Keith Ablow - Asesinato suicida

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John Snow es un brillante inventor que trabaja en la indistria aeronáutica; tiene dinero, familia, e incluso una amante que no le da problemas. Pero sufre una enfermedad rara y terrible: una extraña forma de epilepsia que afecta su cerebro. La única posibilidad de curarse pasa por someterse a cirugía, pero el precio que ha de pagar es muy alto y a cambio de su salud perderá la memoria, el recuerdo de los suyos y el acceso a sus secretos. Cuando toma por fin la decisión de operarse, aparece asesinado de un disparo. El psiquiatra forense Frannk Clevenger deberá ahondar en la mente de Snow para atrapar descubrir si este se suicidó o bien fue asesinado.

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– ¡He dicho que basta! -gritó Donovan, más fuerte esta vez. Empujó a Billy hacia las cuerdas-. Cuando digo que hemos acabado, hemos acabado. ¿Entendido?

Billy se frotó los ojos con los guantes, como un niño pequeño que se despierta de un sueño.

– Lo siento -dijo. Se llevó un guante a la nariz y miró la sangre.

– Date una ducha y cálmate, por el amor de dios -dijo Donovan. Se volvió y se dirigió hacia el otro chico, que ya se había puesto de pie, pero que aún se tambaleaba un poco.

Billy miró a Clevenger, de pie a un lado del cuadrilátero.

– Vístete -le dijo Clevenger-. Te llevaré a casa.

Donovan se acercó a Clevenger mientras Billy caminaba hacia los vestuarios.

– Tiene el don, Doc. Algún día podrá ser profesional, si lo quiere de verdad. Sólo tiene que aprender a controlarse.

– Sí.

– Porque alguien con más ojo que Nicky lo hubiera noqueado cuando se ha puesto a dar golpes a lo loco.

Parecía que la pérdida de control de Billy preocupaba a Donovan por razones muy distintas a las suyas.

– Tampoco ha podido dejarlo cuando se lo has dicho -le dijo.

– Yo no le daría mucha importancia a eso. Estos chicos son puro nervio, no pueden controlarse. Eso llega con la edad y la experiencia.

– Esperemos -dijo Clevenger.

– Llevo mucho tiempo en esto -dijo Donovan. Le dio una palmada en el hombro y se fue hacia los vestuarios.

Clevenger se dirigió a la entrada, observando a los otros chicos sudar con sus ejercicios de entrenamiento. Le habría gustado creer que Donovan tenía razón, que Billy no era distinto a ellos, que los frenos de su sistema nervioso de dieciocho años sólo patinaban a veces. Pero Clevenger sabía más sobre Billy que Donovan. Conocía su historial de violencia fuera del cuadrilátero, las veces que había dejado a chicos sangrando en las aceras, con la mandíbula rota y una conmoción.

Sabía algo más sobre Billy, porque lo sabía sobre sí mismo. Cuando eres el objetivo de un padre cruel, esa crueldad se filtra en tu propia psique. La conservación de la energía rige la mente igual que los planetas. Absorber la cólera de un hombre significa literalmente eso. Puedes sentirla y luchar para eliminarla, o puedes intentar fingir que no existe, en cuyo caso crecerá más y más hasta que, a través de la depresión o la agresión, se apropie de cada rincón de tu alma.

Mientras Clevenger esperaba a Billy en la camioneta, su mente volvió de nuevo a Grace Baxter. Pensó en llamarla para asegurarse de que mantenía la cita. Pero le preocupó que lo tuviera rato al teléfono, y trataba de concentrarse totalmente en Billy cuando estaban juntos.

Billy salió del club con las galas de un adolescente, una camiseta negra Aéropostale, pantalones militares anchos y bajos de cadera y unas Nike de bota, sin atar. Se había vuelto a poner los tres aros de plata en la oreja izquierda y el collar de cuero con cuentas de hierro. Caminaba con un aire arrogante que era fingido, como un chico que imitara al tipo duro de una película.

Entró en la camioneta y se quedó con la vista al frente.

– Gracias por venir a recogerme.

– De nada.

Frank Clevenger salió marcha atrás, cogió Broadway en dirección a la carretera 99 y a las carreteras secundarias de Chelsea.

– He roto con Casey -dijo Billy.

Durante los dos últimos años, Billy había salido con Casey Simms, una chica de diecisiete años de Newburyport, un pueblo a una hora hacia el norte por la 95. Clevenger se preguntó si anunciar la ruptura era su forma de explicar por qué había perdido los nervios en el cuadrilátero.

