Deborah Crombie - Nadie llora al muerto

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La muerte violenta del comandante de la policía Alastair Gilbert, a golpes de martillo, en la cocina de su casa, convulsiona la aparente tranquilidad de Holmbury St. Mary, un pueblecito de Surrey cercano a Londres. El historial opaco de la víctima, poco apreciada por sus convecinos y tampoco por algunos círculos de la policía, hace que el trabajo de los investigadores de Scotland Yard, el comisario Duncan Kincaid y la sargento Gemma James, emprenda dos direcciones. ¿La delicada esposa del comandante o alguno de los vecinos están implicados en el asesinato o es el entorno policial de Gilbert el que lo está?

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La voz de Kate Ling llegaba claramente a través de la puerta abierta.

– Por supuesto, estamos casi seguros, por la velocidad de la sangre y el examen externo, de que nos encontramos ante un traumatismo producido por un objeto contundente. Pero veamos cómo son las cosas debajo del cuero cabelludo.

En el silencio que siguió, Gemma sostuvo el vaso caliente entre sus manos, sorbiendo de vez en cuando un poco de té. Sabía que la doctora Ling estaría despegando el cuero cabelludo del cráneo, doblándolo hacia delante por encima de la cara como una grotesca máscara, pero a la inversa. Pero eso era algo que le parecía distante, no conectado lógicamente con la sensación del frío metal de la silla contra su espalda y sus muslos, o bien con las leves formas que imaginaba en la pared pintada al temple que tenía delante.

Cerró los ojos y parpadeó, luchando contra el letargo que la invadía. Pero su aletargamiento tenía una cualidad arrolladora producto del agotamiento y el estrés emocional. Las palabras de la doctora Ling flotaban de forma inconexa como en una neblina.

– …justo detrás de la oreja derecha… varios golpes superpuestos más cerca de la coronilla… todos un poco a la derecha… nunca totalmente seguros… algunos zurdos demuestran poseer destrezas motoras brutales con su mano derecha.

Los ojos de Gemma se abrieron al notar los dedos de Will en su mano.

– Lo siento -dijo en voz baja-. Estaba a punto de inclinar el vaso.

– Vaya, gracias. -Lo agarró con más firmeza entre ambas manos, haciendo un enorme esfuerzo por mantenerse despierta y concentrada, pero la voz comenzó de nuevo, con una entonación precisa tan soporífera como un baño caliente. Cuando Will le cogió el vaso de sus manos fláccidas unos minutos más tarde, no pudo ni siquiera protestar. Las voces le llegaron ahora con una claridad y una presencia casi física, como si su existencia tuviera más peso que todos los estímulos que la rodeaban.

– …la conclusión más probable es que el golpe de detrás de la oreja fuera el primero, realizado desde atrás, y los otros siguieron mientras caía. ¡Ah! y ahora miren esto… ¿ven la forma de media luna de la hendidura del hueso? ¿Justo aquí? ¿Y aquí? Tomemos medidas por si acaso, pero estoy dispuesta a apostar que es la huella de un martillo común de la variedad que se utiliza en jardinería… muy característico. Objetos muy peligrosos, los martillos, aunque nunca se piense. Nunca olvidaré un caso que tuve en Londres. Una vieja dama que vivía sola, nunca había hecho daño a nadie. Un día abre la puerta y un tipo la golpea en el lado de la cabeza con tanta fuerza con un martillo que la levanta de sus zapatillas.

– ¿Lo cogieron? -Una parte del cerebro de Gemma reconoció la voz de Deveney.

– En una semana. El estúpido sinvergüenza no era muy listo y habló de ello en los pubs. Esperen un poco mientras tomo unas muestras de tejidos.

Gemma oyó una sierra y un momento después captó el nauseabundo olor de hueso quemado. Aun así no pudo alcanzar la superficie de su conciencia.

– …historial médico del comandante, por cierto, estaba tomando anticoagulantes. Hace dos años lo operaron del corazón. Veamos lo bien que se ha mantenido.

En el silencio que siguió, Gemma se dispersó todavía más. Frases dichas entre dientes como «arterias estrechas» y «personalidad tipo A» dejaron de tener sentido. Luego, la conciencia de estar en una autopsia desapareció del todo.

Cuando Will la abordó susurrando «Están acabando, Gemma» ella se despertó sobresaltada y dio un grito. Había soñado que Kincaid estaba de pie frente a ella, con su sonrisa más pícara, y en su mano sostenía un martillo mojado en sangre.

