Peter Lovesey - El Falso Inspector Dew

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El Falso Inspector Dew: краткое содержание, описание и аннотация

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A bordo del Mauretania, que zarpa de Southampton, en la primera semana de septiembre de 1921, viajan numerosos pasajeros que encarnan el lujoso y cosmopolita ambiente de los años veinte. Entre ellos, se encuentra un dentista que trata de huir de su tiránica esposa y que viaja con el nombre de un famoso detective, el inspector Dew. Sin embargo, durante la travesía se produce un crimen y el capitán decide recurrir al falso inspector para descubrir al asesino… El desafortunado dentista se verá en serios aprietos para responder a los antecedentes del dueño del nombre usurpado. El FALSO INSPECTOR DEW es una nueva muestra del talento de Lovesey para combinar sabiamente ingenio y humor con una trama muy emocionante.

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Luego fue a cubierta y se paseó con una mujer cuyo marido estaba en el salón de fumar. Participó en el ejercicio de salvamento a las tres. Buscó al encargado de cubierta y reservó una hamaca a babor. Para las tres y media calculó que había hablado a unas ocho personas y dado su nuevo nombre a otras cinco y por lo menos diez personas más tenían que haberlo escuchado.

Ahora tenía que enfrentar la siguiente etapa del plan. Durante el almuerzo había debido contenerse para no precipitarse del restaurante al camarote de Lydia en busca de la sensatez de Walter, sin importarle lo que estuviera pasando allí. Pensó que aquella tarde tan lejana ya había cambiado las cosas. Le había costado un gran esfuerzo lograr la concentración necesaria para seguir las sugerencias de Walter y establecer su personalidad como Lydia. Aunque sus pensamientos volvían sobre Walter y el camarote después de cada encuentro con un camarero o pasajero, cada vez eran menos angustiantes. El esfuerzo de estar con otra gente desconocida y ajena a lo que estaba pasando, la aislaba de Walter. Pero una especie de ansiedad había reptado entre ellos; la horrorizaba llamar a esa puerta.

Camarote 89 en la cubierta D.

Walter se lo había dicho varias veces y sabía muy bien cómo encontrarlo. Pero sus nervios estaban todavía tan acelerados que tuvo que consultar la lista de pasajeros que estaba afuera de la oficina del comisario de a bordo. Señora Lydia Baranov… 89.

Encontró la escalera y el cartelito con Camarotes del 70 al 90. Le latían las sienes y tenía las manos heladas. Se movió despacio por el corredor, contando las puertas. 89. «No molestar.»

Se detuvo y miró hacia atrás. Estaba sola. Tenía la boca seca y el pulso le latía más fuerte que las máquinas del barco.

Cerró los ojos y golpeó con los nudillos. Demasiado suave. Volvió a probar y sintió que alguien se movía adentro.

La puerta se abrió y Walter miró hacia afuera. Era otro hombre. Ya no tenía color en la cara y hondas líneas de tensión cruzaban su frente. Los ojos parecían hundidos en sus cuencas.

Sin pronunciar palabras, abrió la puerta un poco más e hizo entrar a Alma.

Los ojos de ella recorrieron velozmente la habitación. No se veía nada espantoso ni en desorden. Algunas cosas de Lydia, un peine y un cepillo, botellas de perfume y una bolsita de maquillaje en el tocador. Chinelas rosa al lado de la cama, un diario en el suelo. El papel de seda en que había venido envuelta su ropa nueva, doblado con cuidado en el escritorio. Y el baúl contra la pared, al lado de la cómoda. Estaba cerrado.

El clic de la puerta se oyó claramente cuando Walter la cerró.

Alma se volvió hacia él.

– ¿Ya está hecho? ¿Ya…?

Walter apenas inclinó la cabeza.

Al imaginarse la escena, había planeado llegar a ese punto, echar sus brazos en torno al cuello de Walter y apretar su cara contra la de él. Sería el momento clave de su romance, el estallido de la liberación. A partir de allí Walter sería libre. Era como el capítulo final de todas las novelas que tanto la habían conmovido.

Pero algo en ella o en Walter la contuvo. No podía tocarlo. Se repitió mentalmente que todo lo que él había hecho era por ella, valiente, tranquilo y resuelto, confirmando así su amor a través de las pruebas que siempre debe afrontar el hombre en su conquista de la mujer. Pero eso lo había marcado. Era un asesino. Esas manos habían estado en contacto con la muerte. ¿Era posible amar a un hombre y al mismo tiempo sentir repulsión hacia él?

