mismo vientecillo del atardecer de otoño que fluye como un río de aire sobre el río de agua. Es como una muñeca rusa que por fin reúne todas las piezas y puede juntar la de arriba con la de abajo en un giro, con la certeza de que incluso la más pequeña está resguardada en el centro.
Después cenará a solas en la cocina con el televisor encendido. Si le apetece, pondrá la radio mientras friega los platos. Quizá Sivving asome la cabeza cuando vea que hay luz.
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