* * *

Gemma pudo ver por primera vez Holmbury St. Mary a plena luz del día. El pub daba a un inmaculado triángulo de césped, con el camino de los Gilbert a la derecha y la iglesia a la izquierda. Al otro lado del césped, unos cuantos tejados y hastiales de ladrillo rojo asomaban por encima de los árboles.

Deveney había regresado a la comisaría de policía de Guildford para supervisar los informes que iban llegando y había delegado en Will Darling la función de llevar a Gemma y Kincaid de vuelta a casa de los Gilbert.

– Los veré allí dentro de una hora y compararemos notas -les había dicho mientras se metía en el coche y fingía tener escalofríos-. No creo que de momento pueda llevar este trasto al taller.

Will aparcó el coche detrás del pub y caminaron por el sendero despacio, estudiando durante el trayecto la casa y sus alrededores. Las puntas del grueso seto casi se tocaban con la curva de la puerta de hierro, y por encima sólo se veía la planta superior de la casa. Las vigas negras contrastaban con el ladrillo rojo decorado en blanco y las plantas trepadoras atenuaban el contraste.

– Una fortaleza suburbana -dijo Kincaid en voz baja mientras Will hacía un gesto con la cabeza al agente uniformado que estaba de guardia en la puerta-. Y no lo protegió.

– ¿Algún espectador demasiado curioso? -preguntó Will al agente.

– He dejado pasar a un par de vecinos que querían ayudar, pero eso es todo.

– ¿No ha venido la prensa?

– Sólo he visto un par husmeando.

– Entonces no tardarán mucho, -dijo Will y el agente asintió con resignación.

– Espero que Claire Gilbert y su hija estén preparadas para el asedio -dijo Kincaid mientras tomaban el sendero hacia la parte trasera de la casa-. Los medios no dejarán pasar esta historia con facilidad.

Cuando llegaron a la puerta del vestíbulo, Kincaid vaciló y luego dijo:

– Gemma, ¿por qué no vais tú y Will a ver a la señora Gilbert? Tomad declaración de sus movimientos de ayer por la tarde, de modo que podamos comprobarlos. Volveré en un rato. -Gemma empezó a protestar, pero él ya se había dado la vuelta y durante un momento ella se quedó mirándolo cruzar por el jardín hacia el cercado del perro. Luego, notando que Will la miraba, se dio la vuelta y abrió la puerta del vestíbulo con un poco más de fuerza de la necesaria.

La cocina de baldosas blancas, con su prístina e inmaculada superficie brillante, deslumbró a Gemma al entrar. Alguien había limpiado la sangre.

Gemma miró con recelo a Will y recordó que la noche anterior había dado una excusa para quedarse atrás cuando fueron al pub. Pero él le devolvió una sonrisa inocente. El especialista en huellas seguía ocupado espolvoreando las superficies de los armarios, pero, aparte de esto, Gemma podía ver una cocina ordinaria en un día ordinario, e imaginó el olor a tostadas y café y la somnolienta cháchara del desayuno. En la mesa que había junto a la ventana que daba al jardín había un individual y una servilleta de colores muy vivos junto con un ejemplar del Times . Tras inspeccionarlo, Gemma vio que el periódico databa del día anterior. Sin embargo, no lo había visto la noche anterior. De hecho, apenas se había dado cuenta de la existencia de este rincón para el desayuno. Esto no puede ser, no puedo seguir así, se dijo Gemma, e interrumpió la discreta discusión de Will con el técnico de manera más brusca de lo que pretendía.

– La señora Gilbert se ha preparado una taza de té y ha dejado dicho que estaría en el invernadero -dijo el hombre de las huellas en respuesta a la pregunta de Gemma y luego volvió a su silbar poco melodioso.

Gemma recordó la extensión acristalada que había visto desde el jardín y tras cruzar la cocina torció a la derecha. Golpeó suavemente la puerta del final del hall y al no oír respuesta al cabo de un ratito abrió la puerta y entró.

A pesar de que la abundancia de plantas daba a la habitación un verdadero ambiente de invernadero, era obvio que se trataba de una sala muy usada. Había dos mullidos sofás situados frente a frente y los separaba una mesa baja cubierta de libros y periódicos. Un cubrecama de lana caía por la parte trasera de uno de los sofás y encima de una mesita auxiliar había un par de gafas. Por debajo del otro sofá asomaban un par de botas Doc Martens, el primer signo que Gemma había observado de que Lucy Penmaric vivía en esta casa.

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