– La muerte de su esposo sigue siendo investigada, señora Swann, y él vivía aquí, si es que acaso lo ha olvidado. -Se acercó a ella y se sentó en el único mueble disponible, la mesa de trabajo. Sus pies colgaban unos pocos centímetros por encima del suelo y los cruzó por los tobillos para evitar que oscilaran.
– Antes me ha llamado Julia.
– ¿Lo hice? -En aquel momento había sido instintivo, involuntario. Ahora lo usaría deliberadamente-. De acuerdo, Julia. -Enfatizó las palabras-. ¿Qué está haciendo aquí?
– Creo que es bastante obvio. -Señaló a su alrededor y él se dio la vuelta, examinando la habitación. Había pinturas -tanto los pequeños estudios de flores como los retratos más grandes- apiladas contra las paredes y unas pocas estaban colgadas. El polvo había desaparecido de las superficies visibles. Algunas de las pinturas y papeles que le resultaban familiares del estudio de Badger’s End habían aparecido sobre la mesa. Julia había traído una planta grande en una maceta y la había colocado cerca de una silla de terciopelo azul. Ambas cosas y una alfombra persa descolorida y los libros de vivos colores que había en una caja tras la silla formaban una naturaleza muerta que Kincaid había visto en varias pinturas de la galería.
La habitación había cobrado vida de nuevo y por fin reconoció el aroma que le había sido esquivo cuando estaba abajo. Era el perfume de Julia.
Ella se había acomodado en la profundidad del sillón y permaneció silenciosa, fumando y con las piernas estiradas. Él la miró y vio que sus ojos tenían ojeras de cansancio.
– ¿Por qué renunció a esto, Julia? No tiene sentido.
Ella lo estudió y dijo:
– Tiene un aspecto distinto cuando sale del uniforme de policía. Agradable. Incluso humano. Me gustaría pintarlo. -Se levantó de repente y con sus dedos le tocó el ángulo de la mandíbula y le giró la cabeza-. Normalmente no pinto hombres, pero usted tiene una cara interesante, unos buenos huesos que captan bien la luz. -Con igual rapidez volvió a hundirse en el sillón y lo contempló.
Kincaid seguía notando el tacto de sus dedos en la piel. Resistió el impulso de tocarse la mandíbula y dijo:
– No me ha respondido.
Apagó suspirando el cigarrillo fumado a medias en un cenicero de cerámica.
– No sé si puedo.
– Pruebe.
– Tendría que saber cómo eran las cosas entre nosotros hacia el final. -Julia acarició a contrapelo la tela del brazo del sillón. Kincaid esperó, mirándola. Ella levantó la mirada y sus ojos se encontraron-. No podía forzarme. Cuanto más lo intentaba más se frustraba, hasta que al final empezó a imaginar cosas.
Centrándose en la primera parte, Kincaid preguntó:
– ¿A qué se refiere con forzar?
– Nunca estuve a su disposición, no de la manera que él quería, no cuando él quería… -Cruzó los brazos como si de repente tuviera frío y frotó sus pulgares contra la tela del suéter-. ¿Le ha exprimido alguien alguna vez, comisario? -Antes de que pudiera responder, ella añadió-: No puedo seguir llamándolo comisario. Su nombre es Duncan, ¿no? -Puso un leve énfasis en la primera sílaba de su nombre, de manera que a Kincaid le pareció oír un eco escocés.
– ¿Qué clase de cosas imaginaba Connor?
Las comisuras de sus labios cayeron y se encogió de hombros.
– Ya sabe. Amantes, citas secretas, ese tipo de cosas.
– ¿Y no eran ciertas?
– No lo eran entonces. -Arqueó las cejas y lo obsequió con una insinuante sonrisa, como retándolo.
– ¿Lo que me está diciendo es que Connor estaba celoso de usted?
Julia se rió, y la sonrisa que transformó su delgada cara lo conmovió de una forma que no supo explicar.
