– ¿Pero qué tiene eso que ver con…? -empieza Bertil.
– ¡Déjame terminar! En verdad, cualquiera puede entrar en la asociación, pero la junta directiva y el grupo de caza son los que le sacan más provecho al arriendo de las tierras. Y como por reglamento el equipo de caza no puede pasar de veinte miembros, nadie más puede entrar. En la práctica, la junta directiva no acepta a ningún socio nuevo hasta que fallezca uno antiguo. Y todos los de la junta son miembros del grupo de caza, así que son los mismos tíos en un sitio que en otro. En los últimos trece años no ha entrado ningún miembro nuevo.
Interrumpe el discurso y mira fijamente a Stefan.
– Excepto tú, claro. Te eligieron después de que Elis Wiss abandonara el grupo de manera voluntaria, hará seis años, ¿verdad?
Stefan no responde nada y es por la manera en que Mildred ha pronunciado la palabra «voluntaria» que siente que le hierve la sangre por dentro, pero deja que Mildred continúe hablando:
– Según el reglamento, sólo el grupo de caza tiene autorización para cazar con balas, así que al final se han adueñado de toda la caza de alces. Respecto al resto de la caza, ciertos miembros seleccionados pueden sacarse permisos para un día, pero todas las piezas que cazan se reparten entre los miembros activos de la asociación y es, ¡sorpresa!, la junta directiva la que decide cómo hay que hacer la repartición. Pero yo pienso lo siguiente: tanto la empresa LKAB como Yngve Bergqvist están interesados en el arriendo, LKAB por sus empleados e Yngve por el turismo. Así que podríamos aumentar considerablemente la tarifa, y me refiero a una suma realmente grande. Con ese dinero podríamos hacer una explotación forestal razonable porque, hablando en serio, ¿a qué se dedica Torbjörn Ylitalo? ¡Le hace recados al grupo de caza! Es que incluso le estamos poniendo un empleado gratis a ese club de machitos.
Torbjörn Ylitalo es el guarda forestal de la parroquia. También es uno de los veinte miembros del grupo de caza y representante de la asociación de cazadores. Stefan sabe que gran parte de la jornada laboral de Torbjörn consiste en planear la caza con Lars-Gunnar, que es el jefe del grupo, mantener los refugios de caza de la parroquia, las torres de vigía y los puestos de vigilancia.
– Conclusión -dice Mildred para terminar-. Tendríamos dinero para la explotación forestal pero, sobre todo, para la protección de la loba. La parroquia puede donar el arriendo a la fundación. La Dirección Nacional de Protección de la Naturaleza ya la ha marcado, pero hace falta más dinero para vigilarla.
– La verdad es que ni siquiera entiendo por qué sacas este tema a relucir conmigo y con Stefan -la interrumpe Bertil con voz muy tranquila-. Sea como sea, hacer cambios en el arriendo sería un tema que le toca tratar al consejo parroquial.
– Pues en mi opinión -responde Mildred- es un tema que le toca tratar a la congregación.
Se hace silencio en el despacho. Bertil asiente una vez con la cabeza y Stefan siente un dolor en el hombro izquierdo que le empieza a subir por el cuello.
Los dos entienden perfectamente a qué se refiere. Pueden ver claramente qué tono adoptará la discusión si le proponen el tema a la congregación y, por supuesto, a la prensa. El club de machitos que caza gratis en las tierras de la parroquia e incluso se queda con los animales que capturan otros.
Stefan pertenece al grupo de caza, con lo cual no se librará.
Pero el párroco también tiene motivos para cubrirle las espaldas al grupo de caza, pues le mantienen llena la nevera. Bertil siempre puede invitar a solomillo de alce o a ave salvaje. Y también le han hecho más favores, como la cabaña de madera, por ejemplo. Se la construyeron los miembros del equipo y se la mantienen como compensación por su aprobación silenciosa al reino que tienen en su poder.