Él pareció percibir sus sentimientos. No se acercó a ella.

– ¿Qué hiciste? -preguntó-. ¿Almorzaste? ¿Te presentaste a la gente como Lydia?

– ¡Por supuesto! -ella se embarcó en un copioso relato de su tarde. Hablar la aliviaba. Se descubrió impartiéndole confianza al comentar sus ataques de nervios. Se sentía obligado a devolverle a aquel hombre deshecho algo de su antigua personalidad. Cualquier cosa con tal de suprimir el shock que la había alejado de él.

Walter parecía escuchar con avidez.

– Te lo agradezco, querida. Has hecho maravillas. ¿Qué hora es?

– Casi las cuatro. Dentro de una hora estaremos en Cherburgo. ¡Y luego a través del Atlántico hacia Estados Unidos!

– No creo que debamos quedarnos aquí juntos.

El pánico volvió a apoderarse de Alma.

– Me parece que no podré quedarme aquí sola, Walter, no soy tan valiente como tú -miró el baúl-, ¡Es imposible!

– No será necesario. Me quedaré yo. Hay bastantes cosas que hacer. Quiero encontrar papeles personales.

– Supongo que uno de los dos tiene que quedarse.

– No podemos correr riesgos.

– Cuando entré estabas muy mal. ¿Fue peor de lo que pensabas?

Walter sacudió la cabeza.

– No en el sentido que lo dices. No fue la parte física. Puedes hacerlo una docena de veces en la imaginación, puedes planearlo hasta el último detalle, pero la realidad es diferente. Dame tiempo y se me pasará -extendió la mano hacia Alma.

¡Si hubiera podido tomarla! Se llevó la mano al cuello y jugó con el collar.

– Sí -asintió en voz baja -tenemos que aceptar lo que hemos hecho. Creo que yo también necesitaré tiempo.

– Tiempo es lo que nos sobra, querida. ¿Por qué no subes a cubierta y contemplas con calma nuestra llegada a Cherburgo? Cuanto más te vean, mejor será. A las seis estaremos de nuevo en marcha y querrás vestirte para la cena. Lydia compró unos vestidos preciosos. Tendrás que probártelos a ver si te quedan bien.

Los ojos de Alma se posaron en el baúl.

Walter sacudió lentamente la cabeza.

Lo sacó todo.

– Ah. ¿Estás seguro de que los vestidos son nuevos?

– No llegó a usarlos nunca.

13

Vista desde el mar, Normandía era una deslumbrante franja de verde con casitas blancas y grises sobre las playas de roca azul. Cherburgo era un puerto pesquero. No estaba construido para transatlánticos, así que anclaron dentro en la Grande Rade, un muelle externo. Dos lanchas llevaron a los pasajeros y el equipaje. El sol de la tarde brillaba en el agua y los recién llegados saludaron a los pasajeros ya establecidos.

Paul Westerfield encontró a los Cordell en la cubierta de los botes contemplando toda esa actividad. Barbara lo vio primero.

– ¡Paul! Me alegro de volver a verte. ¿No quieres venir con nosotros?

Le sonrió con tanta candidez que Paul se sintió avergonzado.

– Me gustaría, pero tengo un problema.

– ¿De qué se trata?

Marjorie se inclinó hacia su hija.

– De quién se trata, es la pregunta adecuada, querida.

Barbara siguió la mirada de su madre hasta donde se encontraba Poppy.

– ¡Pensé que Poppy se había bajado del barco en Southampton!

Paul trató de ocultar su incomodidad.

– Así debía ser, pero se nos pasó la hora. Va a bajar aquí, pero tengo ese problema que te mencioné. Me ha desaparecido la billetera.

– ¿Qué quieres decir con «desaparecida»? -preguntó Marjorie-. ¿Te la han robado?

– No, no puedo decir eso. La perdí en alguna parte. La he buscado por todos los lados; Barbara, tú estuviste con nosotros en el café Verandah. Yo creo que no me saqué la chaqueta, pero Poppy piensa que pude habérmela quitado después de bailar. La billetera habrá caído en ese momento.

Barbara negó con la cabeza.

– No recuerdo que te la hayas sacado, pero yo me fui antes que vosotros. ¿Ya has preguntado a los camareros del café?

– Sí, al camarero de la cabina y al encargado de cubierta. Sin resultado.

– ¡Qué barbaridad! -exclamó Marjorie con aire compasivo-. Supongo que tendrías un montón de dinero.

– Eso no me importa, pero Poppy tiene que regresar a Inglaterra. Se quedó a bordo por culpa mía.

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