Keith Ablow - Asesinato suicida

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Asesinato suicida: краткое содержание, описание и аннотация

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John Snow es un brillante inventor que trabaja en la indistria aeronáutica; tiene dinero, familia, e incluso una amante que no le da problemas. Pero sufre una enfermedad rara y terrible: una extraña forma de epilepsia que afecta su cerebro. La única posibilidad de curarse pasa por someterse a cirugía, pero el precio que ha de pagar es muy alto y a cambio de su salud perderá la memoria, el recuerdo de los suyos y el acceso a sus secretos. Cuando toma por fin la decisión de operarse, aparece asesinado de un disparo. El psiquiatra forense Frannk Clevenger deberá ahondar en la mente de Snow para atrapar descubrir si este se suicidó o bien fue asesinado.

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Moffett le pasó con él.

– ¿Frank? -dijo Anderson.

– Aquí estoy.

– He comenzado investigando al socio de Snow, Collin Coroway.

– ¿Y?

– No es alguien para tomar a broma. Es ex boina verde, sirvió en Vietnam, y tiene contactos entre los agentes secretos. Su nombre aparece un montón de veces en negocios referentes a contratistas militares. Parece ser que Snow-Coroway Engineering se basa en el ingenio de Snow y los contactos de Coroway. El ochenta y cinco por ciento de su volumen de negocio está vinculado al Gobierno. Sistemas de radar, sonares, tecnología de misiles.

– Y se peleaban por si sacar la empresa a bolsa o no.

– Estaban en guerra. La típica confrontación. El tipo con cabeza para los negocios contra el tipo con la cabeza en las nubes. Coroway era el hombre de los números. Snow era el soñador. Hay que preguntarse lo encarnizada que era la batalla.

– Estoy contigo -dijo Clevenger. La lista de personas que podían desear que Snow muriera ya empezaba a crecer. Si Collin Coroway hubiera conocido el plan de Snow de cortar su relación personal, pasando a ser un competidor directo en potencia, quizá hubiera decidido terminar su sociedad con una bala-. No es el único al que hay que investigar -dijo Clevenger-. Acabo de estar en la consulta de Jet Heller. Me ha confiado un secreto: Snow tenía una aventura; con mi paciente de esta mañana, Grace Baxter.

– Quien, por casualidad, tenía un aspecto horrible -dijo Anderson.

– Me estás leyendo la mente.

– Lo que estoy pensando da miedo. ¿Vas a volver a verla?

– Mañana a primera hora. Mientras tanto, estaría bien concretar dónde estaba Collin Coroway hoy sobre las cinco de la madrugada.

– ¿Eso no sería pisarle el terreno al detective Coady?

– Sin duda.

– Disculpa -dijo Anderson-. Siempre piso donde no debo.

– Disculpas aceptadas.

– Te llamo más tarde. -Anderson colgó.

Clevenger cogió el puente de Hanover Street para salir de Boston y llegó al club de boxeo Somerville unos minutos antes de la hora.

Billy estaba entrenando con un compañero en el cuadrilátero espartano que ocupaba la mitad del local. Del techo colgaban bombillas encendidas. Quince o veinte adolescentes más golpeaban sacos pesados, levantaban pesas y saltaban a la comba en puntos que rodeaban el cuadrilátero. El gimnasio debía de estar casi a treinta y cinco grados y olía como si hubiera absorbido el sudor de los cientos de boxeadores que habían entrenado allí. Algunos de ellos llegaron a ser Guantes de Oro como Billy; uno, Johnny Ruiz, acabó siendo campeón del mundo de los pesos pesados.

Clevenger fue hasta el fondo del local, se apoyó en la pared de hormigón y miró cómo Billy propinaba golpes a su contrincante, un chico más bajo, de hombros anchos, que retrocedía, cubriéndose.

– Enfréntate a él -le dijo desde un lado del cuadrilátero el entrenador Buddy Donovan, de sesenta y tantos años, cuyo gancho de derecha aún podía hacer crujir cuellos. Llevaba un chándal gris con las iniciales S.B.C. escritas en la sudadera-. Elige los golpes. -Vio a Clevenger y lo saludó con la cabeza.

Clevenger le devolvió el saludo y luego vio cómo Billy asestaba un buen derechazo a la mandíbula de su contrincante. Pareció que el chico iba a irse contra las cuerdas, pero en el último momento se recuperó.

