»No te caían bien los Bellefleur antes de saber esto -dije, sorprendiéndome a mí misma-. ¿Por qué?
– ¿Te acuerdas de cuando hablé para la asociación de tu abuela, los Descendientes de la muerte gloriosa?
– Claro.
– ¿Te acuerdas de la historia de un soldado herido en el campo de batalla, uno que pedía auxilio? ¿Y que mi amigo Tolliver Humphries trató de salvarlo?
Asentí.
»Tolliver murió en el intento -dijo Bill, monocorde-. Y el soldado herido siguió pidiendo auxilio tras la muerte de mi amigo. Conseguimos rescatarlo durante la noche. Su nombre era Jebediah Bellefleur. Tenía diecisiete años.
– Dios mío. Así que eso era todo lo que sabías de los Bellefleur hasta ahora.
Bill inclinó la cabeza en gesto afirmativo.
Me esforcé por pensar en algo digno de decir en tal momento. Algo sobre el puzzle cósmico. El mundo es un pañuelo.
Probé a marcharme una vez más, pero Bill me agarró del brazo y me acercó hacia él.
– Gracias, Sookie.
Eso era lo último que pensaba que me diría.
– ¿Por qué?
– Me obligaste a hacer lo correcto sin que conociera la recompensa.
– Bill, no te obligué a nada.
– Hiciste que pensara como un humano, como si aún estuviera vivo.
– No tengo nada que ver con eso. Así eres tú.
– Soy un vampiro, Sookie. Llevo más tiempo así que como humano. Te he ocasionado muchas molestias. Para ser franco, a veces no puedo entender por qué haces lo que haces. Casi no recuerdo cómo era ser humano, y no siempre me resulta cómodo pensar en cómo me sentía entonces. A veces no quiero recordarlo.
Aquí me tenía que mover con pies de plomo.
– No sé si hago las cosas bien o mal, pero no sé portarme de otra manera. No sería gran cosa sin ti.
– Si algo me ocurre -dijo Bill-, ve con Eric.
– Ya lo has dicho antes -le respondí-. Si algo te pasa no tengo que ir con nadie. Soy libre. Tomo mis propias decisiones. Tú preocúpate de que no te pase nada malo.
– Tendremos más problemas con la Hermandad en el futuro -aseguró Bill-. Se tendrán que hacer cosas que te repugnarán por tu condición de ser humano. Y tu trabajo también implica sus riesgos. -Y no se refería a servir mesas.
– Ya nos preocuparemos de eso en su momento.
Sentarme en el regazo de Bill fue todo un placer, sobre todo porque aún estaba desnudo. Mi vida no había sido lo que se dice un camino de rosas hasta que lo conocí. Ahora, todos los días veía motivos para seguir adelante.
En la cocina casi a oscuras, con el olor a café recién hecho flotando en el ambiente junto al del pastel de chocolate, y con la lluvia golpeando sobre el tejado, disfrutaba de un precioso momento junto a mi vampiro, un momento tan inolvidable como humano.
Pero tal vez no debiera llamarlo así, reflexioné, mientras restregaba mi mejilla contra la de Bill. Aquella noche mi vampiro parecía muy humano. Y yo… Bueno, yo me di cuenta, mientras hacíamos el amor sobre las sábanas limpias, de que en la oscuridad la piel de Bill brillaba de una forma sobrenaturalmente bella.
Y la mía también.
***