Claire Gilbert estaba sentada en el rincón del sofá más cercano a la puerta y de espaldas a ella. Tenía los pies recogidos y un cuaderno en su regazo. Sin embargo, su mirada no estaba dirigida al cuaderno sino al jardín, e incluso cuando Will y Gemma entraron su cuerpo no se movió.
– ¿Señora Gilbert? -dijo Gemma en voz baja y entonces Claire volvió la cabeza sobresaltada.
– Lo siento. Estaba a kilómetros de distancia. -Hizo un gesto señalando el cuaderno en su regazo-. Hay tantas cosas que hacer. He intentado preparar una lista, pero no puedo concentrarme.
– Hemos de hacerle unas cuantas preguntas, si no le importa -dijo Gemma maldiciendo a Kincaid por cargarla con esta tarea. No era capaz de habituarse al dolor de los familiares desconsolados y de hecho había perdido toda esperanza de llegar a hacerlo.
– Siéntese, por favor. -Claire metió los pies en los zapatos y se alisó la falda por encima de sus piernas.
– Tiene mejor aspecto esta mañana -dijo Will cuando se sentó en el sofá opuesto-. ¿Ha dormido?
– No creí que pudiera hacerlo, pero sí. Es extraño como el cuerpo toma sus propias decisiones, ¿no creen? -Tenía mejor aspecto, estaba menos demacrada y parecía menos frágil. Su piel era fina como la porcelana, incluso bajo la despiadada luz de la mañana.
– ¿Y Lucy? -preguntó Will mientras Gemma se sentaba a su lado y sacaba su bloc de notas.
Claire sonrió.
– Me he encontrado el perro estirado junto a ella en la cama, y ni se ha movido cuando lo he sacado de la habitación. Insistí en que tomara un sedante ayer noche. Es terca como una mula, aunque viéndola nadie lo diría. No le gusta admitir que ha llegado al límite.
– Se parece a su madre, ¿no? -dijo Will con una familiaridad que Gemma, intimidada por los modales más bien formales de Claire Gilbert, ni siquiera habría intentado. Recordó la angustia de Claire la noche anterior, cuando se dio cuenta de que Will había salido de la sala, y se maravilló de que el agente hubiera sido capaz de establecer una relación tan sólida en tan sólo unas horas.
Claire sonrió.
– Quizás tenga razón. Aunque yo nunca fui tan resuelta como Lucy. Perdí el tiempo en la escuela, aunque he de decir que habría obtenido mejores resultados si hubiera tenido alguna idea de lo que quería hacer. Jugaba a muñecas y casitas… -añadió en voz baja, mirando de nuevo el jardín y plisando la tela de su falda con los dedos.
– ¿Cómo…? -dijo Gemma, que no estaba segura de haber oído bien.
Claire, fijando la vista en ella, se excusó sonriendo.
– Yo era una de esas niñas que jugaba a casitas y cuidaba de sus muñecas. Nunca se me ocurrió que el matrimonio y la familia no fueran el centro de mi vida. Y mis padres estimularon esta idea, especialmente mi madre. Pero Lucy… Lucy ha querido ser escritora desde los seis años. Siempre ha trabajado duro en la escuela y ahora está estudiando los exámenes de práctica para sacarse el nivel avanzado en primavera.
Will se inclinó hacia delante y Gemma notó distraídamente que el codo de su chaqueta de tweed se estaba desgastando.
– Entonces, ¿asiste a la escuela local? -preguntó el agente.
– Oh, no -respondió Claire rápidamente. Luego vaciló un momento antes de proseguir-. Es estudiante externa en la Duke of York School. Supongo que tendré que llamar al director en algún momento del día y explicar lo que ha pasado. -El cansancio pareció invadirla ante la mera idea de tener que hacerlo. Le temblaron los labios y se los cubrió un momento con la mano-. Lo soporto bien hasta que tengo que decírselo a alguien, y luego…
– ¿No hay nadie que pueda hacer estas llamadas por usted? -preguntó Gemma, como ya había hecho la noche anterior, pero esperaba que con el descanso Claire hubiera reconsiderado la idea.