Stefan piensa en su puesto en el equipo. No, lo siente como si fuera una piedra caliente y lisa en su bolsillo. Eso es lo que es: su amuleto secreto de la suerte. Todavía recuerda cuando le dieron el puesto. Bertil le pasaba el brazo por los hombros mientras lo presentaba a Torbjörn Ylitalo, el guarda forestal. «Stefan caza -dijo el párroco-, le parecería divertido tener un sitio en el equipo.» Y Torbjörn, señor feudal en el reino de la parroquia, asintió con la cabeza sin siquiera permitirse una mueca de desacuerdo. Dos meses después Elis Wiss renunció al puesto tras cuarenta y tres años. Stefan fue acogido entre los veinte.
– Es injusto -dice Mildred.
El párroco se levanta del sofá de invitados.
– Discutiré esto contigo cuando no actúes empujada por las emociones -le dice a Mildred.
Y se marcha dejando a Stefan a solas con ella.
– Ya veremos cómo lo hacemos -le comenta Mildred a Stefan-. Sólo de pensar en ello me emociono.
Y esboza una gran sonrisa.
Stefan la mira estupefacto. ¿De qué se ríe? ¿Es que no entiende que acaba de ponerse la etiqueta de imposible? ¿Que acaba de declarar una guerra sin igual? Es como si dentro de esta mujer ciertamente inteligente, porque lo es, tiene que reconocerlo, haya una idiota subnormal que no deja de decir estupideces. ¿Y ahora qué hace él? No puede irse sin más, es su propio despacho, así que se queda titubeando sentado donde está.
Y de pronto Mildred lo mira con seriedad, abre el bolso, saca tres sobres y se los da. Es la letra de su esposa.
Stefan se levanta y coge las cartas mientras siente una punzada en el diafragma. Kristin. ¡Kristin! Sabe de qué tipo de cartas se trata aun sin haberlas leído. Después se desploma de nuevo sobre la silla.
– Dos tienen un tono bastante desagradable -apunta Mildred.
Sí, ya se lo imagina. No es la primera vez, sino que más bien es la cantilena habitual de Kristin. Aunque presente algunas variaciones, siempre es la misma canción. Ya ha pasado por ello dos veces. Han llegado a un destino nuevo y Kristin dirige unos coros infantiles y participa en la escuela dominical, un pajarito encantador que canta todas las promesas del nuevo hogar en todos los tonos posibles. Pero cuando ha pasado el primer enamoramiento, tiene que llamarlo así, empieza el descontento de Kristin. Injusticias reales e imaginadas que va acumulando en un álbum de recuerdos, un período de jaquecas, visitas al médico y acusaciones que caen sobre Stefan, que no se toma en serio el malestar de su esposa. Después hay algo que chirría entre ella y algún empleado o algún miembro de la congregación y enseguida levanta el hacha de guerra en el pueblo. En el último sitio acabó montando un circo en toda regla, con el sindicato de por medio y uno de los administrativos de la oficina parroquial que quería que le consideraran el colapso psíquico como accidente laboral. Y Kristin, que se sentía acusada de manera injusta. Al final, el inevitable traslado. La primera vez fue con un crío, la segunda con tres. Ahora el mayor va al instituto, una etapa muy delicada.
– Tengo dos más del mismo estilo -dice Mildred.
Cuando se va, Stefan se queda sentado con las cartas en la mano derecha.
Tiene la sensación de que lo ha cazado como si fuera una perdiz, pero no está seguro de si está pensando en Mildred o en su propia mujer.
Måns Wenngren, el jefe de Rebecka Martinsson, estaba sentado en el sillón de su despacho haciéndolo chirriar. No se había dado cuenta hasta ahora de que cuando lo subía o bajaba hacía un ruido de lo más irritante, y mientras jugaba así, pensó en Rebecka por unos minutos. Después se le fue de la cabeza.
Tenía montones de cosas que hacer: llamadas de teléfono, correos por contestar y clientes a los que entretener. Sus abogados adjuntos habían empezado a dejarle notas y post-its amarillos con mensajitos en el asiento del sillón para que los viera. Pero sólo faltaba una hora para ir a comer, así que mejor posponerlo todo un poco más.
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