Tony, mientras daba brillo a unos vasos en el otro extremo de la barra, vigilaba ansioso el nivel de sidra del vaso de Gemma. Ella ya casi había decidido que tomaría otra cuando Tony, mirando hacia la puerta, dijo:
– Aquí está su jefe.
Kincaid se sentó en el taburete al lado de ella.
– ¿Ha estado Tony acosándote con alcohol? -Continuó sin esperar a la respuesta-: Bien, porque yo voy a acosarte con comida. Sharon Doyle me dijo que a Connor le gustaba el Red Lion de Wargrave. Era el único sitio donde la comida estaba al nivel que él exigía. Creo que deberíamos comprobarlo por nosotros mismos.
– ¿Va a tomar algo antes de ir, señor Kincaid? -preguntó Tony.
Kincaid miró a Gemma.
– ¿Tienes hambre?
– Estoy famélica.
– Entonces será mejor que nos vayamos, Tony.
Tony agitó el paño de cocina a modo de despedida.
– ¡Hasta luego! Aunque, si no les importa que se lo diga -añadió en un tono un poco de afrenta-, su comida no es mejor que la nuestra.
* * *
Tras prodigar palabras tranquilizadoras a Tony, se escaparon al coche y condujeron a Wargrave en silencio.
Se sentaron en una mesa del alegre Red Lion y Gemma por fin interrumpió el silencio:
– Tony me ha dicho que tenías un mensaje del sargento Makepeace. ¿Qué quería? ¿Dónde has estado?
Kincaid, concentrado en la carta, dijo:
– Pidamos primero. Luego te lo explicaré. ¿Ves algo que te apetezca? ¿Gratinado de abadejo y salmón ahumado? ¿Langostinos en salsa de ajo? ¿Pechuga de pollo con granos de pimienta verde y roja? -La miró, sonriendo, y Gemma pensó que sus ojos brillaban de un modo inusual-. Con tenía razón. Aquí no hay pastel de carne, ni salchichas ni puré de patatas.
– ¿Estás seguro de que nuestra cuenta de gastos correrá con esta factura? -preguntó Gemma.
– No te preocupes, sargento -dijo con exagerada autoridad-. Yo me ocupo de esto.
Nada convencida, Gemma lo miró dubitativa y dijo:
– Entonces tomaré el pollo. Y para empezar, la sopa de tomate y albahaca.
– Vaya, ¿tiramos la casa por la ventana?
– Y pudding , si puedo hacer sitio. -Cerró la carta y apoyó la barbilla en las manos. Estaba sentada con la espalda al fuego chisporroteante y el calor empezó a penetrar su suéter-. Creo que lo merezco.
El camarero se acercó con el bloc preparado. Tenía un paño de cocina sujeto en el cinturón y el pelo oscuro y rizado recogido en una cola de caballo. Su sonrisa era atractiva.
– ¿Qué van a tomar?
Kincaid pidió el gratinado y añadió una botella de Fumé Blanc. Cuando terminaron de pedir, el joven dijo:
– Muy bien. Lo pasaré a la cocina. -Y, al volver detrás de la barra, añadió-: Por cierto, me llamo David. Si necesitan alguna cosa, sólo tienen que avisarme.
Gemma y Kincaid se miraron arqueando ambos las cejas. Luego ella dijo:
– ¿Crees que el servicio es siempre tan bueno, o es simplemente porque no hay mucho movimiento esta noche? -Estudió la sala. Sólo había una mesa ocupada. Una pareja, con las cabezas muy juntas, estaba sentada en la esquina más alejada.
– Apuesto que tiene buena memoria para recordar a sus clientes. Después de comer lo probamos.
Después de que David volviera para llenar sus copas con el gélido vino, Kincaid dijo:
– Explica.
Gemma relató su entrevista con Tommy Godwin, pero omitiendo su más bien deshonrosa llegada.
– No sé si creerme esta historia de llegar al teatro por la entrada principal y quedarse en la parte de atrás del patio de butacas. Algo no encaja.
Llegaron los entrantes y mientras Kincaid atacaba el paté, dijo:
– ¿Y qué hay de Dame Caroline? ¿Hubo suerte?
