Había vendido su casa de Leyton -tres dormitorios, casa semiadosada con jardín, un símbolo en ladrillo revestido de los planes poco realistas de Rob para su matrimonio- y en lugar de comprar el práctico piso en Wanstead que ella tenía en mente, había alquilado… esto. Miró a su alrededor, desconcertada.
Su agente inmobiliaria le había rogado:
– Sólo échale una ojeada, Gemma, es lo único que te pido. Ya sé que no es lo que estás buscando, pero es que has de verlo. -Y así fue como vino, vio y firmó en la línea de puntos, convirtiéndose de repente en la inquilina de un garaje reconvertido, construido detrás de una casa victoriana, en una calle arbolada de Islington. La casa misma parecía algo fuera de lugar porque estaba situada entre dos de las más elegantes hileras de casas adosadas de estilo georgiano, pero ocupaba su espacio con la confianza que le otorgaba su clase.
El garaje estaba separado de la casa y se había construido por debajo del nivel del jardín. Así, las ventanas que ocupaban toda una pared del piso y llegaban a la altura de la cadera, vistas desde fuera estaban a nivel del suelo. Los dueños, ambos psicólogos, habían decorado el garaje con un estilo que la agente describió como «japonés minimalista».
Gemma casi soltó una carcajada al pensar en su situación. Un concepto adecuado para describir su vida actual era el de «minimalista». El piso consistía básicamente en una habitación grande, amueblada con un futón y un par de elegantes piezas contemporáneas. En la pared opuesta a la cama, unos pequeños cuartuchos contenían cocina y aseo. Un trastero con una pequeña ventana se había convertido en la habitación de Toby. El arreglo no permitía demasiada privacidad, pero la privacidad con un niño pequeño era de todas formas una cualidad insignificante y Gemma no se imaginaba que fuera a compartir su cama con nadie en un futuro próximo.
Había guardado sus muebles y la mayoría de sus pertenencias en la parte trasera de la panadería de sus padres en Leyton High Street. Su madre había expresado su desaprobación meneando sus apagados rizos rojos.
– ¿En qué estabas pensando, cariño?
Una calle tranquila, arbolada, con un parque al final. Un jardín verde, tapiado, lleno de rincones interesantes y escondrijos para un niño pequeño. Un lugar secreto, lleno de posibilidades. Pero Gemma se limitó a decir:
– Me gusta, mamá. Y está más cerca de Scotland Yard. -Dudaba que su madre la comprendiera.
Se sentía limpia, reducida a lo esencial, serena en la simplicidad del negro y gris de la habitación.
O al menos así había sido hasta esta mañana. Frunció el ceño y se preguntó de nuevo qué era lo que la había hecho sentirse tan inquieta. La imagen de Matthew Asherton, de doce años, se le apareció espontáneamente.
Se levantó, puso dos rebanadas de pan negro en la tostadora que había en la mesa y fue a despertar a Toby.
* * *
Tras dejar a Toby con su madre, Gemma cogió el metro hasta Charing Cross. Cuando el tren salió de la estación una ráfaga de aire proveniente del túnel agitó la falda alrededor de sus piernas. Gemma se cerró las solapas de la chaqueta. Dejó la estación y entró en el paseo peatonal de detrás de St. Martin-in-the-Fields. Rodeó la iglesia y tomó St. Martin’s Lane. Fuera del metro no se estaba mejor. Una ráfaga de viento del norte bajó por la calle, levantando polvo y pedazos de papel y dejando una estela de pequeños torbellinos.
Se frotó los ojos con los nudillos y parpadeó varias veces para limpiarlos. Luego miró a su alrededor. Delante, en la esquina, estaba el pub Chandos y justo detrás había un cartel vertical, texto en negro sobre fondo blanco, en el que se leía LONDON COLISEUM. Lo rodeaban estandartes azules y blancos con las letras ENO estampadas, que atrajeron su mirada. En el fondo azul pálido del cielo destacaba claramente la elaborada cúpula blanca. Cerca de la parte superior de la cúpula unas letras blancas anunciaban algo sobriamente la ENGLISH NATIONAL OPERA. Gemma pensó que debían encenderse por la noche.
