– ¿Quién es? -dijo la voz de Jan.
– Sookie y un amigo -respondí.
– ¡Genial ¡Entrad! -gritó.
Cuando empujé la puerta, todas las caras de la habitación se giraron hacia nosotros. Las sonrisas de bienvenida se convirtieron en miradas sorprendidas cuando Eric entró detrás de mí.
Eric se colocó a un lado, con el abrigo bajo el brazo, y casi me eché a reír ante la variedad de expresiones. Después de la impresión al darse cuenta de que Eric era un vampiro, lo que ocurrió en el transcurso de un minuto o así, los ojos parpadearon y calibraron la longitud del cuerpo de Eric.
– Hey, Sookie ¿quién es tu amigo? -Jan Fowler, una divorciada múltiple que rondaría los treinta, vestía lo que parecía un salto de cama. Llevaba el pelo cuidadosamente alborotado y su maquillaje no habría desentonado tanto en un escenario, aunque quizá para una cabaña del lago Mimosa era excesivo. Pero como anfitriona, supongo que pensaría que podría llevar lo que le diera la gana en su propia orgía. Me deshice del jersey y soporté el mismo escrutinio al que habían sometido a Eric.
– Es Eric -dije-. Espero que no os importe que haya traído a un amigo.
– Cuantos más, mejor -dijo ella con auténtica sinceridad. Sus ojos no se apartaron del rostro de Eric-. Eric ¿quieres beber algo?
– ¿Sangre? -preguntó ansioso.
– Sí, creo que tengo algo de Cero por aquí -contestó ella, incapaz de alejar la vista de la licra-. A veces nosotros… fingimos. -Alzó las cejas con complicidad y le echó una mirada de soslayo.
– Ya no hay necesidad de fingir más -dijo Eric, devolviéndole la mirada. De camino a la nevera, golpeó el hombro de Huevos y su cara se iluminó.
Oh. Bueno, ya había averiguado unas cuantas cosas. Tara, detrás de él, estaba enfurruñada, con las cejas castañas fruncidas sobre sus ojos igual de castaños. Tara llevaba un sujetador y medias de rojo intenso; estaba muy guapa. Las uñas de pies y manos habían sido pintadas a juego, igual que los labios. Había venido preparada. La miré a los ojos y apartó la vista. No me hizo falta recurrir a la lectura de mentes para reconocer la vergüenza.
Mike Spencer y Cleo Hardaway estaban sentados en un sofá situado al lado de la pared izquierda. La casa consistía básicamente en una enorme habitación con un lavabo, una estufa en la pared de la derecha y un baño empotrado al fondo. La decoración se limitaba a muebles viejos, porque eso es lo que se hacía en Bon Temps con los muebles demasiado antiguos. No obstante, la mayoría de las cabañas del lago no dispondrían de una alfombra tan gruesa ni tampoco de un montón de almohadas tiradas por ahí, ni tendrían las ventanas pintadas. Además, los juguetes que había tirados por ahí me daban asco. Había cosas que ni sabía lo que eran.
Pero exhibí una falsa sonrisa y abracé a Cleo Hardaway, que es lo que solía hacer cuando la veía. Cierto es que cuando ella trabajaba en la cafetería del instituto iba con más ropa encima, pero las bragas ya eran bastante más que lo que Mike llevaba puesto.
Ya sabía que iba a ser malo, pero supongo que hay cosas para las que no te puedes preparar. Las enormes tetas de Cleo, color chocolate con leche, habían sido engrasadas con algún tipo de aceite, y las partes pudendas de Mike lucían igual de brillantes. Ni siquiera quería pensar en ello.
Mike trató de darme la mano, tal vez para que le ayudara con el aceite, pero me aparté y me dirigí a Huevos y Tara.
– Pensé que no vendrías -dijo Tara. Sonreía, pero no se lo estaba pasando bien. De hecho, parecía infeliz. Quizá el hecho de que Tom Hardaway se estuviera arrodillando enfrente de ella para besuquearle la pierna tuviera que tener algo que ver. O quizá fuera el súbito interés de Huevos por Eric. Traté de mirarla a los ojos, pero me sentía enferma.
