Deborah Crombie - Nadie llora al muerto

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La muerte violenta del comandante de la policía Alastair Gilbert, a golpes de martillo, en la cocina de su casa, convulsiona la aparente tranquilidad de Holmbury St. Mary, un pueblecito de Surrey cercano a Londres. El historial opaco de la víctima, poco apreciada por sus convecinos y tampoco por algunos círculos de la policía, hace que el trabajo de los investigadores de Scotland Yard, el comisario Duncan Kincaid y la sargento Gemma James, emprenda dos direcciones. ¿La delicada esposa del comandante o alguno de los vecinos están implicados en el asesinato o es el entorno policial de Gilbert el que lo está?

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Darling había llegado al pub justo cuando Gemma y Kincaid estaban acabando su desayuno. Habían comido en un incómodo silencio y les sirvió un igualmente apagado Brian Genovase.

– No soy madrugador -les había dicho con un atisbo de sonrisa-. Forma parte del trabajo. -No obstante, el desayuno había sido bueno. El tipo sabía cocinar a pesar de que su don de gentes no estaba en su mejor momento. Gemma se había obligado a comer sabiendo que necesitaba alimentarse para poder superar la jornada.

– El inspector jefe debería haber llegado aquí antes que nosotros -dijo Darling estudiando los coches aparcados mientras conducía hacia la parte trasera del hospital y se detenía en un espacio cercano a las puertas del depósito de cadáveres-. Estoy seguro de que llegará en unos minutos.

– Gracias, Will. -Kincaid se estiró tras salir del apretujado asiento trasero-. Al menos podremos disfrutar de las vistas mientras esperamos. Todo lo contrario que la clientela. -Hizo un gesto hacia las anodinas puertas de cristal.

Gemma se deslizó fuera del coche, se apartó unos pasos y contempló el panorama. Quizás, visto desde dentro del edificio hacia fuera, no fuera un lugar tan horrible. El hospital se levantaba en la cima de la colina que había al oeste de Guildford. Abajo, el pueblo de ladrillo rojo abrazaba la curva del río Wey. Todavía se veían algunos focos de bruma por encima del valle que apagaban el resplandor de los colores otoñales de los árboles. Al norte, muy alta, la torre de la catedral se levantaba contra el monótono cielo gris.

– ¿Sabía que es una catedral nueva? -preguntó Darling acercándose a ella-. La empezaron a levantar durante la guerra y fue consagrada en mil novecientos sesenta y uno. Uno no suele tener la oportunidad de ver como construyen una catedral durante su vida. -Miró a Gemma y sonriendo se corrigió-: Bueno, quizás no la suya. Pero de todos modos es bonita y vale la pena visitarla.

– Parece muy orgulloso de ella -dijo Gemma-. ¿Siempre ha vivido por aquí? -Luego agregó con una franqueza que Darling parecía estimular-: Y, por cierto, no puede ser tan mayor como para haberla visto erigirse.

Darling rió entre dientes.

– Tiene razón, me ha pillado. De hecho nací el día de la consagración. Diecisiete de mayo de mil novecientos sesenta y uno. De modo que la catedral siempre ha tenido un significado especial para nosotros… -Se calló cuando vio un coche acercarse a ellos-. Aquí está el jefe.

Gemma se dio cuenta de repente que Kincaid había estado todo el rato apoyado contra el coche, escuchando su conversación. Se sonrojó abochornada y se alejó.

Las pocas horas de sueño parecían haber rejuvenecido a Nick Deveney. Saltó fuera del maltratado Vauxhall y se acercó a ellos disculpándose.

– Lo siento. Vivo al sur, en Godalming, y había un poco de retención en la carretera de Guildford. -Su aliento formó una pequeña nube de condensación cuando sopló en sus manos al tiempo que se las frotaba-. La calefacción no funciona en este maldito coche. -Indicó con un gesto las puertas del edificio-. ¿Vamos a ver lo que nos tiene preparado la doctora Ling esta mañana? -Sonrió a Gemma y añadió-: Sin mencionar el entrar en calor.

Siguieron a Deveney por un laberinto de pasillos idénticos de azulejos blancos, sin cruzarse con nadie, hasta que llegaron a otras puertas dobles. Un cartel muy oficial situado por encima de ellos rezaba: ÚNICAMENTE PERSONAL AUTORIZADO – LLAMEN AL TIMBRE PARA OBTENER ACCESO. No obstante las puertas estaban levemente abiertas y Deveney las empujó. Un leve olor a formalina le produjo a Gemma un cosquilleo en la nariz. Luego oyó un murmullo. Siguiendo el sonido hasta la sala de autopsias encontraron a Kate Ling sentada en un taburete con una tabla y papel en el regazo y bebiendo café de un gran tazón térmico.