No había duda de que Billy sabía boxear. Era fuerte y rapidísimo, y tenía buen alcance. Ejercitó el cuerpo hasta que su torso pareció una armadura. Pero tenía algo más aparte de músculo y reflejos. Tenía la intuición de un boxeador. Detectaba la estrategia de su contrincante y se ajustaba a ella, percibía sus debilidades y las explotaba. Había estudiado el deporte, leído libros sobre él, visto vídeos de los mejores, una y otra vez: Marciano, Listón, Ali, Frazier, Foreman, Leonard.

La idea de aprender a boxear había sido de Billy, pero Clevenger le había animado. Imaginó que sería un buen modo de liberar parte de su rabia y no ir soltándola por las calles de Chelsea.

Lo había adoptado hacía dos años, después de resolver el asesinato de su hermanita en Nantucket. Con el historial que tenía Billy de drogas y agresiones, la policía le había considerado el principal sospechoso. Pero Clevenger había demostrado que estaban equivocados. Cuando terminó su investigación del caso, el nombre de Billy quedó limpio, y su padre fue a la cárcel. A su madre le retiraron la custodia por considerarla incapaz.

Así que Billy quedó libre y debía ir a vivir con una familia de acogida, pero Clevenger tomó cartas en el asunto.

Vio que Billy encajaba un duro golpe de zurda en la frente. Sacudió la cabeza, comenzó a bailar. Sonó la campana; el asalto había acabado.

– Que no te haga retroceder, Nicky -le gritó Buddy Donovan al contrincante de Billy-. Dale golpes bajos y no pares.

Billy vio a Clevenger.

– Ha llegado el doctor -gritó, y se acercó a su rincón.

– Pinta bien -dijo Clevenger.

Billy le guiñó un ojo.

La verdad era que parecía peligroso. Se había hecho rastas en el pelo rubio largo y sucio. Un tatuaje en la espalda rezaba: «Deja que sangre», con letras verdes y negras de cinco centímetros de alto, y las palabras dibujadas sobre las cicatrices de las palizas que le había propinado su padre.

Hacer de padre de Billy era como cogerle de la mano mientras caminaba por una cuerda floja sobre las llamas de su atormentado pasado. A veces parecía caminar bastante seguro y progresar bien. Otras, parecía estar destinado a caer en picado en ese infierno, a formar parte de él.

Lo más inquietante era que no tenía miedo. De niño, estar asustado no le había servido de nada; recibía la paliza de todas formas. Y la capacidad de tener miedo es uno de los ingredientes principales de la empatía. Hay que ser capaz de permitirse sufrir para poder imaginar el dolor de los demás.

Donovan tocó la campana para iniciar el siguiente asalto. Billy se dirigió saltando al centro del cuadrilátero. Su contrincante se acercó a él y se agachó, acechante. Billy saltaba de un pie a otro. Esperó hasta que el chico estuvo a su alcance, luego le asestó tres rápidos golpes de zurda que rebotaron en el casco protector.

El chico se acercó un paso más y soltó un derechazo que alcanzó a Billy en el hombro, lo que hizo que se tambaleara hacia un lado.

– Es más fuerte que tú -gritó Donovan a Billy-. Sigue moviéndote.

Billy miró a Donovan y comenzó a bailar de nuevo. Pero no toleraba que lo llamaran débil, y mucho menos considerarse como tal. Se quedó quieto, dio un paso hacia su contrincante y se plantó. Justo en ese momento, recibió un gancho de izquierda en la nariz. La sangre le bajaba por los labios.

– Te he dicho que te muevas -dijo Donovan-. No puedes enfrentarte a él directamente.

Algo nuevo asomó a los ojos de Billy. La visión estratégica, la búsqueda de una oportunidad, había desaparecido; la había reemplazado algo que parecía puro odio. Era como si el sabor de la sangre hubiera despertado en él algo primitivo e innato. Bajó los guantes a la cintura y avanzó un paso más hacia su contrincante. El chico soltó un derechazo directo que habría puesto fin al combate de haberle alcanzado, pero Billy se echó hacia atrás y el golpe le rozó la barbilla. Entonces Billy se agachó con rapidez, y comenzó a lanzar derechazos y zurdazos con la ferocidad de un luchador callejero. Algunos de los golpes los soltaba a lo loco, pero logró conectar los suficientes con los hombros, la cabeza y el cuello del chico como para hacer que se tambaleara.

– Volved a vuestros rincones. Hemos acabado -gritó Donovan, y se subió al cuadrilátero.

Clevenger se acercó.

Billy lanzó un gancho de zurda que falló y un fuerte cruzado de derecha que golpeó en la oreja izquierda del chico, que cayó rodilla en tierra.

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