Cuando Deveney regresó, Gemma se excusó de manera abrupta y abandonó la cocina, sin volver a mirar los ojos de Kincaid.
– La doctora Ling me ha dicho que hará la autopsia mañana a primera hora en el depósito de Guildford. -Mientras hablaba se dejó caer con todo su peso hacia el marco de la puerta y miró con expresión abstraída como uno de los técnicos de paisano sacaba una muestra de sangre del suelo-. No lo suficientemente temprano en lo que concierne a los mandamases. Haré que mis agentes vayan de puerta en puerta a primera hora. -Hizo una pausa y por primera vez demostró cautela cuando miró a Kincaid-. Eso si usted lo aprueba.
Cada vez que Scotland Yard colaboraba con un cuerpo regional el tema de la cadena de mando podía resultar un poco delicado. Si bien Kincaid estaba jerárquicamente por encima de Deveney, no tenía deseo alguno de suscitar de entrada el antagonismo del jefe de policía local. Nick Deveney parecía un policía inteligente y capaz, pensó Kincaid mientras asentía, y estaba encantado de dejarlo dirigir su parte del trabajo sin interferir.
– ¿Va a hacer un seguimiento del tema del intruso?
– Quizás con la luz del día veamos que ha dejado huellas de un centímetro de profundidad por todo el jardín -dijo Deveney sonriendo.
Kincaid soltó una risotada.
– Junto con un juego perfecto de huellas en el pomo de la puerta y un historial delictivo de más de un kilómetro de largo. No tendremos tanta suerte. Por cierto. ¿Cuán temprano es a primera hora? -preguntó bostezando y rascándose la barba de tres días.
– Imagino que hacia las siete. Kate Ling no parece necesitar el descanso. Sobrevive gracias a una combinación de café y vapores de formaldehído -dijo Deveney-. Pero es buena y hemos tenido suerte de que viniera a la escena del crimen esta noche. -Cuando Gemma regresó, Deveney la incluyó en la conversación con una alegre sonrisa-. Escuchen, ¿por qué no envían de vuelta a Londres a su conductor? He dispuesto que se alojen en el pub local. ¿Han venido preparados para quedarse? -Prosiguió cuando hubieron asentido-. Bien, enviaremos a alguien para que les lleve al depósito de cadáveres por la mañana. Y luego… -Se calló cuando un agente de paisano le hizo una seña desde la puerta del vestíbulo. Se apartó de la pared con un suspiro-. Enseguida vuelvo.
– Me ocuparé de Williams -dijo Gemma un poco bruscamente y dejó solo a Kincaid, quien durante un rato miró el trabajo de los técnicos y del fotógrafo. Luego se abrió paso por entre el área de trabajo hasta que llegó a la nevera. La abrió y se agachó para ver el contenido. Leche, zumo, huevos, mantequilla y metido desordenadamente en el estante inferior había un paquete de pasta fresca y un envase de salsa Alfredo de la marca Sainsbury. No estaban abiertos.
– He encontrado pan y queso. Les he preparado a las señoras unos bocadillos -dijo una voz encima de su cabeza.
Kincaid se levantó y dio la vuelta, y aun así tuvo que levantar la mirada para alcanzar a ver las mejillas rosadas del agente Darling.
– Ah, el guardaespaldas -murmuró y, ante la mirada perpleja del agente, añadió en voz alta-: Muy considerado por su parte… -Por más que quiso, no pudo llamarle por su peculiar apellido. *
– Añada hambre al shock y al cansancio y el resultado es un estado de nerviosismo -dijo Darling seriamente-. Además, no parecía que nadie se fuera a ocupar de ellas.
– No, tiene toda la razón. Normalmente, en este tipo de situaciones, aparecen vecinos entrometidos y serviciales de quien sabe dónde. También parientes, las más de las veces.
– La señora Gilbert dijo que sus padres habían fallecido -informó Darling.
– ¿En serio? -Kincaid estudió al agente durante un instante y luego le hizo una seña para indicarle la puerta de la entrada-. Hablemos donde haya un poco de más tranquilidad. -Cuando llegaron a la calma relativa del pasillo Kincaid prosiguió-: Ha estado con la señora Gilbert y su hija durante bastante rato, ¿no es así?
