Deborah Crombie - Nadie llora al muerto

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La muerte violenta del comandante de la policía Alastair Gilbert, a golpes de martillo, en la cocina de su casa, convulsiona la aparente tranquilidad de Holmbury St. Mary, un pueblecito de Surrey cercano a Londres. El historial opaco de la víctima, poco apreciada por sus convecinos y tampoco por algunos círculos de la policía, hace que el trabajo de los investigadores de Scotland Yard, el comisario Duncan Kincaid y la sargento Gemma James, emprenda dos direcciones. ¿La delicada esposa del comandante o alguno de los vecinos están implicados en el asesinato o es el entorno policial de Gilbert el que lo está?

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– No, señora Gilbert, ahora no -dijo Gemma un poco ausente mientras hojeaba sus notas. Cuando llegó al lugar donde empezaba la entrevista hizo una pausa y luego miró a Claire Gilbert-. Pero háblenos de la parte de la tarde previa a lo que nos ha contado. No ha explicado qué estaba haciendo antes de ir a Guildford.

– Estaba trabajando, claro -dijo Claire con un leve dejo de impaciencia-. Llegué a casa unos minutos antes de que Lucy volviera de la escuela… Oh, Dios mío… -Se llevó la mano a la boca-. No he llamado a Malcolm. ¿Cómo he podido olvidarme de llamar a Malcolm?

– ¿Malcolm? -Will arqueó las cejas.

– Malcolm Reid. -Claire se levantó y se dirigió a la ventana. Allí se quedó, mirando hacia el jardín y dándoles la espalda-. Es su tienda, su negocio, y yo trabajo en la tienda, aunque también asesoro un poco.

Gemma se vio obligada a darse la vuelta y a entrecerrar los ojos para poder ver la silueta de Claire a la que rodeaba un halo de luz.

– ¿Asesora? -No pensaba que Claire Gilbert trabajara y la había categorizado automáticamente como ama de casa consentida con deberes no más agotadores que los de asistir a reuniones del Instituto de la Mujer y ahora se autocensuró por su negligencia. Las suposiciones en una investigación resultan peligrosas y en este caso indicaban que tenía la mente en otra parte-. ¿Qué clase de negocio es? -añadió, resuelta a prestarle toda su atención a Claire Gilbert.

– Diseño de interiores. La tienda está en Shere… se llama Kitchen Concepts, pero no es lo único que hacemos. -Claire miró el reloj y frunció el ceño-. Son casi las nueve. Malcolm no me habrá echado en falta aún. -La suave melena de cabello rubio capturó la luz cuando Claire movió la cabeza. Su voz sonó agitada por primera vez-. Desde que me he despertado esta mañana lo único que tenía en mente era decírselo a Gwen. Una vez hecho… Me siento tan boba… -De repente calló y se puso a reír-. ¿Cuándo fue la última vez que oyó esta expresión? Mi madre solía usarla. -Su risa cesó tan repentinamente como había empezado y empezó a sollozar.

Will había aprovechado que Claire se había ido a la ventana para levantarse y explorar la habitación. Se había acercado a un aparador situado en la pared de atrás y se dedicaba despreocupadamente a reordenar una colección de conchas marinas.

– No sea tan dura consigo misma -dijo volviéndose hacia Claire-. Ha pasado por un shock terrible. No espere que sea fácil seguir adelante como si nada hubiera pasado.

– Son de Lucy. -Se había acercado a él y había cogido una pequeña concha moteada de color verde y roja que hizo girar en sus manos-. De niña tenía un libro de conchas que le encantaba y desde entonces las colecciona. Ésta se llama Navidad. Encaja, ¿no cree? -Volvió a dejar la concha, alineándola con cuidado, y movió de modo extraño la cabeza, como para despejarla-. No dejo de pensar que Alastair querría que hiciera frente a este asunto, y luego me acuerdo… -Sus palabras se fueron apagando y se quedó de pie, mirando las conchas, con los brazos colgando fláccidos a los lados. Luego, como cobrando fuerzas, se volvió hacia ellos y sonrió-. Será mejor que llame a Malcolm lo antes posible. La tienda abre a y media y no quiero que se entere por otros.

Gemma cedió gentilmente.

– Gracias, señora Gilbert -dijo mientras metía el bloc de notas en su bolso y se levantaba-. Nos ha ayudado mucho. La dejaremos con sus asuntos. -Las frases aprendidas de memoria le venían con facilidad. Mientras, por lo bajo, pensaba dónde demonios estaba Kincaid y qué podía estar fisgoneando en el jardín durante todo este tiempo. Claire los acompañó hasta la puerta. Mientras Gemma pasaba al hall, Will paró y susurró algo a Claire que no pudo oír.

