– No estoy segura de comprender en qué la puedo ayudar. Es decir, sé lo del yerno de Sir Gerald. Es algo espantoso, ¿no? -Se le arrugó la frente al fruncir el ceño. De repente su aspecto era de alguien muy joven e inseguro, como una niña enfrentándose por primera vez a una tragedia-. Pero no entiendo qué puede tener esto que ver conmigo.
Gemma abrió su cuaderno de notas, destapó la pluma y los dejó con toda tranquilidad al lado de su taza de té.
– ¿Trabaja en colaboración con Sir Gerald?
– No más que con otros directores -Alison hizo una pausa y sonrió-, pero lo disfruto más. Nunca se pone nervioso, al contrario que algunos de los otros.
Dudando si admitir que no comprendía cómo funcionaba el sistema, Gemma ganó tiempo preguntando:
– ¿Dirige a menudo?
– Más que nadie, excepto nuestro director musical. -Alison se inclinó sobre la mesa hacia Gemma y bajó la voz-. ¿Sabía que le ofrecieron el puesto, pero que declinó? Fue hace muchos años, mucho antes de estar yo, por supuesto. Dijo que quería más libertad para trabajar con otras orquestas, pero pienso que tenía algo que ver con su familia. Él y Dame Caroline habían empezado con la compañía en el teatro Sadler’s Wells. Era la persona más cualificada para el puesto.
– ¿Todavía canta con la compañía, Dame Caroline? Hubiera dicho… quiero decir, tiene una hija adulta…
Alison rió.
– Lo que intenta decir es que ya está acabada, ¿no? -Se inclinó hacia delante otra vez, revelando lo mucho que disfrutaba enseñando a los no iniciados-. La mayoría de sopranos están en la treintena cuando cogen el ritmo. Desarrollar una voz exige muchos años de trabajo y entrenamiento. Si cantan demasiado o demasiado pronto pueden causar un daño irreparable. Muchas llegan a la cumbre de su carrera ya entradas en la cincuentena y unas pocas cantantes excepcionales continúan después. Aunque he de admitir que a veces resultan un poco ridículas actuando en papeles de ingenua estando ya entradas en años. -Sonrió a Gemma, luego continuó con más seriedad-. No es que piense que le sucediera eso a Caroline Stowe. No me la imagino haciendo el ridículo a ninguna edad.
– Ha dicho «le sucediera». No lo…
– Se retiró. Veinte años atrás, cuando murió su hijo. Nunca más cantó en público. -Alison había bajado la voz y, aunque su expresión era adecuadamente seria, explicó la historia con el entusiasmo que la gente reserva para las desgracias ajenas-. Y era brillante. Caroline Stowe habría podido ser una de las más célebres sopranos de nuestro tiempo. -Alison sonó genuinamente apenada mientras hacía un gesto de negación con la cabeza.
Gemma tomó un último sorbo del té y apartó la taza mientras pensaba en lo que había oído.
– ¿Por qué el título, si había dejado de cantar?
– Es una de las mejores profesoras de canto del país, si no del mundo. Muchos de los cantantes más prometedores han recibido clases, y las siguen recibiendo, de Caroline Stowe. Y ha hecho mucho por la compañía. -Alison sonrió, sardónica, y añadió-: Ella es una señora muy influyente.
– Eso creo -dijo Gemma y pensó que, para empezar, había sido la influencia de Dame Caroline y la de Sir Gerald la que había arrastrado a Scotland Yard a esta investigación. Viendo que Alison se enderezaba en la silla, Gemma preguntó-: ¿Sabe a qué hora dejó el teatro Sir Gerald el jueves por la noche?
Alison pensó un momento, mientras arrugaba la frente.
– La verdad, no lo sé. Hablé con él en su camerino justo después de la actuación, cerca de las once de la noche. Pero no me quedé más de cinco minutos. Había quedado con alguien. -Bajó las pestañas y se le formaron hoyuelos en las mejillas-. Tendrá que preguntárselo a Danny. Él tenía turno esa noche.
– ¿Parecía Sir Gerald disgustado? ¿Hubo algo diferente en su rutina aquella noche?
