– Fue algo tan estúpido. Algo tan trivial. Estaba avergonzada. Subió arriba después de comer, entrando a saltos como un gran cachorro, y yo arremetí contra él. Había recibido una carta de la sociedad de crédito hipotecario aquella mañana. No había pagado en dos meses. Ése era el acuerdo, ¿entiende? -le explicó a Kincaid-. Él podía quedarse en el piso siempre y cuando hiciera los pagos. Bien, discutimos, como puede imaginar, y le dije que tenía que sacar el dinero de donde fuera. -Hizo una pausa, apagó el cigarrillo que había dejado encendido en el cenicero, e inspiró-. También le dije que empezara a pensar en buscarse otro sitio. Estaba preocupada, por lo de los pagos… y las cosas no eran fáciles para mí en casa.
– ¿Y no se lo tomó bien? -preguntó Kincaid. Julia negó con la cabeza y apretó los labios-. ¿Le dio un plazo de tiempo?
– No, pero seguro que podía ver que no podíamos seguir así para siempre…
Kincaid hizo la pregunta que le había estado dando vueltas por la cabeza desde el principio.
– ¿Por qué no se divorció de él, Julia? Superarlo, cortar por lo sano. No era una separación de prueba. Usted sabía cuando lo dejó que no podría arreglarlo.
Ella le sonrió, tomándole el pelo.
– Usted, entre todas las personas, debería conocer la ley. Especialmente tras haber pasado por ello.
Kincaid, sorprendido, dijo:
– Historias del pasado. ¿Se me ven acaso las cicatrices?
Julia se encogió de hombros.
– Lo imaginaba. ¿Le pidió su esposa el divorcio?
Cuando él asintió, ella continuó:
– ¿Estaba de acuerdo con su petición?
– Por supuesto. No había razón para seguir adelante.
– ¿Sabe lo que hubiera pasado si se hubiera negado?
Negó con la cabeza.
– Nunca he pensado en ello.
– Ella hubiera tenido que esperar dos años. Es lo que se tarda en demostrar un divorcio impugnado.
– ¿Me está diciendo que Connor se negó a concederle el divorcio?
– Bingo, querido comisario. -Ella lo miró mientras él digería el dato, luego le dijo bajito-: ¿Era muy guapa?
– ¿Quién?
– Su mujer, por supuesto.
Kincaid comparó la imagen de la belleza delicada y pálida de Vic con la mujer que tenía sentada delante. La cara de Julia parecía flotar entre la negrura de su jersey de cuello alto y su cabello oscuro, casi incorpórea, y a la luz de la lámpara las arrugas de dolor y experiencia destacaban con dureza.
– Supongo que diría que era bella. No lo sé. Hace mucho tiempo.
Dándose cuenta de que se le había dormido el trasero de estar sentado en el duro borde de la mesa, Kincaid se levantó ayudándose con las manos, se estiró y luego se sentó encima de la alfombra persa. Se pasó las manos alrededor de las rodillas y miró a Julia desde donde estaba sentado. Notó que la perspectiva diferente había alterado los planos y las sombras de su cara.
– ¿Conocía los hábitos de juego de Con cuando se casó?
Negó con la cabeza.
– No. Sólo que le gustaba ir a las carreras, y para mí era algo más bien divertido. Nunca había estado…-Rió al ver la expresión de Kincaid-. No, en serio. Usted piensa que crecí en un entorno muy sofisticado y cosmopolita, ¿no? Lo que usted no comprende es que mis padres nunca hacen nada que no esté conectado con la música. -Suspiró pensativa, luego dijo-: Me encantaban los colores y el movimiento, la gracia de los caballos y su perfecta forma. Poco a poco empecé a darme cuenta de que para Con no se trataba sólo de una diversión, no de la manera que lo era para mí. Durante las carreras sudaba, y a veces veía como sus manos temblaban. Y empecé a darme cuenta de que me mentía sobre cuánto apostaba. -Y añadió, encogiendo los hombros-: Poco después dejé de ir.
– Pero Con siguió apostando.
– Y teníamos peleas. Lo llamaba «un pasatiempo inofensivo». Un pasatiempo que merecía tras las presiones del trabajo. Pero sólo hacia el final empezó a ser alarmante.
– ¿Le echaba un cable? ¿Pagaba sus deudas?
Julia apartó la mirada de él y apoyó la barbilla en su mano.
