Uwe Schomburg - El código de Babilonia

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El código de Babilonia: краткое содержание, описание и аннотация

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El mayor sueño de la Humanidad está a punto de ser desvelado. Las tablillas halladas en las ruinas de la antigua Babiloniacontienen símbolos cuneiformes que esconden la clave genética de la inmortalidad. La revelación de ese secreto supondría el fin de la influencia de la Iglesia, y un poderoso grupo denominado Los Pretorianos de las Sagradas Escrituras cruzará todos los límites para evitarlo. Así, cuando un ex policía y una científica intentan descifrar las reliquias, se ven arrastrados a una carrera por toda Europa, en la que el asesinato y la traición forman parte de las reglas del juego. Lo que prometía ser el sueño cumplido de los hombres, puede convertirse en una auténtica pesadilla para el género humano. Solo una persona puede ayudarles a desentrañar el misterio: el mismísimo Papa. ¿Pero qué tiene que ver un hombre de Dios con tablillas de arcilla sumerias y los dioses paganos de Babilonia?

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Chris se detuvo delante de uno de los lienzos que estaba cubierto por avalanchas y más avalanchas de olas.

– El Diluvio -jadeaba Forster respirando fuerte-. Después de él, todo comenzó de nuevo. En casi todas las culturas se habla de ello y, sin embargo, apenas nadie cree que hubiera existido jamás.

– Impresionante -dijo Chris algo desconcertado, pues no era experto en mitología ni en lienzos. Conocía el Diluvio a través del Antiguo Testamento, según el cual había sido enviado como castigo a los hombres. Cualquier otro detalle, al margen de que Noé hubiera salvado una pareja de cada raza animal, no se le ocurría nada en concreto en ese momento.

– ¿Es usted creyente? -preguntó al marchante.

– ¿Yo? No. ¿Lo pregunta por los cuadros? -Forster ni siquiera reparaba en ellos-. Hace generaciones que mi familia ya no cree en Dios ni en lo que promulgan las iglesias. Dios le dio la espalda a mi abuelo durante la Primera Guerra Mundial. Yo me conformo con la idea de poseer estos cuadros, aun cuando estén aquí escondidos.

«Una forma extraña de sentirse realizado…». Chris continuó con la ronda.

– Si usted supiera…

Su camino concluyó delante de una pared forrada en madera. Solo un pomo áureo indicaba que se encontraban de pie delante de una puerta.

A la derecha, al lado de la puerta, colgaba un lienzo en el que un hombre montaba a lomos de un águila que caía desde el ciclo a la Tierra, portando una pequeña rama verde en su mano derecha, mientras abajo en la Tierra una serpiente se escondía en la arena.

Chris clavó su mirada en la imagen, pero la voz jadeante de Forster le distrajo de nuevo con rapidez.

– La tiene que abrir usted. Yo ya no soy capaz.

Chris agarró el pomo dorado y abrió la puerta de golpe. Detrás de ella, una puerta blindada de acero plateado y brillante les cerraba el paso. Chris se apartó hacia un lado, y Forster dio dos pasos para adelante hasta situarse muy cerca del teclado engarzado en la puerta de acero a la altura del pecho. La respiración de Forster se tranquilizó y tonos en forma de pitidos traspasaron el silencio cuando hubo introducido la combinación de seis dígitos. Se reía entre dientes.

– Como si lo hubiera adivinado. Hace tan solo dos días cambié la combinación.

– ¿Quién la conocía?

– En verdad, yo era el único. Pero, a estas alturas…

Sin realizar ruido alguno, la hoja de la puerta acorazada se arqueó hacia el interior de una estancia oscura en la que se encendió la luz.

Forster se apoyaba a duras penas sobre su muleta y se adentró primero. Penetraron en una habitación de tamaño mediano que, por su absoluto silencio, a Chris le recordaba el interior de un santuario amenazante. Sus paredes estaban recubiertas en un tono de paño tan rojo como la sangre, y la iluminación procedía de los diferentes proyectores en el techo cuyos haces de luz iban dirigidos con precisión sobre varias vitrinas. El movimiento de los sensores de luz hacía que las vitrinas parecieran estar iluminadas por la rotación de la luz del sol, mientras el resto de la estancia permanecía en penumbra.

– Eche tranquilamente un vistazo -Forster cojeaba hacia una de las vitrinas y clavó absorto su mirada a través del cristal. Todas son una riqueza. Mi legado y los objetos de mi penitencia.