– Resulta irónico, ¿no? Suena a broma. Connor Swann, el famoso calavera, tenía miedo de que su propia mujer pudiera estar poniéndole los cuernos. -La consternación de Kincaid debió notarse porque ella sonrió de nuevo y dijo-: ¿Creía que no conocía la reputación de Con? Tendría que haber sido sorda, muda y ciega para no saberlo. -Su regocijo se desvaneció y añadió, con delicadeza-: Y por supuesto, cuanto más me alejaba de él, con más mujeres se iba. -Miró más allá de Kincaid, hacia la ventana. Debía de estar oscureciendo.
– Todavía no ha contestado a mi pregunta. -Esta vez fue más delicado.
– ¿Qué? -Regresó del ensueño en que había estado absorta-. Ah, el piso. Al final estaba exhausta. Me escapé. Fue más fácil. -Se miraron en silencio por un momento, luego ella dijo-: Lo entiende, ¿verdad, Duncan?
Las palabras «me escapé» resonaron en su mente y de repente tuvo una visión de sí mismo, haciendo una maleta únicamente con las posesiones más necesarias y abandonando a Vic en el piso que los dos habían escogido con tanto cuidado. Había sido más fácil. Había sido más fácil empezar sin nada que le recordase su fracaso, o a ella.
– ¿Y qué hay de su estudio? -dijo, interrumpiendo el fluir de los recuerdos.
– Lo eché de menos, pero puedo pintar en cualquier parte, si he de hacerlo. -Apoyó la espalda en el sillón y lo miró.
Kincaid repasó los anteriores interrogatorios con ella, tratando de comprender el cambio que ahora podía observar. Seguía siendo aguda y rápida, su inteligencia siempre evidente, pero el nerviosismo y crispación habían desaparecido.
– No fueron unos meses fáciles para usted, los que pasó en Badger’s End, ¿no es así? -Ella le sostuvo la mirada, con los labios entreabiertos. Kincaid sintió un escalofrío en la espina dorsal que le venía de conocer a Julia mucho más profundamente de lo que ella creía.
– Muy perspicaz, Duncan.
– ¿Qué hay de Trevor Simons? ¿Salía con él entonces?
– Le he dicho que no. No había nadie.
– ¿Y ahora? ¿Lo ama? -Se convenció de que era una pregunta necesaria, a pesar de que las palabras parecieron salir de sus labios por voluntad propia.
– ¿Amar, Duncan? -Julia se rió-. ¿Quiere tener una discusión filosófica sobre la naturaleza del amor y la amistad? -Continuó, más seria-: Trev y yo somos amigos, sí, pero si se refiere a si estoy enamorada de él, la respuesta es no. ¿Importa?
– No lo sé -respondió Kincaid sinceramente-. ¿Mentiría por usted? Usted abandonó la galería aquella noche. Tengo un testigo independiente que la vio marchar.
– ¿De verdad? -Apartó la mirada de él mientras buscaba a tientas el paquete de cigarrillos que se había escurrido por debajo del sillón-. Supongo que salí durante un ratito. Había demasiada gente. No me gusta admitirlo, pero a veces estos eventos me provocan algo de claustrofobia.
– Sigue fumando demasiado -le dijo Kincaid cuando ella encontró el paquete y se encendió otro cigarrillo.
– ¿Cuánto es demasiado? Está siendo quisquilloso de nuevo. -Su sonrisa tenía un toque de traviesa.
– ¿Adónde fue cuando dejó la galería?
Julia se levantó y se dirigió a la ventana. Él se dio la vuelta y la miró mientras ella cerraba los estores, tapando así el cielo color carbón. Dándole la espalda a Kincaid, Julia habló:
– No me gustan las ventanas desnudas una vez ha anochecido. Es una tontería, lo sé, pero incluso aquí arriba siempre temo que alguien pueda estar observándome. -Se dio la vuelta-. Fui caminando por River Terrace durante un rato. Fui a tomar el aire, eso es todo.
– ¿Vio a Connor?
– No -respondió mientras regresaba al sillón. Esta vez se hizo un ovillo. El movimiento provocó que el cabello oscilara contra su cuello-. Y dudo que estuviera fuera más de cinco o diez minutos.
– Pero lo vio antes, ¿no es cierto? En Badger’s End, después del almuerzo, y tuvieron una discusión.
Vio cómo su pecho se movía con la respiración acelerada, como si fuera a negarlo, pero ella se limitó a mirarlo en silencio durante un momento para luego responder:
Читать дальше