Solo llevaba allí cinco minutos, pero ya se habían convertido en los cinco minutos más largos de mi vida.
– ¿Haces esto a menudo? -le pregunté a Tara. Huevos, con los ojos fijos en el trasero de Eric mientras este aún charlaba con Jan, empezó a juguetear con el botón de mis pantaloncitos. Había vuelto a beber. Lo podía oler. Tenía los ojos nublados y la mandíbula floja.
– Tu amigo es enorme -dijo, como si tuviera la boca hecha agua, y tal vez así fuera.
– Mucho más grande que Lafayette en todos los sentidos -susurré, y su mirada se encontró con la mía-. Imagino que sería bienvenido.
– Oh, sí -dijo Huevos, sin querer rebatir mi afirmación-. Sí, Eric… es muy grande. Es bueno tener variedad.
– Esto es lo mejor que vas a encontrar en el ambiente de Bon Temps -dije, esforzándome por no sonar muy alegre. Aguanté la lucha de Huevos con el botón. Aquello había sido un grave error. Huevos estaba pensando en el culo de Eric. Y en otras cosas también.
Hablando del diablo, Eric se colocó detrás de mí y me echó los brazos por encima, y después tiró de mí y me alejó de los torpes dedos de Huevos. Me apoyé en él, contenta de que estuviera allí. Me di cuenta de que eso se debía a que yo esperaba que Eric no se comportara de la manera que yo quería. Pero ver a la gente que conoces de toda la vida actuar de esa forma era asqueroso. No estaba muy segura de si podría mantener la compostura, así que me meneé entre los brazos de Eric, y cuando emitió un sonido de satisfacción me giré para encararlo. Le rodeé el cuello con los brazos y miré hacia arriba. Estuvo de acuerdo con mi sugerencia muda. Con mi cara oculta, mi mente era libre para vagar. Me abrí mentalmente mientas Eric me apartaba los labios con la lengua, con lo que me pilló con la guardia baja. Había algunos «emisores» más potentes en la habitación. Dejé de ser yo misma y me transformé en una cañería para los anhelos abrumadores del resto de la gente.
Casi llegué a saborear los pensamientos de Huevos. Recordaba a Lafayette, su delgado cuerpo bronceado, sus dedos talentosos y aquellos ojos recargados de maquillaje. También recordaba las sugerencias susurradas. Luego los mezcló con algunos pensamientos menos placenteros, Lafayette protestaba con violencia, de manera estridente…
– Sookie -me dijo Eric al oído, tan bajo que estuve segura de que no había nadie en la habitación que hubiera podido oírlo-. Sookie, tranquila. Te tengo.
Le acaricié el cuello con la mano. Advertí que había alguien detrás de él tratando de meterle mano.
La mano de Jan pasó al lado de Eric y comenzó a acariciarme el trasero. Puesto que me tocaba, podía leer sus pensamientos sin problemas; era una «emisora» excelente. Ojeé su mente como si fueran las páginas de un libro, y no hallé nada de interés. Solo pensaba en la anatomía de Eric y solo estaba preocupada por su propia fascinación con el pecho de Cleo. Nada que me sirviera.
Cambié de dirección y me introduje en la cabeza de Mike Spencer, donde encontré el asqueroso embrollo que había esperado de él. Mientras sobaba los pechos de Cleo con las manos tenía la mente puesta en una piel bronceada, abotargada y sin vida. Su propia carne se erizó al recordarlo. A través de sus recuerdos vi a Jan despierta en el sofá desvencijado, la queja de Lafayette acerca de que si no dejaban de hacerle daño le diría a todo el mundo lo que había hecho y con quién, y entonces Mike descargó los puños, Tom Hardaway se arrodilló sobre el pequeño pecho bronceado…
Tenía que salir de allí. No era capaz de soportarlo, aunque aún no hubiera averiguado lo que necesitaba saber. No tenía ni idea de cómo Portia lo había aguantado, sobre todo si tenemos en cuenta que no poseía el mismo «don» que yo.
Capté la mano de Jan, que me masajeaba el culo. Era la excusa más basta que había visto jamás para practicar sexo: sexo separado de la mente y del espíritu, del amor y del afecto. Incluso de la mera atracción.
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