Keith Ablow - Asesinato suicida

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Asesinato suicida: краткое содержание, описание и аннотация

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John Snow es un brillante inventor que trabaja en la indistria aeronáutica; tiene dinero, familia, e incluso una amante que no le da problemas. Pero sufre una enfermedad rara y terrible: una extraña forma de epilepsia que afecta su cerebro. La única posibilidad de curarse pasa por someterse a cirugía, pero el precio que ha de pagar es muy alto y a cambio de su salud perderá la memoria, el recuerdo de los suyos y el acceso a sus secretos. Cuando toma por fin la decisión de operarse, aparece asesinado de un disparo. El psiquiatra forense Frannk Clevenger deberá ahondar en la mente de Snow para atrapar descubrir si este se suicidó o bien fue asesinado.

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Snow llegó quince minutos antes que Baxter. Entró en el baño de mármol y se miró en el espejo. Tenía la piel, el pelo y el físico de un hombre mucho más joven. Tenía la frente ancha, la mandíbula cuadrada, la barbilla ligeramente partida. Era guapo, y lo sabía, pero lo sabía de modo objetivo, igual que conocía las propiedades del carbono o las leyes de la gravedad. Nunca había sabido para qué utilizar su físico.

Ahora, por primera vez, quería ser atractivo, para Grace. Se había puesto una camisa y una americana nuevas, cuando cualquiera de las viejas le habría servido. Se había cortado el pelo indisciplinado. Se había afeitado la barba de dos días cuando normalmente esperaba más, hasta que le picaba y le distraía del trabajo.

Se puso un vaso de agua, metió la mano en el bolsillo, sacó dos comprimidos de Dilantin y los tomó. Durante las horas que había pasado hablando por teléfono con Baxter, sólo había mencionado una vez, y de paso, haber tenido ataques de niño. Le ocultó el hecho de que nunca habían desaparecido del todo. No quería que lo considerara defectuoso.

Cruzó el dormitorio y se acercó a una ventana de vidrio cilindrado que daba al Public Garden. El día era soleado y gélido. Todo parecía vigorizador. Veía la pista de hielo, repleta de familias. Y pensó que algún día le encantaría ir a patinar allí con Grace.

Miró la hora. Casi las cuatro. Llegaría en cualquier momento. En parte estaba emocionado, y en parte preocupado. Porque todavía se preguntaba si Baxter era real o algo que había ideado él. Se había permitido compartir con ella más pensamientos y sentimientos que con cualquier otro ser humano. ¿Era porque Grace era su alma gemela, o porque él deseaba ser la clase de hombre que podía tener un alma gemela? Con su matrimonio pendiente de un hilo, ¿se había creado un motivo para ponerle fin? ¿Tenía el potencial para ser plenamente humano, o estaba fingiendo que lo tenía?

Llamaron a la puerta. Se quedó inmóvil, se apoderó de él el miedo a que su mujer lo hubiera seguido o, peor aún, su hija o su hijo. Pero era un miedo irracional; era imposible que supieran dónde estaba. Blazek jamás traicionaría su confianza. En aquel momento, entre esas cuatro paredes, era libre. Con aquel pensamiento en mente respiró hondo y se dirigió a la puerta.

Como un acto de fe, no miró por la mirilla antes de extender la mano y abrir la puerta.

Ahí estaba Grace Baxter, vestida con lo que le había pedido que se pusiera: el sencillo vestido negro que llevaba el día que la vio por primera vez.

Notó que se le aceleraba el corazón. Una sensación nueva. Una sensación que le gustaba.

Grace alargó la mano. Él le tomó ambas y caminó hacia atrás mientras ella lo seguía al salón, mirando a su alrededor.

– Supongo que habrá que conformarse -bromeó, asimilando la amplitud del lugar, de casi cien metros cuadrados, con tapices orientales, paredes artesonadas, techo inclinado, molduras y lámparas de cristal. Miró a través de las puertas cristaleras que se abrían al dormitorio, vio la cama de matrimonio con sus almohadas, sábanas y edredón de blancura prístina. Se soltó y se acercó a la ventana que daba al parque. Luego se quitó los zapatos con gracilidad y se apoyó en el marco de la ventana, justo detrás de las finas cortinas.