– Lo siento. Mi asistente tiene la gripe y no podía encargarme de las puertas. Tampoco es que la gente se muera por venir aquí -añadió mirando a Deveney como esperando una queja.

Deveney meneó la cabeza con falso asombro, luego se dio la vuelta hacia los demás, que se habían amontonado detrás de él en la pequeña sala. Nadie se había acercado demasiado a la forma envuelta en una sábana blanca que había en la mesa.

– ¿Sabían que todos los patólogos tienen que pasar por un rito de iniciación de la Orden de los Juegos de Palabras Malos? No los dejan practicar si no lo pasan. Aquí la doctora es una Gran Maestra y le encanta lucirse. -Él y Kate Ling se sonrieron concluyendo así un número obviamente practicado y muy disfrutado.

– Justo estaba acabando mis notas sobre el examen externo -dijo Ling mientras garabateaba unas palabras. Luego dejó la tabla a un lado.

– ¿Algo interesante? -preguntó Deveney. Estudió la tabla como si pudiera descifrarla al revés, aunque Gemma pensó que era poco probable que la letra de la doctora fuera legible incluso del derecho.

– La lividez corresponde perfectamente con la posición del cuerpo, así que diría que no fue movido. Por supuesto, ya lo esperábamos por la salpicadura de sangre, pero me pagan para que sea meticulosa. -Les sonrió irónicamente por encima del tazón del cual bebía. Luego prosiguió-: Así que, si calculamos la caída de temperatura del cuerpo usando la temperatura de la cocina de Gilbert, diría que fue asesinado entre las seis y las siete. -Haciendo girar la silla hacia la repisa que había detrás de ella, Ling cambió su café por un par de guantes de látex nuevos. Mientras se los ponía, añadió pensativamente-: Una cosa extraña. Había unos diminutos desgarrones en los hombros de la camisa. No lo suficientemente grandes como para poder aventurar una teoría sobre qué los produjo y el porqué de su presencia. -Se levantó del taburete y comprobó el micrófono activado por voz que colgaba encima de la mesa de autopsias. Luego levantó la tapa de acero inoxidable de la caja de instrumental que había sobre un carrito cercano-. ¿Preparados? Tendrán que ponerse batas y guantes. -Los miró burlonamente-. Están todos apretujados como sardinas en lata. Tendrán que dejarme un poco de espacio.

Will Darling tocó a Gemma en el hombro.

– Sé cuando me doy por aludido. Venga, Gemma, esperemos en el pasillo. Dejémoslos que se diviertan.

Tras agenciarse un par de sillas plegables de una sala cercana, Will las colocó junto a la puerta de la sala de autopsias y dejó un instante sola a Gemma.

– Iré a buscar unas tazas de té -le dijo por encima del hombro mientras desaparecía por el pasillo.

Gemma se sentó, cerró los ojos y apoyó la cabeza contra la pared. Se sintió un poco resentida por haber sido excluida con tanta facilidad. Sin embargo, se alegraba de no tener que reunir las fuerzas que exigían siempre las autopsias. Una mitad de su conciencia escuchó las voces y los tintineos de los instrumentos, e imaginó la exploración metódica del cuerpo de Alastair Gilbert. Mientras, la otra mitad pensó en Will Darling.

Tenía una serena seguridad en sí mismo nada coherente con su rango. No obstante, no mostraba agresividad ni tampoco había en él ningún deseo de impresionar a sus superiores, algo que ella había observado muchas veces y de lo que había sido culpable en alguna que otra ocasión. Y había algo en él que la hacía sentirse cómoda, algo incluso reconfortante, algo más que la tranquilidad que proporcionaba su cara agradable, de nariz algo respingona. Pero no sabía decir exactamente qué era.

Abrió los ojos cuando reapareció a su lado sosteniendo dos vasos de poliestireno humeantes. Esperó el clásico lodo institucional y probó el té. Luego lo miró con sorpresa.

– ¿De dónde ha sacado esto? En realidad es bastante decente.

– Secreto -respondió Will mientras se ponía cómodo junto a ella.

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