El especialista en huellas había recogido su equipo y se había ido, dejando únicamente el polvo para estropear la sensación de normalidad en el hogar de los Gilbert. La luz penetraba con fuerza a través del ventanal, poniendo de relieve las motas que flotaban en el aire. Gemma se dirigió a la ventana y miró al jardín. No había ni rastro de Kincaid.

– ¿Ahora qué? -preguntó Will, acercándose-. ¿Dónde está nuestro comisario?

Gemma agradeció eternamente al ángel de la guarda que la hizo morderse la lengua en lugar de dar rienda suelta a su mal humor, porque justo en ese momento entró Kincaid y les sonrió.

– ¿Me esperaban? Lo siento. Me entretuve un poco en el cobertizo. -Se limpió una mancha de barro de la frente y trató sin suerte de quitarse las telarañas de su chaqueta-. ¿Cómo…?

– ¿Te estaba ayudando el perro? -interrumpió Gemma. Supo lo maliciosas que eran las palabras tan pronto salieron de su boca, y si hubiera podido se las hubiera tragado. Enrojeció avergonzada. Cogió aliento para explicarse, pedir perdón y fue entonces cuando vio el martillo en su mano izquierda.

La puerta del hall se abrió de golpe y entró Claire Gilbert como propulsada. Sus mejillas estaban rojas.

– Malcolm dice que ya han estado en la tienda -dijo sin aliento, mirándolos de uno en uno suplicante-. Murmuradores y periodistas. Están viniendo aquí. Los periodistas están viniendo aquí… -Su mirada quedó fija en Kincaid. El color de sus mejillas desapareció con rapidez y se desplomó sobre las baldosas blancas.

4

Para ser un hombre grande, Will Darling se movía con sorprendente agilidad. Logró alcanzar a Claire antes de que su cabeza diera contra el suelo y ahora estaba arrodillado junto a ella, sujetando su cabeza y hombros en sus rodillas. Mientras Gemma y Kincaid revoloteaban por encima, Claire abrió los ojos y movió la cabeza nerviosamente.

– Lo siento -dijo tratando de enfocar la mirada en sus caras-. Lo siento. No sé qué me ha pasado.

Se esforzó por levantarse, pero Will se lo impidió con delicadeza.

– Mantenga la cabeza baja un rato más. Relájese. ¿Sigue notándose mareada? -Al responder que no, Will levantó su cabeza unos centímetros-. Iremos poco a poco -continuó mientras la ayudaba a incorporarse y después a sentarse en una de las sillas del área de desayuno.

– Lo siento mucho -dijo Claire una vez más-. Qué espantosamente estúpido por mi parte. -Se restregó la cara con manos temblorosas y, a pesar de que le había vuelto algo de color a las mejillas, siguió anormalmente pálida.

Kincaid apartó una silla de la mesa y se sentó frente a ella.

– ¿No la habré asustado? -preguntó mientras señalaba el martillo que había dejado con cuidado en la repisa más cercana. Se había estado frotando distraídamente el cabello para quitarse una telaraña y ahora le caía por la frente un rizo color castaño en forma de coma. Con una ceja arqueada por la preocupación, Kincaid tenía un aspecto aparentemente, peligrosamente inocente y Gemma sintió lástima de Claire Gilbert-. Es tan sólo el viejo martillo de su cobertizo. No está en muy buen estado -añadió con una sonrisa compungida y volvió a sacudirse las mangas de su chaqueta.

– No creerá que… eso fue lo que Alastair… -Claire tembló y se encogió.

– Por la capa de polvo diría que hace meses que nadie toca este martillo, pero hemos de hacer algunas pruebas para estar seguros.

Claire cerró los ojos y respiró hondo, para luego exhalar despacio. Unas lágrimas aparecieron bajo sus párpados cerrados cuando empezó a hablar.

– Me ha asustado. No sé por qué. Ayer por la noche me preguntaron una y otra vez si sabía qué se podía haber usado, si faltaba algo, pero no se me ocurría nada. Nunca se me ocurrió que el cobertizo…

A Gemma le sorprendió la angustia de Claire después de haberla visto mantener el control cuando estaba anonadada por el shock y el cansancio. Pero pensó que la entendía. A pesar de haberse enfrentado con las sangrientas consecuencias, Claire no había querido saber lo que le había pasado a su esposo. Su mente lo había evitado hasta que se tuvo que enfrentar a un recordatorio físico. Es curioso cómo la mente le hace a uno jugarretas.

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