Casi le pareció estar con ella detrás de las cortinas de encaje de su casa, cuando Kullaway la pintó desnuda. Y justo cuando imaginaba la escena, ella se llevó la mano a la nuca, se desató el vestido y lo dejó caer al suelo. Se apoyó en el marco de la ventana. Estaba desnuda y era perfecta, el pelo caoba le acariciaba los hombros delicados, la espalda se estrechaba en una cintura esbelta y luego se arqueaba ligeramente por encima de las partes de su cuerpo que tanto quería acariciar. Tenía las piernas tonificadas, pero no musculosas. Era todo lo que había imaginado. Era perfecta. Se acercó a ella, casi pensando que desaparecería en cuanto la tocara. Pero cuando lo hizo, ella se volvió, lo rodeó con sus brazos y lo besó. Y luego Snow sintió que perdía el sentido del espacio y del tiempo y que ganaba algo más importante, algo que había estado latente y que ahora despertaba: la pasión por otra persona. Se apretó contra ella y la besó aún con más intensidad.

Ella se apartó, sin aliento.

– Desvístete para mí -le dijo.

La mujer de Snow nunca lo había visto desvestirse, apenas lo había visto desnudo. Sus relaciones sexuales eran algo que el uno robaba al otro debajo de las sábanas por la noche. Se desabotonó despacio la camisa, se la quitó y la dejó caer al suelo. Se desabrochó el cinturón y los pantalones, dudó, y se bajó la cremallera. Se acercó a Grace.

Ella levantó la mano.

– Acaba.

Tenía vergüenza, y debió de notársele.

– No pasa nada -dijo-. Sólo quiero verte todo.

Snow se quitó los pantalones, los calcetines y los calzoncillos y se quedó desnudo delante de ella.

– Realmente no tienes ni idea de lo magnífico que eres, ¿verdad? -le preguntó Grace, acercándose a él. Le besó el cuello, las orejas, el pecho; luego se arrodilló-. Aquí dentro, hacemos lo que queramos.

Capítulo 6

15:40 h

Clevenger tuvo que esforzarse por concentrarse en la carretera al salir del aparcamiento del Mass General, en dirección al club de boxeo Somerville para recoger a Billy.

Recordó la sesión con Grace de aquella mañana: sus temblores, su culpa, cómo le había preocupado que fuera a suicidarse o a matar a otra persona. La imaginó meciéndose adelante y atrás en el sillón, abrazándose. Y pensó en lo que había dicho: «No quiero hacer daño a nadie nunca más».

¿Acababa de cometer un asesinato? ¿Por eso se había derrumbado? ¿Le había pegado un tiro en el corazón al hombre al que amaba y se había quedado sola en un matrimonio que la hacía sentirse como muerta?

¿O no había hecho daño a nadie? Aunque hubiera descubierto la amnesia inminente de Snow, quizá simplemente había planeado comenzar la psicoterapia el día que él se sometía a la operación. Tal vez el hecho de que él decidiera rehacer su vida la había inspirado para rehacer la suya.

Clevenger cogió el móvil y marcó el número de la consulta para ver si Baxter había intentado ponerse en contacto con él. Contestó la secretaria del Instituto Forense de Boston, Kim Moffett, una chica de veintinueve años con la sabiduría de una anciana de ochenta.

– ¿Alguna llamada? -preguntó Clevenger.

– Llevo una hora intentando hablar contigo -le dijo.

Miró el móvil y vio que tenía mensajes en el buzón de voz. Lo había puesto en silencio antes de entrar a ver al doctor Heller.

– ¿Qué pasa?

– La mayoría de cosas pueden esperar. Pero Grace Baxter te ha llamado cinco veces.

– ¿Está bien?

– Dice que no es ninguna emergencia, pero no deja de llamar. Quiere que le dé hora para mañana por la mañana. Estás fuera todo el día en el Instituto Penitenciario de Massachusetts en Concord; tienes que evaluar la capacidad de un acusado para ser procesado. Pero le he dicho que hablaría contigo.

Clevenger tenía que visitar la prisión estatal de Concord para determinar si un hombre esquizofrénico que había matado a su padre estaba lo suficientemente cuerdo como para ser procesado. El juicio no comenzaría hasta el invierno.

– Dale hora para las ocho de la mañana -dijo-. Y llama a Concord y cambia la hora, por favor.

– Hecho. ¿Dónde estás? Se supone que tienes que estar en Somerville dentro de quince minutos.

– Estoy yendo para allá.

– North quería que te dijera que tiene información sobre un tipo llamado Collin Coroway.

– ¿Está ahí?

– No, pero puedo localizarlo. Espera.

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