– Parece ser que su almuerzo no fue tan tranquilo como dijeron al principio. Connor se excusó para ir a ayudar a lavar los platos, pero Plummy dice que no estuvo en la cocina y que se fue sin despedirse de Gerald y Caroline. -Rebañó la poca sopa que quedaba en el bol-. Creo que debió subir a ver a Julia.
– Lo hizo, y tuvieron una desagradable discusión.
Gemma notó que se quedaba con la boca abierta. La cerró de golpe, y dijo:
– ¿Cómo lo sabías?
– Me lo dijo Kenneth Hicks, y luego Julia.
– Está bien, jefe -dijo Gemma, exasperada-. Estás poniendo cara de intriga. Suelta.
Para cuando hubo acabado de contar su día, ya habían llegado sus segundos platos. Comieron en silencio durante unos minutos.
– Lo que no entiendo -dijo Kincaid al terminar de masticar un trozo de pescado y beber un sorbo de vino- es cómo un gamberro como Kenneth Hicks consiguió pescar a Connor tan a conciencia.
– El dinero es un poderoso incentivo. -Gemma dudó entre comer más puerros estofados o más patatas asadas. Finalmente eligió ambas cosas-. ¿Por qué mintió Julia acerca de la pelea con Connor? Parece suficientemente inocente.
Kincaid titubeó, y luego se encogió de hombros.
– Supongo que no pensó que fuera significativo. Tampoco era su primera pelea.
Con el tenedor a mitad de camino Gemma dijo, acaloradamente:
– Pero es que no era cuestión de olvidarse de mencionar algo que pudiera ser o no significativo. Mintió deliberadamente. Y también mintió acerca de dejar la galería. -Dejó el tenedor con el trozo de pollo arponeado en el plato y se inclinó hacia Kincaid-. No se ha portado bien al renunciar a hacerse cargo de los preparativos para el funeral. ¿Qué hubiera hecho? ¿Dejar que el condado se hiciera cargo?
– Lo dudo mucho. -Kincaid empujó su plato a un lado y se inclinó un poco hacia atrás.
A pesar de que el tono había sido suave, Gemma notó que había sido reprendida. Comprobó que empezaba a enrojecer. Cogió el tenedor y lo volvió a dejar al darse cuenta de que había perdido el apetito.
Mirándola, Kincaid preguntó:
– ¿Ya has terminado? ¿Qué pasa con el pudding ?
– No creo que pueda comérmelo.
– Bebe tu vino, entonces -dijo, llenándole el vaso- y hablaremos con David.
A Gemma le irritó el tono paternalista de Kincaid, que llamó al camarero antes de que ella pudiera responder.
– ¿Listos para los postres? -dijo David al llegar a la mesa-. La roulade de chocolate es divina. -Al ver que los dos negaban con la cabeza continuó sin pausa-. ¿Nadie? ¿Queso, entonces? La selección de quesos es bastante buena.
– En realidad tenemos un par de preguntas. -Kincaid había abierto su cartera. Primero enseñó a David sus credenciales y luego una foto de Connor que le había pedido a Julia-. Según creemos este hombre era un cliente regular de su pub. ¿Lo reconoce?
– Por supuesto -respondió David, perplejo-. Es el señor Swann. ¿Qué quiere decir con «era»?
– Me temo que ha muerto -dijo Kincaid utilizando el procedimiento estándar-. Estamos investigando las circunstancias de su muerte.
– ¿Muerto? ¿El señor Swann? -Por un momento el chico se puso tan pálido que Kincaid alargó el brazo y apartó una silla de la mesa de al lado.
– Siéntese -dijo Kincaid-. No parece que haya una turba pidiendo copas en el bar.
– ¿Qué? -David cayó en la silla ofrecida, como si no tuviera piernas-. Ah, entiendo. -Ofreció un amago de sonrisa-. Es que me ha causado bastante impacto. Es como si hubiera estado la otra noche aquí, y siempre era… tan exuberante. Lleno de vitalidad. -Alargó la mano y tocó la fotografía con un dedo vacilante.
– ¿Puede recordar cuándo fue la última noche que lo vio? -Kincaid hizo la pregunta con calma, pero Gemma pudo notar su concentración.
David arrugó el entrecejo, pero contestó rápidamente:
– Mi novia, Kelly, trabajaba hasta tarde en Tesco, no acabó hasta las nueve y media o así… El jueves. Debe de haber sido el jueves. -Los miró a los dos, como esperando aprobación.
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