– Diría que varias horas. Entre las idas y venidas del inspector jefe.
La lámpara encendida en la mesa del teléfono iluminaba la cara de Darling por abajo y expuso unas pocas arrugas en el ceño y patas de gallo en sus ojos azules. Quizás no fuera tan joven como había pensado al principio.
– Parece hacer frente a esto con calma -dijo Kincaid. La serenidad del agente despertó su curiosidad.
– Crecí en una granja, señor. He visto la muerte muy a menudo. -Contempló a Kincaid por un momento, luego pestañeó y suspiró-. Pero hay algo raro en este caso. No porque el comandante Gilbert sea un funcionario de rango superior y todo eso. O por el desorden. -Kincaid arqueó las cejas y Darling prosiguió, vacilante-. Es que todo parece tan… inapropiado. -Sacudió la cabeza-. Ya sé que suena estúpido.
– No. Ya sé a lo que se refiere -respondió Kincaid. Y no es que apropiado fuera la palabra que él usaría para describir un asesinato, pero había una nota discordante en este caso en particular. La violencia no tenía razón de ser en una vida tan ordenada y prolija-. ¿Han hablado entre ellas la señora Gilbert y Lucy mientras usted las acompañaba? -preguntó.
Darling apoyó sus anchas espaldas contra la pared y durante un rato se concentró en un punto por detrás de la cabeza de Kincaid, luego respondió:
– Ahora que lo menciona, no puedo asegurarlo. Quizás una o dos palabras. Pero ambas se han dirigido a mí. Me he ofrecido para hacer alguna llamada, pero la señora Gilbert ha dicho que no, que estarían bien solas. Ha mencionado algo de tener que explicárselo a la madre del comandante, pero parece ser que está en una residencia de ancianos y la señora Gilbert ha pensado que lo mejor sería esperar a mañana. Es decir, hoy -añadió mirando su reloj. Kincaid notó en su voz un principio de cansancio.
– No lo entretendré más, agente. -Kincaid sonrió-. No puedo hablar en nombre de su jefe, pero yo estoy dispuesto a dormir las pocas horas de sueño que aún me quedan de esta noche.
* * *
A pesar de lo tarde que era, había todavía algunas luces encendidas en el pub. Deveney golpeó con fuerza en el cristal de la puerta y enseguida una sombra se acercó a correr los pestillos.
– Pasen, pasen -dijo un hombre mientras abría la puerta-. Entren en calor. Soy Brian Genovase, por cierto -alargó la mano a Kincaid y luego a Gemma. Los dos habían entrado detrás de Deveney.
El pub era sorprendentemente pequeño. Habían pasado directamente a la salita de la derecha, donde un puñado de mesas rodeaba una chimenea de piedra. A su izquierda la barra del bar en toda su longitud ocupaba el centro del pub, y más allá unas cuantas mesas más formaban el comedor.
– Has sido muy amable al esperar, Brian -dijo Deveney mientras se acercaba a la chimenea y se frotaba las manos encima de las brasas al rojo vivo.
– No podía dormir. No dejaba de pensar en lo que podía haber pasado allá arriba. -Genovase apuntó con la cabeza hacia la casa de los Gilbert-. Todo el pueblo era un hervidero de rumores, pero nadie se ha atrevido a cruzar el cordón policial y volver con alguna noticia. Yo lo he intentado, pero el agente de la puerta me ha convencido para que no lo hiciera. -Mientras hablaba pasó al otro lado de la barra y Kincaid pudo verle con más claridad. Era un hombre grande que se estaba poniendo cano y tenía una incipiente barriga. Su cara era agradable y su sonrisa era contagiosa-. Necesitarán algo que los haga entrar en calor -dijo cogiendo una botella de Glenfiddich del estante-, y ya que están en ello, pueden explicarme todo lo que se pueda explicar. -Les sonrió y a Gemma la honró con un guiño.
Se acercaron a la barra sin oponer resistencia, como lemmings atraídos a un precipicio. Cuando Genovase inclinó la botella para llenar la cuarta copa, Gemma sacó de pronto su mano para detenerle.
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