– No. No que yo sepa… -Alison paró. Tenía la mano suspendida encima de la taza-. Espere. Hubo algo. Tommy estaba con él. Claro que prácticamente se conocen desde siempre -y añadió enseguida-, pero no vemos a Tommy muy a menudo tras una representación. Al menos no en el camerino del director.
Gemma notó que estaba perdiendo el hilo de la conversación y preguntó:
– ¿Quién exactamente es Tommy?
Alison sonrió.
– Me olvidé de que usted no lo sabría. Tommy es Tommy Godwin, nuestro director de vestuario. Él no considera una de sus visitas como algo cercano a lo divino, como algunos diseñadores de vestuario que conozco -hizo una pausa y puso los ojos en blanco-, pero si por alguna razón lo vemos en el teatro es porque está ocupado en la sección de vestuario.
– ¿Está hoy aquí?
– No que yo sepa. Pero supongo que podrá pescarlo mañana en LB House. -Esta vez el desconcierto de Gemma debió de hacerse muy patente, porque antes de poder formular la pregunta Alison continuó-. Se trata de la Lilian Baylis House, en West Hampstead, donde tenemos el taller de vestuario. Permítame. -Cogió el cuaderno de notas de Gemma-. Le anotaré la dirección y número de teléfono.
Mientras miraba la caligrafía de Alison, redondeada, de colegiala, tuvo una idea repentina.
– ¿Vio alguna vez al yerno de Sir Gerald, Connor Swann?
Alison Douglas se ruborizó.
– Una o dos veces. A veces venía a funciones de la ENO. -Devolvió el bolígrafo y el cuaderno, luego se pasó los dedos alrededor del cuello de su jersey negro.
Gemma ladeó la cabeza mientras examinaba a la mujer que tenía delante: atractiva, más o menos de su edad, y soltera, a juzgar por su mano izquierda sin anillo y la cita previamente aludida.
– ¿Debo suponer que trató de ligar con usted?
– No tenía malas intenciones -dijo Alison, disculpándose-. Ya sabe, una lo nota.
– ¿Mucha ostentación y nada de fundamento?
Alison se encogió de hombros.
– Yo diría que simplemente le gustaban las mujeres… Él te hacía sentir especial. -Levantó la mirada y Gemma se dio cuenta de que sus ojos eran de un color marrón muy claro-. Todos hemos hablado del asunto, por supuesto. Ya sabe cómo son los chismosos. Pero ésta es la primera vez que me he parado de verdad a pensar… -Tragó saliva y añadió despacio-: Era un hombre encantador. Siento mucho que esté muerto.
* * *
Las mesas de la cantina se estaban vaciando rápidamente. Alison miró e hizo una mueca, luego acompañó a Gemma apresuradamente por los túneles verde oscuro. Murmuró una disculpa cuando la dejó en manos de Danny el portero.
– Hola, señorita -dijo Danny, siempre alegre-. ¿Ha conseguido lo que había venido a buscar?
– No del todo. -Gemma sonrió-. Pero quizás tú seas capaz de ayudarme. -Sacó sus credenciales del bolso y sostuvo la funda abierta para que pudiera ver claramente la identificación.
– ¡Caramba! -Sus ojos se abrieron y la miró de arriba abajo-. No parece de la pasma.
– No seas descarado, colega -sonrió. Luego, ya en serio, apoyó los codos en el antepecho del mostrador y se inclinó hacia delante-. ¿Puedes decirme a qué hora salió Sir Gerald el jueves por la noche, Danny?
– Ah, coartadas, ¿verdad? -El regocijo en la cara de Danny le hacía parecer una ilustración sacada de una novela de Enid Blyton.
– Por ahora, averiguaciones de rutina -Gemma logró mantenerse seria-. Hemos de saber los movimientos de todos los que hayan podido estar en contacto con Connor Swann el día que murió.
Danny levantó una carpeta de encima de un montón. La abrió por detrás y hojeó las últimas páginas.
– Aquí. -Señaló el lugar mientras sujetaba la carpeta abierta para que Gemma pudiera ver-. Medianoche en punto. Es lo que yo recordaba, pero he pensado que querría… ¿cómo lo llaman? ¿Corroboración?
Читать дальше