– Me coge por sorpresa -dijo Clevenger-. Parecía que os llevabais bien.

– Se ha vuelto pesadita, de repente. Muy celosa.

– De repente. ¿Tienes idea de por qué?

– Es una chica -dijo Billy, sin apartar la vista de la carretera.

– ¿Lo llevas bien? La ruptura, quiero decir.

Claro.

Eso era todo el acceso a la vida emocional de Billy que Clevenger conseguía últimamente.

– ¿Tiene algo que ver con la ruptura el hecho de que siguieras pegando a ese chico después de que Donovan pusiera fin al combate?

Billy se encogió de hombros.

– No le he oído.

Clevenger lo miró.

– En serio -dijo Billy, mirándolo-. Sé lo que piensas: que estaba proyectando mi frustración por Casey en Nicky. Pero no voy a echar la culpa de mi comportamiento a esa dinámica inconsciente. -Se volvió hacia Clevenger y esbozó su sonrisa más encantadora-. En otras palabras, tendría que haberle escuchado, y asumo toda la responsabilidad. ¿Te parece bien, Doc?

Billy siempre encontraba el modo de quitar importancia a sus problemas. Pero Clevenger no se los tomaba tan a la ligera.

– Si vuelves a desoír a Donovan, te quedas sin boxeo todo el verano, campeón -le dijo Clevenger-. Si respetas el deporte, genial. Si es una excusa para buscar pelea, lo dejas.

– Captado -dijo Billy, volviéndose y mirando de nuevo por el parabrisas. Pasaron quince, veinte segundos en silencio-. ¿Vas a coger el caso de ese tipo del callejón del Mass General? Ahora dicen que quizá no se mató, después de todo.

– ¿Quién lo dice?

– Un periodista de la radio. Lo he oído mientras calentaba.

Clevenger había renunciado a intentar ocultarle a Billy su trabajo forense. Pensaba que no era muy saludable para él centrarse en la violencia, pero tampoco creía que fuera muy saludable crecer con un padre que le mantenía en secreto su ocupación. Y si Billy lo veía trabajando con la policía, tal vez estaría más predispuesto a respetar la ley.

– La policía de Boston me ha contratado hoy. Quieren que les ayude a averiguar si Snow se suicidó o no.

– Guay -dijo Billy con excitación-. ¿Qué piensas?

– Es demasiado pronto para pensar nada.

Billy asintió para sí.

– Se supone que iban a operarle del cerebro, ¿no?

– Sí.

– ¿Podría haber muerto?

– En una operación de neurocirugía siempre existe esa posibilidad.

– Entonces seguro que no se mató.

Clevenger lo miró.

– ¿Por qué no?

– Porque, como se dice, la libertad es no tener nada que perder. Suicidarte es algo que siempre puedes hacer. Si crees que es probable que mueras de todas formas, ¿por qué no jugársela? Quizá no despiertes nunca. O quizá despiertes y te sientas mejor, como si fueras otra persona. -Hizo una pausa-. Yo solía desear eso. ¿Tú no?

– ¿Despertarme siendo otra persona, o no despertarme?

– Las dos. Cualquiera. Lo que fuera.

Clevenger miró a Billy, que lo miró a los ojos por primera vez desde que se había subido a la camioneta. Tenía la costumbre de abrirse de repente. Era una sensación agradable cuando pasaba, pero no ocurría a menudo, y nunca parecía durar mucho.

– Sí -admitió Clevenger-. Cualquiera.

– ¿Y no me dijiste una vez que cuando peor se sienten las personas que más deprimidas están es por la mañana? -preguntó.

– Muchas de ellas.

– Eso es porque cuando se levantan, siguen siendo exactamente la misma persona que eran la noche anterior. Pero a este tipo iban a cortarle el cerebro. Podría haber pasado cualquier cosa.

Lo que decía Billy era muy sencillo y muy lógico. Snow intentaba liberarse, dejar atrás su vida y empezar de cero. Puesto que el suicidio siempre era una opción, ¿no habría esperado al menos a ver cómo salía la operación? Como inventor, ¿el hecho de reinventarse a sí mismo no suponía una oportunidad embriagadora?

– Es una forma muy interesante de verlo -dijo Clevenger-. Puede que tengas razón. -Su instinto le decía que cambiara de tema. No quería que Billy pensara en el asesinato o en el suicidio-. Volviendo a Casey -dijo-. ¿De verdad no tienes idea de por qué le preocupa tanto que puedas irte con otras chicas?

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