– Durante mucho tiempo, sí. Después de todo también mi reputación estaba en juego.
– De modo que la discusión del pasado jueves trataba en cierto modo de viejos asuntos.
Se las arregló para sonreír un poco.
– Dicho de esta manera, sí, supongo que sí. Resulta tan frustrante cuando una se oye a sí misma decir cosas que ha repetido cien veces antes. Sabes que es inútil, pero no puedes parar.
– Cuando él la dejó, ¿dijo algo diferente? ¿Hubo algo distinto de las pautas normales de estas discusiones?
– No, no que yo recuerde.
Y sin embargo había ido directamente a ver a Kenneth. ¿Habría ido a pedir dinero para pagar la hipoteca?
– ¿Le dijo algo sobre si iría a Londres por la tarde, al Coliseum?
Julia levantó la cabeza de su mano. Los ojos oscuros se abrieron con sorpresa.
– ¿Londres? No. No. Estoy segura de que no lo dijo. ¿Por qué habría de ir al Coli? Acababa de ver a papi y mami.
Los diminutivos infantiles sonaron extraños en sus labios y de repente pareció joven y muy vulnerable.
– Esperaba que usted me lo dijera -dijo, bajito-. ¿Alguna vez oyó a Con mencionar a un tal Hicks? ¿Kenneth Hicks? -La miró detenidamente, pero ella sólo negó con la cabeza, con aspecto de estar genuinamente desconcertada.
– No. ¿Por qué? ¿Es un amigo?
– Trabaja para un corredor de apuestas local. Recauda dinero para él, entre otras cosas. También es una persona muy desagradable y Connor le pagaba regularmente grandes cantidades de dinero. Por eso he vuelto, para echar otra ojeada al talonario de cheques de Connor.
– Nunca he sentido deseos de mirar entre las cosas de Connor, -dijo Julia despacio-. Ni siquiera he estado en su estudio. -Dejó caer la cabeza en ambas manos y habló por entre los dedos abiertos-: Supongo que estaba aplazando lo inevitable. -Al cabo de un momento levantó la cabeza y lo miró. Sus labios estaban crispados por una mezcla de bochorno y bravuconada-: Encontré algunos objetos de mujer en el dormitorio y el baño. Los he metido en una caja. No sabía qué otra cosa hacer con ellos.
De modo que Sharon no había vuelto.
– Démelos. Creo que puedo devolvérselos a su legítima propietaria. -Aunque pudo ver la pregunta en su cara, ella no habló y se miraron en silencio. Él estaba lo suficientemente cerca como para tocarla. Tuvo el deseo de levantar la mano y tocarle la mejilla con el dorso de sus dedos.
En vez de ello, le habló con delicadeza:
– Estaba saliendo con una mujer. Según parece, era algo bastante serio. Ella tiene una hija de cuatro años y Con le dijo que se casaría con ella y las cuidaría a las dos tan pronto como usted le concediera el divorcio.
Por un momento la cara de Julia quedó en blanco, carente de expresión, como si de una maniquí se tratara. Luego ahogó una risa.
– Pobre Con -dijo-. Pobre desgraciado.
Por primera vez desde que Kincaid la conocía vio cómo sus ojos se llenaban de lágrimas.
* * *
Gemma terminó el segundo paquete de cacahuetes y se chupó la sal de las puntas de los dedos. Levantó los ojos y vio a Tony mirándola. Sonrió avergonzada.
– Me muero de hambre -dijo, a modo de disculpa.
– Deje que alguien de la cocina le prepare algo. -Tony parecía haberla adoptado como su propia responsabilidad personal y estaba más pendiente de ella de lo normal-. Esta noche tenemos unas chuletas de cerdo estupendas y lasaña vegetariana.
Gemma miró furtivamente la hora por debajo de la barra.
– Esperaré un poco más. Gracias, Tony. -Tras dejar a Dame Caroline había conducido hasta el pub y había subido la maleta a su habitación. De repente, vencida por una ola de cansancio, se había estirado encima del edredón con la ropa puesta y se había dormido profundamente y sin soñar durante una hora. Se despertó con frío y un poco rígida, pero bien tras un sueño reparador. Después de lavarse un poco y cepillarse el pelo se cambió de ropa y se puso sus tejanos y suéter favoritos y bajó a esperar a Kincaid.
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