– No. -Claire enderezó los hombros-. No quiero que Lucy haga nada de esto. Esto ya es suficientemente difícil para ella. Y no hay nadie más. Tanto Alastair como yo éramos hijos únicos. Mis padres han fallecido y también el padre de Alastair. Esta mañana a primera hora he ido a ver a su madre. Está en una residencia de ancianos cerca de Dorking.
Gemma sintió que la invadía una oleada de simpatía por Claire Gilbert. Decirle a una mujer mayor que su único hijo había muerto no podía haber sido fácil y, sin embargo, Claire había hecho lo necesario, sola y lo más rápidamente posible.
– Lo siento. Debe de haber sido muy difícil para usted.
Claire dirigió otra vez su mirada hacia la ventana mientras sus dedos rozaban el pañuelo de seda que llevaba al cuello. Sus pupilas se habían reducido a un puntito por el reflejo de la luz y los iris eran de color oro como los de un gato.
– Tiene ochenta y cinco años y está algo frágil físicamente, pero su mente sigue siendo aguda. Alastair se portó muy bien con ella.
En el silencio que siguió oyeron ladrar a Lewis. Luego, les llegó un grito afable de Kincaid. Claire se sobresaltó un poco y dejó caer la mano sobre su regazo.
– Lo siento -dijo mirándolos de nuevo-. ¿Dónde estábamos?
– ¿Nos podría explicar algo más sobre sus movimientos de ayer tarde y noche? -Gemma destapó su estilográfica y esperó, pero Claire parecía extrañada.
– Lo siento -dijo de nuevo-. No comprendo.
– Dijo que usted y Lucy habían ido de compras -apuntó Gemma-. ¿Dónde exactamente?
– ¿Pero qué diferencia…? -la protesta de Claire se apagó cuando miró a Will.
El agente hizo un leve movimiento de cabeza.
– ¿Cómo vamos a saber en este punto lo que es importante y lo que no lo es? Algún detalle, algo que dijo alguien, algo que vio usted, podría ser el pegamento que una todas las piezas. Sea paciente.
Al cabo de un momento Claire se arrellanó en el sofá y dijo con cierto garbo:
– Está bien. Lo intentaré.
– Hacia las cuatro y media dejamos la casa y fuimos a Guildford. Condujo Lucy. Hace tan sólo unos meses que se sacó el permiso y le gusta practicar siempre que puede. Dejamos el coche en el aparcamiento de Bedford Road y cruzamos por el puente de peatones hacia el Friary.
– Una zona comercial -explicó Will a Gemma-. Restauraron la vieja fábrica de cerveza Friary Meaux. Un sitio de mucha categoría.
Claire sonrió levemente al oír la descripción de Will.
– Supongo que sí, pero he de confesar que me gusta. Poder permanecer resguardada y seca mientras una va de compras tiene sus ventajas. -Su sonrisa se apagó al regresar a su relato-. Lucy necesitaba un libro de Waterstones… creo que está leyendo a Hardy para su examen. Después… -Se frotó la frente y miró por la ventana un momento. Gemma y Will esperaron con paciencia. Entonces Claire suspiró y prosiguió-. Compramos café en una tienda especializada y luego una botella de Badedas en C &A. Después miramos escaparates durante un rato y más tarde tomamos el té en el restaurante del patio. No recuerdo el nombre. Es absurdo. Noto que tengo unos vacíos en la mente, precisamente cosas que conozco a la perfección. Y sólo hay un vacío. Recuerdo cuando… -Claire se detuvo para tomar aliento. Tras un escalofrío sacudió la cabeza con fuerza-. Qué más da. Ahora ya no importa. Lucy y yo abandonamos el centro por el lado más alejado y caminamos por la calle principal hasta Sainsbury’s, donde compramos algo para cenar. Para cuando terminamos las compras y llegamos a casa ya eran casi las siete y media.
La pluma de Gemma volaba por las páginas hasta que lo dejaba todo apuntado. Antes de que pudiera formular otra pregunta, Claire habló.
– He de… lo siguiente… ¿he de volver a hablar de eso? -Su mano volvía a tocar el cuello y Gemma pudo ver cómo le temblaban ligeramente los dedos. Tenía manos pequeñas, delgadas, con una piel fina e inmaculada y aunque llevaba las uñas muy cortas, las llevaba pintadas de rosa.
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