Chris no se decidía a entrar en la habitación. Por un momento le embriagó el pensamiento de que con ello cruzaría un río sin retorno. Meneó confuso la cabeza y se aproximó a las bien iluminadas vitrinas. En dos de ellas reposaban diferentes tablillas de arcilla, y al lado varios cilindros de impresión de piedra. Otra vitrina contenía tres minúsculas piezas labradas en relieve. Una representaba un sacrificio, las otras dos escenas de combate de un rey victorioso en sus campañas. La siguiente vitrina mostraba varias estatuillas y algo así como una especie de gruesa estaca en arcilla. En la última vitrina, el suelo estaba repleto de arena y Chris se sorprendió cuando vio tres huesos descansar sobre ella.

– ¡Venga aquí! -Forster sonaba impaciente a la vez que se encontraba de pie apoyado sobre su muleta en una de las otras vitrinas.

Chris se colocó al lado del marchante, quien abrió la vitrina y tomó con sumo cuidado una de las tablillas de arcilla en la mano; Forster sonreía mientras tanto orgulloso.

«Tablillas con escrituras cuneiformes -pensó Chris-. Pequeñas placas de arcilla en las que se habían grabado símbolos. Estos símbolos eran tan antiguos que podían parecer de nuevo modernos». Chris los comparó con los pictogramas que se solían utilizar hoy en día para transmitir un contenido a través de representaciones pictóricas. Por supuesto que se trataba de un pensamiento extremadamente simplificado, pues sabía que, detrás de estos símbolos, se escondía una escritura compleja y totalmente desarrollada.

– Detrás -refunfuñaba el marchante.

Chris echó una mirada alrededor hasta que descubrió el sillón y la pequeña mesa en la esquina trasera de la habitación. Chris acercó ambos objetos y los colocó en el lugar que le estaba indicando Forster.

Con otro movimiento de su cabeza, Forster le indicó una pequeña estantería en la que reposaba una lupa.

Cuando Chris le hubo traído la lupa, Forster le mostró el techo con el dedo índice, guiándole hasta encontrar y activar la llave al lado de la puerta para que uno de los proyectores enviara una clara luz con precisión sobre la mesa.

Finalmente, Forster le indicó una bandeja de madera forrada en paño. Chris lo sacó de la vitrina y la colocó sobre la mesa.

Forster posó la pequeña tablilla de arcilla sobre la bandeja y sacó otra tablilla más de la vitrina, que asimismo colocó sobre la misma bandeja. A continuación, se dejó aliviado en el sillón.

Tomó la primera de las tablillas de arcilla y la giró en sus manos, la devolvió a su lugar, cogió la otra, y la observó reflexivo durante un buen rato.

La segunda tablilla le parecía a Chris como más porosa en su superficie, parecía más degradada que la otra.

Forster tomó la lupa y analizó primero los bordes del artefacto, y a continuación los símbolos.

– Tablillas de escritura mesopotámica. Para mí, estas tablillas son algo muy especial. La prueba de la revolución social más importante de toda la historia de la humanidad. La invención de la escritura -chasqueaba con la lengua.

– Puede que sea así como usted dice -dijo Chris-. Pero yo me podría imaginar otros acontecimientos que pueden ser igual de importantes. Por ejemplo, el descubrimiento del fuego.

– Bueno… -El marchante de antigüedades no mostró ninguna otra reacción.

Chris observó las muecas cambiantes del hombre. En ocasiones alzaba las cejas, luego entreabría la boca, afilaba los labios y susurraba una melodía.

Finalmente colocó la lupa sobre la mesa y se recostó entre quejidos en el almohadón.

– ¿Por eso estoy aquí?

– Sí -dijo Forster tranquilo-. Por sus gestos deduzco cierta parsimonia.

– Bueno… -Chris titubeaba y recordó haber leído en alguna parte que estas tablillas existían a miles, sin tener en cuenta las de imitación, para sacarle el dinero de los bolsillos a los turistas.

– Hable sin miedo -dijo divertido Forster-. Las tablillas de escritura mesopotámica no son nada especial; teniendo en cuenta la cantidad encontrada. Se han encontrado decenas de miles en las más diversas excavaciones. Y cientos de miles estarán seguramente aún sepultadas en la arena del desierto. Una vez inventada la escritura, se procedió a retener y documentar en ocasiones cosas interesantes, pero en otras muchas, triviales. Soy marchante de antigüedades. No creerá que me conformaría con objetos carentes de valor, ¿no?

– No.

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