Algo se removió en su memoria y se dio cuenta de que había estado antes aquí. Ella y Rob habían ido al Albury Theatre calle arriba y luego habían parado a tomar algo en el pub Chandos. La noche había sido cálida y habían tomado sus copas afuera, escapando de la aglomeración y el humo del bar. Gemma recordó que sorbía su Pimm’s y miraba cómo el público de la ópera se echaba a la calle con las caras animadas, moviendo las manos con gestos rápidos mientras diseccionaban la actuación.
– Podría resultar divertido -le había dicho con cierta nostalgia a Rob.
Él había sonreído de esa manera suya tan condescendiente y había dicho, socarrón:
– ¿Vacas viejas en estúpidos disfraces chillando a pleno pulmón? No seas ridícula, Gem.
Gemma sonrió pensando en la foto que había visto de Caroline Stowe. A Rob se le hubiera caído la baba si se hubiera encontrado con ella cara a cara. Vaca vieja… Él nunca sabría lo que se había perdido.
Empujó las puertas del vestíbulo. La embargó una ola de emoción por poder acceder a este glamouroso mundo de cuento de hadas.
– Alison Douglas -dijo a la gruesa mujer de cabello gris que había en el mostrador de recepción-. Es la asistente del gerente de la orquesta. Tengo una cita con ella.
– Entonces tendrá que ir por detrás, tesoro -respondió la mujer en un tono altanero. Hizo un gesto en curva con el dedo-. Detrás de la manzana, al lado del muelle de carga.
Algo escarmentada, Gemma abandonó la dorada y lujosa calidez del vestíbulo y rodeó la manzana en la dirección indicada. Se encontró en un callejón lleno de entradas de reparto de pubs y restaurantes. La entrada al London Coliseum, con sus escalones de cemento y su pintura desconchada, se distinguía únicamente por el cada vez más familiar logo ENO que había cerca de la puerta. Gemma subió, pasó adentro y miró con curiosidad la pequeña recepción con suelos de linóleo.
A su izquierda había un portero sentado dentro de una cabina con ventanas de vidrio. Justo delante, otra puerta cerraba el paso a lo que debía ser el sanctasantórum. Se presentó al portero, quien sonrió mientras entregaba a Gemma una hoja de registro sujeta a una tabla con una pinza. Era joven, pecoso y el pelo castaño tenía toda la pinta de estar creciendo después de un rapado al estilo mohawk. Gemma lo estudió con más detenimiento y vio un diminuto orificio en el lóbulo de su oreja, revelando la anterior presencia de un pendiente. Sin duda había hecho un esfuerzo considerable por ponerse presentable para el trabajo.
– Llamaré a la señorita Alison -dijo mientras le entregaba una identificación adhesiva para que se la pusiera. Cogió el teléfono y murmuró algo incomprensible-. Enseguida estará con usted.
Gemma se preguntó si el chico habría estado de servicio después de la representación de la noche del jueves. Su sonrisa amistosa auguraba un interrogatorio fácil, pero sería mejor que esperara a que nadie los interrumpiera.
Empezaron a sonar las campanas de una iglesia.
– ¿St. Martin’s? -preguntó.
El chico asintió mientras echaba un vistazo al reloj de la pared que tenía detrás.
– Las once en punto. Puede poner su reloj en hora.
¿Habría fieles que asistieran a los servicios de las once?, se preguntó Gemma, ¿o dirigía la iglesia sus esfuerzos a los turistas?
Recordó lo sorprendida que se había sentido cuando Alison Douglas había aceptado verla esta mañana y preguntó al portero:
– ¿Aquí se trabaja siempre? ¿Incluso un domingo por la mañana?
El portero mostró su sonrisa.
– Función de tarde. Una de nuestra mayores atracciones. Especialmente cuando se trata de algo tan popular como La Traviata .
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